La “segunda etapa” de la revolución sandinista es un nudo en el estómago. Llegan las patrullas, se aparcan frente a tu casa, la guardia entra buscando a una persona y aterroriza a la familia. Todos se paralizan. El guión es el mismo: Te identificaron los del barrio antes, esto suscita los allanamientos y después te llevan a la cárcel en la oscuridad.
Los reporteros hemos tenido acceso a los testimonios de las víctimas de derechos humanos en Nicaragua. Son coincidentes sobre el estado de terror al que fueron sometidos. Perseguidos en su propio país se enfrentan luego a juicios basados en mentiras y sin posibilidad de defensa. A otros los destierran y otros más se convierten en muertos civiles cuando sus documentos se les vencen. Se busca anular así a quienes piensan diferente.
Las acciones retratan a Daniel Ortega y Rosario Murillo, la pareja de dictadores que se siguen llamando revolucionarios 45 años después en sus discursos. En las últimas semanas de julio de 2024, ella ha colmado de adjetivos e insultos sus alocuciones. Ha dicho “traidores” o “almas negras” refiriéndose a sus críticos, mientras el día 17 —cuando se celebra la huida del dictador Somoza en 1979— ella anunció que se encontraban instalados 160 “árboles de la vida”, colocando una alfombra roja al intento por perpetuar a su familia en el poder.
Quienes crecimos en la década de 1979-1990, la palabra revolución usada por Ortega y Murillo provoca todo tipo de reacciones. Entre los mayores, que perdieron a sus amigos cercanos en la guerra, les causa dolor. A otro grupo les provoca nostalgia, aunque estos últimos son cada vez menos, y están por supuesto a quienes les invade la rabia.
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En las cuentas de los ciudadanos de a pie, cualquiera que sea el caso, el legado de ese proceso no es bueno. Se prestó a graves abusos a los ciudadanos que los sandinistas dijeron servir. Habrá sus cosas positivas; pero, cuando cualquiera se sienta a escuchar a las víctimas de la guerra, es difícil encontrar a uno que hable sin llorar y que no señale los errores cometidos por los líderes políticos en aquellos años.
Si uno revisa el diccionario de la Real Academia Española, el significado de revolución en una de sus acepciones es un “cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”. La gran pregunta es cuál fue el resultado en Nicaragua.
El hecho histórico es que derrocaron a Anastasio Somoza Debayle, cuyo régimen familiar había permanecido en el poder desde 1937. Los jóvenes sandinistas prometieron también un “hombre nuevo”. Ese fue el discurso. En realidad, los más ambiciosos desplazaron a la élite, o se fundieron con ella, y con el tiempo su discurso de igualdad se fue vaciando aún más de contenido. Tan cierto es eso, que hoy dos hijos de aquella revolución se convirtieron, a mérito propio, en dictadores.
José Raúl Gallego tiene 38 años, es periodista y profesor cubano, originario de la provincia de Camagüey. Vive exiliado en México desde 2018, a causa también de la represión. Hemos coincidido en eventos periodísticos internacionales y la palabra revolución tiene en su caso un significado similar, matizado por su experiencia.
Gallego dice que siente “pena y vergüenza” por la responsabilidad de Cuba en nuestro destino, o en el de Venezuela. La isla fue una “escuela de cosas negativas”, según sus palabras. La revolución inició ahí el 26 de julio de 1953 con el asalto al cuartel Moncada, los “barbudos” se tomaron el poder el primero de enero de 1959 y muchos rebeldes de América Latina visitaron la isla, entre ellos los sandinistas, para aprender de los líderes cubanos.
El proceso revolucionario en la isla tenía tres décadas, cuando el periodista nació. Él escuchó desde temprana edad sobre la búsqueda de justicia social, pero la verdad fue otra. Los dirigentes lograron conservar el poder, igual que hicieron en Nicaragua. Gallego aprendió pronto que la revolución era Fidel Castro, presentado como un mito. Un personaje que nunca se equivoca.
“(Fidel) es la persona en que se resumen las cosas buenas, y en cuanto a los errores son cosas que son producto del imperialismo norteamericano o de sus subordinados que no hacían lo que él dijo. O (el comandante) no se enteraba. Es una imagen falseada”, explica el periodista. ¡Qué levante la mano en Nicaragua quién encuentre una diferencia con Ortega! ¡Claro, habrá que considerar el factor de Murillo como la mala de la historia!
Gallego recuerda también que les enseñaban a leer la letra “F” con la palabra Fidel o fusil cuando eran niños. En Nicaragua pasó lo mismo. En los libros de textos escolares en la actualidad, los protagonistas son Ortega, Murillo, Hugo Chávez y…, por supuesto, Fidel Castro. Buscan inculcar a los niños el cuento de una revolución que simplemente no existe en los términos que ellos divulgaron y que se ajusta a sus intereses.
El escritor estadounidense David Rieff puso el dedo sobre un tema vital en enero de 2017, mientras dijo recordando el pasado que “Cuba tenía el poder imaginativo de la revolución”. En una entrevista, bajo el título de “el fracaso de la revolución”, expresó a la revista mexicana Letras Libres que no creía que ningún cubano honesto consigo mismo pueda decir que valió la pena. ¿Cuántos en Nicaragua podrían decir lo mismo?
“Solo una palabra describe a alguien que toma el poder entre 1959 y 2006: dictador, o caudillo si lo prefieres. Era una dictadura familiar. No veo ninguna diferencia entre una dictadura dinástica de izquierda o derecha y la revolución cubana”, sostuvo entonces Rieff al periodista Daniel Gascón. Para Rieff, todo dictador entiende que a la gente le gusta seguir a los líderes. Eso forma parte del espíritu totalitario, por eso, su lenguaje es casi siempre religioso. Se trata entonces de creer. Todo se viene abajo cuando la credibilidad es cero como ocurre desde hace años con la pareja Ortega-Murillo.
Las razones del fracaso de la revolución nicaragüense son múltiples. La corrupción y el abuso de poder son esenciales. El tema de la intervención extranjera en los ochenta se cuenta, dependiendo del lado desde donde el relator se encuentre: Si eres de izquierda, se cuestiona a Estados Unidos y su financiamiento a la contrarrevolución. Si eres de derecha, se menciona la sumisión de Nicaragua a la Unión Soviética. Ambos casos son ciertos y lo triste es que miles de personas murieron en una guerra entre hermanos.
Veamos la historia reciente de Venezuela. Aparece un caudillo que promete cambiar todo. Patricia Marcano tiene 39 años, es periodista de investigación y estudia ahora una maestría en periodismo de datos en Estados Unidos. Ella supo el significado en carne propia de la palabra revolución cuando Chávez llegó al poder en 1998. El líder político le puso el apellido de “Bolivariano” al proceso y el objetivo era lograr también un supuesto beneficio para la gente más necesitada.
“A medida que avanzó el tiempo, se vio que no fue así. Con 25 años del chavismo en el poder, si alguien vuelve a hablar de revolución sería iluso pensar que la gente va a creer que habrá algo bueno. Fueron adueñándose de los poderes públicos, es decir, cambiaron la Constitución, haciendo modificaciones que eran (para) garantizarles la continuidad en el poder”, afirma Marcano.
La prueba más fehaciente de que las cosas andan mal en Venezuela, a consecuencia de las medidas tomadas por Chávez y luego por su sucesor Nicolás Maduro, es que hay 7.9 millones de venezolanos en el exterior. Es la crisis humanitaria más grande del continente. Para darles una idea de lo que significa eso, según el censo más reciente, Nicaragua tiene una población de 6.9 millones de habitantes y Cuba de 11.1 millones.
La revolución del chavismo es también corrupción. Ahí hay otro paralelismo con Nicaragua. Ortega no hubiera establecido su dictadura —dirige el país desde 2007— sin el dinero de la megacorrupción petrolera del chavismo, que él tradujo en clientelismo político, enriquecimiento y tantos otros vicios heredados del somocismo.
Los petrodólares oxigenaron también a Cuba y a su sistema. Mientras eso ocurría, los venezolanos empezaron a vivir una crisis permanente, traducida en una economía desestabilizada hasta llegar al colapso. También fueron oprimidos, a medida que creció el descontento.
Sin embargo, las denuncias por abusos de derechos humanos contra el Estado son explicados por el oficialismo como fruto de la intervención extranjera, o del imperialismo yanqui. El discurso es usado por los dirigentes políticos de los tres países para agredir a los ciudadanos, a quienes se niegan a rendir cuentas. Parece todo sacado de un manual, en un tiempo irreal y un mundo sembrado de árboles de hojalata, gigantografías de Fidel Castro y Hugo Chávez, donde escuchan La Internacional y levitan repitiendo consignas, en las que ya nadie cree.
Sociedad Orwelliana. Es una columna que aspira a contar Nicaragua y a veces Centroamérica a los lectores de Divergentes. Esas cosas que a veces son vistas como exageradas, pero que son pura literatura de la realidad en el terruño regional. Me pueden escribir a [email protected] si tienen ideas que sugerirme.