El extraño caso de Nicaragua y Gioconda Belli

La poeta nicaragüense recibe el prestigioso Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, otorgado por la Universidad de Salamanca. Se suma a una lista de creadores que han puesto a su país en la cima de la literatura, todos, ellos y ellas, han luchado contra la dictadura o están en el exilio

Fotografía de archivo, tomada en 2023, de la escritora nicaragüense Gioconda Belli, que ha ganado el XXXII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. EFE/Archivo/Juan Carlos Hidalgo

Un niño lustrador, en el parque de Juigalpa, hace años, durante unas elecciones, cuando había elecciones libres en Nicaragua, se encuentra con un observador electoral. El tipo era holandés y andaba en sandalias, pero el chavalo pensó que podía conseguir una buena propina y se le acercó: 

-¿Le lustro, doctor? – preguntó. 

Entonces el observador se volvió hacia el niño y con una sonrisa le dijo que no le llamara “doctor” porque no lo era. Y, más o menos, en un español medio entendible, le hizo una exposición de la igualdad entre hombres y niños, y sobre la vana y mala costumbre de anteponer los títulos académicos o profesionales al nombre de las personas. 

El chavalo lo escuchó atentamente. O eso parecía, hasta que volvió a la carga con una variación: 

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-Ok, licenciado, ¿le lustro?

Nuevamente, el observador, menos sonriente que antes, le arengó de nuevo sobre el tema de los títulos, recordándole que él tenía un nombre y solo a ese nombre respondía. Además, llevaba sandalias, le hizo ver con una seña. Pero el chavalo lo intentó por última vez, con lo mejor que podía decirle: 

-Entonces, ¿le lustro, poeta?

Sirva el recuerdo de esa anécdota para resaltar algo que hace peculiar a Nicaragua, donde la palabra “poeta” es el mayor elogio. Pero en la tierra donde se dice que todo el mundo es poeta, “o hijo de pueta”, ya no queda ninguno con nombre que esté dentro. Todas y todos están fuera. Y los que se quedaron, permanecen ocultos, creando en secreto bajo seudónimos. Uno se pregunta, ¿de qué sirve la poesía en un lugar sin libertad de expresión donde se corre el riesgo de ser apresado, hostigado o deportado? La respuesta no puede ignorar que estamos en un país que se sale de lo normal en cuanto a su literatura. Pero, ¿por qué han nacido tantos y tantas poetas en él?

Ni es el país más poblado, ni el más alfabetizado, ni el que pueda presumir de tener una inversión y promoción cultural o artística que justifique lo que ocurre, y mucho menos en comparación con otros como Costa Rica o Guatemala, por poner dos ejemplos al sur y al norte de la región centroamericana. ¿Rubén Darío? Sí, claro. Se puede alegar que Darío motivó o propició este amor por la poesía. De hecho, todo, en el país (edificios, colegios, instituciones, personas) lleva el nombre o el retrato de un poeta que ya pocos, fuera de Nicaragua, se atreven a leer. Pero por muy grande que sea el tamaño de la obra de un artista, eso no garantiza que su legado motivador dure ya más de cien años con generaciones de poetas extraordinarios, en un país tan pequeño, en medio del continente de Vallejo y Neruda. 

Hace unos años, en el contenido de una de las asignaturas de máster de literatura, en una universidad española, encontré este tema: “El caso extraordinario de Nicaragua”. Se estudiaba la larga lista de autores que había dado el país, ponderando su singularidad.

El reciente galardón a Gioconda Belli (Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana), se suma a la lista encabezada por Ernesto Cardenal (en 2012) y Claribel Alegría (en 2017). Sucede en el mismo año en que, el premio Hiperión de poesía (uno de los más prestigiosos), recae en un joven nacido en Nicaragua, aunque afincado en España desde los cuatro años, William González Guevara. Su poemario, Inmigrantes de segunda (de segunda generación, y en homenaje a su mamá y sus compañeras del trabajo doméstico) lo encumbra, a sus 22 años, dentro del panorama literario en lengua castellana. 

Gioconda Belli es sin duda una de las voces literarias y poéticas que todo el mundo que lee ha leído alguna vez. Uno de esos paisajes por los que no se puede dejar de transitar hasta encontrarse con un verso que cala y deja huella. Un verso para la mochila de viaje. 

La inmortalidad para una poeta, decía la nica-salvadoreña Claribel Alegría, es que alguien recuerde un solo verso de su obra. En Belli, hay versos para recordar siempre, pero uno en particular, “La solidaridad es la ternura de los pueblos”, es inmortal como las frases labradas en piedra, o como (este lo ha sido de verdad) las frases pintadas en la pared en muchos países del mundo. 

Desde primeras obras, como Sobre la grama hasta otras, en un período de madurez, como De la costilla de Eva o, más adelante, Fuego soy, apartado y espada puesta lejos, su obra se lee con la cercanía de un cuerpo, que transpira, a su vez, la cercanía sensual con la naturaleza, el país, la ternura y la pasión. La sexualidad femenina y su papel en la historia no es solo parte de su poesía sino también de su obra novelística, en la que destaca la popularmente conocida La mujer habitada. Sus novelas, de hecho, prolongan sus temas poéticos y hasta su forma, en el ritmo y la aproximación. 

“La lucha contra la tiranía”

El extraño caso de Nicaragua y Gioconda Belli
La escritora Gioconda Belli en un recital de poesía y canto junto a Luis Enrique Mejía Godoy. Foto: Miguel Andrés | Divergentes.

Pero hay algo más en este caso particular de la poesía nicaragüense.

En esta XXXII edición, el jurado ha destacado la expresividad de la obra de la nicaragüense. El rector de la vetusta universidad de Salamanca, una de las entidades convocantes, también destacó en Belli su inclusión en un grupo de “maravillosos poetas” que reivindican “los valores y la lucha contra la tiranía”.  

Es difícil vivir y escribir en un país como Nicaragua y no sentirse comprometido sin involucrarse en alguna causa relacionada con la justicia social. De hecho, Sergio Ramírez, suele comentar que escribir en la región implica la imposibilidad de imaginar una escena de alcoba sin que una bala se cruce por la ventana de la habitación. Cuando tocó luchar contra una dictadura, allí estuvieron los poetas; cuando tocó la revolución; y cuando tocó otra vez luchar contra la dictadura de los exrevolucionarios, la poesía (en una unión intergeneracional) no dudó en empeñar su palabra en la lucha. El problema de las palabras, del lenguaje en la poesía es que es lo más parecido a la vida por dentro. No es poesía lo que no viene o se convierte realmente en vida. 

La tiranía que vive el país desde hace ya casi diecisiete años no puede permitir que la poesía vuele libre dentro de sus fronteras. Ni la poesía, ni la prosa. Atacó y ahogó cualquier posibilidad de reeditar festivales o encuentros de autores que vinieran a hablar en nombre de la libertad de expresión artística. Murió el precioso festival de poesía de Granada, y el Centroamérica Cuenta, presidido por el premio Cervantes, Sergio Ramírez, se desarrolla en el exilio. 

Hasta su muerte, Ernesto Cardenal fue hostigado por los Ortega-Murillo. Claribel Alegría no escribía en los periódicos, pero se expresaba con horror contra la dictadura en su casa de Managua, a la que acudían todos los intelectuales que pasaban por Nicaragua. 

Y esa dictadura tampoco ha dejado en paz a los poetas muertos. Como ejemplo, no permitieron que la obra de Carlos Martínez Rivas, a quien muchos consideraban el heredero de Darío, se divulgara en una colección que iba a editar el diario El País, de España. El gobierno orteguista lo vetó solo porque Sergio Ramírez iba a escribir el prólogo. Es decir, el régimen ha expulsado y hostigado a todos sus poetas, y lo hubiera hecho sin duda con Darío, si hubiera vivido en esta época.

Hoy, Gioconda Belli y Sergio Ramírez viven en España, exiliados y despojados de una nacionalidad que, en realidad, no les pueden quitar. Eso dejó claro Gioconda Belli en la televisión pública española cuando rompió, frente a las cámaras, su pasaporte nica, al conocer la decisión arbitraria de la dictadura, para simbolizar que la patria no se lleva en los papeles. Y más, en el particular caso de Nicaragua, que no es un país, sino una poesía, algo que se sueña, que no está en el presente, sino en el subsuelo, en la esperanza. 

Belli expresó, en esa ocasión, que “la dictadura moriría” pero ella viviría siempre en la poesía. Y bien es cierto que algunos de sus versos vuelan libres en libros de papel, en pantallas y en las paredes. Y tienen la peculiaridad de ese pellizco, de la mirada tierna sobre las cosas, aun cuando son las cosas más terribles. Eso hace que se adhieran como flores de camino en la mochila del viajero, con una particularidad muy similar a la alcanzada por la obra de Mario Benedetti o de Eduardo Galeano, entre otros. 

Nicaragua es un país de palabras. Existe y se vivifica en ellas, escritas y cantadas, como las que están en las letras de los Mejía Godoy. Y esa es la esperanza, ¿no? Otro magnífico poeta que murió muy joven, Francisco Ruiz Udiel, escribió una vez que “las palabras volverían a ser hombres (y mujeres), túneles hacia la libertad”. 

La literatura y la poesía puede que no sirvan para nada, o puede que sean la forma de cavar esos túneles, justo ahora, bajo los focos de un premio, o en la oscuridad de los seudónimos. Esa es la esperanza, ¿no?

*Juan Marieli es periodista y filólogo. Su nombre es también un seudónimo.


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