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Ser disidente sexual: el doble rasero para mujeres lesbianas y bisexuales en la vida y en el pride

Cinco mujeres comparten sus experiencias sobre las desigualdades y desventajas cuando deciden asumir la sexualidad en una sociedad que no es tolerante ante la diversidad y libertades sexuales, pero en especial con el hecho de ser mujer

mujeres lesbianas

Hace dos semanas Jandra se tiñó el pelo en rosa. Mientras lo hacía, no pudo evitar pensar en sus maestros, los que siempre le dicen que en mujeres tener tatuajes, perforaciones y el pelo en un color que no sea el propio, está “mal visto” en una futura enfermera. Siente también que lo hacen porque “asumen” que es lesbiana.

Para Jandra, el color de su pelo es una de sus mayores expresiones de género. Como ella lo describe, es una representación física de cómo se siente siendo una chica lesbiana. Aunque los turnos en los centros de salud han sido más flexibles que en los hospitales en cuanto a su apariencia física, su maestra la abordó desde el primer día. 

–Usted no puede andar así, con ese pelo. Tiene que quitárselo –le reprocha su docente de enfermería. 

–¿Pero cómo voy a quitarme el color? No se puede profe. 

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–Las enfermeras deben verse presentables, con ese pelo no van a verte como alguien confiable. 

– Esto es discriminación, –le dijo molesta–, usted no puede juzgarme simplemente por cómo me veo. Soy una de las mejores alumnas de la carrera, ¿Cómo puede decirme que no soy confiable o que no hago bien mi trabajo sólo por andar con el pelo rosado?

Antes de iniciar la entrevista, Jandra confiesa que quiere desahogarse. Cuenta que han sido cinco años muy difíciles, y que ya está cansada de exigir respeto para su expresión de género. “El gremio de enfermería está marginado y es un espacio violento para nosotras las personas disidentes. Entrar al hospital para mí es adoptar otra personalidad”. Jandra tiene 21 años, estudia el último año de Enfermería en cuidados críticos en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) y es activista feminista. Los cinco años que lleva en su universidad ha estado en una constante lucha contra comentarios y prácticas discriminatorias, solamente por ser lesbiana, y en apariencia, distinta al resto de mujeres socialmente convencionales. 

Ha tenido que enfrentarse a un trato diferente, uno que no sufren sus compañeros de estudio. Jandra dice que es una manera de castigo: tiene que cumplir con más horas extras, hacer turnos dobles, y además, que invaliden su identidad. “Cuando entré a la universidad te la pintan así como ‘somos inclusivos, aquí pueden hacer lo que ustedes quieran, pueden vestirse como quieran, que no sé qué, no sé cuánto’, pero la realidad no es así”.

el doble rasero para mujeres lesbianas y bisexuales en la vida y en el pride
María Teresa Blandón, socióloga feminista exiliada. Carlos Herrera/Divergentes

Para María Teresa Blandón, socióloga feminista, ser una mujer a la que le gustan las mujeres es rebelarse contra un sistema dominado por hombres que siempre buscan controlar la sexualidad de las mujeres. “Las lesbianas van a tener una dimensión doble de discriminación por ser mujeres y por ser lesbianas. Hay un rechazo absoluto a que las mujeres vivan su sexualidad sin el aval o participación de los hombres. Es como si fuera una herejía, o un pecado capital que atenta contra la virilidad y eso hace que los hombres puedan reaccionar de manera muy brutal”, afirma.

Para las mujeres activistas, todos los cuerpos que están fuera de la norma heterosexual van a estar expuestos a determinadas formas de violencia. El asesinato por razones homofóbicas, lesbofóbicas o transfóbicas es su máxima expresión.

“Ya hay un sesgo porque sos mujer, ya tenés muchas normas encima: violencia, mucha discriminación y ahora salirte de la heteronorma te hace uno de los grupos más marginados, tanto las mujeres trans como las mujeres lesbianas”, reflexiona Jandra.

De acuerdo a datos del Observatorio de violaciones de derechos humanos de personas LGBTIQ+ del Programa Feminista La Corriente, en Nicaragua, entre enero y marzo de este año registró diez hechos clasificados como delitos de odio, agresiones y un asesinato.

Uno de estos hechos es el caso de una mujer lesbiana, madre de dos niños, quien está siendo víctima de difamación y acoso por una iglesia evangélica. De acuerdo al testimonio documentado en el informe, algunos miembros de esta iglesia están acusando a la mujer de haber secuestrado a sus hijos y lastimarlos física y psicológicamente, con el claro objetivo de quitarle la tutela de los menores. Estas acusaciones la obligaron a salir de su casa y buscar refugio. “De acuerdo con el relato de esta mujer que por su seguridad habla desde el anonimato, se trata de un complot de algunos miembros de la iglesia que, en complicidad con la policía quieren quitarle la tutela de los hijos para quedarse con el apoyo que reciben de parte de un proyecto comunitario apadrinado por extranjeros”, detalla el informe. 

La mujer no interpuso denuncia ya que asegura que estas personas que la acosan actúan en complicidad con la Policía.

Blandón también explica que existen otras situaciones a las que se enfrentan las mujeres lesbianas, como expulsión de sus hogares, violaciones de “corrección” –realizadas para “corregir” la orientación sexual–, otras se ven obligadas a mantenerse “en el closet” o a mantener relaciones heterosexuales para ocultar su verdadera identidad de género; llevarlas a terapia porque es considerado un desorden mental, o llevarlas a la iglesia porque la familia considera que es un problema espiritual. 

La socióloga también señala las experiencias de discriminación fuera del hogar como los colegios o centros laborales. Por ejemplo, las lesbianas que la sociedad considera menos femeninas son víctimas de burla, maltrato y agresiones. 

“Todo eso lleva implícito un nivel de violencia muy fuerte que afecta a veces de manera irreversible en la autopercepción y la autoestima que estas mujeres tienen de sí mismas. Y por supuesto que eso tiene impacto en todas las áreas de su vida”, enfatiza Blandón. 

Confundidas, indecisas y enclosetadas: mujeres bisexuales 

Cuando Elena* era una niña y no podía dormir, encendía el televisor. Una de esas noches encontró una película porno. Su curiosidad iba en aumento no sólo por las escenas de sexo, sino también por las escenas entre mujeres. Ella describe que sentía erotismo y mucho deseo. “Mis primeras experiencias de masturbación fueron viendo porno entre mujeres, yo sabía que sentía algo distinto, pero el mensaje en mi cabeza era que no estaba bien, que era perversión”, recuerda. 

Elena también recuerda que cuando tenía 12 años, durante un paseo escolar, ella iba cargando a su mejor amiga en sus piernas, y una profesora les dijo despectivamente que “se alejaran, porque parecían lesbianas”. Esto influyó negativamente en el proceso de aceptación personal como mujer bisexual. 

“Existe una noción de que ser bisexual es ser indecisa, que no sabes qué te gusta y andás explorando. Que sos una lesbiana enclosetada o heterosexual curiosa. Es absurdo porque la sexualidad es en realidad eso, explorar. Esto ha hecho que me sienta insegura muchas veces”, explica Elena, psicóloga de profesión y feminista. Actualmente vive con su pareja, un hombre heterosexual.

Las agresiones no solamente se dan en ambientes sociales o familiares intolerantes, también suceden dentro de los mismos movimientos LGBTIQ+. Es el caso de Luisa*, una activista feminista bisexual. 

“Yo sí me he sentido violentada incluso por otras mujeres lesbianas que me han hecho comentarios como ‘qué asco que todavía te gustan los hombres’ o ‘no tenés el valor para decir que sos lesbiana’. No me parece ético decir esas cosas”, señala Luisa. Considera que esta es una de las razones por las que hasta hace poco las personas bisexuales son más visibles en el espectro LGBTIQ+.

Blandón explica que la razón de estos cuestionamientos es porque la sociedad no acepta mediaciones o situaciones ambiguas, por tanto la bisexualidad se ve como una situación ambigua y falsa. La norma consiste entonces en que se es heterosexual, que es lo que se considera normal, y en el otro extremo, homosexual o lesbiana. No existen los matices, por tanto siempre habrá cuestionamientos.

Además, las mujeres lesbianas y bisexuales se enfrentan a otro tema estrechamente relacionado a su sexo: la hipersexualización, generalmente derivada de la pornografía. 

Elena tuvo esta experiencia mientras estaba en la calle con otra mujer, las miradas de los hombres fueron invasivas. “Me pasó en un par de ocasiones en la calle o un bar, prefería dejar de tener interacción con la muchacha con la que estaba, porque las miradas de los hombres eran tan invasivas, que honestamente si hubiesen podido se masturbaban ahí mismo”.

Esto mismo opina Cristiana, una mujer bisexual, activista feminista exiliada y coordinadora de una colectiva. Su actual pareja es un hombre, quien también es el padre de su hija. Asumirse como mujer bisexual es para ella una apuesta política, porque afirma que las mujeres lesbianas y bisexuales “tendemos a ser invisibilizadas incluso dentro de las mismas disidencias. Es un acto político de resistencia ante el heteropatriarcado”.

Cristiana también se ha enfrentado a los fetiches relacionados a su sexualidad. Explica que las mujeres bisexuales son asociadas a los tríos sexuales, o bien que son mujeres que no son capaces de mantener “relaciones estables”. “Te ven como una persona que ‘todo tiro es carne’”, dice. En su mano derecha tiene un tatuaje de tres corazones con los colores de la bandera bisexual. Pero si alguien fuera de su círculo cercano le pregunta qué significado tiene, se limita a responder que “sólo son corazones”. “No estoy preparada para la violencia que podría sufrir”, comenta Cristiana.

“Hay una sensación de que se está en una lucha constante para que acepten tu sexualidad. El mensaje es que si elegís ser quien sos vas a ir en contra de todo, tu familia, la sociedad, y lo que se espera de vos. Es decir, estar siempre en modo de supervivencia y eso es bien duro”, dice Elena.

“Privilegios” en la celebración del pride

El doble rasero para mujeres lesbianas y bisexuales en el pride

La niñez de Jandra fue distinta a la de las demás niñas. Le gustaba usar short, odiaba las faldas y vestidos, y jugaba con varones. Nunca cumplió con los roles de género asociados a las niñas y eso la hacía sentir diferente. Cuando entró a la adolescencia, comenzó a sentir atracción por sus compañeras de clase, pero interiormente se reprimía, porque pensaba “que estaba enferma”. Cuando comprendió lo que pasaba con ella años más tarde, se dio cuenta que no era enfermedad pero sí que “estaba jodida” por el tema de la discriminación. 

A la edad de 14 años, a la primera persona que decidió contárselo fue a su mamá, pero se sintió más segura diciendo que era bisexual, porque en el fondo, tuvo miedo por todo lo que vendría después. La respuesta de su mamá fue que era una etapa y que se le pasaría. Cuatro años después, a sus 18 años, finalmente pudo asumirse como mujer lesbiana, en un espacio de reflexión con la socióloga María Teresa Blandón, en las antiguas instalaciones de la organización feminista “La Corriente”, en Managua, cancelada y confiscada por el régimen Ortega-Murillo y lo que llevó a Blandón al exilio. 

“Si yo decía que me gustaban los hombres, encajaba más. Pero decir meramente que sólo me gustan las mujeres ya es más pesado. Entonces siento que te da un poco más de privilegio, que hay menos discriminación con las mujeres bisexuales, que no tengo nada en contra de ellas, porque también son mujeres invisibilizadas, que no se respetan sus identidades, como todo, pero sí siento que pasa un poquito más desapercibida”, dice Jandra. 

El doble rasero para mujeres lesbianas y bisexuales en el pride
Cuando Jandra decidió contarle a su mamá que es lesbiana, prefirió decirle que era bisexual, por temor a un mayor rechazo.

Esta aceptación que menciona Jandra también la reconoce Luisa. “Tiene cierta aprobación social, porque no necesariamente te radicaliza de un lado o del otro”, analiza. 

De acuerdo al Observatorio de violaciones de derechos humanos de personas LGBTIQ+ del Programa Feminista La Corriente en Nicaragua, existe una relación directa entre el incremento de discursos de odio y el de la comisión de actos de violencia. Y la relación entre la vulnerabilidad de las víctimas y los mensajes que promueven desprecio hacia la población LGBTIQ+, al mismo tiempo por la falta de un marco jurídico que proteja sus derechos, y la inacción y complicidad de la Policía con los agresores. El observatorio también señala su preocupación por la relación entre el fanatismo religioso y la homolesbotransfobia.

Asimismo las expertas consultadas explican que la interseccionalidad en la que se entrecruzan el tema de raza, clase y poder económico de una persona de la población LGBTIQ+ influye en cómo será tratada y cómo vivirá su sexualidad; si son mujeres pobres, indígenas, negras y además, disidentes sexuales. 

Por ejemplo, la diferencia entre una mujer trans urbana con cierta escolaridad y una mujer trans que se prostituye para sobrevivir. O una mujer lesbiana urbana de clase media con otras oportunidades que una mujer lesbiana que no vive en el casco urbano. “Puede terminar violada y ni siquiera puede poner la denuncia. ¿Y esto en que cae? En que es un cuerpo feminizado. Entonces para nosotras las mujeres cis y trans, el tema de asumir nuestra disidencia sexual nos pone más bien en riesgo”, afirma Cristiana.

El doble rasero para mujeres lesbianas y bisexuales en el pride
Marcha LGBT en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (México). EFE

En el tema organizacional, las mujeres lesbianas y bisexuales también enfrentan obstáculos como participar de espacios en los que se tomen decisiones y se aprueban o cambian leyes. Las expertas coinciden en que estos colectivos reciben menos apoyo de la cooperación, menos atención de la prensa y menos visibilidad.

Para Blandón, durante la celebración del día del orgullo existe un protagonismo mayor de hombres gay, que aunque son víctimas de discriminación, existen atributos masculinos que siguen siendo favorables para ellos. “También son más visibles sus procesos de organización, de lobby, porque también han logrado gracias a esos privilegios de género concedidos a los hombres, estar en lugares de poder que a las lesbianas les ha costado mucho más”, explica Blandón. 

“Vemos poco a la gente de los barrios o quienes no pueden marchar porque son discriminados. De alguna forma el mercado está captando esta lucha, que costó sangre, muertos, disturbios”, afirma Cristiana. 

Para Jandra, uno de los eventos más difíciles que ha sufrido al aceptar su sexualidad, es haber perdido la conexión que tenía con su abuela materna. Actualmente vive con ella, su mamá y sus hermanas. Un día, su abuela la encontró besándose con su exnovia. Tuvo que irse de la casa por una semana, para su abuela este era un acto que traspasaba toda su religiosidad. Aunque su mamá y sus hermanas la aceptan y apoyan, fue doloroso distanciarse de ella. “Me dice que yo hago sufrir a mi mamá porque soy lesbiana. Ser lesbiana es hacer sufrir a las personas a tu alrededor, porque aunque no quiera, la discriminación y mi forma de vivir hace que las personas a mi alrededor sufran. Pero estoy clara que no es mi culpa”, reconoce.

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