La iglesia de Santa Agatha está inusualmente repleta. Es Domingo de Ramos y los creyentes que llegan a este templo son, casi en su totalidad, nicaragüenses afincados en Miami desde hace décadas. Los feligreses reciben de manos de los sacristanes palmas que más tarde va a bendecir el obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez, quien desde abril de 2019 vive un exilio forzado. Aunque el religioso ya tiene un par de años oficiando las misas dominicales en esta parroquia situada en la ciudad de Sweetwater –mejor conocida como “Little Managua” por su alta concentración de coterráneos–, la emoción de los fieles por ver y escuchar al obispo más perseguido y vilipendiado por Daniel Ortega y Rosario Murillo es evidente. “Ya viene monseñor”, dice una mujer y el tumulto abre paso para los curas que salen de la sacristía.
Báez encabeza la breve procesión hacia la pila bautismal, seguido del padre Edwin Román, también exiliado desde hace ocho meses debido a las amenazas que la vicepresidenta Rosario Murillo lanzó, encolerizada, contra él. Así como monseñor Báez que ha iniciado una nueva etapa en Estados Unidos dando clases en un seminario, Román entregó la parroquia de San Miguel, en Masaya, uno de los epicentros de la rebelión ciudadana de 2018, y se ha establecido sin fecha de retorno en Miami con permiso del cardenal Leopoldo Brenes. Ellos dos son las voces proféticas más indeseables para el régimen sandinista.
Báez lleva una casulla roja con motivos dorados. Frente a la pila bautismal, inicia la misa de Domingo de Ramos, preludio de la Semana Santa. El obispo dice que Jesús no entró a la ciudad “montado en un corcel como rey o emperador, sino en una burrita” entre las palmas, como “un Rey de paz”. Esa es la esencia de monseñor Báez cuyas homilías critican a los poderosos que machacan. Sus misas en la catedral metropolitana de Managua eran las más concurridas y algunos de sus pasajes se viralizaban en redes sociales, hiriendo al régimen por la contundencia con la que condenaba las perennes violaciones a los derechos humanos, el hostigamiento y la persecución en Nicaragua. Un obispo comprometido con la libertad más allá del púlpito, una suerte de Romero nicaragüense.
Monseñor Báez dejó Nicaragua luego de recibir amenazas de muerte confirmadas por la embajada de Estados Unidos. El obispo fue llamado por el Papa Francisco a Roma no solo por las amenazas, sino que fuentes religiosas aseguran que el gobierno pidió a El Vaticano la salida forzada de Báez. Los Ortega-Murillo consiguieron expulsar al obispo indeseable. Era un momento de fuerte tensión diplomática entre Managua y El Vaticano. La Santa Sede intentaba en 2019 sacar adelante unas negociaciones estancadas por la negativa de Ortega y Murillo de liberar a los presos políticos. Más de dos años después, la intermediación del Vaticano se rompió totalmente en marzo pasado, cuando el régimen expulsó del país al nuncio Waldemar Sommertag.
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Un púlpito en el exilio
Aunque desde su exilio forzado ha dado pocas entrevistas a los periodistas, Baéz nunca ha dejado de criticar a través de las homilías cada domingo. Los medios de comunicación las reseñan, las transmiten y los ciudadanos las comparten por Whatsapp. La voz exiliada del obispo de la Orden de los Carmelitas Descalzos resuena todavía en una Nicaragua sometida, desangelada a causa de la represión política. Inicialmente, Báez estuvo viviendo en El Vaticano, a instancias del mismo Papa Francisco. Luego, se trasladó a Miami. La iglesia de Santa Agatha le dio un púlpito en el exilio.
Marco Antonio Somarriba es el párroco de Santa Agatha desde hace nueve años. Es nicaragüense, originario de la ciudad de Chinandega. Es dicharachero y muy relacionado con el exilio que ha desembarcado en Miami. El sacerdote dice que él fue exiliado en los ochenta, tiempo de guerra, cuando huyó de Nicaragua e ingresó de manera irregular por las montañas de San Diego a Estados Unidos. Por eso el exilio de Báez, a quien llama “mi obispo”, lo tocó.
“Monseñor Báez es un obispo de la Iglesia Católica. Los sacerdotes también que han venido a esta parroquia siempre han tenido la puerta abierta… han venido de Nicaragua, de Cuba y de Venezuela”, me dice Somarriba. “Y por supuesto, como nicaragüense, no se le puede decir que no a otro hermano, especialmente cuando es un obispo. La Iglesia es universal. Los sacerdotes no somos locales nada más. No solo somos Miami, aquí han venido huyendo padres de Caracas, La Habana y Managua”, insiste el cura.
Somarriba dice que Santa Agatha es una “iglesia santuario” para los inmigrantes. El obispo Báez se ha involucrado en las actividades que esta parroquia organiza para ayudar a los migrantes que llegan “desorientados” a Estados Unidos. El número aumenta cada año, sobre todo nicaragüenses que desde junio de 2021 se van de a miles, según datos de la Patrulla Fronteriza, después que el régimen Ortega-Murillo desató una cacería contra sus críticos para perpetuarse en el poder a través de unas elecciones catalogadas como “farsa”.
“Yo fui uno de ellos ayer, un exiliado. Entonces, ¿cómo no me va a conmover el corazón ver a los migrantes nicas que se están ahogando en el río Bravo… al padre Román, al obispo Baéz exiliados? Esta es su iglesia”, me dice Somarriba con la voz entrecortada.
Hace unas semanas, Báez promovió una clínica migratoria en Santa Agatha y la convocatoria de 100 personas esperada fue sobrepasada. 300 migrantes acudieron al llamado de Baéz, quien tiene una fuerte presencia en Twitter. Esta tarde de Domingo de Ramos el obispo abraza, santigua, bendice y sonríe con sus fieles. Todos le piden una foto y él saca tiempo para complacerlos uno a uno, así como cuando consolaba en Managua a las madres de los asesinados y a los familiares de los presos políticos en la iglesia y en las calles.
“Ninguna cruz injusta es para siempre”
El evangelio de este Domingo de Ramos es de Lucas y describe la agonía de Jesús en la cruz. A partir del madero, Báez estructura su homilía dirigida a los indiferentes ante el dolor ajeno. “Salvarse a sí mismo y vivir para sí mismo es la consigna que resume y explica la tragedia de la humanidad”, amonesta Báez. “Es inhumano acostumbrarnos a ver el dolor ajeno sin sentir nada en nuestro propio corazón, es escandaloso volvernos espectadores de la injusticia del mundo desde el cómodo balcón de la indiferencia. Mientras no nos toca sufrir a nosotros, mientras no somos nosotros quienes padecemos, lo que les ocurre a los otros no nos preocupa demasiado ni estamos dispuestos a exponernos ni a complicarnos la vida por ellos. Este es el mayor mal de nuestra sociedad”, remarca.
En paralelo a sus críticas contra el gobierno de Ortega y Murillo, Báez trató en Nicaragua de aunar sus homilías con la práctica. En sus palabras, no era “indiferente” con quienes eran asesinados por los policías en 2018, al punto que después que fue cortado en el brazo por turbas del gobierno en Diriamba, regresó a orar por sus agresores a Managua. Esa vez, junto al nuncio expulsado, el padre Román y el Cardenal Brenes, Baéz intentó interceder ante paramilitares sandinistas para liberar a unos ciudadanos cercados en una iglesia, pero fueron repelidos con violencia. Menciono esto porque la siguiente parte de su homilía me recuerda aquella tarde que lo vi arrodillado, llorando en la catedral, conteniendo la rabia con plegarias y buscando misericordia. “Maltratado hasta el extremo, despojado de todo y abandonado por los suyos, Jesús ora sin odio ni amargura, diciendo: ‘Padre, perdónalos’ (…) No responde con rabia contra sus verdugos, sino rezando por ellos, pidiendo a Dios que los perdone. Así es Jesús. Así ha vivido siempre: ofreciendo a los pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan”, afirma Báez en la homilía.
A diferencia de otros religiosos, Baéz nunca ha matizado su verbo de denuncia en Nicaragua. En el exilio también se ha concientizado con que el mundo, hoy, está trastocado por lo funesto. No solo hay dolor prolongado en Nicaragua, hay misiles rusos que despedazan Ucrania. Baéz habla con elocuencia y con un tono solemne que cautiva a los fieles en Santa Agatha. “Jesús sigue siendo crucificado allí donde se irrespeta la dignidad, la libertad y la vida de las personas; en los pueblos que sufren la guerra o la opresión a causa de poderosos desquiciados y malévolos y en las sociedades empobrecidas a causa de la corrupción. A Dios le duelen los niños y las mujeres que huyen de Ucrania bajo las bombas, Dios padece la pobreza y la incertidumbre de quienes se ven forzados al exilio en nuestros países, Dios sufre con los presos políticos condenados y maltratados injustamente, Dios llora con las madres de las víctimas de la represión”, afirma el religioso.
Atrás del púlpito, sobre el altar mayor, el padre Román asiente en silencio. “Solo sabemos que ninguna cruz injusta es para siempre y que el Dios de la vida hará justicia a las víctimas, hará resucitar a los pueblos crucificados y hará surgir la vida en medio de nuestros dolores y angustias”, insiste Báez.
Un par de días previos al Domingo de Ramos, Baéz cumplió 13 años de ser nombrado obispo auxiliar de la arquidiócesis de Managua. Dos de los últimos los ha servido lejos de su patria, cargando su propia cruz de exilio. La Semana Santa evoca la cruz como ninguna otra fecha en la iglesia católico y por eso el obispo insiste en esa idea que ya me había soltado antes de la eucaristía en la sacristía: “Ninguna cruz es definitiva y esa es la esencia más profunda de nuestra fe”. Un anhelo que conecta con la resurrección, una esperanza por ahora mancillada por Ortega y Murillo en Nicaragua.