La malaria anida en el Caribe Norte de Nicaragua

En los últimos siete años, los casos de malaria han aumentado casi 20 veces. Se han tomado medidas en las fronteras y asignado casi 30 millones de dólares. Sin embargo, Nicaragua continúa siendo el cuarto país del continente americano con más alta incidencia de malaria. Este reportaje revela que el 90% de los casos de malaria se registran en Puerto Cabezas, en el Caribe Norte de Nicaragua, donde los recursos para la atención sanitaria son escasos

Malaria
Ilustración por Divergentes

A finales de julio del año pasado, con las primeras lluvias de invierno, los casos de malaria brotaron en Rosita, en el Caribe Norte de Nicaragua. En la comunidad indígena Majawas se registraron una veintena de casos. Víctor, un activista que suele recorrer estas comunidades, dice que en este brote fallecieron dos ancianos. “Eran personas mayores, débiles por la mala alimentación, y que nunca fueron al hospital”, dice Víctor

Las muertes de los ancianos no aparecen como oficiales por malaria en los datos del Ministerio de Salud (Minsa); ni siquiera se registran como contagios. Cuando les iniciaron los primeros síntomas, fiebre y dolor de cabeza, los ancianos no quisieron ir al hospital. Y cuando se agravaron, los comunitarios ya no pudieron trasladarlos. “Murieron en su casa”, dice el voluntario.

Este reportaje de DIVERGENTES revela que en esta región del Caribe Norte de Nicaragua se registra más del 90% de los casos y todas las muertes oficiales por malaria de todo el país en los últimos cinco años. Para obtener estos datos se analizaron las estadísticas entre 2018 y 2022, publicadas por el Minsa. Sin embargo, muchos contagios y muertes no se registran porque la mayoría de comunidades del Caribe Norte se encuentran alejadas de los puestos del sistema sanitario y los brigadistas voluntarios tienen insumos y medicamentos limitados para combatir la enfermedad. 

Por medio de entrevistas a médicos de hospitales públicos, activistas indígenas, y el relato de familiares de pacientes, este reportaje recopiló al menos tres casos de muertes de personas con síntomas de malaria, en diferentes municipios del país, incluso en “territorios libres” de esta epidemia. Es preciso aclarar que a estas tres personas no se les realizaron pruebas para detectar malaria, y por lo tanto, las actas de defunción entregadas a sus familiares consignan otras causas de muerte, como daños cardíacos y pulmonares. 

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Desde que el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo retomó el poder en 2007, la malaria no registró datos alarmantes durante ocho años. En 2014, cuando los casos confirmados de malaria fueron 1,163, las autoridades del Minsa eran tan optimistas que prometieron eliminarla en 2020 y certificar al país “libre de malaria” en 2025, según explicó la entonces directora de prevención de enfermedades del Minsa, Martha Reyes, quien en 2020 fue nombrada ministra. 

Desde la promesa de erradicar la epidemia de malaria o paludismo, como también es conocida, los casos confirmados aumentaron casi 20 veces más. Siete años después, en 2021, se detectaron 22,571 contagios por malaria. 

Las cifras demuestran que la enfermedad continúa migrando hacia otras regiones del país. De los 19 departamentos o regiones del Mapa de Salud del Minsa, sólo en ocho no se registró ningún caso de malaria en los últimos cinco años.  

Los datos de contagios son alarmantes teniendo en cuenta que el MINSA es cuestionado por ocultar cifras de otras enfermedades o causas de muerte. Por ejemplo, DIVERGENTES reveló que el régimen ocultó los números de fallecimientos y contagios de la Covid-19 para presumir que contuvieron la pandemia. Personas fallecidas por neumonías, diabetes y otras patologías según el Minsa, en realidad murieron teniendo diagnóstico positivo de coronavirus. 

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha calificado como “un problema severo” los casos de malaria en Nicaragua, y el régimen ha tomado medidas con los países fronterizos: Costa Rica y Honduras. En los últimos dos años se han firmado acuerdos regionales que contemplan “acciones efectivas a los dos lados de la frontera” con medicamentos, pruebas de diagnóstico rápido, intercambio de información y formación del personal de salud. 

Los recursos asignados a la epidemia son millonarios. Sólo entre 2019 y 2021, se asignaron más de 29 millones de dólares, de los cuales un tercio son de la cooperación internacional, según el World Malaria Report 2022 de la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

Pese a los esfuerzos del régimen y de los organismos internacionales para erradicar la malaria, el número de casos detectados continúa siendo elevado. Esta investigación contabilizó 90,824 casos en los últimos cinco años. En este mismo período, sólo se registraron cuatro muertes por esta enfermedad. Todas se registraron en Puerto Cabezas, en el Caribe Norte, entre 2018 y 2019. Desde entonces no ocurrieron más muertes en Nicaragua, según los datos oficiales.

El año pasado, el Minsa reportó disminución en la cantidad de casos (15,165) con respecto a los dos años anteriores (2020 y 2021), en los que se reportaron más de 22 mil contagios. Sin embargo, Nicaragua es el cuarto país del continente americano con más alta incidencia de malaria. El que más casos registra es Venezuela, seguido de Colombia y Brasil. En Nicaragua se contabilizó el 5% de los casos de Latinoamérica. 

En el Caribe Norte, el mosquito anófeles continúa transmitiendo el parásito que causa la malaria, a través de picaduras. Hace su nido en un territorio húmedo y pantanoso, donde es difícil el acceso para las brigadas de salud, hay escasez de medicamentos, y no existe atención especializada para las comunidades indígenas.

II. El mosquito que infecta el Caribe 

Malaria

El mosquito anófeles mide apenas seis milímetros pero su picadura puede ser letal. Le basta un pinchazo para transmitir una enfermedad potencialmente mortal que, durante el año 2021, infectó a 520 mil personas y mató a 126 en las Américas.

El mosquito del que hablamos pertenece al género anófeles, es de color pardo, se caracteriza por tener alas con manchas oscuras y un cuerpo en línea recta. Sin embargo, su mayor particularidad radica en ser el único insecto capaz de transmitir cuatro tipos de malaria: falciparum (la más mortal), vivax (la más común), malariae y ovale, estas últimas todavía poco conocidas.

El anófeles tiene una amplia presencia geográfica. Ha sido identificado en los cinco continentes del mundo, específicamente en zonas templadas, tropicales y subtropicales. Aquí en Nicaragua abunda en la Costa Caribe, el clima y uno que otro descuido humano le ha permitido reproducirse con facilidad sin encontrar hasta ahora mayor resistencia.

Su ciclo de reproducción se resume en cuatro etapas: huevo, larva, pupa y adulto.

Las anófeles adultas generalmente depositan sus huevos en charcos, ríos o lagos. Una hembra puede poner entre 50 y 200 huevos a la vez. Su eclosión depende de la temperatura de la zona en la que se encuentren. Es decir, si está en un sitio templado pueden tardar hasta dos semanas en convertirse en larvas, pero si está en un clima cálido, su evolución ocurre en dos o tres días.

El desarrollo de la larva también dependerá de la temperatura. En climas como el de la Costa Caribe de Nicaragua pueden pasar de huevo a larva en cinco días.

En su etapa adulta pican a personas o animales usualmente en la tarde o en la noche. Sin embargo, son las hembras las que prefieren alimentarse de sangre por su alto contenido en proteínas para el desarrollo de sus huevos. Es en este proceso que el anófeles transmite la malaria al ser humano.

Según el Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), las personas contraen malaria por la picadura de una hembra anófeles infectada con el parásito Plasmodium. Esta generalmente se contamina cuando chupa la sangre de un ser humano afectado.

El ciclo de vida del parásito está relacionado con dos huéspedes: la hembra anófeles, que es donde realiza su reproducción sexual, y el macho, que es donde se multiplica asexualmente.

“En sitios como la Costa Caribe de Nicaragua el parásito es circulante. Es decir, una anófeles se hace adulta y pica a una persona infectada con Plasmodium, el parásito se reproduce dentro del mosquito, y este cuando pica a una persona sana la infecta con el parásito. Luego otra hembra va a picar a esta persona que está infectada y así se repetirá el ciclo”, explicó un epidemiólogo consultado para este reportaje.

Una vez que el zancudo transmite el parásito, los primeros síntomas que puede presentar una persona son fiebre, escalofríos con temblor, dolores de cabeza, dolores musculares y cansancio. También pueden aparecer náuseas, vómitos y diarrea. 

“El paludismo puede provocar anemia e ictericia (coloración amarilla de la piel y los ojos) por la pérdida de glóbulos rojos. Si no se trata de inmediato, la infección puede agravarse y causar insuficiencia renal, convulsiones, confusión mental, coma y la muerte”, destaca en un artículo la CDC.

III. Desborde de casos en el Caribe

Caribe Norte

Mayawas es una comunidad mayangna, de unas 50 casas, que se encuentra a unos 20 kilómetros del casco urbano. Si alguien necesita ir al hospital de emergencia, tiene que salir en lo que pueda –caballo, motocicleta y carreta–  hasta la carretera principal, ubicada a unos cinco kilómetros, y de ahí pagar 300 córdobas (9 dólares) a un taxi para que lo trasladen al hospital. En tiempo puede significar dos horas, y en dinero equivale a lo que gana un peón de una finca en tres días de trabajo. 

“Lo peor es que cuando uno llega al hospital no le dan buena atención”, dice Víctor, un activista comunitario de Rosita. Víctor dice que por esa razón “los indígenas no vamos al hospital, porque preferimos curarnos en casa, con nuestras plantas”. Desde sus ancestros, los indígenas confían en la medicina a base de sus plantas para combatir cualquier enfermedad, incluso la pandemia.

En Mayawas aseguran que los ancianos murieron por malaria, porque algunos sí han acudido a los puestos médicos y les detectan la enfermedad por medio de pruebas de sangre. Víctor dice que él y su familia se han enfermado varias veces, pero ya no acuden al hospital. La última vez que fue, los casos eran tantos que “acostaban a dos pacientes en una misma camilla”. 

Para Víctor, el problema es que los indígenas no confían en el sistema de salud. De tal manera que aunque lleguen brigadas con tratamientos y mosquiteros, los comunitarios se siguen medicando con plantas. “Cuando me enfermé, tomé un té que se llama ‘hombre grande’, que es una planta más amarga que la cloroquina y la primaquina, que es como un desintoxicante”, dice Víctor.

El doctor “H” trabaja en un hospital público de una comunidad del Caribe Sur de Nicaragua, donde esta enfermedad está relativamente controlada. De hecho, hace un par de años la Organización Mundial de la Salud (OMS) quiso declarar “territorio libre de malaria”, dice el doctor H, pero brotaron varios casos “autóctonos”, es decir, que las personas se contagiaron en este mismo lugar.

Cuando caen las primeras lluvias significa que pronto llegarán pacientes con síntomas de malaria al consultorio del doctor H. El médico dice que la mayoría de los casos detectados en la comunidad donde trabaja son “importados”, y comienzan a detectarse cuando se abre la veda de langosta, y los buzos o pescadores llegan de otras partes del país. La pesca es de las principales actividades económicas en esta región olvidada y marginada históricamente en el país.

El doctor H dice que para él es primordial revisar la historia clínica del paciente. Lo primero que hace es valorar si tiene los síntomas: dolor de cabeza, fiebre, malestar general, náuseas o dolores en las articulaciones. Y en segundo lugar, pero no menos importante, preguntar si estuvo hace poco tiempo en el Caribe Norte de Nicaragua, especialmente en Puerto Cabezas, donde la epidemia tiene su nido: se registra el 72% de los casos de malaria de todo el país.

El doctor H también ha trabajado en hospitales del Caribe Norte. Él dice que en Puerto Cabezas, durante el invierno, son tantos los casos que no ingresan a todos los pacientes contagiados. “Sólo ingresan a los que pueden estar en gravedad”, dice el doctor H. 

Este médico dice que el protocolo que tienen en su comunidad, que tiene baja incidencia de casos, cuando detectan a un paciente con malaria, es ingresarlo y aislarlo en una sala con mosquiteros. Le aplican el tratamiento que se basa en cloroquina y primaquina, dos medicamentos para combatir el paludismo. Al tercer día les realizan pruebas. Si en los exámenes de sangre, la densidad parasitaria es alta, lo dejan ingresado durante cuatro días más, para que cumpla todo el tratamiento durante siete días. Si el paciente responde bien al tratamiento, se encuentra estable, y presenta baja densidad parasitaria, es decir, tiene poco nivel de contagio, se ordena el alta médica. 

El doctor H dice que el problema es que en el hospital de Puerto Cabezas, por ejemplo, no tienen capacidad para ingresar a todos los casos que llegan. Entonces, les dan el tratamiento en el hospital y les indican que duerman con mosquiteros en sus casas, que se aislen durante siete días. “Los pacientes, la mayoría de veces, no cumplen con las medidas y por eso continúan infectando a más personas”, dice el doctor H. 

Parte del protocolo es hacer un control de foco del contagio. Es decir, llegar a la casa de la persona con malaria, y visitar el barrio para detectar más casos, como se hizo con la pandemia. El doctor H dice que las pruebas y medicamentos contra la malaria nunca faltan en los hospitales públicos porque los organismos internacionales tienen mucho interés en combatir esta epidemia. “Aunque falten otros medicamentos, los de malaria siempre hay en los puestos médicos”, afirma el doctor.

Los colaboradores voluntarios, conocidos como Colvol, son los encargados de la vigilancia, el diagnóstico y el tratamiento de la malaria en las comunidades en el Caribe Norte. Por ese trabajo en la región desde hace 50 años, la OMS otorgó un premio en 2022. “Rinde homenaje a la capacidad que tienen los servicios de carácter comunitario para beneficiar a la población local”, dijo la OMS.

Los indígenas de comunidades remotas dicen que los esfuerzos de los Colvol no son suficientes. Por ejemplo, en estos días, en la comunidad que vive Víctor hay un brote de diarrea. Entonces, cuando llegó a pedirles medicamentos para combatir estos síntomas, los Colvol le han dicho que no tienen y que “los medicamentos del botiquín están vencidos desde el 2019”.

IV. Promesas del Minsa para erradicar la malaria

Malaria

A Christian Toledo se le “hinchó el pecho de orgullo”. A través de un video grabado desde su oficina en Managua, el director general de Vigilancia para la Salud de Nicaragua, agradeció el premio que el país recibió de parte de la Fundación de los Emiratos Árabes Unidos para la Salud, por “la labor esencial desempeñada” en la lucha contra la malaria.

“Ha sido fundamental el papel de las comunidades en la construcción de salud”, dijo en el video proyectado en la 75 Asamblea Mundial de la Salud, realizada en mayo de 2022 en Ginebra, Suiza. “El trabajo realizado en conjunto con los colaboradores voluntarios redujo hasta en un 66% los casos de malaria a nivel nacional”, afirmó.

El discurso fue corto pero puntual. En su declaración Toledo detalló que los más de 9,100 voluntarios en comunidades y barrios de todo el país reciben constantemente entrenamiento del Ministerio de Salud para desarrollar acciones hacia la eliminación de la malaria, por ejemplo, la búsqueda activa de casos, toma de muestras de gota gruesa, entrega de tratamientos, mosquiteros y sensibilización de la comunidad.

Sus palabras, sin embargo, distan un poco de la realidad en el país, específicamente en el Caribe Norte de Nicaragua, donde los casos de malaria en los últimos cinco años fueron de 82,116, según el Minsa.

Aunque Toledo explicó que los voluntarios actúan como agentes de salud comunitarios, centrándose en la sensibilización, vigilancia, diagnóstico y tratamiento de la malaria, un epidemiólogo del sistema de salud, que aceptó hablar con DIVERGENTES bajo condición de anonimato, expresó que la estrategia hasta ahora no ha dado resultado.

“En la fumigación no existen grandes resultados porque el insecticida no es potente y los ‘voluntarios’ creen que con el ‘humo’ es suficiente, entonces no destruyen criaderos de zancudos. Aunque parezca un problema menor aquí tenemos un gran pegón. Pero esto es por falta de capacitación, entra gente que no se le enseña bien y no aplica las técnicas”, explicó el epidemiólogo.

La estrategia del Minsa para combatir la malaria se basa en la abatización casa a casa, la entrega de mosquiteros (mayormente en el Caribe de Nicaragua) y la entrega de tratamiento preventivo o realización de pruebas para determinar si las poblaciones tienen o no la enfermedad.

Para desarrollar su estrategia el Minsa utiliza fondos públicos y de organizaciones como el Fondo Mundial contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria. El dato de cómo se distribuye el dinero para combatir esta epidemia no está disponible debido al secretismo con que el régimen maneja ésta y toda la información que en teoría debería ser de dominio público.

El monto que entrega el Fondo Mundial, según la página web de la OMS, se establece según la carga de morbilidad del país, la capacidad económica y los factores específicos de cada nación. A Nicaragua, por ejemplo, en el curso 2022 – 2024 se le entregaron 6 millones 426 mil 652 dólares. 

“El trabajo en el campo se hace con las uñas. El dinero en teoría debe utilizarse para continuar desarrollando las estrategias hasta la erradicación de la malaria, pero hay deficiencias enormes: el tratamiento escasea y no dicen por qué, las campañas se hacen en pueblos céntricos y no en los cascos urbanos, además no hay capacidad de atención en centros de salud y hospitales, esto se ve mucho en la Costa”, declaró el epidemiólogo consultado para este reportaje.

El especialista señaló que todas estas deficiencias han provocado que Nicaragua no cumpla con aquella afirmación que dijera en septiembre de 2014 la doctora Martha Reyes, directora de prevención de enfermedades del Minsa, sobre la erradicación de la malaria.

Otro factor que no ha permitido erradicar la malaria, según el epidemiólogo, es la deficiencia en la capacitación al personal de salud y los voluntarios. El Minsa desarrolla sesiones para formar al personal que trabaja en los Silais del país con el objetivo de “abordar las temáticas que se plasman en la cartilla de prevención de la malaria” y otras enfermedades.

En teoría, los capacitados tienen que transmitir este conocimiento a otros colegas y a los voluntarios, sin embargo, según el epidemiólogo, esto no ocurre porque a veces el tiempo para instruir es ocupado para actividades políticas y porque el personal no está motivado para aprender y aconsejar en el campo.

“El pago o la ‘ayuda’ que reciben los voluntarios no alcanza para sobrevivir. El trabajo lo desarrollan porque es un ingreso que tienen si lo ejecutan, pero no es que se sientan motivados para explicar la cartilla a cada persona y más cuando a ellos les pagan por cada casa que abatizan o fumigan”, explicó el especialista.

El epidemiólogo indicó que la erradicación de la malaria en el Pacífico en parte fue fácil por las condiciones climáticas de esta zona y que evitan que el mosquito se reproduzca como ocurre en la Costa Caribe, donde la mayor parte del tiempo hay lluvia y enormes cuencas hídricas.

“Para que la estrategia funcione debe hacerse un trabajo conjunto pero real. De nada sirven las capacitaciones si no están llegando a todas las familias y estas no están aprendiendo nada sobre cómo acabar con los criaderos de zancudos, por ejemplo. Hay que poner atención en esos detalles de la estructura. Y lanzar una campaña intensa, supervisada, que corrija lo que hasta ahora se está haciendo mal”, explicó el especialista.

V. El viaje de la malaria: de la Costa hasta el Pacífico

Caribe Norte

Las líneas de expresión del rostro del doctor cambian drásticamente cuando recuerda la historia. “Fue negligencia”, dice con un tono de molestia. “A esa niña la abandonaron en el hospital público y en el privado”, continúa sin tapujos. El caso al que hace referencia el médico ocurrió en Masaya en junio de 2020, durante el pico más alto de la pandemia de la Covid-19 en Nicaragua.

La niña, que fue “abandonada” por el servicio de salud público y privado, tenía doce años. Aunque todos sus síntomas eran propios de malaria, la atención que recibió en los hospitales fue indicada para tratar una “neumonía”. El doctor que tuvo acceso al caso explicó que el tratamiento fue erróneo porque los médicos que atendieron a la menor fallaron en el diagnóstico al “confundir” sus padecimientos con los del coronavirus.

El doctor tuvo acceso al caso porque durante la estancia de la niña en el hospital privado, su madre le llamó para que siguiera de cerca el proceso de “recuperación” de la menor una vez que saliera del centro hospitalario

En 2020, las enfermedades como la malaria fueron “minimizadas”, consciente o inconscientemente, porque la pandemia era la máxima prioridad. Cuando el doctor tuvo acceso al caso de la niña fue demasiado tarde. Apenas alcanzó a ver a la menor unos días después, pero en un ataúd rumbo al cementerio.

“En aquel momento cualquier enfermedad que no fuera Covid, era relegada a la lista de menor importancia. Y hubo una cantidad de casos de negligencia que no fueron denunciados. El de esta niña es uno de esos”, explicó el médico, quien trabajó durante quince años en el sistema público del país y aceptó brindar esta entrevista bajo condición de anonimato.

El caso de la niña de doce años no fue incluido dentro de las estadísticas oficiales de contagios ese año. Aunque sus síntomas y diagnóstico apuntaba a malaria, en las cifras del Minsa no sale reflejado el dato. De hecho, según la institución de Gobierno, en los últimos cinco años Masaya es uno de los ocho departamentos, donde no se han registrado casos de malaria.

“La hermana de esta niña también tuvo malaria pero los síntomas no se desarrollaron igual. Aunque fue atendida en el hospital público tampoco valoraron el tratamiento contra la enfermedad. Ella fue tratada durante el tiempo que su hermana estuvo hospitalizada en el centro privado”, explicó el doctor.

La niña de doce años se contagió de malaria en su casa. A mediados de mayo de 2020 un familiar había regresado de Siuna, una zona donde el último año se registraron 166 casos positivos de esta enfermedad, con síntomas de este padecimiento, aunque no fueron graves.

“Su pariente vino infectado de malaria. Es muy probable que el zancudo anófeles, que es el que transmite esta enfermedad, lo picara y luego infectara a la niña. Así ocurre siempre por muy básico que parezca”, explicó el médico.

Los primeros síntomas que presentó la niña de doce años fueron fiebre, escalofríos, sudoración y dolor de cabeza. Al inicio, su madre creyó que era Covid, no obstante, nunca tuvo problemas respiratorios. Los padecimientos la llevaron al hospital público para su atención primaria. Pero no fue ingresada.

Los doctores dijeron a la madre de la niña de que se trataba de una fiebre sin tantas complicaciones y le recetaron pastillas para disminuir la temperatura y el dolor de cabeza. Al cuarto día de la aparición de los primeros síntomas, la salud de la niña empeoró. Apareció el vómito, la diarrea fue persistente y presentó una palidez intensa. Frente a la desatención en el hospital público, una semana y media después de que aparecieron las primeras alertas, fue ingresada a un hospital privado.

“Esa niña estaba en mal estado. A casi dos semanas de tener todos los síntomas, cualquier doctor estudiado podía diagnosticar malaria. Las grandes calenturas, el escalofrío… la niña tenía que empezar el tratamiento de inmediato para recuperarla”, explicó el doctor, un poco alterado.

Pero en el hospital privado ocurrió lo fatal. Después de estar una semana con un tratamiento que nunca fue informado a su madre, la niña fue ingresada a otra sala, sin vigilancia familiar, para atender otros padecimientos.

La madre de la niña, quien solicitó el resguardo de su identidad y de detalles del caso en general por temor a su seguridad, expresó que las autoridades del hospital le informaron que su hija estaba siendo tratada por un problema respiratorio, pero nunca explicaron cuál era.

Una semana después de su ingreso, es decir, casi un mes después de los primeros síntomas, el teléfono de la madre sonó. Le informaron que su hija había fallecido por neumonía atípica. El doctor, que tuvo en sus manos el expediente de la menor hasta su ingreso al centro privado, indicó que todo el caso se trató de negligencia.

“Conocí otros casos similares de pacientes que llegaron con síntomas de dengue y de otras enfermedades que fueron ingresados en ese mismo hospital y salieron semanas después directo al cementerio. Hubo tanta negligencia pero era tan grave la pandemia que los casos no fueron atendidos como merecían”, afirmó el galeno.

DIVERGENTES conoció de otro caso similar al de la niña de doce años, esta vez el de una adolescente de 14 años cuyo padre viajó a inicios de enero de 2023 a la Costa Caribe y regresó infectado de malaria. Contrario al caso de la menor de Masaya, el diagnóstico esta vez fue acertado porque sus padres la remitieron a uno de los hospitales privados más importantes del país.

“Nunca pensamos llevar a mi hermana a un hospital público. La atención es deficiente, y en aquel momento había un brote de enfermedades respiratorias. Podía agravarse más”, explicó Laura, hermana de la adolescente de 14 años que relató la experiencia de su familiar bajo condición de anonimato.

Laura coincidió en que su hermana tuvo los mismos síntomas que la menor de doce años que falleció en 2020. Sin embargo, en su caso recibió atención primaria de un médico privado y este le refirió al hospital privado para su tratamiento.

“El doctor analizó sus síntomas y nos dijo que era malaria. Nos preguntó si alguien de nuestra familia había viajado a la Costa y el único fue mi papá”, indicó la joven, quien afirmó que en el hospital privado, y bajo la dirección del primer doctor, su hermana recibió el tratamiento adecuado.

El médico que conoció el caso de la niña de Masaya explicó que la detección temprana es crucial para combatir los síntomas de la malaria y evitar que las personas desarrollen otras complicaciones. 

La hermana de Laura se recuperó una semana después de que identificaron la enfermedad, y como medida de prevención, todo su núcleo familiar tomó el tratamiento profiláctico para evitar otro contagio.

“Siempre los contagios en las ciudades ocurren porque alguien viajó a la Costa (Caribe Norte), sin tratamiento profiláctico, y regresa con síntomas de malaria. Y esto va a continuar ocurriendo porque el foco más grande está allá, donde no se hace mucho para eliminar la malaria”, refirió el doctor.


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