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Nunca callar:

el activismo en medio del destierro

Un grupo de desterradas políticas mantienen sus resistencias en una nueva realidad impuesta por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. No pidieron exiliarse, pero cuando el régimen envió a 222 presos políticos a Washington —previo acuerdo con Estados Unidos— sus vidas cambiaron radicalmente. Ahora, en medio de un largo y complejo proceso de adaptación, algunas de estas activistas buscan su lugar en una lucha que está por cumplir seis años, y ha sido absorbida por la represión y el desgaste

Por Franklin Villavicencio (@fvillabravo)

8 de febrero 2024

Evelyn Pinto ya no frecuenta como antes las redes sociales, pero pasa la mayoría del tiempo muy activa en un grupo de WhatsApp especial para ella. Es el único que suele frecuentar, porque tras ser desterrada por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo el pasado 9 de febrero, decidió alejarse de los espacios digitales para “cuidar” su salud mental. No resulta extraño. 

Uno de los delitos por la cual el régimen sandinista la condenó consistía en —supuestamente— propagar noticias falsas. “Casi que dijeron que yo era una influencer con miles de seguidores, cuando apenas me seguían unas 300 personas en Twitter”, recuerda, vía llamada telefónica desde Texas. 

Pinto es una histórica activista que a lo largo de su vida ha estado involucrada en luchas sociales. Veterana defensora de los derechos de la niñez y la adolescencia en organismos como Fe y Alegría, también ha defendido causas de las mujeres y los pueblos indígenas. Y por supuesto, cuando estallaron las protestas de abril de 2018, fue una de las decenas de miles de nicaragüenses que salieron a las calles y participaron en las manifestaciones autoconvocadas. 

Por ello, la dictadura la capturó el 6 de noviembre de 2021, en la víspera de las elecciones generales de Nicaragua, en las que Ortega y Murillo no tuvieron ninguna competencia política debido al encarcelamiento de los principales liderazgos opositores. Desde junio de ese mismo año, los dictadores desataron una cacería sin precedentes, prácticamente encarcelando e inhabilitando a todas las opciones de la oposición que buscaban competir contra ellos.

Tras su captura en prisión y posterior vivencia en la cárcel de mujeres La Esperanza, Pinto sufrió varias recaídas de salud. El calor de Managua, sumado a la hipertensión que padece le afectaron tanto que sus familiares temieron que su vida estaba en riesgo. 

Para marzo de 2022, el régimen la acusó de propagación de noticias falsas y traición a la patria, dos de los delitos políticos más comunes que utiliza la dictadura con las personas críticas a su régimen. 

Fue condenada a ocho años de prisión e inhabilitada para ejercer cargos públicos. El 9 de febrero de 2023, la dictadura la desterró junto a otros 221 presos políticos. Los enviaron a un viaje sin retorno hacia Estados Unidos, país que la acogió en una de las operaciones diplomáticas más delicadas en los tiempos recientes. 

El destierro le cambió la vida. Sobre todo cuando supo que sería en una nación tan diferente a la suya. “Todo eso provocó que sintiera mucha tensión, mucha preocupación, mucha ansiedad sobre lo que estaba pasando. ¿Qué iba a pasar con mi casa, con todas mis cosas? En términos del activismo, francamente no tuve la oportunidad de seguir haciéndolo durante varios meses. Yo dije no puedo en este momento, necesito dedicarme a mí, estabilizarme, a sanar un poco”, asegura Pinto, con la suficiente distancia temporal de aquellos primeros meses.

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Recuperarlo todo

El destierro no sólo significó una nueva vida, sino entrar a una realidad que apenas comprendía. El mundo, y la correlación de este con el régimen Ortega-Murillo, había cambiado. Muchos entraron a la cárcel cuando en Nicaragua se podían hacer pequeñas muestras de rebelión contra la dictadura. Salieron cuando en el país, nadie podía hablar en contra de Daniel Ortega y Rosario Murillo. 

La forma de encarnar el activismo tenía que ser diferente. Así lo sintió Tamara Dávila, integrante de la Unión Democrática Nicaragüense (Unamos) y parte del grupo de los 222 desterrados.

“El principal reto para mí tiene que ver con hacerle entender a los distintos Estados y funcionarios públicos que no debe haber competencia entre los conflictos de materia humanitaria y de derechos humanos que se viven en el mundo, que todo debe ser priorizado”, remarca Dávila, quien de a poco se ha integrado nuevamente a su activismo.

Dávila pertenece todavía a Unamos y recientemente participa de Monteverde, un proyecto político del que forman parte diversos actores y movimientos de oposición. “Las acciones de mi parte han estado enfocadas en cabildeos, lobbies, reuniones para seguir manteniendo a Nicaragua en la agenda política de Estados Unidos, pero también de otros países en Europa”, agrega.

Pero llegar a este punto significó todo un proceso para Dávila, debido a la adaptación que representó salir de la prisión. Para ella, salir del cautiverio fue aprender nuevamente a adaptarse a los ruidos de afuera, la luz, la comida, la libertad. 

“El reto y parte de nuestro activismo es estar sanos Y para mí ha sido fundamental el apoyo psicológico que yo sigo teniendo”, comenta Dávila, cuya secuelas de la prisión han sido acompañadas a través de terapias.

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Activismo digital
ante la represión

Evelyn Pinto encontró un trabajo que la une más a sus luchas. En el condado en el que vive da clases a padres latinos sobre democracia. “Es importante porque de nuestros países traemos toda la cultura de la casa en la que fuimos criados y este es un programa muy bonito que tienen aquí en el condado”, comenta.

Trabajar esos temas le recuerda al activismo que hacía en años anteriores, que también estaba relacionado con la defensa de los derechos humanos y la construcción de una cultura democrática. 

Pero, lo que más la une a lo que hacía antes es el grupo de WhatsApp que comparte con otras mujeres desterradas nicaragüenses en la que organizan acciones para recordarle al mundo que en Nicaragua, todavía hay 91 presos políticos. 

“Anímicamente me está afectando el no poder salir a decir nada, el no poder hacer nada, el estar aquí en esta inmovilidad, me tiene mal. Poco a poco, fuimos viendo la posibilidad de que fuera priorizando y definiendo qué campos y con quiénes quería hacer el trabajo de activismo. A través de las del grupo de mujeres, nos planteamos hacer videos de denuncia y reclamar por la libertad de las mujeres presas. En ese momento estaban en huelga de hambre, Olesia (Muñoz) y un grupo de presas en La Esperanza. Entonces, hicimos un video por ellas”, recuerda Evelyn.

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Sanar en el destierro

A Ana Margarita Vijil le ha tocado replantearse su activismo en este nuevo contexto. Si bien en Nicaragua, antes de ser apresada, debía trabajar en la clandestinidad, siempre oculta del régimen, sentía que tenía más margen de maniobra al momento de ayudar a otras personas. 

“El destierro fue sacarme de mi hábitat, reorganizar en mi cabeza cómo podía seguir haciendo esas dos cosas desde un ambiente que yo no conocía, teniendo que, en efecto, buscar de otra forma la sobrevivencia, porque bueno, nos quitaron todo”, asegura vía llamada telefónica en una fría ciudad del norte estadounidense que prefiere que se omita. 

“Entonces, ha sido un gran reto personal, pero siento que a la vez el activismo, la conexión con esta causa mayor que es cambiar lo que está mal en Nicaragua, es también lo que me ha ayudado a sobrellevarlo”, agrega.

Su activismo, como el de la mayoría de personas en el destierro, consiste en mantener la conexión con el resto de desterrados e ir creando redes de solidaridad. La situación, para muchos, es crítica. El desempleo, la carestía de la vida y una cultura tan diferente han afectado la vida de muchos. 

De hecho, la diáspora nicaragüense en Estados Unidos absorbió todo lo relacionado con la vivienda de la mayoría de los 222 presos políticos desterrados por la dictadura. 

“Lo que hicimos fue que un grupo de gente y organizaciones de la diáspora abrieran las puertas de sus casas, por un período de tres meses. Es muy difícil, porque la diáspora no estaba preparada emocionalmente para recibirlos”, asegura Damaris Rostrán, una activista nicaragüense radicada en Estados Unidos desde 2022, que se dedicó a coordinar las redes de solidaridad para los desterrados políticos.

“Algunas veces sentimos que es demasiado, que la situación ya nunca se acabó y yo después pienso que estamos más cerca, estamos más cerca de que se acabe, ya avanzamos bastante”, reflexiona Ana Margarita.