Cristel Mendieta y Sabrina Solórzano tienen casi todo para ser felices. Son dos jóvenes profesionales que decidieron empezar una vida de pareja, sin importar que en Nicaragua este tipo de relaciones no existen ante la ley. Aunque son perseguidas por los prejuicios de sectores conservadores y religiosos, esto no las amilana, ellas desean “tener la oportunidad de formar una familia y que sea reconocida”. Pero por ahora, en Nicaragua, eso es remoto. Lo más cerca para ellas es migrar a Costa Rica, donde sí podrían casarse. Están dispuestas a seguir desafiando los preceptos de una sociedad odiosa con las uniones del mismo sexo

LuisSas
Por Génesis Hernández Núñez
@gemihenu

MASAYA, NICARAGUA–. Dos personas se conocen en un bar una noche cualquiera y no vuelven a verse. Años después se reencuentran, cada una está en una relación, pero algo se enciende en ellas. Luego de varias idas y vueltas, deciden estar juntas, sin embargo, estalla una enorme crisis sociopolítica en Nicaragua y deben exiliarse. Al tiempo regresan y, tras otra serie de conflictos, logran vivir juntas como pareja. Si este dúo estuviera formado por un hombre y una mujer, sería una gran historia de amor. Pero la dupla amorosa la integran dos mujeres bisexuales, y esta historia para muchas personas está mal, es pecado o no es “normal”.

Cristel Mendieta de 24 años y Sabrina Solórzano de 27 se vieron por primera vez en 2014. Estaban en un bar en Managua y las presentaron amigos en común pues les dijeron que se parecían físicamente. Ellas lo cuentan y se ríen porque esa percepción es cierta. De hecho, a veces deben aclarar que no son hermanas. Después de esa noche, no se vieron más. Cristel viajó a Argentina y Sabrina permaneció en Nicaragua. En 2016, durante otra salida nocturna se encontraron de nuevo.

Un futuro sin esperanza dentro de su país

Antes de coincidir, los caminos de Cristel y Sabrina habían sido muy distintos. Sabrina nació en Costa Rica y creció en la ciudad de Masaya, en un hogar conservador y cristiano. Su idea inicial era mantener en secreto su orientación sexual ante su familia, pero su papá se dio cuenta cuando ella tenía 20 años y no lo tomó de la mejor manera. Mientras que Cristel, originaria de Managua, pertenece a una familia más abierta, en la que no hubo homofobia y además tuvo como referencia a su hermano mayor que, años antes de que ella lo hiciera, ya se había reconocido como homosexual frente a su mamá. Ella hizo lo mismo a los 18 años.

A raíz del reconocimiento público de su sexualidad vinieron otras complicaciones, pues ambas manifiestan que al ser bisexuales dentro de la comunidad queer son un poco mal vistas, pues les dicen que están confundidas, que no saben lo que quieren y han tenido que aprender a convivir con toda clase de comentarios despectivos.

“Esta relación ha sido un subibaja. Nos decidimos a estar juntas en 2018, pero a raíz de la crisis, Cristel se fue a Estados Unidos y yo a Costa Rica. Estando separadas yo le dije a ella que se fuera a vivir conmigo, que estaba sola y la extrañaba mucho”, cuenta Sabrina desde su casa en Managua. Cerca de ella Cristel prepara la cena. De vez en cuando, y sin atropellarse, se interrumpen la una a la otra y completan juntas sus testimonios.

La crisis a la que Sabrina se refiere es la insurrección cívica iniciada en Nicaragua en abril de 2018, como resultado de las políticas autoritarias de la dictadura de Daniel Ortega y de las continuas violaciones a los derechos humanos y a las libertades públicas. La brutal respuesta estatal a las protestas ciudadanas se traduce en 328 fallecidos, cerca de dos mil heridos, más de 770 presos políticos y más de cien mil exiliados, según datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Cristel y Sabrina convivieron juntas durante cuatro meses en Costa Rica, pero por el alto costo de la vida tuvieron que regresar a Nicaragua en 2019. Aquí retornaron cada una a casa de sus padres, aunque desde inicios de 2020 alquilan una casa. No obstante, el plan de volver a Costa Rica continúa presente debido a la falta de derechos para ellas, la inestabilidad política y social, y el desolador panorama que vislumbran incluso aunque hubiera un nuevo régimen en su nación.

“Para mucha gente la nueva Nicaragua no incluye a personas homosexuales. Si les decís que las personas homosexuales vamos a tener un espacio y derechos dentro de la idea de democracia y libertad en un país cuyo marco político y legal ha sido inexistente en las últimas décadas, ellos prefieren seguir en lo que estamos”, explica Cristel.

En el país desde 2009 existe la Procuraduría Especial de la Diversidad Sexual, una rama de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos que, sin embargo, no ha logrado ningún avance en materia de derechos y libertades. Por otro lado, entre el mismo grueso de la población que exige una nueva Nicaragua, permanecen las viejas ideas y cada vez que grupos como la Alianza Cívica o la Coalición Nacional han mostrado un acercamiento a la comunidad LGBTIQ en redes sociales, buena parte de los comentarios son burlescos, violentos y excluyentes.

Según Sabrina nada será distinto hasta que se abran espacios para jóvenes, feministas y comunidad queer en la Asamblea Nacional de Nicaragua, pues es necesario que las voces de estos colectivos sean escuchadas en esa esfera y que sus propuestas dejen de ser papel mojado. “Hablamos de una restructuración que puede tomar hasta más de treinta años, es algo muy triste y yo con una pareja aquí en Nicaragua no me veo con algún tipo de derechos reconocidos, ni siquiera que la pueda beneficiar con mi seguro social”, afirma.

Ante los monstruos del conservadurismo y el fundamentalismo

Cristina Arévalo, de 50 años de edad, ha trabajado en Nicaragua desde hace 23 como activista de la comunidad de LGBTIQ, además, es miembro del programa feminista La Corriente. Ella también lo tiene claro. “Ese cambio yo no lo voy a ver, en diez años tal vez se podrá hablar de esto en las casas, en la sobremesa de la cena de Navidad, pero no más allá. En Nicaragua los monstruos del conservadurismo y el fundamentalismo son muy grandes y los niveles de violencia hacia la comunidad LGBTIQ son inimaginables, a muchas mujeres lesbianas incluso las obligan a embarazarse para demostrar que son mujeres”.

En un momento de la plática, el gesto y la voz de Sabrina se tornan serios y tristes al recordar la noche en que fue expulsada de un bar de Managua por haberse besado con su novia de entonces. Habla del miedo y la indignación que sintió, de cómo percibió el peligro al que estaba expuesta en un ambiente tan hostil y de que la decisión de retirarse del lugar también fue para protegerse de cualquier reacción violenta que pudiera haber existido de parte de los propietarios o los clientes presentes.

Como personas queer, Sabrina y Cristel han vivido episodios de violencia, juntas y separadas, en un país donde las parejas de la diversidad sexual no tienen ningún derecho. “Aparte de que nos discriminan por ser una pareja homosexual, nos discriminan por ser mujeres y nos sexualizan. Nos piden que nos besemos, que hagamos tríos, cosas horribles y lo tenemos que combatir día a día. La discriminación y el rechazo generan mucho miedo, se viven cosas que los demás ni se imaginan como ansiedad, inseguridad y una confusión que realmente nadie se merece”, dice Cristel.

Las fotos de esta pareja son como las de cualquier otra. Atardeceres en la playa, fiestas, cumpleaños, paseos a parques de diversiones, sonrisas y besos, pero hay una que es diferente. En ella Sabrina y Cristel están de espaldas, abrazadas, envueltas cada una en una bandera multicolor. Al frente ondea la bandera de Nicaragua y en el espacio abierto hay gente yendo y viniendo. Es la marcha del Orgullo Gay del 28 de junio de 2018, la última que hubo en Managua.

Cristina también estuvo en esa marcha y en todas las que se habían realizado a partir de 2005, a pesar de que “en Nicaragua no existe un movimiento LGBTIQ articulado, ni ninguna discusión seria acerca del matrimonio igualitario, absolutamente nada”, explica.

Al final de cada una de esas manifestaciones se presentaba un comunicado. En 2016 se reclamó “a la Corte Suprema de Justicia una respuesta a los recursos por inconstitucionalidad del Código de la Familia pues las lesbianas, gays, trans, intersex y queer tenemos derecho a formar familias reconocidas por el Estado”.

En 2017 se urgió a que “el Ministerio de Educación elabore un programa de prevención del acoso por orientación sexual e identidades de género en las aulas” y, finalmente en 2018, se destacó que “desde los sucesos de abril del presente año, la comunidad LGBTIQ ha estado presente en barricadas, universidades, marchas cívicas, plantones patrióticos y en la colecta masiva de apoyo a los tranques en defensa del pueblo”.

Cristel señala que “las minorías siempre hemos protestado contra las injusticias, incluso antes de los sucesos de abril 2018”, pero según Sabrina “somos un problema, más que una ventaja para un político. Si un político apoya a un grupo homosexual y se lanza a las elecciones, las va a perder”.

“Quiero tener la oportunidad de formar una familia y que sea reconocida”

Conociendo la realidad de Costa Rica, donde este 26 de junio de 2020 entró en vigencia el matrimonio igualitario, Cristel y Sabrina hacen un ejercicio de imaginación. Les pregunto ¿qué dirían ante la Asamblea Nacional en caso de que se estuviera discutiendo una posible aprobación del matrimonio igualitario en Nicaragua?

- “Yo le diría a la Asamblea que, basándome en sus convicciones cristianas, el mayor mensaje de Dios es el amor y aunque yo no comparta sus mismos pensamientos, mis relaciones se basan en amor y quiero tener la oportunidad de formar una familia y que mi familia sea reconocida como cualquier otra. Necesitamos ser tomados en cuenta para ser una sociedad más unida, donde no hayan tantos prejuicios, ni tantas ideologías dividiéndonos como hermanos nicaragüenses porque todos al final luchamos por lo mismo: que no se olviden de los derechos de los demás”, responde Sabrina

- “La ilegalidad de algo no cambia el hecho de que ese algo suceda, con una aprobación o no, la gente gay va a seguir existiendo, el sexo gay va a seguir existiendo y nadie lo va a detener. Mi pareja me ha traído las experiencias más bonitas de toda mi vida y ¿quiénes son ustedes para decirme que esas experiencias, ese amor, esa complicidad, esa confianza a ciegas y ese apoyo incondicional no son exactamente un matrimonio? ¿Por qué el amor y la felicidad que yo he tenido deberían ser percibidas como algo malo?”, expresa Cristel.

La noche avanza en casa de estas dos jóvenes enamoradas. Mañana es día laboral, ambas regresarán a su trabajo como agentes de bienes raíces y cada una seguirá cultivando sus proyectos personales. Cristel es músico, DJ y productora musical graduada de la carrera de Desarrollo Internacional y Sabrina planea terminar sus estudios de Derecho e iniciar un negocio de venta de plantas.

Ambas se emocionan contando que en un mes tendrán un gatito al que llamarán Max y que, cuando regresen a Costa Rica, posiblemente en un año y medio, también se llevarán a Blondie, la perrita de Cristel. Como en toda pareja, el tema del anillo de compromiso flota en el ambiente. Cristel dice que no le gusta usar anillos ni pulseras. Sabrina sonríe y responde: “A mí sí, yo lo estoy esperando”.

*Génesis Hernández Nuñez es comunicadora social graduada de la Universidad Centroamericana (UCA) en el año 2013. Trabajó en el diario La Prensa y fue bloguera de la Revista Niú. Fue parte de las autoras publicadas en Mujeres que narran, muestra de narrativa breve centroamericana (Parafernalia Ediciones Digitales, 2017).

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