I. El estadio, una bomba de tiempo
El 17 de abril de 2020 “Las Fieras” del San Fernando jugaron uno de sus últimos partidos en Masaya. Dos horas antes del juego la página de la “Barra Fiera” informó que la boletería estaba abarrotada. Luego, con el partido en desarrollo, publicaron un video de diez segundos anunciando que tenían un “estadio totalmente lleno”. El juego en el que enfrentaban a los Indígenas de Matagalpa se convirtió en “la mejor entrada del año”… es decir 2020, cuando la pandemia del nuevo coronavirus puso de rodillas al mundo.
Aunque en esa fecha el gobierno de Nicaragua había reconocido once casos de COVID-19, y pese a que las muertes en todo el mundo superaban la barrera de las 200,000, en Masaya la estadística no importó ni para la organización del Campeonato Nacional de Béisbol Superior “Germán Pomares Ordóñez” ni para los fanáticos. Esa noche un estadio repleto gritó “sí se pudo” y celebró a ritmo de banda filarmónica que “Las fieras” habían ganado otra vez.
El Estadio Roberto Clemente, ubicado en el Barrio San Juan, en Masaya, es la casa del San Fernando, un equipo de béisbol que no logra un título desde hace 16 años. Precisamente el último campeonato lo consiguieron en el 2004, cuando el equipo llevaba otros diez años de sequía. En Masaya la pasión por “Las Fieras” es una tradición que se inculca desde el nacimiento. Por eso cada sábado o domingo los ciudadanos asisten para apoyar al equipo. La temporada pandémica, pese a las advertencias, no fue la excepción.
En abril, con el mundo paralizado a causa de la pandemia, en Nicaragua el Gobierno no accionaba y el juego de pelota no se detenía. Carlos Reyes, comisionado de béisbol del Campeonato Nacional, dijo el 29 de abril al diario La Prensa que los jugadores y el cuerpo técnico de los equipos eran “trabajadores del Gobierno”, y mientras no les “orienten parar” no lo harían. Ahora, meses después, el epidemiólogo Leonel Argüello afirma “sin ninguna duda” que ese pequeño campo de Masaya, abarrotado en marzo, abril e inicios de mayo, fue “uno de los focos más importantes de contagio” en la ciudad. Y el equipo lo sufriría en carne propia.
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A pesar de que en el informe semanal correspondiente a la misma fecha el Ministerio de Salud (Minsa) reconocía 13 casos de coronavirus y tres muertes, en Masaya la “Barra Fiera” continuó motivando al público para que siguiera apoyando al equipo. El viernes primero de mayo el San Fernando ganó 3 a 2 a Estelí. Las fotografías que publicó la barra en su página de Facebook muestran un estadio “a reventar”.
Una semana después, el jueves 8 de mayo, el San Fernando se apuntó otra victoria 9 a 4 frente a la Costa Caribe. Pero esta vez no hubo tanta celebración, algo cambió en el ánimo de los aficionados. Ese mismo día, antes del partido, la barra explicaba que “en vista de la situación actual de la COVID-19 que cada día toma más fuerza en el país”, suspendían su participación en los partidos. Asimismo, aconsejaron acudir a un centro asistencial si algún fanático presentaba síntomas de coronavirus.
Cinco días después de declarar que suspendían su “apoyo presencial”, el periodista Agustín Cedeño publicó en su página “Tumbó la cerca” que nueve jugadores del San Fernando presentaban “gripe, tos y dolores musculares”. La siguiente serie de juegos serían ante los Indios del Bóer de Managua. El 14 de mayo la directiva del San Fernando solicitó a la Comisión Nicaragüense de Béisbol Superior (CNBS) que los partidos fueran reprogramados. Pero la respuesta de la Comisión fue que se jugaría un juego sencillo el sábado 16 en Masaya y el domingo 17 en Managua. Y así fue.
El sábado 16 de mayo, “Las Fieras” saltaron al campo del Estadio Roberto Clemente por última vez. Con más del 50% de los jugadores titulares en reposo por tener gripe, tos y dolores musculares, el manager Norman Cardoze se vio obligado a utilizar cuatro lanzadores para cubrir las posiciones de tercera base, shortstop, uno de los jardines y la de bateador designado. La transmisión televisiva de esa noche mostró a Renato Morales, capitán del equipo, y al mánager Cardoze, utilizando mascarillas. El San Fernando perdió los tres partidos. El coronavirus hirió a “Las Fieras”.
Ese mismo sábado Carlos Aranda, uno de los entrenadores del San Fernando, participó en el último juego de su vida. Luego del triunfo contra la Costa Caribe, Aranda presentó malestares relaciones con la COVID-19, pero no dejó de trabajar por temor a ser sancionado. Al final, era un empleado del gobierno que negó y minimizó la pandemia.
El domingo, mientras el San Fernando jugaba en el Estadio Nacional Denis Martínez de Managua, Carlos Aranda ingresó al hospital de Masaya, “directo a intubar”, según su padre, quien tiene el mismo nombre que su hijo. La madrugada del jueves 21 de mayo Aranda falleció.
El mismo día del fallecimiento del coach se conoció que el mánager y leyenda del San Fernando, Norman Cardoze, y su hijo del mismo nombre, que también jugaba en el equipo, fueron dados de alta después de cinco días en el Hospital Humberto Alvarado de Masaya, donde estuvieron internados por coronavirus.
A raíz de la muerte de Aranda, la CNBS suspendió el béisbol hasta el 26 de junio. A partir de esa fecha todos los juegos se realizaron en el Estadio Denis Martínez de Managua a puerta cerrada. El San Fernando, empatado con Matagalpa y Jinotega, siguió en competencia tratando de obtener el último boleto a cuartos de final, pero fue eliminado. Mientras tanto en Masaya la muerte ya rondaba y, hasta septiembre, al menos 271 pobladores han fallecido por coronavirus, según el Observatorio COVID-19 Nicaragua. El origen de esos contagios estuvo en el estadio. Y se expandió tanto en la ciudad que, hasta su alcalde, un sandinista negacionista de la pandemia, murió a causa del virus.
II. Los médicos traumatizados
Para el personal de salud de Masaya la pandemia causada por el coronavirus ha sido doblemente cruel. No podían proteger a la población por lo desconocido del virus y la precariedad del sistema de salud y, hasta hace poco tiempo, tampoco podían protegerse a sí mismos.
Al inicio de la pandemia el Gobierno les orientó no usar mascarillas “para no crear alarma” y a ellos también, a pesar de estar en primera línea de riesgo, les ocultó la verdadera magnitud de la situación y el número real de casos y fallecidos. El resultado fue devastador: Más de diez médicos y más de cinco enfermeras han muerto en la ciudad, según fuentes médicas de la zona consultadas por DIVERGENTES.
Pedro* es médico en un municipio del departamento de Masaya. Cuenta que, al inicio del brote, se les dijo que utilizar mascarilla era “absurdo”, por tal razón los trabajadores sanitarios tuvieron que abastecerse de mascarillas y gorros quirúrgicos, poniendo dinero de su propio bolsillo para tal fin y además lamenta el hermetismo con el que se ha tratado la pandemia en el Hospital Humberto Alvarado de Masaya, pues fue hasta que empezaron a enterarse de colegas infectados que el gremio médico tuvo una idea de lo que estaba ocurriendo puertas adentro del centro asistencial.
La ciudadanía también, en su desesperación ante la muerte de familiares, logró sacar a la luz información clave.
El 20 de mayo el portal de noticias Artículo 66 publicó un audio grabado con su teléfono celular por Yader Javier Montalván Ruiz, hijo de Javier Antonio Montalván Pérez quien murió a causa, según el acta de defunción, de “neumonía atípica”. En ese audio el doctor Leonel Jiménez, director del Hospital Humberto Alvarado dijo en voz alta lo que en el país era un secreto a voces: “Todos (los pacientes) están muriendo por una neumonía atípica, está asociada al virus. Afuera los que están contra el gobierno dicen que neumonía atípica es igual a coronavirus y eso así es”.
Pedro también afirma que fue justamente en mayo cuando la cantidad de muertos fue “horrorosa”, a tal punto que algunos trabajadores del Hospital de Masaya todavía se encuentran “bastante traumatizados”. El problema fue que los datos reales se “manejaron en un perfil bajo”. “Dentro de las reuniones a nosotros nunca nos dijeron cuántos casos había, solamente que estaba la alerta, que mantuviéramos la guardia en alto, pero eso fue ya hasta que esto estaba incontrolable”, rememora el doctor. A finales de mayo, las cifras oficiales del Minsa indicaban 759 contagios y 35 muertes en el país, mientras que el Observatorio COVID-19 Nicaragua reportaba 2,408 casos y 598 muertes.
El testimonio del médico deja claro que “incontrolable” no es un adjetivo que escogido al azar, pues él cuenta que en un determinado momento “se agotaban los certificados de defunción, cada talonario trae cien certificados y a veces en uno o dos días se iban, por eso consideramos que la tasa de mortalidad ha sido alta”.
En esas cifras también deben contarse a los médicos y enfermeras que han muerto por COVID-19. Pedro recuerda que “el gobierno hizo un homenaje el día del médico, yo me quedé asustado, porque el homenaje no debe ser hasta la hora que se mueran, sino estando vivos. He conocido el caso de al menos diez especialistas fallecidos. Del Hospital (Humberto Alvarado) fueron más de cinco y otros que eran del departamento de Masaya y también algunas enfermeras”.
El Observatorio COVID-19 Nicaragua reporta, hasta el dos de septiembre, 803 trabajadores de la salud con sintomatología presuntiva de COVID-19 y 107 muertes sospechosas del virus en este mismo gremio. DIVERGENTES pudo confirmar que algunos de estos profesionales de la salud mencionados por Pedro se contagiaron en el Hospital de Masaya, según la base de datos del ministerio filtrada por Anonymus. Tratando de salvar vidas, arriesgaron la suya y la perdieron.
DIVERGENTES conoció y corroboró el caso de dos médicos reconocidos, un cirujano y un internista, que permanecieron internados varias semanas en un hospital privado. Luego de mucho tiempo en estado crítico, el internista fue dado de alta, pero el cirujano falleció a inicios de junio. Su familia perdió a un esposo y padre, el hospital Humberto Alvarado a un referente de la cirugía y Masaya a un médico más necesario que nunca.
III. El alcalde que murió de COVID-19
Orlando Noguera Vega fue un sandinista que siguió las recomendaciones del gobierno hasta la muerte. El controvertido alcalde de la ciudad de Masaya no dejó de participar en actividades, ni se protegió y, el seis de mayo, mientras la pandemia causada por la COVID-19 ya empezaba a asfixiar a sus conciudadanos, él estaba en Los López, una comunidad rural a las afueras de Masaya, conversando con pequeños productores acerca de sus cultivos y sus animales.
En el Facebook Live publicado por la Alcaldía de Masaya, nadie usa mascarilla ni respeta la distancia social. Menos de un mes después Noguera murió.
El primero de junio, después de semanas de rumores, finalmente se confirmó el fallecimiento del también secretario político del Frente Sandinista en el departamento, quien expiró en el Hospital Militar de Managua consumido por el coronavirus. Esa noche, a las 8:47, la página de Facebook de la alcaldía publicó un collage de fotos de Noguera con la leyenda “Masaya entera te grita presente”, pero en las calles había silencio.
El hombre que durante tres períodos (2004 a 2008, 2012 a 2017, y el período actual que concluiría en enero de 2022), dirigió la comuna de la “Ciudad de las Flores” no era precisamente un profeta en su tierra. Su muerte fue interpretada por algunos masayas como una especie de castigo divino”.
“Noguera fue uno de los principales rostros que encabezó la represión en abril de 2018. Y hay evidencia documentada de cuando el barrio de Monimbó lo sacó literalmente a patadas, porque sabían que era quien se encargaba de proporcionar a las turbas de morteros, tubos, lanzamorteros para que reprimieran a la misma población”, señala Yubrank Suazo, expreso político, acerca del levantamiento social ocurrido a nivel nacional en 2018, pero que se vivió con especial intensidad en Masaya.
Noguera no fue el único simpatizante del régimen fallecido por participar en actividades masivas promovidas por el Gobierno. Al contrario. Alejandra*, una pobladora de Monimbó, asegura que solamente en su calle han muerto más de cinco personas debido a la COVID-19. “Ellos no se cuidaban, ellos son afines al gobierno, entonces no creían. Iban al mercado, no tomaban precauciones”.
El relato de Alejandra es el pan de cada día en Masaya. Ante el estigma social al que se enfrentan familiares y vecinos de los fallecidos, impera la prudencia y el silencio, por lo que las historias fluyen con lujo de detalles en el ámbito privado y vecinal, pero solo pueden publicarse bajo condición de anonimato. Es así que esta joven, quien también padeció el virus, puede describir la realidad del sector, donde durante mayo y junio, en un solo callejón, murieron más de cinco personas.
“Había una familia grande que no era afín al gobierno, pero tampoco eran muy crédulos. Ellos dizque tomaban precauciones, no mandaban a los niños al colegio, pero los domingos se amontonaban a jugar handball, sin mascarilla, ni nada. Los más jóvenes se enfermaron y dos semanas después nos dimos cuenta que el patriarca de esa familia estaba grave, les dijeron que era por la diabetes que él padecía, pero nosotros los veíamos pasar con los tanques de oxígeno. El señor murió como en la primera semana de junio, en su casa y lo velaron, llegó gente a la vela, lo enterraron y la gente iba sin mascarilla”, narra Alejandra.
Respecto a los llamados entierros exprés, Alejandra comenta que al inicio los realizaban trabajadores del MINSA con trajes especiales y la familia acompañando de lejos, pero que, al verse desbordados por la cantidad de decesos, empezaron a entregar los ataúdes sellados a los deudos para que ellos se encargaran de las sepulturas.
A partir de ese momento, al menos en Monimbó, y obviando las mínimas normas sanitarias, algunas personas dispusieron que, si su ser querido moría de noche, lo llevaban al cementerio hasta en la mañana, además de anunciar el funeral en el barrio con las populares “baratas”: un sistema de perifoneo típico en Masaya en el cual, desde un vehículo que recorre las calles, se notifica con un mensaje pregrabado la identidad, familiares, fecha y hora de las honras fúnebres de las personas que mueren.
“Una vez contamos doce anuncios, de las cinco de la tarde hasta las diez de la mañana del día siguiente, no pararon ni en la madrugada”, puntualiza.
IV. El padre y la disyuntiva de la religión
Desde hace catorce años, Harving Salvador Padilla es el cura párroco de la Parroquia San Juan Bautista ubicada en el barrio del mismo nombre en la ciudad de Masaya. En los últimos dos años le ha tocado vivir más que en los doce anteriores: Primero, el estallido social de abril 2018 y sus consecuencias sociales y económicas, y ahora la pandemia causada por la COVID-19. Sobre esta última menciona que uno de los aspectos que hace “más dura” la situación es que “en Nicaragua no tenemos la voz de una persona coherente en el país, ni el presidente ni el Ministerio de Salud”.
El martes 12 de mayo la página de Facebook de la parroquia San Juan Bautista publicó que “debido a los últimos acontecimientos donde han fallecido dos personas por el COVID-19, les informamos que las eucaristías quedan suspendidas hasta nuevo aviso”. Esa fue la primera información oficial que tuvieron los vecinos acerca de lo que ocurría en su territorio pues las personas del sector morían y ninguna autoridad se pronunciaba. En el mayor de los delirios, hasta el San Fernando seguía jugando, con público, en el Estadio Roberto Clemente, ubicado a escasas cuadras del templo católico.
“En el mes de mayo el Barrio San Juan se volvió como esos lugares de las películas del viejo oeste: tenebroso, lúgubre. El ‘ángel de la muerte’ pasaba por las calles. Mucha gente estaba muriendo, personas que eran piedras vivas de nuestra comunidad”, relató el sacerdote mientras se subía la mascarilla por encima de la nariz, en un acto casi reflejo que repitió una decena de veces a lo largo de la conversación.
Fue tal la desesperación que vio y sintió Padilla que empezó a salir en una camioneta a hacer recorridos por el barrio y lugares aledaños llevando al Santísimo Sacramento, a la imagen de Jesús Resucitado, o a la de María Auxiliadora. La improvisada procesión sin fieles se transmitía vía Facebook Live y así la población podía salir a la puerta de sus casas a recibir la bendición, muchas veces de rodillas y entre lágrimas. Por otro lado, los familiares de los muertos por coronavirus también buscaban al padre para pasar por la calle frente a la iglesia con el féretro y que él les diera la bendición desde lejos.
“Los barrios más golpeados han sido San Juan, Monimbó y el Barrio San Carlos, que también es jurisdicción mía. En San Juan, yo llevaba la cuenta y, entre mayo y junio, hubo más de 20 muertos y en San Carlos, solo el 24 de mayo, día de María Auxiliadora, yo supe de cuatro personas fallecidas. Cada día eran cinco, seis, siete personas muertas en este territorio parroquial”. En estos números el presbítero también contabiliza lo que él llama “muertes clandestinas”, o sea personas fallecidas cuyos familiares no han ni siquiera divulgado su muerte o empiezan a hacerlo hasta tiempo después.
Para Padilla, las actividades multitudinarias de la Alcaldía, sobre todo las realizadas durante Semana Santa, también fueron “focos de contaminación”, pero también manifiesta que la grave crisis económica y el desempleo han obligado a que al menos un miembro de cada familia salga a buscar “el gasto diario”.
Esta movilidad también es un dato relevante para el epidemiólogo Leonel Argüello, principalmente tomando en cuenta la cercanía entre Masaya y la capital, pues “ambas ciudades en la práctica están interconectadas por la carretera y existe mucho movimiento de Masaya a Managua y viceversa”.
V. El futuro incierto en la ciudad de la fiesta
La idiosincrasia nacional a través de un refrán refleja con exactitud lo que pasa actualmente en Masaya: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Un breve paseo por la ciudad un sábado hacia al final de la tarde muestra a personas sin mascarillas, bares llenos, juegos mecánicos en el parque central y la plaza de La Estación, familias enteras paseando por el malecón, el eterno vecino del estadio de béisbol. Nada que haga pensar que, en los últimos seis meses, un virus ha matado al menos a 271 pobladores, según el Observatorio COVID-19 Nicaragua.
“Como no aprendemos de nuestra historia, vamos a repetir los mismos errores, no estar preparados frente a una segunda ola que puede ser mayor, igual, menor o una serie de olas pequeñas distribuidas en diferentes lugares del país”, explica Argüello.
El padre Padilla lo llama “falta de conciencia” pues “la mayoría de las personas no ha vivido la crueldad de la enfermedad y no se dan cuenta porque no han pasado por este dolor, no han visto a un ser querido rogándole a Dios que le quite la vida para dejar de sufrir”.
En septiembre, mes de actividades patrias y fiestas patronales en honor a San Jerónimo, en Masaya todo puede pasar, pues, aunque el Arzobispo de la Arquidiócesis de Managua ya orientó que “debido a las limitaciones que la crisis sanitaria nos impone” no habrán procesiones, ni cualquier otro acto que “propicie aglomeraciones y contagio comunitario”, la comuna de la ciudad ha seguido adelante con la parte “cultural” de las celebraciones que duran tres meses y son reconocidas como las más largas del país.
Este domingo 27 de septiembre se realizó el tradicional desfile hípico. Desde la noche del sábado, los alrededores del parque central lucían toldos y tarimas preparados para recibir a los espectadores y personas con ánimo de fiesta. Durante la noche del domingo, la Alcaldía de Masaya publicó una serie de fotos en Facebook de la “fiesta hípica popular”. En ellas se observa a cientos de personas aglomeradas y sin mascarillas, en la calle alrededor del Parque San Jerónimo. Apenas minutos después la misma comuna compartió fotos de empleados de la Alcaldía de Masaya trabajando en “la desinfección y limpieza de calles y espacios públicos, una vez pasado el desfile hípico”.
Este 29 de septiembre, los mismos empleados públicos vallaron las calles del centro de Masaya para el “tope de toros”, otra actividad de aglomeración promovida con bombos y platillos por la comuna de la ciudad. En esta actividad, a partir de las dos de la tarde, una decena de toros son soltados en las principales calles de Masaya para que las personas los sorteen o corran detrás de ellos. Las fotos y videos grabados en vivo y compartidos por la Alcaldía de Masaya muestran a multitudes en las calles, tarimas con música y grupos de filarmónicos amenizando el ambiente pues para la comuna no existe pandemia, ni riesgo de rebrote si no que es “una tarde de adrenalina y alegría en la Capital del Folclor Nicaragüense”.
Una vez más, el sacerdote Harving Padilla se acomoda la mascarilla quirúrgica por encima de la nariz. En la pared detrás de él, una gran pintura de Juan El Bautista bautizando a Jesús en el Río Jordán da un aire de dramatismo a la escena. En el corazón del Barrio San Juan no hay ruido, pero la calma es tensa. El padre suspira y, aunque luce tranquilo, su mirada es de preocupación. Antes de despedirse dice una última frase: “Vivimos en una bomba de tiempo”.