Nicaragua ya no es ese triángulo equilátero que sobresale en esa “cintura cósmica” que es Centroamérica cuando uno ve Google Maps. Las más de 700 mil personas nicaragüenses expulsadas por el terror que ha impuesto Daniel Ortega y Rosario Murillo en el país, a punta de balas, asedio, hostigamiento, torturas y cárcel, desde el 2018 a la fecha, hemos ensanchado y ampliado los límites de nuestros 130 mil kilómetros cuadrados. Ahora la UCA agranda aún más al país y nos une. Ahora todos y todas “Somos UCA”: somos las organizaciones y universidades clausuradas.
Quienes están dentro de Nicaragua empujan cotidianamente, con estoicismo y valentía, los límites que el régimen impone a todos los niveles. Día a día transgreden la asfixia que supone vivir en dictadura preservando su pensamiento y sus sentimientos, no dejándose dominar por el poder oscuro que estrangula a Nicaragua. Literal. Es común que muchos con quienes hablo me lo digan tal cual: “Se siente el aire pesado, me da miedo salir, siempre el temor de dónde vas y con quién hablás”. Y sí. El terror que imponen dentro se vive y se siente en cada vértebra del cuerpo, seas de aquí o seas de allá, se sabe que en cualquier momento corrés peligro, vos o los tuyos. Vivir dentro está siendo un acto de resistencia cotidiana, así me lo dijo un pariente el otro día. No es chiche me dice otra, pero ahí la llevamos.
Vivir-haciendo es un acto de rebeldía en medio de tanta barbarie. Vivir-haciendo nos ofrece la posibilidad de “creer que se puede, querer que se puede, saber que se puede”. La esperanza es subversiva ante un régimen que desprecia la vida y nos quiere encarcelar en la desilusión. Cada vez somos más quienes, dentro o fuera, tenemos la mirada puesta en que esta situación debe cambiar, y con la claridad de que Ortega y Murillo nos quieren hundir a todos. Y a todas también.
Y esa claridad nos empuja a hacer y hacer, con confianza de que sí podremos, que lo lograremos, más allá de los errores y torpezas. Aunque a veces parezca que no avanzamos, como el cangrejo, al menos, nos impulsamos y volvemos un paso hacia delante.
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Otras veces hacemos a través de un activismo incansable, que ha sostenido vidas en contextos de represión criminal, no solo por y para nuestras familias, sino también para nuestras comunidades y espacios vitales. También somos y seguimos construyendo tejidos y redes sociales, matriz fundamental para la democracia y su sostenibilidad, somos y seguimos promoviendo el pensamiento crítico, la justicia social, la igualdad, la democracia, el desarrollo sostenible, la institucionalidad democrática. Aún en nuestras cuatro paredes, aún con la dictadura encima.
Dentro o fuera del país, sentimos… miedos, enojos, tristezas, se abren heridas, se sanan otras. Porque no hay quien no tenga un familiar que esté “aquí o allá”, o que no haya enterrado a otro por estar “aquí o allá”, antes o ahora. Solo que ahora lo reconocemos. Lo vemos. Le damos un lugar. Lo nombramos. Lo hablamos, nos decimos lo que nos da la gana, aunque sea en círculos pequeños, y a voces quedas. Ya no nos lo tragamos. El precio ha sido altísimo, porque los únicos terroristas del país, Ortega y Murillo, quieren silencio.
Y sí. Ellos se encaminan hacia el fracaso. Como cantan Jesusa y Liliana, a quienes canté en mi propio metro cuadrado en El Chipote, ellos son los que “están áatrás, van para atrás, piensan atrás, son el atrás y están detrás de su armadura militar”.
La agonía de Ortega y Murillo se acelera con nuestro esfuerzo de vivir haciéndolo a muchas manos, de quienes estamos dentro o estamos afuera, con quienes vivimos y damos esperanza de volver a vivir en una Nicaragua linda, justa, libre y democrática. Porque: “Nos ven reír, nos ven luchar, nos ven amar, nos ven jugar, nos ven detrás de su armadura militar”.
Sigamos estirando nuestros metros cuadrados, ahí donde estemos, hagamos, hablemos, actuemos, calladitos, a ladridos, con silencios, con día a día, con avances y retrocesos, con miedos y dolores, sanando, hurgando, pero viviendo-haciendo, actuando. Y poniendo oído sordo a quienes quieren enemistarnos, dividirnos y quitarnos la esperanza.
Porque:“Nos tienen miedo, porque no tenemos miedo…” de vivir-haciendo, aún en las peores circunstancias. Porque, muy a su pesar y aunque no lo quieran…
¡Estamos y volveremos!
En todo amar y servir… En todo hacer y hacer con esperanza.
ESCRIBE
Tamara Dávila
Nicaragüense, feminista, activista política y defensora de Derechos Humanos. Psicóloga de profesión, con maestría en Derechos sociales y políticas de infancia, y otra en Género, Identidad y Ciudadanía. Excarcelada política, liberada con el grupo de los 222. Desnacionalizada y expatriada por el régimen de Ortega-Murillo. Integrante de UNAMOS, la Unidad Nacional Azul y Blanco y Monteverde.