Juan Diego Barberena

Juan-Diego Barberena
5 de junio 2024

Crisis en la sucesión de la dictadura Ortega-Murillo

Foto de archivo de EFE.

La dictadura Ortega-Murillo, desde hace ocho años, tiene trazada su línea de sucesión dinástica con Rosario Murillo como siguiente inmediata luego de Daniel Ortega, ante la ausencia de éste, independientemente del por qué no pueda continuar al frente del régimen político. Murillo ha trabajado incesantemente para garantizar su asunción sucesoria: ha excluido a los viejos cuadros del Frente Sandinista, ha concentrado en sus manos el control de la Policía, de la Asamblea Nacional, de las Secretarías políticas de varios departamentos y mantiene un control férreo sobre varios sectores. 

A lo anterior se le debe sumar que se ha perfilado a Laureano Ortega como el nuevo “chigüín”, es decir, como el sucesor de su padre o madre –creo que podría ser de esta segunda– para garantizar la continuidad de la dinastía. Ahora, lo han erigido como representante máximo del Secretario General del Frente Sandinista y como el principal representante de la política exterior de la dictadura. 

Sobre la sucesión se ha desatado, en las últimas semanas, a raíz de declaraciones del ahora reo de conciencia, Humberto Ortega, y de algunos analistas, un interesante debate alrededor de la viabilidad y garantía de que se materialice. Algunos argumentan la inviabilidad de esta, otros lo contrario: que la sucesión ya está en marcha y no hay capacidad de evitarla, primero Murillo y luego Laureano. No obstante, es importante acotar, que el hecho que la sucesión se llegue a materializar, no garantiza que esta sea viable y esté garantizada su estabilidad. 

Para sostener y demostrar la crisis de sucesión que vive la dictadura Ortega-Murillo quiero basarme primero en hechos de la historia política nicaragüense, y luego en las vulnerabilidades que el orteguismo sufre: 

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  1. A mediados de siglo XIX, la incipiente república nicaragüense vivió su primera gran crisis, agravada por la intervención filibustera, por los intentos infructuosos de Fruto Chamorro de reelegirse como Presidente de la República. Dicho sea de paso fue el último Jefe Supremo del Estado y el primer Presidente. 
  2. En 1893, Roberto Sacasa y Sarria, último presidente de la mal llamada República Conservadora, fue derrocado por la Revolución Liberal de José Santos Zelaya, ante su intento de reelegirse a pesar del impedimento constitucional existente en la Carta Magna de la época, lo que generó no solo la ruptura de la tradición de alternancia en el poder que instalaron los conservadores (evidentemente alternancia entre ellos), sino la manifestación de contradicciones internas. 
  3. Zelaya, tras promulgar en 1893, la Constitución más progresista en la historia de Nicaragua en ese momento, que además prohibía la reelección, se reeligió para sucesivos períodos lo que ocasionó una serie de inconformidades a lo interno del régimen político y que culminó con el derrocamiento de Zelaya por medio de la nota Knox.
  4. El más emblemático es quizá la dictadura somocista, que tras 42 años en el poder, y con una sucesión instalada que llevó al poder a tres miembros de la familia Somoza, fue derrocada por la Revolución sandinista tras años de desgaste del régimen, de lucha popular, y de pérdida de capacidad para suceder del último dictador. 

Estos cuatro hechos demuestran que las crisis de sucesión en nuestra historia surgen cuando los gobernantes de turnos pretenden perpetuarse o continuar perpetuándose en el poder, y cuando no tienen capacidad de suceder. Los cuatro casos terminaron en: uno en una guerra intervencionista y los otros tres en derrocamientos abruptos. Afortunadamente el pueblo de Nicaragua ha tomado la decisión, ante esta dictadura actual, de solucionar el conflicto por los cauces de la lucha no violenta. 

Además de estos datos, es importante incorporar la ausencia de fuentes de legitimidad que requiere la dictadura para poder viabilizar la sucesión, y esto en virtud de que todo proyecto político requiere de una base de apoyo determinada que no es la coerción, sino por el contrario alianzas que le permitan a la dictadura estabilidad mínima para la continuidad en el poder esta vez en el marco sucesorio. 

El somocismo mantuvo hasta 1972, una alianza con la oligarquía tradicional nicaragüense (similar a la que tuvo Ortega con el gran capital hasta 2018) que le permitió el ejercicio del poder con cierta holgura. Esa era una de sus fuentes de legitimidad. La dictadura Ortega-Murillo no tiene esa capacidad porque en su afán totalitario ha roto cualquier tipo de alianza que a mediano plazo le pudieron haber irradiado efectos.

La crisis interna en la estructura de la propia dictadura es otro de los elementos que reflejan la crisis de sucesión: la captura y disfuncionalidad del Poder Judicial, tras la intervención policial del mismo. Demuestran no solo las contradicciones en el régimen, sino también la ausencia de confianza en sus propios cuadros, pues a siete meses de haberse intervenido a la Corte Suprema de Justicia, aún no se nombran a nuevos magistrados en este tribunal ni en los fueros de segunda instancia. 

¿Puede tener viabilidad una sucesión dinástica de un régimen que ha perdido la capacidad de nombrar jueces útiles a sus fines de perpetuación? Yo considero que no, porque es un reflejo de la desconfianza absoluta que existe en el interior de la dictadura, y cuando la desconfianza política es tal, la persecución entre pares solo irá in crescendo, y esto aumentará los conflictos a lo interno. 

En la propia administración pública, la erosión y descomposición es manifiesta. Quienes conversamos con empleados y trabajadores públicos, sabemos que a diario las inconformidades son mayores: por el robo de la indemnización por antigüedad, el chantaje al que son sometidos por sus superiores, la persecución y vigilancia interna que sufren, y el desgarramiento familiar del que son víctimas producto de la migración masiva imputable al régimen. Este elemento también condiciona la posibilidad de una sucesión dinástica estable con cohesión y sustentación. 

Y, finalmente, no podemos dejar de mencionar, como un factor importante en la crisis de sucesión de la dictadura, el escenario internacional: el 28 de julio se llevarán a cabo elecciones en Venezuela donde todo parece indicar que el poder político estará en juego en virtud de que existen acuerdos políticos a gran escala global en los que juegan los Estados Unidos y China, con la intermediación de gobiernos de la región con importante influencia como Brasil y Colombia. Si el resultado electoral en Venezuela es adverso al chavismo, es indudable que ello tendrá efectos en Nicaragua no en el corto plazo, pero sí en el mediano por los entronques geoestratégicos que representa. 

En conclusión, el hecho que la sucesión dé como resultado que Rosario Murillo suba al poder, o bien Laureano Ortega, no explica ni quiere decir que esta se haga viable y que no será crítica… por el contrario es allí donde la crisis se manifestará aún más porque quedarán expuestas las ausencias de resorte de legitimidad, de cohesión y de confianza a lo interno que tampoco tiene Daniel Ortega, lo cual hace inviable a la tiranía en el mediano y largo plazo. 

No obstante, a pesar de la crisis, la dictadura no caerá sola y ante ello, ¿debemos hacer algo desde la oposición? La respuesta es simple: lo que debimos hacer desde hace mucho tiempo y por lo cual estamos en mora: convertirnos en un contrapoder, en una alternativa contraria a la tiranía, con apuestas y propuestas de cambio claras, con una narrativa plural e inclusiva para la disidencia del Frente Sandinista y con capacidad de interlocución  ante la comunidad internacional. Si no logra ese cometido la oposición prodemocrática, a pesar de la crisis sucesoria de la familia Ortega-Murillo, lo que se generaría es un recambio con otros actores dentro del régimen.

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Juan-Diego Barberena

Abogado, Maestrante en Derechos Humanos. Miembro del Consejo Político de la Unidad Nacional Azul y Blanco, y directivo de la Concertación Democrática Nicaragüense, conocida como Monteverde.