Las comunidades indígenas que fueron afectadas por el huracán Eta lograron sobrevivir gracias a la experiencia que acumularon con el huracán Félix en 2007 y la rápida identificación de lugares seguros frente a la emergencia. Un informe del Centro por la Justicia y Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua (CEJUDHCAN) revela las dos caras de la situación vivida ante el impacto del ciclón que golpeó, en categoría cuatro, la Costa Caribe Norte el tres de noviembre pasado.
El principal lugar por el que optaron los comunitarios para resguardarse fueron albergues y casas de refugios. De hecho, en algunas poblaciones “cavaron una zanja de tres pie de profundidad en zonas altas y ahí se resguardaron entre 10 a 20 personas”, reza el documento en el que también se destaca el nivel de solidaridad de muchas personas que tenían viviendas de concreto y que albergaron familias que tenían viviendas de madera en condiciones vulnerables.
El Sistema Nacional para la Prevención, Mitigación y Atención de Desastres (SINAPRED), informó través de los medios de comunicación oficial del gobierno que el huracán llegaría el lunes dos noviembre entre las diez y once de la noche pronosticando que impactaría en las comunidades de Krukira y Tuapi. Sin embargo, el pronóstico no fue acertado y confundió a la población, lo que hizo que gran mayoría de las personas se salieran de sus centros de albergue.
Otra debilidad gubernamental fue que en el casco urbano de Puerto Cabezas, el Gobierno no garantizó el traslado de las familias a los centros de albergue; se trasladaron de manera independiente y en su mayoría a pie y bajo la lluvia, según la información de CEJUDHCAN.
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La organización también expresó que algunos pobladores narraron que, en medio de la desesperación ante el grave panorama, se ataron a un poste debajo de su casa o árboles de coco como una medida de protección.
Bilwi, una ciudad barrida por Eta
Los datos recolectados por CEJUDHCAN acerca del rastro de Eta en Bilwi helan la sangre. Afectaciones a más de tres mil familias y más de 10 mil personas, con aproximadamente 1 800 viviendas dañadas. Los principales daños fueron en el tendido eléctrico en más de 37 barrios. Esto causó que la mayor parte de dichos barrios se mantuvieran sin energía eléctrica ni agua potable, al menos hasta el día nueve de noviembre. Cabe destacar que solo una semana después de esa fecha, la región recibiría la sacudida, todavía más brutal, del huracán Iota.
Según informe del gobierno regional autónomo la infraestructura hospitalaria de la localidad fue otro reflejo de la rabia del ciclón: colapsó la casa albergue y 300 metros de muro perimetral, además que las salas de maternidad y quirófano quedaron sin techo.
Ese mismo lunes nueve de noviembre, un equipo técnico de CEJUDHCAN, visitó el albergue ubicado en la Escuela Normal Gran Ducado de Luxemburgo. Ahí se pudo observar que la mayoría de los damnificados eran niños, mujeres, ancianos, discapacitados, mujeres embarazadas y mujeres que recientemente habían dado a luz. En total, 1 500 personas de la comunidad de Wawabar.
En este lugar los refugiados indicaron que la ayuda que han recibido en su mayoría son de las iglesias y de ciudadanos que han hecho recaudación de fondos a nivel local, nacional e internacional. “Toda esta mejora no es por parte del gobierno sino que es por las personas de buen corazón”, agregaron.
Sin embargo, el informe indica que las necesidades persisten y continúa haciendo falta ropa para niños, calzado (pues muchas personas andan descalzas), sábanas, platos, medicamentos para la presión, el corazón, gripe y asma.
Comunidades indígenas heridas de gravedad
Los datos proporcionados por la organización de Derechos Humanos especifica que fueron trece los territorios indígenas lastrados por Eta: Prinzu Awala, Prinzu Auhya Un, Karata, Tawira, Twi Wawpasa, Twi Yahbra, Wangki Maya, Mangki Li Aubrah, Li Lamni, Kipla Sait Tasbaika Kum (KST), Miskitu Indian Tasbaika Kum (MITK) y Mayagna Sauni Bu.
En el caso de las comunidades de Wangki Maya, 6 984 tuvieron que refugiarse en los albergues, mientras en sus tierras se perdían más de 804 manzanas de arroz, 189.9 manzanas de maíz, 86.4 manzanas de yuca y 76.9 manzanas de musáceas. De igual manera 610 casas fueron destruidas total o parcialmente por las inundaciones y hubo una devastación completa de las letrinas y pozos.
“Todo lo anterior impacta de manera directa el contexto de vida de las poblaciones indígenas y afrodescendientes de los municipios de Puerto Cabezas, Waspam y Prinzapolka. La situación pone en riesgo la seguridad alimentaria de los pobladores de las comunidades y los hace más vulnerables ante un brote de COVID-19 y otras enfermedades como la diarrea, bronquitis, neumonía, malaria y dengue”, puntualiza CEJUDHCAN.
La ruina física no es menor que la emocional. La organización dice textualmente que las personas están “devastadas” y que es urgente “trabajar procesos para fortalecer la resiliencia de las personas y promover la recuperación emocional con los niños, mujeres, hombres, ancianos”.
Hasta el seis de noviembre habían aproximadamente 25 ríos desbordados en diferentes zonas del país, de los cuales siete pertenecían al Caribe Norte de Nicaragua, incluidos los ríos Coco, Wani, Wawa, Kukalaya, Waspuk y río Prinzapolka. En lo profundo de ese litoral caribeño, la desolación es tan grave que de las 169 casas de la comunidad de Layasiksa, territorio Prinzu Auhya Un 162 han quedado destruidas y solo siete están en pie, pero con daños parciales. No obstante, para los lugareños el horror apenas empezaba pues detrás de Eta llegaría Iota.