Néstor Arce
1 de marzo 2024

Otro primero de marzo (fuera de) en Nicaragua

Periodismo
2021. En algún lugar de Managua, tratando de ser una redacción en medio de la represión. Habíamos armado los escritorios y sillas, saqué el celular y tomé esta foto. No tardamos mucho en abandonar la oficina. Foto por el autor.

―Tengo miedo maje ―fue el mensaje que entró a mi WhatsApp ese mediodía―. Acaban de venir a preguntar, pero me escondí. No sé qué preguntan ―me respondió. Y mientras leía ese mensaje de texto, sentí como la impotencia inundaba mi cuerpo. 

Todo se vino abajo: las esperanzas, la libertad, el esfuerzo, los recuerdos, los años vividos. Escondido en el cuarto, los minutos se alargaban y el temor que por esa puerta atravesaran los uniformados aceleraron sus pulsaciones. 

Los mensajes no entraban, y en mi cabeza empezó a rodar esa escena que miles de nicaragüenses han vivido en estos años de terror. Sufrir de una violencia descomunal para detener las voces incómodas, de una desaparición forzada para ocultar el pensamiento crítico y disidente, o el destierro para destruir la moral. 

―Ahí siguen maje. Tengo ganas de vomitar ―me llegaba otro mensaje, después de esa prolongada pausa que a mí también me revolvió el estómago. No era la primera vez que una patrulla llegaba hasta su casa, pero sí fue la primera vez que sintió miedo extremo, que se sentía ya contra el suelo, apretado por la rodilla del policía, que no iba a tenerle compasión para llevarlo ante sus jefes como trofeo de caza. 

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Mi primera recomendación fue que, una vez los policías se fueran de la calle, saliera de la casa ―¿y si me agarran en el camino? Mejor me quedo que si pasa algo, hay testigos por lo menos ―fueron tres horas de tensión, los oficiales no se iban, eran tres en una patrulla, luego llegaron dos más en una moto. El sol aumentó la temperatura e hizo que los hombres se fueran de la calle. Aunque no fue la última vez que llegaron a tocar la puerta. 

Era abril de 2022. Como en los últimos seis años, un mes que tensiona la calle, que pone nervioso al régimen, que trae los recuerdos y traumas de ese tempestuoso 2018. No se sale a la calle, no hay cobertura de ningún tipo y tampoco se te ocurra llamar a alguna fuente. Nunca se sabe. 

Hablamos que era hora de exiliarse ―afuera no voy a poder seguir haciendo periodismo. Prefiero que mi nombre siga anónimo, me voy a seguir cambiando de casa las veces que podamos, pero no me voy a ir ―me dijo con determinación y ante esa convicción, que muy pocos siguen teniendo, la persuasión no servía de nada. Sin embargo, lo que estaba deseando no pasará, ocurrió y tuvo que abandonar el país rumbo al exilio.

Ayer tenían nombres. Hoy una firma genérica encabeza los reportajes, las investigaciones, los videos, los diseños, las ilustraciones, los explicativos. La mayoría de mi equipo, del cual estoy orgulloso, son pronombres y en el exilio sus nombres no pueden ser pronunciados. 

Ser periodista en Nicaragua es un acto de valentía. Puede ser un cliché, pero también es un mantra para muchos de nosotros. Significa desafiar a diario la censura, el acoso, la cárcel y hasta la muerte. Escribir cada línea con la incertidumbre de si será la última, con la angustia de saber que esa nota puede condenarte al exilio o a la celda oscura.

Sin embargo, hoy más que nunca y mañana más que ayer el periodismo es necesario para Nicaragua. Sin las investigaciones periodísticas, la corrupción, el desvío de fondos, los falsos quiebres al narco, el extractivismo, la violencia contra las mujeres y niñas, el saqueo a las comunidades indígenas, el deterioro de la educación y tanto que quieren ocultar no vería la luz y el régimen lograría su fin: vivir en su realidad. 

En este día, conmemoramos el Día Nacional del Periodista Nicaragüense, pero esto que debería ser una celebración, se mezcla con un peso abrumador, una realidad que se debate entre la oscuridad y la esperanza. Desde las sombras de una dictadura que parece empeñada en sofocar cualquier voz disidente, el periodismo nicaragüense se enfrenta a desafíos que desgarran el alma y retan el espíritu.

La nostalgia aprieta el corazón y la incertidumbre nubla el futuro. Pero aquí, a la distancia, sigo escribiendo. Sigo alzando mi voz, junto a la de mis colegas en DIVERGENTES que, desde distintos rincones del mundo, nos negamos a callar. Porque el periodismo no es solo una profesión, es una vocación. Es un compromiso con la verdad, con la justicia, con la libertad. 

¿Cómo puedo expresar la admiración y el respeto que siento por aquellos que, desde el anonimato o el exilio forzado, continúan levantando la bandera del periodismo libre y valiente? Cada palabra escrita, cada historia contada, es un acto de resistencia contra un régimen que intenta extinguir la luz de la verdad.

Hoy, en este Día Nacional del Periodista, quiero rendir homenaje a todos aquellos que siguen informando, investigando, denunciando y contando la realidad de Nicaragua. 

A mis colegas que han sido encarcelados, perseguidos o forzados a exiliarse. Su valentía nos inspira a seguir adelante. 

A los que aún ejercen el periodismo dentro de Nicaragua, les envío mi más profunda admiración. Su labor es titánica y su sacrificio invaluable.

También a Víctor Ticay, condenado a ocho años de cárcel por los supuestos delitos de traición a la patria y ciberdelito.

A Ángel Gahona, asesinado de un disparo hace seis años cuando  transmitía en vivo la represión de la Policía en la ciudad de Bluefields, en el Caribe Sur de Nicaragua.

A Carlos, Wilfredo, Franklin, Miguel Andrés, Alicia, Ricardo, a los que estuvieron, a los que están, a él, a ella. Estoy seguro que mañana tendremos otros nombres. 

Mientras tanto, seguiremos escribiendo. Seguiremos alzando nuestras voces. Porque el periodismo, en Nicaragua y en cualquier lugar del mundo, es la luz de esperanza en una sociedad que a menudo parece oscurecida por la injusticia y la indiferencia.

ESCRIBE

Néstor Arce

Cofundador, director y productor multimedia de Divergentes. Junto a su equipo ha obtenido el Premio Ortega y Gasset 2022, el premio de la Sociedad Interamericana de Prensa 2022, nominado al Premio Gabo 2021 y los premios a la Excelencia Periodística Pedro Joaquín Chamorro. Ahora se encuentra refugiado en Costa Rica desde donde dirige esta redacción.