Vamos con un café ligero y muchas prisas para llegar a Boyacá a las nueve en punto. Son las cinco y media y hemos quedado allí, en el valle de Tenza, para un día lleno de entrevistas, con el tiempo medido. Salir de la capital de Colombia en automóvil puede demorarse hasta dos horas. Ni el servicio de buses Transmilenio ni las políticas ambientales han relajado ese atasco permanente de Bogotá. No tardamos en encontrar la primera fila de carros que nos detiene. Estamos embotellados, aunque avanzamos, eso sí, muy despacio. El conductor respira profundo y dice: “Bueno, la mañana solo acaba de empezar”, y uno se arrellana en el asiento y copia su respiración, aferrado a que lo mejor de todo es eso, que avanzamos, lentamente.
En el ambiente, estos días, reina una aparente calma tensa, o más bien cautela. Esa es la palabra con la que parecen expresar las colombianas y colombianos cualquier opinión o pronóstico sobre los acontecimientos que vendrán. Y ahora, el acontecimiento, es Gustavo Petro que, tras apenas dos meses en el gobierno, ha remecido algunos pilares fundamentales que cuestionan a la población colombiana en su conjunto para que tome una decisión: “¿Cómo no matarnos?”, preguntó el flamante presidente en su discurso de investidura.
A su propuesta la llama la “paz total”, y significa limpiar las salpicaduras del trágico paréntesis del gobierno de Duque, uno de los peor valorados en la democracia de Colombia, y retomar la senda del diálogo con los múltiples grupos armados que no se acogieron al anterior proceso de paz, impulsado por el expresidente Juan Manuel Santos, en 2016. Hasta el momento, más de una veintena de esos grupos han respondido positivamente al llamado. Pero el más predominante, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), ya ha advertido que las bases del anterior pacto alcanzado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) no les sirven. No se sabe muy bien si se refiere al tema de la justicia transicional, los beneficios jurídicos, o los que afectan a la tierra.
Lo que es seguro es que la paz en Colombia enlaza estrechamente con otros desafíos que el país debe encarar. Y no podrá hacerlo solo. Hasta ahora los ensayos de prueba y error han fracasado al enfrentar el narcotráfico, la crisis de la vecina Venezuela, o las reformas agrarias. Petro quiere encararlos, con otro ensayo. Por qué no probar a acabar con la prohibición del narcotráfico, restituir los derechos de los pueblos indígenas y afrodescendientes, así como de los campesinos a los que la violencia dejó sin tierras, y proteger con coherencia el medioambiente, y en particular, la joya del Amazonas. A todo ello se suma la promesa de revisar el subsidio a la gasolina para bajar la inflación, o el intrincado sistema de salud colombiano que descansa en aseguradoras privadas y que ahora se plantea que sea más público y universal.
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La ruta es ambiciosa, y como el mismo Petro ha asegurado, requiere de mucha más participación y democracia. Acabar con un statu quo de violencia y desigualdad supone mucho más que palabras, algunas hermosas y otras con exceso de grandilocuencia o tintes de sermón moral, con el que Petro adorna sus discursos. En estos desafíos, desde hace años, el país parece embotellado y, sin embargo, algo se mueve con cautela, un legado que han dejado los casi sesenta años que este país lleva en conflicto, el más largo de América.
Se reabren los puentes
Al momento de empezar este artículo, en la frontera colombo-venezolana de Cúcuta y Táchira, se volvían a abrir, tras siete años de cierre, los puentes que unen los dos países. Fue una de las promesas de Petro y allí se presentó, el pasado 26 de septiembre, para ser testigo del paso de los primeros camiones de carga. Un gesto que no tuvo correspondencia de Nicolás Maduro, puesto que no apareció, aunque sí envió a dos ministros. Fue Maduro quien, en 2015, tras la deportación de 1,500 colombianos, provocó el retorno de decenas de miles de compatriotas. Muchas de aquellas personas, como pudimos comprobar durante estos años, habían crecido en Venezuela, por lo que volvían a un lugar casi desconocido. La población venezolana en Colombia creció hasta los 2 millones. La apertura de los puentes es un gesto lleno de simbolismo, no solo como mensaje a Venezuela sino al interior de Colombia.
“La paz total”
En sus dos intervenciones recientes más importantes, el discurso de toma de posesión en agosto, y ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en septiembre, Petro ha repetido algunos de los pilares de un decálogo de compromisos expresado en el primero de ellos. De hecho, en la ONU insertó pasajes íntegros del anterior.
El principal objetivo es la “paz total”. Se trata de una oferta abierta. Iba a decir definitiva, pero para un país bregado en procesos de paz, “la paz no entiende de últimas oportunidades”. Copio la expresión de un experto en el conflicto y la búsqueda de la paz, Camilo González Posso, exministro de Salud y, actualmente, al frente del instituto Indepaz, desde el que también hace recuento de la dura realidad. A pesar del nuevo tiempo, solo en este año 2022, ha habido 83 masacres y se han asesinado a 137 líderes sociales y defensores de los derechos humanos, además a 34 firmantes de los acuerdos de paz, incluyendo excombatientes de las FARC.
Si en 2016, la oposición a los diálogos fue más encarnizada de lo que se esperaba fuera de Colombia, la impresión general es que ahora, el país tiene asumido que es el único camino. “Tenemos que hablar de cómo no matarnos”, insistió Petro. Y algo que ha calado hondo en esta nueva percepción ha sido la publicación del informe de La Comisión de la Verdad. Un trabajo a fondo que ha recogido el dolor del conflicto entre los años 1958 y 2016. Su importancia radica en la metodología concienzuda y participativa de víctimas y victimarios, y de que fue fruto del diálogo de paz de 2016. Refleja una complejidad y magnitud del conflicto que, aunque se conocía, no contaba con los suficientes ojos y oídos abiertos dispuestos a mirar de frente y escuchar en silencio el testimonio de tantas y tan variadas víctimas que suman alrededor de 9 millones de personas, incluyendo más de 121 mil desaparecidos y de 50 mil secuestrados.
¿Qué esperar ahora? En un análisis de González Posso sobre los efectos de la desmovilización que ha acompañado a los procesos de paz, señaló que, con la desmovilización de algunos paramilitares en el período de Uribe, y con la de las FARC, en el de Santos, se observó una disminución a corto plazo de hechos violentos. Pero ahora, las zonas que dejaron las FARC las ocupa el ELN, principalmente, así como las llamadas “disidencias” de las FARC, que no quisieron aceptar el diálogo, y decenas de otros grupos paramilitares y de diferente signo que conforman el entramado de la criminalidad en Colombia.
Sin embargo, los puentes se han reabierto para el diálogo, y con la cautela de un país acostumbrado a hablar de paz mientras se mata, hay que esperar el resultado de este proceso que parece de ensayo y error.
En los días previos a la apertura de los puentes entre Cúcuta y Táchira, un equipo del diario El Espectador, pudo comprobar cómo grupos armados, como el ELN o el Tren de Aragua, se disputan el control de aquellas zonas. De hecho, los periodistas fueron retenidos durante horas por miembros de uno de esos grupos, algunos eran niños de unos 14 años. Donde no está el Estado, toman el control grupos armados. Y, a veces, como pudieron constatar esos periodistas, la gente los prefiere, porque son los que les permiten pasar por trochas irregulares sin tener que pasar por los controles fronterizos. Queda por ver si con la reapertura de los puentes, mengua el impacto de esos grupos.
En otra zona, quizá una de las más olvidadas del país, el Chocó, que llega hasta la selva del Darién, los ríos se disputan entre los grupos rivales del ELN y de las Agc. El ELN sufrió bajas importantes en los años 2020 y 2021, con la muerte de varios de sus líderes históricos. Ahora, en espera de sentarse a negociar con el gobierno, ya ha llegado a acuerdos bilaterales con las fuerzas militares para el cese de hostilidades. Sin embargo, su enfrentamiento con los paramilitares de las Agc sigue abierto. Si aquellos se van, serán estos los que controlen el negocio, que al final depende de quien tenga las armas más grandes y de quien pague más. Se dice que algunos de los integrantes de los “paras” eran de las FARC lo que indica una vuelta de tuerca que sólo se explica por la violencia.
Legalización del narcotráfico y protección del Amazonas
La “paz total” requiere un consenso en la forma de abordar el narcotráfico. Y a ello dedicó Petro los casi 20 minutos de su discurso en la ONU. Su propuesta de eliminar la prohibición es la consecuencia lógica de los nefastos resultados de la “guerra contra la droga”, un ensayo y error liderado por Estados Unidos, desde la década de los setenta. Petro pidió asumir “el fracaso de esa guerra”, y probar otras alternativas, un cambio de paradigma. De hecho, recriminó a los países ricos su hipocresía al culpabilizar a los campesinos y los países que producen la coca para tapar así su “enfermedad de soledad y adicción al consumo”.
Petro suele incluir, implícita o explícitamente, referencias a su autor favorito, García Márquez, y a Cien años de soledad. En la ONU, sin embargo, tachó algunas que llevaba preparadas. Pero sí las utilizó en el de la toma de posesión. En concreto, la frase del final de la obra cumbre de Gabo, sobre las generaciones que no tienen una segunda oportunidad. Petro recordó un encuentro con una niña de una población indígena para reclamar su derecho a la segunda oportunidad.
La escritora Laura Restrepo, en unas declaraciones para DIVERGENTES, cree que “no hay que valorar a Petro en cuanto a resultados concretos a corto plazo, algo que puede generar escepticismo, sino como parte de una dinámica hacia la justica social y de una experiencia acumulada por más de 40 años de negociaciones de paz”. Restrepo militó, desde el periodismo, en el extinto M-19, una guerrilla, a la que también perteneció Petro, que atrajo a varios intelectuales y se disolvió tras los diálogos de paz, en 1990, en el que Restrepo también participó.
Para Laura Restrepo uno de los aspectos más elogiables del programa de Petro es el del convencimiento de que el Amazonas colombiano debe preservarse. Se trata de un modelo en claro contraste con la política de Bolsonaro, en Brasil, quien expresó reiteradamente que la gestión de la selva de su territorio es competencia únicamente de Brasil, olvidando que se trata de un pulmón de la humanidad.
Por esa razón, Petro insistió ante la ONU que la política de fumigar con glifosato los cultivos de coca que se dan en esa zona no puede ser el camino. Señaló la hipocresía de los países del Norte en cuanto a mensajes sobre la protección del medioambiente mientras que envenenan las tierras y la población de la selva.
“Destruir la selva del Amazonas es algo que decidieron otros países y negociantes. No oyeron la voz de la ciencia. Para esos, la selva y sus habitantes son los culpables. Persiguen las plantas y nos piden más petróleo y carbón para calmar su otra adicción, la del consumo, poder y dinero”, insistió Petro.
La participación de los pueblos autóctonos en la conservación del Amazonas es precisamente un elemento clave en la mira del plan de Petro. Al cierre de este artículo, Colombia ratificó el Acuerdo de Escazú, un compromiso regional para facilitar el acceso a la información, la participación y la justicia ambiental. En la práctica, se trata de proteger no sólo al medioambiente sino a los que defienden el medioambiente en sus comunidades que, en Colombia, significa jugarse la vida (más de 30 asesinados el pasado año por ese motivo).
Otro objetivo es el de la reordenación del resto del territorio cultivable, azotado por invasiones ilegales e intereses del narcotráfico. Se quiere emprender una titulación masiva (que aspira a 3 millones de hectáreas) para las poblaciones indígenas y afro, y para los campesinos a los que se las arrebató la violencia. Es un compromiso de los acuerdos de paz. Sin embargo, se están produciendo invasiones de diferentes grupos cuyo objetivo parece tensionar la situación y obligar al uso de la fuerza. Pero el gobierno está titulando cientos de miles de hectáreas, en una primera fase que culminará en noviembre. Todo parece que va lento, pero en realidad ha ido más rápido de lo acostumbrado.
¿Y si quitamos el subsidio a la gasolina? “Haga usted la cuenta”
Ahí va otra de las preguntas que Petro envió al Congreso y al país entero. “¿Vale la pena subsidiar la gasolina por 40 billones cuando la tasa de mortalidad infantil por desnutrición se duplica?” Una pareja de bogotanos jubilados dice: “Le va dar más tierras a los guerrilleros, no va a subir la gasolina y nos quitará los seguros de salud”. Acaban de volver de Europa luego de visitar a sus hijos, establecidos hace décadas allá. Y es que el subsidio a la gasolina que se impuso en Colombia en 1995, para evitar el contrabando y la fluctuación de precios, también ha hecho que sea el tercer país con el galón de combustible más barato en la región. Pero al mismo tiempo, a partir especialmente de 2007, ese subsidio causa la mitad de toda la inflación de Colombia.
En algunas zonas de cultivo, la gasolina también se utiliza para la elaboración de la pasta base de la cocaína. Antes de la pandemia, en una visita a zonas aledañas al municipio de Tumaco, en diálogo con un campesino de la zona, este nos comentó: “Mire, acá el gobierno ha venido con ofertas y ayudas para cultivar cacao, por ejemplo. Pero por una libra de cacao yo le gano 7 mil pesos, por una libra de pasta coca 1 millón de pesos, haga usted la cuenta”.
Si antes sólo vendían la hoja, ahora los campesinos suelen producir también la pasta base, con una relativa y sencilla elaboración, lo que incrementa el valor de compra. En algunas zonas de cultivo, se estima que el 6% de toda la gasolina se utiliza para la producción de pasta para cocaína. En Boyacá, el departamento al que nos dirigimos esta mañana, hubo un grupo numeroso de campesinos que decidió, hace una década, optar por el cultivo lícito del cacao y convirtieron sus tierras, en esta espléndida zona del país, en una zona libre de coca.
Que la gasolina suba de precio puede llevar a consecuencias para las que no parece haber un plan integral de reducción de su impacto, en estos momentos. Sería otro ensayo de prueba y error. “Vamos a ver, vamos a ver”, nos previene el día anterior, la mujer que regenta una pequeña venta de café en la carrera séptima de Bogotá, que cruza el centro histórico hasta el palacio presidencial de Nariño.
“La segunda oportunidad”
“Aquí ando con escolta”, nos dice un amigo, servidor público en la región fronteriza de Arauca, con el que nos encontramos. Gestiona un proyecto con financiación de la cooperación internacional. Es cuantioso, por lo que, en cuanto llegó a oídos de los grupos que allí operan, lo amenazaron. “Todo es así, aunque no tengas dinero, si se sabe que gestionas plata, no estás a salvo”. Y en realidad, a Colombia, le queda un largo camino para estar a salvo. Acabar con las dinámicas de un conflicto tan largo, no se consigue solo con gestos ni palabras. Lo increíble es que parece que algunas cosas se mueven.
Otros huesos a los que el gobierno de Petro quiere llegar a tocar son la salud pública y universal, y hasta la recuperación del patrimonio histórico que anda desperdigado en consulados y colecciones privadas. No en vano, se trajo en el avión, de regreso de la cumbre de la ONU, más de 200 piezas, principalmente precolombinas, para su análisis y catálogo.
Y todo esto, da vértigo pensarlo, ha sucedido tan solo desde que inició Petro su mandato, el pasado 7 de agosto.
Cuando uno entra en el valle de Tenza, en Boyacá, donde nos esperan, tras varias horas de tráfico denso y carreteras sinuosas, es fácil comprender por qué este país, como dijo Petro, en la ONU, inspirándose en García Márquez, es el “de todas las magias, y uno de los tres más bellos del mundo”. El verdor consuela la mirada de las prisas, las nubes cortan las montañas en su mitad, fatigadas por no poder alcanzar sus cumbres, lo que hace que uno contemple una especie de doble cielo, muy cerca de la tierra. Pronto, la lluvia cerrará la cortina del horizonte. No se puede olvidar que esta belleza ha convivido demasiado tiempo con la muerte. Y ahora Colombia se pregunta: “¿Cómo no matarnos?”
Por supuesto, algunos gestos de Petro generan inquietud, como su política internacional, donde aún no está claro qué postura real tomará ante un mundo que camina hacia la locura de la violencia y el autoritarismo que se extiende a otros países de la región. En una columna reciente, Héctor Abad Faciolince comentaba con preocupación las manifestaciones de Putin en las que tildaba a Colombia de un potencial socio estratégico. Antes, Colombia reconoció un error de cálculo en un intento de diálogo con el régimen nicaragüense. Pero para otras voces, como las de Laura Restrepo, lo más interesante es que, “mientras el mundo está en una dinámica de guerra, como con respecto a Ucrania, donde ni siquiera se plantea una mesa de negociación, Colombia, en cambio, dialoga y se dirige hacia la paz”.
En los últimos días, comenzaron algunas manifestaciones de grupos conservadores en las calles, y también ha habido invasiones ilegales de tierras, “con la enorme diferencia, con respecto al gobierno anterior, de que no fueron reprimidos violentamente por la Policía”, señala Restrepo, como ejemplo de la nueva dinámica. El uribismo y otros liderazgos ultraconservadores estarán al acecho de cualquier traspiés de Petro.
¿Está Colombia a punto de lograr su nueva oportunidad para la paz? Sería sin duda una buena noticia para el mundo y no solo para este hermoso país hermano. Está por ver cómo funciona el ensayo y el error.
Al llegar a nuestra cita en Boyacá, nos damos cuenta de que hemos llegado sorprendentemente a tiempo, a pesar de que las retenciones y el tráfico no lo auguraban. Ahora nos preocupa que cumplamos toda la agenda planeada en zonas de difícil acceso. Pero, aunque parezca ya que hace mucho tiempo desde que nos despertamos, en realidad, aquí también, la mañana solo acaba de empezar.