Existe un modelo que tras 200 años de historia no se agota en Nicaragua. Consiste en llegar al poder, y asumir que lo que se dirige no es un país, sino una hacienda. Esto tiene su raíz en la Colonia, y posteriormente en la evolución de los hacendados a militares, según explica un sociólogo e intelectual nicaragüense que pidió no ser citado por temor a convertirse en un blanco del actual gobierno Ortega-Murillo. La simbiosis entre tierra y poder dio como resultado a caudillos de turnos que gobiernan con mano dura y se imponen con la fuerza.
“La hacienda es la gran institución que marcó la forma de hacer política, y de administrar al personal”, dice el experto nicaragüense. Pide anonimato porque desde hace tres meses hay una cacería contra voces críticas que solían hablar para medios de comunicación. Cree que su metáfora puede sonar peligrosa a los que bien podrían considerarse como los capataces de turno. Daniel Ortega y Rosario Murillo se mantienen en el poder con todos los Poderes —políticos y militares— en sus manos. Pretenden extender su mandato durante un periodo más, perpetuandose, en medio de una de las crisis sociopolíticas más agudas que ha vivido el país en su historia reciente.
Es fácil entender por qué el sociólogo relaciona la administración pública con los hacendados, porque más que una metáfora, es una realidad diaria en la política nicaragüense.
Hace muchos años, las guerras sucedían entre partidos políticos que formaban pequeños ejércitos con sus campesinos, que nombraban a sus capataces como generales y coroneles. “En los tiempos de la pelea entre los liberales y conservadores (a inicios de siglo) reclutaban a los peones. Los hacendados inmediatamente se convertían en ejércitos por tener una hueste bajo sus mandos”, explica el experto. Y luego, se convertían en presidentes o dictadores. Nicaragua ha tenido varios, pero una familia se destacó en el siglo pasado por ello: los Somoza, cuyas tres generaciones gobernaron el país.
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La palabra “hacienda” tiene varios significados y al menos dos raíces. En el latín medieval facienda se empleaba para referirse a una finca agrícola. En su variante moderna, se utilizaba para decir “lo que ha de hacerse”. Por eso, la administración de los bienes y la riqueza de este modelo recae en los grandes señores, que a su vez designan capataces, que a su vez mandan, ordenan, explotan y maltratan a sus trabajadores. En la hacienda, solo unos pocos viven en abundancia.
Nicaragua cumple este 15 de septiembre 200 años de ser la “hacienda” de un puñado de familias. En algunos tramos de la historia se ha intentado ponerle fin a eso con las armas, pero el sistema se ha mantenido intacto. Tanto así que muchos que lucharon contra los viejos capataces, se convirtieron en sus semejantes.
“La hacienda fue la institución en la que se trasladó administrativamente toda la forma de manejar el Estado. Yo creo que de ahí viene”, agrega el especialista que, al final de la entrevista, reitera su anonimato.
Que un experto no pueda hablar por temor a ser apresado, como lo han sido una treintena de personas desde junio pasado, demuestra la situación que vive el país a las puertas de 200 años de la Independencia de la Corona Española. Nicaragua ya no vive sometida a ningún reino, sino a una pareja presidencial que ordena desde su residencia y somete a través del terror y el calabozo.
Bicentenario en dictadura
Este año también es importante porque en Nicaragua se realizarán unas elecciones generales que han sido boicoteadas por Ortega y Murillo. No bastando con la subordinación de los Poderes del Estado, a mediados de mayo ejecutaron una cacería contra líderes opositores, precandidatos presidenciales, periodistas y activistas. La jugada descabezó a los movimientos surgidos en las protestas de abril de 2018, enterró a partidos políticos e impuso un silencio a las voces críticas. Todo esto en menos de tres meses. Algo inédito en la región.
La mayoría de los medios de comunicación publican sus artículos por internet, debido a que los formatos tradicionales han sido censurados por el gobierno sandinista. El más reciente fue el diario La Prensa, cuyo tiraje dejó de circular por la retención del papel en la aduana nicaragüense. Nicaragua se convirtió en el único país del hemisferio occidental que no cuenta con periódicos impresos.
La represión también amenaza con enjuiciar a la prensa independiente. El régimen ha citado a decenas de reporteros en un caso abierto contra la Fundación Violeta Barrios de Chamorro, oenegé de la sociedad civil que trabajaba en el país temas de libertad de prensa y expresión, dirigida por Cristiana Chamorro, una de las aspirantes presidenciales.
La gran mayoría de nicaragüenses han vivido sometidos a un dictador que ataca siempre a los mismos flancos. Muchos han dicho que el problema radica en la poca inversión a la educación, y que por esa razón las generaciones han crecido con un sistema de valores muy escaso. Otros señalan que la corrupción y la falta de institucionalidad es la raíz de todos los males. Y otros, sin remedio, dicen que los nicaragüenses caen irremediablemente en caudillos que los hipnotizan.
La respuesta puede ser la suma de todas las anteriores. Los nicaragüenses se enfrentan a una crisis sociopolítica sin precedentes ni parangón, pero con una clara motivación cívica, según explica la socióloga y experta en seguridad pública, Elvira Cuadra. “Se ha instalado lo que yo llamo una vocación de paz. La gente en Nicaragua no quiere más cambios políticos por métodos armados o violentos, como se hizo en el pasado, sino que quiere que esos cambios sean con mecanismos democráticos, como unas elecciones”, agrega.
“Soberanía, independencia y anticolonialismo”
El régimen de Nicaragua pretende celebrar el Bicentenario de la Independencia con nueve días de vacaciones y exoneraciones fiscales. Todo en medio de una nueva oleada de muertes y contagios producto de la pandemia de COVID-19. Las cifras han sido tan elevadas, que el Ministerio de Salud ha tenido que aceptar un repunte.
En su más reciente aparición pública, Ortega minimizó la pandemia y llamó a la población a salir de sus casas con “cuidado”. También tildó de “terroristas” a los banqueros y sacerdotes del país. Los ataques contra diversos sectores han sido una constante que agudiza otro de los problemas que el país carga desde hace décadas: la polarización. Nicaragua siempre ha estado marcada por dos polos que solo han cambiado de nombres. Liberales y conservadores, somocistas y sandinistas, sandinistas y contrarrevolucionarios, izquierdas y derechas. Los dilemas han trascendido hasta hoy, incluso dentro de las filas de los movimientos opositores que no mostraron la capacidad de aglutinar una base contra Ortega y Murillo, por diferencias ideológicas.
“De alguna manera, en nuestro país no hemos podido trascender a la Colonia y tampoco a esa figura cultural que deviene del colonialismo, que es la figura del hombre fuerte y la falta de sujeción a la ley y al Derecho”, asegura Juan Diego Barberena, un abogado nicaragüense y opositor.
En los últimos meses, la propaganda oficial utiliza frases con la palabra soberanía y autodeterminación. Son términos que se han aplicado en acusaciones contra opositores. A la mayoría de los detenidos se les investigó bajo invocación a la Ley de Defensa a los Derechos del Pueblo, una norma aprobada en 2020 por la Asamblea Nacional de mayoría sandinista y que persigue el fin de criminalizar a los disidentes.
“La visión de que la soberanía reside en el gobernante y no en los ciudadanos, revela una matriz colonial, eso es esencialmente el pensamiento colonizador”, añade Cuadra por su parte.
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En septiembre, la bandera de Nicaragua ondea tímida por unas poquísimas casas. Desde las protestas de abril de 2018 es un símbolo más de rebeldía. Los estudiantes la utilizaron para manifestarse contra el gobierno, y puede que sea el único país de Centroamérica que encarcele a su población por el uso público de su enseña.
En contraste, los símbolos del partido de gobierno y los rostros de Ortega y Murillo están expuestos en todas las instituciones del Estado, los colegios y las universidades públicas. Esta escena que se repite en la cotidianidad de los nicaragüenses resume el principal reto del país a sus 200 años de historia: salir de una nueva dictadura y procurar que nunca más se instaure otra.