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La vida de los aspirantes presidenciales que retaron al orteguismo

y fueron condenados al destierro

El vuelo del 9 de febrero de 2023 cambió la vida de los 222 presos políticos de forma radical. En aquel avión fueron expulsados los siete aspirantes a la Presidencia que el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo encarceló durante más de año y medio. En el destierro, menos de la mitad de estos continúan activos en las plataformas políticas

Por Divergentes (@DivergentesCA)

8 de febrero 2024

Todas las mañanas, Juan Sebastián Chamorro corre por las calles de Indiana, Estados Unidos. En estos días, su recorrido suele estar empapado de lluvia o cubierto por la nieve, pero antes de regresar a su casa, siempre hace una serie de abdominales y pechadas, los ejercicios que hizo durante los dos años que estuvo en la cárcel. 

Juan Sebastián, de 53 años de edad, es un hombre rutinario. Dice que eso fue lo que le ayudó a no quebrarse en El Chipote, un centro de detención convertido en una cárcel para castigar y torturar a opositores al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, según los testimonios de quienes han sido encarcelados en este lugar. 

En la cárcel, Juan Sebastián se levantaba temprano para hacer ejercicios, desayunaba, descansaba, y por la tarde continuaba haciendo ejercicios. Como no tenía espacio para correr, midió la celda con la toalla que se secaba después de bañarse. 

“La etiqueta de la toalla tenía la longitud de 1.25 metros, usé esa referencia y, entre pared y pared, calculé cinco metros”, dijo a DIVERGENTES, semanas después de salir de prisión. Entonces Juan Sebastián recorría la celda caminando: hacía hasta 3000 vueltas al día, unos 15 kilómetros, según sus cálculos. 

Pero la rutina no terminaba sin las pechadas y abdominales. Él calcula que llegó a hacer 700 pechadas y 500 abdominales en un día. “El ejercicio me distraía bastante”, dijo. 

Juan Sebastián ahora tiene otras ocupaciones. Después de correr y desayunar, se va a la oficina en la Universidad de Notre Dame, donde trabaja como académico visitante desde agosto del año pasado.

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Preparado para enfrentar las consecuencias del destierro

El doctorado que tiene en Economía, dice, le ayudó a encontrar un trabajo para estabilizarse económicamente con su familia, después de ser desterrado, desnacionalizado y confiscado por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo hace un año. 

“Yo empecé con mejor pie que los otros desterrados”, dice Juan Sebastián, en referencia a los 222 presos políticos expulsados la madrugada del 9 de febrero de 2023 en un vuelo a Washington D.C.

Vivir un tiempo de su vida académica en Estados Unidos, donde estudió su licenciatura en la Universidad de San Francisco; la maestría en la Universidad de Georgetown y el doctorado en la Universidad de Wisconsin, le sirvió para adaptarse de forma más rápida que otros presos políticos al país norteamericano. 

Previo a las elecciones de 2021, Juan Sebastián fue uno de siete aspirantes que hicieron públicas sus intenciones de ser candidato a la Presidencia. Sin embargo, Ortega y Murillo ordenaron las capturas de cada uno de ellos meses antes de los comicios, catalogados por la comunidad internacional democrática como ilegítimos.

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Desaparecidos de la vida política

Para este artículo buscamos las versiones de los otros aspirantes presidenciales encarcelados por la dictadura: Noel Vidaurre, Medardo Mairena, Miguel Mora, Arturo Cruz y Cristiana Chamorro  —para conocer cómo se encontraban un año después del destierro—, pero sólamente obtuvimos los testimonios de Juan Sebastián Chamorro y Félix Maradiaga. 

Cristiana Chamorro, desde su excarcelación, se ha mantenido alejada de toda agenda pública. Arturo Cruz, regresó a la docencia, impartiendo clases en la sede del INCAE, en Costa Rica. Medardo Mairena se encuentra trabajando en Estados Unidos, y ha viajado a Costa Rica para mantenerse en contacto con las bases del Movimiento Campesino. 

Por un breve tiempo estuvo vinculado a la plataforma Monteverde, pero luego se distanció de la misma. Noel Vidaurre, igual que Cristiana Chamorro, también se mantiene fuera de toda actividad política desde su llegada a Estados Unidos. 

Sebastián Chamorro y Félix Maradiaga, junto a Medardo Mairena, son los únicos que se mantienen activos —al menos públicamente— en plataformas políticas y de incidencia internacional para la denuncia de las violaciones a los derechos humanos que comete el régimen Ortega-Murillo en Nicaragua.

Durante los 611 días que Juan Sebastián estuvo en El Chipote fue de los pocos presos políticos que no recibía visitas de sus familiares más cercanos. Esto era así porque su esposa, Victoria Cárdenas, fue acusada de “traición a la patria” como represalia por una campaña global de derechos humanos que realizó, junto a Berta Valle —esposa de Félix Maradiaga— para denunciar el encarcelamiento de los presos políticos en Nicaragua; mientras que su hija, Victoria Chamorro viajó a Estados Unidos para estudiar en la Universidad de Notre Dame, donde ahora Juan Sebastián es profesor. 

Cuando sus carceleros llegaron a su celda, en la noche del 8 de febrero de 2023, Juan Sebastián llevaba más de dos años sin ver a su esposa y a su hija. Compartía el lugar con Roger Reyes, otro preso político, con quien charlaba todas las noches hasta que los vencía el sueño o el tedio. 

Pero esa noche, cuando los policías les entregaron su ropa para que se cambiaran el “mono” azul que usaban en la cárcel, ambos pensaron que les esperaba lo peor.

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La difícil despedida de Nicaragua

Félix Maradiaga es otro de los aspirantes a la Presidencia que fueron desterrados hace un año. También vivió una situación parecida a la de Juan Sebastián: su esposa y su hija, de 12 años de edad, no lo podían visitar en El Chipote. 

Meses antes de que los desterraran, Berta, su esposa, le dijo, a través de un mensajero que existía la posibilidad de que a los presos políticos los desterraran, y que por lo tanto, le prometiera que no se negaría a abandonar el país cuando se lo preguntaran. “Berta pensaba que yo me podía quedar”, dijo Félix. 

Montarse en el avión fue difícil, dice Félix, porque tenía sentimientos encontrados. Por un lado, sentía un vacío por abandonar el país y “la lucha en Nicaragua”, pero por otro lado, sintió felicidad al saber que iba a ver a su esposa, a su hija y a su madre, a quienes tenía tres años de no ver. Por eso, Félix besó el suelo antes de subirse a la aeronave. Horas después, besaba a su familia.

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El desierto de la “cárcel”

Estuvo casi dos años encerrado en El Chipote. Los primeros 84 días fueron de “total aislamiento”, dice. De estos, 77 días estuvo en completa soledad en una celda oscura. No le permitieron ninguna llamada telefónica, ni abogados, “era como el desierto”, dijo.

Como los demás presos políticos encerrados en ese momento en El Chipote, Félix tenía poco acceso a luz solar, a contacto humano o a material de lectura. Incluso, cuando los familiares les llevaban cajas de leche o tarros de refrescos, los carceleros les arrancaban las etiquetas para que ni siquiera eso pudieran leer. 

Todavía le cuesta hablar de los posibles traumas de la cárcel. Admite que en algún momento se tomará una pausa para hacer una revisión de lo que vivió. Fue recibido con una golpiza en El Chipote y lo sometieron a largos e intensos interrogatorios. En la mayoría le preguntaron cuánto le pagaba él a la gente que fue a las marchas en 2018, o quiénes lo financiaban. Además, lo acusaban de que era un “mercenario” y “agente extranjero”. 

Durante su estancia en prisión enfermó de la piel y de los ojos, pero Félix dice que lo más duro fue “no poder tener contacto con mi hija y mi esposa”. No se le permitió recibir cartas ni siquiera dibujos de la niña. No pudo hablar por teléfono con ella, salvo pocas semanas antes de salir de la cárcel, cuando los presos políticos recibieron algunas concesiones. 

El sufrimiento de la cárcel lo tiene latente. Todavía le cuesta sentarse en una mesa a comer, “pensado que hay gente presa”, dice, o platicar con su esposa e hija, “sabiendo que hay familias separadas por la cárcel”.

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Las noches en El Chipote

El Chipote era una cárcel silenciosa. No se permitía que los reos platicaran entre ellos, y menos que lo hicieran con los guardas. Pero en las noches, cuando había menos control, entre ellos empezaban a charlar. A falta de lectura o material para escribir, Juan Sebastián comenzó a recordar todo lo que había estudiado, escrito, leído o visto. 

Fue compañero de celda por “mucho tiempo” —no recuerda el tiempo exacto— de Max Jerez, con quien tuvo largas charlas sobre películas, libros y documentales que ambos habían visto o leído. A todos sus compañeros les contaba sobre sus viajes. 

Con Luis Rivas, un preso político que fue el CEO de Banpro y también tiene un doctorado en Economía, hablaba sobre “teorías económicas o modelos económicos”. No tenían otra cosa que hacer y entonces conversaban bajito entre ellos. “La naturaleza humana te ayuda a encontrar un refugio, y yo encontré refugio con los compañeros de celda”, afirma Juan Sebastián. 

Su último compañero fue Roger Reyes, con quien “leía” los movimientos que hubo en la cárcel antes de la salida. Analizaban los acontecimientos con pesimismo. “La lógica que teníamos era que siempre había que esperar lo peor de la dictadura”, manifiesta Juan Sebastián, y agrega: “lo que hacía el régimen era para provocar lo peor: torturarnos, hacernos sentir mal y generarnos incertidumbre”. 

Una prueba de esto fue que no les dijeron nada cuando los sacaron de la cárcel para montarlos en los buses que los llevaron al aeropuerto. Juan Sebastián y Roger pensaron que los llevarían a una audiencia masiva en los juzgados. 

Luego, pensaron que los estaban trasladando a la cárcel La Modelo, en Tipitapa. “Nos dimos cuenta que íbamos al aeropuerto cuando el bus dobló y se metió en el portón de la Fuerza Aérea”, dice. “Era algo normal que nos mantuvieran en ese estado de ansiedad y terror, es su forma de trabajar de ellos (la dictadura)”. 

Al montarse en el avión, Juan Sebastián dice que iba feliz porque sabía que pronto se encontraría con su familia en Estados Unidos. Pasó de ser uno de los pocos casos que no recibían visitas familiares, a dormir con su esposa e hija en cuestión de horas. “En ese sentido el destierro no fue tan traumático para mí”, dice.

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La apuesta por Monteverde

A los pocos días de llegar a Estados Unidos, Juan Sebastián fue invitado a participar en la plataforma política Monteverde, un espacio de diálogo entre opositores de diferentes partidos políticos. Actualmente es el vocero y le dedica gran parte de su tiempo. “Estoy dedicado a la lucha por los derechos humanos, los presos políticos, la democratización de Nicaragua y la conformación de alianzas opositoras”, amplía.

La otra parte de su tiempo la dedica a escribir un libro sobre la crisis política de Nicaragua desde 2018. Lo espera publicar en inglés en todo este año, “para que le llegue a la audiencia anglosajona”. El libro, dice, le ha ayudado a ordenar sus ideas y reflexionar sobre los acontecimientos con la “distancia histórica”. 

Otro de sus proyectos es escribir sus ideas políticas y económicas con reflexiones históricas de “¿por qué hemos llegado a esta crisis?, y, ¿qué se debe hacer para solucionar los problemas de Nicaragua?”.

—Después de ser desterrado y confiscado, ¿se arrepiente de haberse involucrado en la política?— le preguntamos a Juan Sebastián. 

Estando en una celda en condiciones insalubres, con mala comida, me pregunté lo mismo… y no me arrepiento en lo absoluto. No había forma de que uno se quedara callado, y me llena de orgullo decir que me puse del lado correcto…Yo me puse en el foco porque Funides (Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social), de la cual era el director, dispuso, desde las primeras semanas de la crisis de 2018, un fondo para la atención a las víctimas, algo que no se conocía mucho… Este fue el motivo más fuerte de los interrogatorios que me hacían en El Chipote.

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Los más duro del destierro

Cuando a Félix Maradiaga se le pregunta por lo duro del destierro, él responde que desde tiempos inmemoriales el destierro “ha sido un recurso perverso utilizado por las tiranías para deshacerse de aquellos que consideran su principal amenaza”. En la Antigua Roma, el destierro era considerado un castigo únicamente superado por la pena de muerte. 

Félix dice que ha sobrellevado el destierro con trabajo duro. Después de que le confiscaron todos sus bienes en Nicaragua ha pasado “muchas limitaciones materiales” en Estados Unidos. 

Dice que actualmente trabaja como asesor y consultor con varias organizaciones internacionales y empresas privadas, algunas de ellas enfocadas en proyectos relacionados con países como Ucrania, Guatemala y China. 

Además se encuentra a cargo de un proyecto que se llama “Freedom Academy”, el cual “atiende las necesidades de capacitación de activistas de la democracia en todo el mundo”. 

En el ámbito político nicaragüense, Félix está enfocado con la Fundación para la Libertad de Nicaragua, fundada en Nicaragua en 2012 y cerrada por el régimen Ortega-Murillo en 2022. 

“El objetivo es tener una plataforma institucional y técnica para apoyar el trabajo de grupos de resistencia cívica”, explica. Forma parte de la junta directiva de Freedom House, y esto le permite ampliar su enfoque “en temas de promoción de la libertad en un contexto más global”. 

Félix viaja seguido a diferentes países. Visita de forma asidua Costa Rica para reunirse con grupos opositores exiliados en ese país. En algunas ocasiones ha viajado con su hija, Alejandra, con quien se entusiasma de ver el lago Cocibolca de Nicaragua desde la venta del avión. Cuando la niña lo ve muy emocionado, siempre le dice “papá, no estés triste, que vamos a regresar”.