La tensión global está disparada. China como potencia emergente comienza a buscar su lugar como un jugador de igual calado frente a Estados Unidos. Rusia, por su parte, espera que su peso militar y control de grandes reservas de recursos naturales no solo puedan mantenerlo en el tablero global como potencia, sino que pueda generar respeto hacia un área de influencia determinada por ellos mismos. Europa, el gran poder pacífico de la posguerra, ahora se ve obligado a un crecimiento militar inesperado y, en algunos casos, no deseado.
En conclusión, desde el fin de la guerra fría no habíamos estado sobre un tablero tan volátil como el de hoy…
China ha venido perfeccionando un silencioso proceso de expansión bajo proyectos estratégicos, como la nueva ruta de la seda, que viene sumando territorios a su influencia principalmente en Asia y Europa del este. Por su parte, en África su peso ha crecido, a costa de generar dependencia comercial y económica de todo ese continente. Jesús Diez en la revista Esglobal lo describe así: “Con el nuevo milenio, la relaciones China-África se han consolidado y vertebrado a través de múltiples acuerdos, acciones e inversiones. Hoy, engloban desde una inmensa actividad extractiva —una constante obsesión por los recursos naturales (energéticos y minerales) africanos—, hasta su incursión en prácticamente todos los sectores productivos, industriales y empresariales africanos, que ha generado la infranqueable trampa de la deuda. Entre 2000 y 2022, 49 gobiernos africanos y siete instituciones regionales firmaron préstamos chinos por un valor de 170 000 millones de dólares; y, en la actualidad, más de tres cuartas partes de las naciones africanas tienen déficits comerciales con Pekín. De esta forma, África ha generado una dependencia extraordinaria de China, que muchos consideran una nueva forma de explotación y neocolonialismo”.
América Latina también es parte de la expansión china. Entre el año 2000 y el 2022 el intercambio comercial se incrementó 35 veces, según datos de un artículo de BBC Mundo del 25 de abril del 2024. Esto se suma a inversiones del gigante asiático, en explotaciones mineras a lo largo del continente y en proyectos tácticos y trascendentales como el canal de Panamá. Ya en la región son jugadores con voz propia y las dudas no pueden ser mejor expresadas que en el título de un artículo de la revista de la CEPAL en su edición número 135: “América Latina y China: ¿dependencia o beneficio mutuo?”.
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Con Rusia tendemos a ver al antiguo imperio soviético como sinónimo de Vladimir Putin y viceversa, pero es mucho más que eso. Sin dudas el liderazgo de Putin ha sido clave en las actuales posiciones de Rusia, pero no es más que el reflejo del deseo de las elites de dicho país, que por siglos han sido auténticas devoradoras de territorios y basan su poder en la expansión. Esa voracidad les proporciona una enorme capacidad en recursos naturales. Sin embargo, la impresión de ser “demasiado grandes para fallar” termina llevando a los demás a temer por su desintegración. Eso sería catastrófico para casi todo el planeta, si sucede.
Además, la actual Rusia abraza la tesis del eurasianismo, tesis de Alexander Dugin quien, es a su vez, uno de los principales asesores de Putin. Dugin expresa que:
“Ante todo, el eurasianismo no es fruto ni de un mero acuerdo entre países, ni de una política pública improvisada, ni de un delirio intelectual, sino que responde a una serie de imperativos geográficos y geopolíticos de largo recorrido y, por ese motivo, muy arraigados en el tiempo y en el espacio”.
Dugin hace especial énfasis en el territorio y la posición geográfica y ve a la cultura rusa totalmente contrapuesta a la cultura europea de quien, según él, se deriva la identidad estadounidense. Es decir, la Rusia imperial, mira al mundo occidental como el enemigo a vencer, menudo problema el que tenemos, pues esto en manos del liderazgo de un país sin armas nucleares no sería más que una expresión filosófica, sin posibilidades de convertirse en realidades políticas. El contexto actual nos indica lo contrario.
Bajo este concepto, Rusia también se expande por el mundo, tomando control de países africanos enteros a través de su poder militar desconcentrado expresado a través de la corporación multidisciplinaria de mercenarios, agrupados en el grupo Wagner. Malí, Burkina Faso, Mozambique, entre otros, son ahora parte de su haber en África y, con dicha influencia, controla importantes yacimientos de recursos naturales claves como uranio, oro y litio entre otros. Aún en medio del conflicto con Ucrania, Rusia ha conseguido avanzar en su hegemonía e imponer su estilo y narrativa dentro de dichos territorios.
En América latina, los rusos han aterrizado con fuerza en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Trío de países que se declaran de izquierda y a su vez, enemigos acérrimos del “imperialismo norteamericano”. Los tres han desarrollado su poderío militar y sus capacidades para la guerra electrónica. Estos países son, sin duda, frentes determinantes de la influencia de Putin, pero podrían ser considerados como fichas de cambio con los Estados Unidos en caso de ser necesario.
El otro medio de penetración ruso son sus medios de comunicación globales que constantemente transmiten “verdades alternativas” o teorías políticas conspirativas, todo con el objetivo preciso de derrumbar a la democracia liberal como sistema aceptado en occidente. No hay que olvidar que con el final de la Guerra Fría, la democracia liberal surgió como vencedora y por tanto, se convierte en el enemigo a derrotar, pues más allá de ver a Europa o Estados Unidos como enemigos, la verdadera enemiga de Rusia es nuestra cultura occidental.
Estados Unidos es la potencia global a derrotar por chinos y rusos. Luce inalterada frente a ese panorama y ha entrado en un estado de inmovilidad sólo visto en los años previos a la Primera y Segunda Guerra Mundial. La población estadounidense, principalmente los jóvenes, experimentan una profunda aversión al involucramiento en conflictos armados en el extranjero. Y es que entramos en una época de enfrentamientos imposibles de ganar… Los estadounidenses han sido efectivos en las guerras contra otros Estados, pero no en las guerras de guerrillas como lo afirmó el Profesor Dominic Tierney. Esto ha llevado a la sensación de que es mejor no exhibir el poder militar.
El problema con la disminución de las intervenciones militares de los Estados Unidos es que no se vislumbra un método alternativo claro, que les garanticen sus ejes de poder. Los métodos basados en guerras económicas son cada vez más ineficaces y la interconexión económica global los obligan incluso a echar atrás en sanciones como fue el caso venezolano.
No debemos olvidar, que tras la invasión a Ucrania, se devino una crisis en el abastecimiento de petróleo, por lo que los americanos corrieron a negociar con el régimen chavista para poder estabilizar el mercado. De igual forma, incluso enemigos pequeños como Ortega, son capaces de enviarles miles de migrantes de África y Asia a su frontera sur, intentando de esta forma influir en la política interna de Estado Unidos sin enfrentar ninguna consecuencia.
Los socios de China y Rusia en el mundo están convencidos de que Estados Unidos es hoy en día una potencia de poder menguante, y que no es capaz de mantener sus áreas de influencia, por lo que les resulta más rentable asociarse con quienes, ellos creen, les brinda protección económica y militar de futuro.
Si los estadounidenses no reaccionan pronto, los vaticinios de poder decreciente se harán realidad y arrastrarán a Europa al mismo fenómeno atenuante de influencia. Se tiene que entender que lo que se libra en el mundo hoy es una batalla por mantener nuestro estilo de vida en democracia liberal, en valores de libertad occidentales. Las alternativas de la acera de enfrente son regímenes que privilegian la anulación de las libertades y perpetúan el poder en manos de los que tienen más fuerza y no más intelecto por lo que, inexorablemente, corremos el riesgo de estar entrando a un nuevo oscurantismo.
ESCRIBE
Eliseo Núñez
Abogado con más de 20 años de carrera, participa en política desde hace 34 años sosteniendo valores ideológicos liberales.