Cadáveres en el limbo:
la odisea de repatriar
a los nicaragüenses
que se ahogan
en el Río Bravo

Entre marzo y julio de 2022 han fallecido 35 migrantes nicas en su intento por cruzar hacia Estados Unidos, huyendo de una Nicaragua sumida en la crisis política y económica. Muchos se han ahogado en el Río Bravo, a solo un paso de pisar suelo estadounidense. Lo peor llega después del deceso, con la repatriación de los cadáveres que se pudren en morgues de México y Estados Unidos. El trámite puede llevar meses y alargar el duelo de las familias que, desesperadas, buscan conseguir dinero para pagarlo, ante la indolencia de los cónsules de los Ortega-Murillo

Cadáveres en el limbo: la odisea de repatriar a los nicaragüenses que se ahogan en el Río Bravo

Cadáveres en el limbo:
la odisea de repatriar
a los nicaragüenses
que se ahogan
en el Río Bravo

Entre marzo y julio de 2022 han fallecido 35 migrantes nicas en su intento por cruzar hacia Estados Unidos, huyendo de una Nicaragua sumida en la crisis política y económica. Muchos se han ahogado en el Río Bravo, a solo un paso de pisar suelo estadounidense. Lo peor llega después del deceso, con la repatriación de los cadáveres que se pudren en morgues de México y Estados Unidos. El trámite puede llevar meses y alargar el duelo de las familias que, desesperadas, buscan conseguir dinero para pagarlo, ante la indolencia de los cónsules de los Ortega-Murillo

Franklin Villavicencio

Ciudad de México, México

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15 de agosto 2022

El ahogamiento por sumersión es una agonía que dura entre uno y dos minutos, los suficientes para sentir como si tuvieras lava en el pecho. Cuando te estás hundiendo, todo tu cuerpo te pide patalear. Cada palmo busca desesperadamente el oxígeno, eso que en la superficie pasa tan desapercibido. Al no acceder a él, llega el pánico. Tratás de cerrar la garganta, pero este reflejo no puede prolongarse. La faringe se desbloquea y entran bocanadas de agua que inunda los pulmones.

Luego, llega la calma. Todo cede. Dejás de patalear.

La privación de oxígeno provoca la pérdida de la conciencia, culminando con un paro cardíaco y muerte cerebral.

La principal razón de muerte de los nicaragüenses migrantes que cruzan hacia Estados Unidos ha sido el ahogamiento por sumersión en el Río Bravo. De 35 nicaragüenses fallecidos en el periplo, 21 de ellos se han hundido en las aguas de este río. Y eso no es lo peor…

Si se logran recuperar los cuerpos del río, se inicia una verdadera y nueva odisea para repatriarlos. Se guardan en las morgues, muchos de ellos en un alto estado de descomposición; otros hinchados, porque puede que aparezcan varias semanas después de haber fallecido. Hasta la fecha, cuatro cuerpos de nicaragüenses esperan su repatriación a Nicaragua en la morgue de Laredo, Texas. Uno de ellos es el de Lester Castillo, de 28 años, quien se hundió el 26 de mayo al cruzar el Río Bravo tras la huida de una Nicaragua, donde se quedó sin expectativas por la situación provocada por el régimen de Ortega-Murillo. Prometió volver en menos de un año. Se lo prometió a Josselyn, su pareja. “Un año no es nada”, le dijo. No quiso arriesgarse a viajar con ella y con los dos bebés mellizos que tienen en común. Deseaba recoger el suficiente dinero para volver, levantar una casa y trabajar su tierra. Pero la corriente del río ese día se tornó incontrolable. El grupo en el que iba llegó hasta una isleta, a un paso de cruzar. Pero en cuestión de segundos la corriente se tornó intensa.

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Cadáveres en el limbo: la odisea de repatriar a los nicaragüenses que se ahogan en el Río Bravo

Josselyn Sánchez recorre las calles de Boaco con una alcancía. Cada córdoba que sus vecinos ingresan en el recipiente metálico está destinado a que el cuerpo de su pareja, Lester Castillo, de 28 años, regrese a Nicaragua tras ahogarse el 26 de mayo en el Río Bravo. Necesita un total de 5,500 dólares para la funeraria, quienes son la única entidad que cuenta con la autorización de entregar los cuerpos.

Cadáveres en el limbo: la odisea de repatriar a los nicaragüenses que se ahogan en el Río Bravo

Mayo de 2022 fue un mes funesto para los migrantes nicaragüenses. Más de la mitad de las muertes —35 en total entre marzo y julio— sucedieron en ese mes. Algunos iban con familiares. Otros, como Lester, viajaban solos. Pero todos decidieron emprender esa ruta peligrosa asfixiados por la situación de Nicaragua. Desde julio de 2021, el mes en que el régimen Ortega-Murillo lanzó una nueva ofensiva de represión contra todas las personas que consideran opositoras, el número de migrantes que abandonan Nicaragua ha aumentado dramáticamente.

Solo en 2021, los nuevos solicitantes de asilo provenientes del país centroamericano sumaron un total de 111 mil 600,  según la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Ese éxodo de nicaragüenses en busca de asilo es el segundo mayor del mundo, superado solamente por los afganos (con 125 mil 600 solicitudes), que en ese mismo año sufrieron las consecuencias de la retirada de las tropas norteamericanas y la vuelta al poder de los talibanes a su país.

La represión acometida por el régimen de Nicaragua ha producido efectos colaterales que han empeorado las perspectivas de vida de muchos ciudadanos. Lester fue uno de ellos. Emprendió un viaje que le llevó a la muerte. Pero Josselyn tuvo noticia del fallecimiento dos meses después de que ocurriera, cuando funcionarios de Texas Nicaraguan Community, una organización de la sociedad civil que da seguimiento a los cadáveres fallecidos en la frontera, se contactaron con ella.

Antes de eso, Josselyn tenía la certeza de que su pareja cruzó, y que la nula comunicación con él se debía a que estaba detenido en migración. Se aferraba al mensaje que envió el coyote: “cruzado y entregado”. Pero el cuatro de julio supo que no era así, que su pareja se ahogó después de que la corriente del río incrementara. Esa información salió a la luz gracias al relato de una sobreviviente, que narró a Texas Nicaraguan Community su experiencia al cruzar el río. Los hechos fueron claves para dar con el paradero de los nicaragüenses fallecidos, pues se conocieron detalles de cómo era la vestimenta de cada uno de ellos, y, en otros casos, nombres. Fue la primera pista para reconocer a Lester entre los muertos.

“Cuando me contaron y me dieron la noticia no lo creía”, relata Josselyn desde Boaco. Atendió nuestra llamada después de recorrer las calles de la ciudad con la alcancía para repatriar a su pareja. Josselyn sale de casa dos veces al día: en la mañana y en la noche. La situación la obliga a salir a las calles y pedir ayuda.

La represión acometida por el régimen de Nicaragua ha producido efectos colaterales que han empeorado las perspectivas de vida de muchos ciudadanos. Lester fue uno de ellos. Emprendió un viaje que le llevó a la muerte. Pero Josselyn tuvo noticia del fallecimiento dos meses después de que ocurriera, cuando funcionarios de Texas Nicaraguan Community, una organización de la sociedad civil que da seguimiento a los cadáveres fallecidos en la frontera, se contactaron con ella.

Antes de eso, Josselyn tenía la certeza de que su pareja cruzó, y que la nula comunicación con él se debía a que estaba detenido en migración. Se aferraba al mensaje que envió el coyote: “cruzado y entregado”. Pero el cuatro de julio supo que no era así, que su pareja se ahogó después de que la corriente del río incrementara. Esa información salió a la luz gracias al relato de una sobreviviente, que narró a Texas Nicaraguan Community su experiencia al cruzar el río. Los hechos fueron claves para dar con el paradero de los nicaragüenses fallecidos, pues se conocieron detalles de cómo era la vestimenta de cada uno de ellos, y, en otros casos, nombres. Fue la primera pista para reconocer a Lester entre los muertos.

“Cuando me contaron y me dieron la noticia no lo creía”, relata Josselyn desde Boaco. Atendió nuestra llamada después de recorrer las calles de la ciudad con la alcancía para repatriar a su pareja. Josselyn sale de casa dos veces al día: en la mañana y en la noche. La situación la obliga a salir a las calles y pedir ayuda.

Cadáveres en el limbo: la odisea de repatriar a los nicaragüenses que se ahogan en el Río Bravo

Antes de saberlo, la organización que la contactó recopiló todas las pistas posibles. Para llegar a esos niveles de fiabilidad, los voluntarios realizan procesos de investigación en el terreno. Quienes recogen los cuerpos son las funerarias que trabajan a los alrededores, que a su vez los entregan a las morgues de Estados Unidos. En el caso de Lester, la descripción que brindó la funeraria calzó con el testimonio de la sobreviviente. Así supieron que estaba en la morgue de Laredo.

Cuando una persona migrante fallece del lado mexicano, el trámite es más rápido. Los familiares pueden reconocer a sus difuntos a través de una reunión virtual con los fiscales. “Es duro decirlo, pero ser encontrado en suelo mexicano es una suerte”, asegura una fuente de Texas Nicaraguan Community que pidió el anonimato. Solicitó que no mencionemos su nombre porque, –asegura– el trabajo de los voluntarios es anónimo. Trabajar con las funerarias es riesgoso, debido a que muchas de ellas están ligadas al crimen organizado. El tiempo les ha enseñado a identificar las más fiables.

La repatriación es una carrera a contrarreloj en la que se necesitan —como en el caso de Lester que está en suelo estadounidense— 5,500 dólares y mucha paciencia. Si es desde México, el costo es de 3,500, aproximadamente. La fuente recalca que es importante decirlo, porque muchas funerarias del norte mexicano han llegado a pedir hasta 7 mil dólares por entregar los cuerpos que recogen. Muchas, según la fuente, son verdaderas “mafias”. Antes de que ambas organizaciones se enfocaran en ambos lados de la frontera, el estado de los cadáveres era más crítico. Pasaban, incluso, más de cinco meses a la espera de la repatriación, lo que aumentaba el estado de descomposición. Las funerarias tampoco les daban el tratamiento adecuado. A partir de febrero de 2022, cuando las oenegés se enfocaron en dicha tarea, los tiempos se acortaron a entre nueve y quince días, si los familiares los reconocían.

Josselyn tendrá que esperar al menos dos meses más para velar a su esposo. La burocracia de la morgue de Laredo, en el estado de Houston, y la lentitud del consulado nicaragüense, que debe tramitar la aprobación, se reparten la responsabilidad de esta larga espera y agravan su duelo.

Organizaciones como Texas Nicaraguan Community y Nicaragüenses en México —otra que realiza los trámites en dicho país— han estrechado relaciones de cooperación con las autoridades de los Estados del norte mexicano. Es un vínculo de interés mutuo. Los fiscales tienen una necesidad de acortar los tiempos de los cuerpos en las funerarias, y lo han logrado gracias a esta “alianza” con la sociedad civil. Esta disposición de las autoridades da pie para que el trámite avance con el reconocimiento de los familiares, sin la intermediación del consulado, que solo es necesario al final del proceso para brindar la oportuna autorización para repatriar cadáveres.

Por ello, la fuente migratoria reitera que es una suerte caer en suelo mexicano. Una suerte que define, en realidad, la poderosa corriente del río.

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Cadáveres en el limbo: la odisea de repatriar a los nicaragüenses que se ahogan en el Río Bravo

En este instante, miles como Lester, siguen recorriendo su misma ruta. Consiste en salir en grupos hacia Guatemala, cruzar el norte centroamericano con la facilidad de movimiento que brinda el CA-4 –el tratado entre Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua que no requiere visado– para luego cruzar juntos a México, país en el que pasarán casi un mes entre refugios, puestos migratorios y caminos peligrosos. A medida que se internan en el inmenso territorio mexicano, crecen los peligros en un escenario donde los migrantes son, en la mayoría de los casos, extorsionados y robados por el crimen organizado.

“México es, en realidad, una ruta de paso para los migrantes nicaragüenses. Son muy pocos los que se terminan quedando. Los patrones que hemos visto nos han dejado claro que el cruce hacia acá es con coyotes, y eso aumenta muchísimo los peligros de estas personas en el camino”, relata Camila en un café de la Ciudad de México. También es nicaragüense y una de las integrantes de Nicaragüenses en México, quienes se dedicaban a asesorar a los solicitantes de refugio en este país, pero desde febrero se han encargado también de hacer los trámites de repatriación. Camila pide que no mencionemos su nombre verdadero porque prefiere que su trabajo se mantenga en bajo perfil, sin reflectores. Accede a hablar bajo esta condición.

Cuando le ha tocado realizar una repatriación desde suelo mexicano, Camila ha estado en las reuniones de reconocimiento que organizan con el fiscal a cargo y dos miembros de la familia. Este es un paso esencial, y es también el primer golpe de realidad para los familiares. Durante la sesión, miran fotografías de los fallecidos que esperan a ser reconocidos en una funeraria local, subcontratadas por la Fiscalía ante la falta de morgues estatales porque son inexistentes. Las fotos suelen ser de perfil. Si no existe consenso en el reconocimiento, se muestran señas particulares, tatuajes o cicatrices. Si incluso con eso no se logra establecer una conexión, la última opción es solicitar las huellas del difunto a Gobernación de Nicaragua.

“Es difícil porque (en la reunión de reconocimiento) sí te agarra la emoción de que querés llorar con la familia. Ves que se quiebran, que hay más familiares callados al fondo, pero quienes estamos allí tenemos que mantener la compostura y hacer nuestro trabajo”, relata Camila. La exposición tan directa con la muerte genera resistencia hacia ella, que uno pierda el miedo y la sensibilidad. Esto, principalmente, le preocupa mucho, porque considera que puede alterar la salud mental a largo plazo.

“Tuvimos, en los meses de mayo y junio, nueve casos simultáneos. Es muy difícil manejar una cantidad de este tipo. El equipo no supera las diez personas para hacer este acompañamiento. Si no tenés el control, podés terminar haciéndole daño a la familia. Es muy difícil porque en cada reunión se pierde la última esperanza de la familia de que estuvieran vivos. Aunque uno los llame y diga que se encontró un cuerpo que tiene tales y tales características, hasta que no se brinde la última seña particular, ellos tienen las esperanzas”, cuenta Camila.

Después de que un cuerpo ha sido reconocido, inicia todo el papeleo para la repatriación. Las autoridades y las funerarias pueden iniciar con las actas de defunción escaneadas, hasta que las familias logran enviar la documentación original del fallecido vía correo postal. Esta “apertura” nació a través del trabajo conjunto de estas organizaciones de la sociedad civil y las autoridades mexicanas, quienes confían en el trabajo de ambas oenegés.

“Por eso fue la razón por la que nosotros entramos de lleno a esta problemática. Los cuerpos estaban desaparecidos. Si un fallecido queda en el estado de Coahuila, lo máximo ahora son quince días (para la repatriación). Antes, muchos cuerpos superaban los tiempos e iban a una fosa común”, explica la integrante de Nicaragüenses en México.

Texas Nicaraguan Community ha informado que hay cuatro cuerpos en la morgue de Laredo, Texas, a la espera de ser repatriados. En este lugar solo reconocen como interlocutor del trámite al consulado nicaragüense en Houston. Por ello, no existe una comunicación como la que suelen tener con las autoridades mexicanas. Uno de los cuerpos que permanece en Laredo es el de Lester. Los otros son Kelvin Antonio Torres Medina, reportado desde el 27 de mayo; José Antonio García Ramírez, ahogado el 26 de mayo y reportado desde el 27 de junio; y Melvin Alexander Zelaya Hurtado, ahogado el 26 de mayo y reportado el 29 de junio.

Cadáveres en el limbo: la odisea de repatriar a los nicaragüenses que se ahogan en el Río Bravo

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En la casa de Josselyn corretean dos mellizos de dos años que crecerán sin su padre. Hoy están muy pequeños para entender por qué su mamá sale dos veces al día a recorrer las calles con una alcancía. Mientras la mujer sostiene el teléfono y brinda una entrevista, a lo lejos se escuchan las voces de los bebés muy absortos en los juegos de la infancia. 

“Él quería comprar un terreno, hacer una casa, que en un futuro sus hijos no lo vieran migrando. Yo le dije que me iba a ir con él, me dijo que ese viaje era muy peligroso y cansado. Me dijo que jamás iba a arriesgar a los niños a un viaje como ese. Ni a ellos ni a mí”, relata Josselyn. 

La última promesa de Lester fue que iba a regresar a Nicaragua un año después del día en que partió. El 23 de abril salió de Boaco hasta Managua, la capital, solo con una mochila y la convicción de pasar un año trabajando duro para volver con mucho dinero, comprar un terreno en su ciudad natal, labrar la tierra y construir una casita en la que su familia pudiera vivir. 

Lester emigró hacia los Estados Unidos cuando se dio cuenta que en Costa Rica la situación económica no estaba bien, debido en parte a la sobresaturación de exiliados y la crisis de empleo que dejó la pandemia de Covid-19. El año pasado trabajó durante temporada en cortes de caña y mano de obra, pero el dinero que obtuvo no fue suficiente para sostener a su familia desde el suelo tico.

“Yo le decía no te vayas, y él me decía confía en mí, todo va a salir bien y, antes, me dijo que no me afligiera, que le cuidara a los niños, que iba regresar, que nos íbamos a estar viéndonos en videollamada todos los días, que el tiempo pasaba súper rápido. Un año no es nada, me decía. Si yo recojo rápido lo de la casa me vengo en nueve meses o en cuanto lo tenga, me decía él, porque sabía que me tocaba duro con el cuidado de los niños”, dice con calma Josselyn. Su voz es pausada, llena de cansancio debido a los esfuerzos para recoger el dinero que le garantice el retorno del cuerpo de su pareja.

“Nos dicen que el proceso es lento y que hay que tener paciencia. Solo eso nos ha quedado, la paciencia”, agrega.