La carroza fúnebre con el sencillo ataúd que contenía el cuerpo de doña Violeta Barrios de Chamorro llegó poco antes del mediodía al Templo Votivo Santuario Nacional Sagrado Corazón de Jesús, en San José, ubicado a unos 300 metros de la embajada de Nicaragua en Costa Rica. Justo antes de que el sol fuese cubierto por las nubes cargadas de agua, habituales durante el invierno en el valle central tico. Hubo un profundo silencio cuando el féretro, cobijado con una bandera azul y blanco, fue colocado en la puerta principal de la iglesia, muy lejos de donde —se supone— debió haber sido enterrada la primera mujer electa presidenta de América y símbolo de la paz y la reconciliación de un país lastrado por una guerra fratricida: en su Nicaragua natal, y con honores de Estado… Sin embargo, ella murió en el exilio a los 95 años, después de batallar contra una prolongada enfermedad. Su sepelio fue aquí, en la capital tica, junto a sus hijos y familia desterrada por la dictadura nefasta de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Cristiana y Carlos Fernando Chamorro Barrios, dos de sus cuatro hijos, presidieron el funeral que, más que una misa de cuerpo presente, fue un sentido tributo del exilio en Costa Rica a esta mujer considerada una madre para los nicaragüenses, después de gobernar entre 1990 y 1997 bajo un contexto hostilísimo: un país en bancarrota en todos los sentidos por la guerra, la frustrada revolución sandinista, la Contra, el hambre y la miseria casi —por desgracia— endémica de nuestro país. Pero en plena guerra, antes de las elecciones del noventa, en silla de ruedas o apoyándose sobre muletas, emergió esa figura unificadora, vestida de blanco, aupando el prontuario democrático de su esposo Pedro Joaquín Chamorro, con su tono campechano, con su frase “mis muchachos”, que derrotó en las urnas a Daniel Ortega. El caudillo sandinista que se vendía como un “gallo ennavajado”, pero que acabó desplumado en las urnas por una mujer: “doña Violeta”, como le dice su pueblo.
“Gracias, mamá. Misión cumplida”, dijo en su discurso Cristiana Chamorro, quien —como doña Violeta— en 2021 se perfiló como la principal candidata opositora para derrotar en las urnas a Ortega y Rosario Murillo. Pero la pareja presidencial no quiso volver a correr el riesgo inminente de perder, como en 1990, y entonces prefirieron arrestarla. También apresaron al hermano mayor del clan Chamorro Barrios, Pedro Joaquín, y no le dieron tregua a Carlos Fernando Chamorro, quien, desde el periodismo, ha llevado la estafeta de su padre al servicio de la libertad de prensa y expresión. Por eso lo persiguieron y lo empujaron al exilio en 2021, junto a su esposa Desirée Elizondo.
“¿Qué es esta barbaridad?”
En octubre de 2023, doña Violeta fue trasladada en una ambulancia aérea a Costa Rica. Al exilio, junto a sus hijos, excarcelados y desterrados en febrero de 2022. A un país que conocía muy bien, porque aquí vivió su primer exilio junto a Pedro Joaquín Chamorro, el héroe nacional, cuando también lo perseguía la dictadura somocista. La expresidenta estaba en cama desde octubre de 2018, cuando empezó a perder facultades paulatinamente. No obstante, en abril de ese año vio, a través de la televisión en su casa de Las Palmas, en Managua, la brutal represión de la policía y los paramilitares sandinistas.
En sus palabras de homenaje, Carlos Fernando recordó ese episodio, cuando se sentó junto a su mamá a ver las imágenes de la represión en Camino de Oriente, el 18 de abril. Recuerda que su madre dijo, atónita: “¿Qué es esta barbaridad? ¿Qué es esta barbaridad?”.
La expresidenta murió la madrugada del sábado 14 de junio y, desde ese día, los periódicos del mundo y las redes sociales no han dejado de compartir su legado. Uno que puede resumirse con simpleza, pero que, para un país con un historial de violencia y matonismo como método para resolver sus diferencias, es inconmensurable y parteaguas: el de una gobernante que trajo la paz a las madres que perdían a sus hijos en la guerra. La madre que, a través del ejemplo de su familia —reconciliando a sus hijos en aquellos años— lo replicó con un país entero. Una estadista que tuvo la entereza para emprender una triple transición en Nicaragua, una tarea titánica: de la guerra a la paz; de la revolución totalitaria a la democracia; del estatismo al modelo de libre mercado.
No fue todo perfecto, pero doña Violeta hizo la tarea que le dejó encomendada su esposo, asesinado en 1978 por sus ideales en pro de las libertades públicas: poner las bases para que Nicaragua volviera a ser república. Por eso es que su hija Cristiana le dijo por última vez a su madre, delante de este exilio al borde del llanto, “misión cumplida”.
Un germen democrático que todavía persiste en el ideario de los nicas, pero que hoy está sepultado por una dictadura bicéfala, copresidencial, represora, desterradora, encarceladora, torturadora… criminal de lesa humanidad. Todo lo que no fue doña Violeta, cuyo legado no solo es reconocido en Nicaragua, sino también en la región y en esta Costa Rica que, a partir de este lunes, le sigue dando tierra para que sus restos descansen en paz.
Al sepelio asistieron los expresidentes de Costa Rica, Óscar Arias y Luis Guillermo Solís, así como representantes de múltiples embajadas del mundo acreditadas en San José. “Es muy triste admitir que, como le ocurrió a doña Violeta, miles de sus compatriotas también han tenido que marcharse de Nicaragua y esperar un momento mejor para volver a su tierra. Me siento profundamente honrado de haber conocido a esta mujer extraordinaria, a quien todos los expresidentes costarricenses hemos homenajeado con un comunicado conjunto. Ese gesto refleja nuestra unidad de criterio sobre la vida y la obra de doña Violeta, quien nos regaló a Centroamérica uno de los momentos más hermosos de su historia contemporánea”, dijo a DIVERGENTES el exmandatario Luis Guillermo Solís.
En la misma sintonía, el expresidente Arias lamentó que doña Violeta haya muerto en el exilio. “El mensaje que eso envía es que Daniel Ortega se quitó definitivamente el disfraz de demócrata. Recuerdo que en nuestra primera reunión con todos los presidentes de Centroamérica, en Esquipulas, yo le dije: ‘Ojalá construyas una nueva Nicaragua y no una segunda Cuba’. Y él me respondió: ‘Lo que usted puede tener por seguro, presidente, es que no voy a construir una segunda Costa Rica’. Esa respuesta era muy clara: él no quería una democracia”, sostuvo.
Una misa y un alegato por la democracia
Carlos Fernando Chamorro denunció que ni siquiera en la muerte su madre pudo ser honrada libremente en Nicaragua. “En el momento más complejo y difícil de la historia de Nicaragua, esto jamás habría sido posible allá, debido a la feroz persecución política que existe contra la Iglesia católica”, dijo.
Relató que durante el fin de semana, algunos feligreses pidieron a sacerdotes en Nicaragua que oraran por doña Violeta en las eucaristías o le dedicaran una misa. La respuesta fue: “Mejor no, no podemos, porque es muy peligroso”. Según contó el periodista, los sacerdotes le explicaron que la recordarían en la oración por todos los fieles difuntos, pero no se arriesgarían a nombrarla públicamente. “¿Y uno se pregunta: por qué es peligroso ofrecer una misa por doña Violeta de Chamorro? ¿Por qué existe esa censura contra una mujer de paz, que nunca representó una amenaza para la seguridad nacional?”, cuestionó. “La única explicación posible es el miedo que tiene la dictadura a que cunda la esperanza”.
La misa del funeral de doña Violeta fue, más que un servicio religioso, un espacio que la familia Chamorro Barrios usó para reiterar su ideario democrático. Prueba de ello fueron las intenciones leídas por nietos de la expresidenta: por la libertad religiosa en Nicaragua, por la libertad de prensa, por los nicas que viven lejos de su patria y por la paz con justicia.
“Su historia no se puede separar de la de mi padre, Pedro Joaquín Chamorro, periodista asesinado en 1978. El legado de ambos es una contribución invaluable al consenso amplio que aún existe en Nicaragua: el desafío de que el país vuelva a salir del abismo en el que está”, expresó Cristiana Chamorro. “¿Cómo dar las gracias por tanto sacrificio y tanto esfuerzo?”, se preguntó, antes de citar a su padre: ‘Para los patriotas no hay más que un modo de dar gracias, y este es permaneciendo fiel al ideario de la gran reivindicación americana, que actualmente son la libertad política y la erradicación de la miseria de nuestro pueblo’.
Cristiana recordó que a su madre le dolieron los dilemas del poder, pero los asumió con valentía colosal. “Decía sentirse inmune a la crítica cuando el bien común estaba por encima de sus sentimientos y de ella misma. Mi madre nos deja el testimonio de que se puede y se pudo. Que nadie nos regala la libertad ni la democracia. Que debemos luchar por ellas cuando no se tienen, y conservarlas cuando se tiene la dicha de poseerlas”.
Cristiana cerró su mensaje con una despedida cargada de ternura y exilio: “Gracias, mamá. Vos lo hiciste, y se pudo. Misión cumplida. Te extrañamos desde antier, pero esperamos que descanses en paz en este país al que antes llegaste y al que volviste con papá, junto a nosotros, tus hijos desterrados. No te preocupés, te llevaremos al lado de tu amado cuando Nicaragua vuelva a ser República de todos los nicaragüenses. Te queremos mucho… y un beso grande de aquí al cielo”.
Mientras que Carlos Fernando Chamorro agregó una reflexión política y personal: “En la madrugada del 14 de junio de 2025 se apagó la vida de nuestra madre, Violeta Barrios de Chamorro, pero ese mismo día renació la esperanza en Nicaragua. Una esperanza encarnada en su ejemplo de vida, en su integridad y honradez, en su compromiso con la libertad y la democracia, en la experiencia de que es posible vencer el miedo para expresar la voluntad popular. Y sobre todo, en su estatura como estadista que gobernó de forma democrática, incluso bajo la amenaza autoritaria”. El adiós definitivo para doña Violeta fue el himno nacional cantado a todo pulmón por los asistentes —muchos llorando— y un aplauso atronador que enmudeció el ruido de la lluvia que caía en San José.