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Del salón de clases al destierro

La travesía de los estudiantes encarcelados por el orteguismo

El activismo estudiantil se paga con persecución, cárcel y torturas en Nicaragua bajo la tiranía de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Para el régimen, los estudiantes son traidores a la patria, si no se ajustan a su lineamiento represivo. Esto lo sufrieron en carne propia John Cerna, Samantha Jirón y Mildred Rayo, castigados con el destierro y la desnacionalización, y quienes ahora luchan por sobrevivir en el exilio

Por Divergentes (@DivergentesCA)

8 de febrero 2024

Para hablar, John Cerna tiene que salir de la oscuridad de su cuarto. Pide disculpas y abre las cortinas completamente cerradas. Las secuelas de haber sido privado de luz por casi tres años persisten. Aclara que sus ojos todavía no se adaptan y por eso prefiere estar en la opacidad.

La ciudad que ahora lo acoge es fría y muy lejana de su natal Matagalpa. Desde su destierro ha estado en diferentes lugares. Aunque al momento de esta entrevista se encuentra en Texas, dice que es mejor no especificar la ciudad por su constante movilidad.

Una vez sentado frente a la pantalla y con suficiente claridad para ver, habla con soltura y concisión sobre el último año de su vida, marcado por un hecho sin precedentes en la historia de Nicaragua: la desnacionalización y destierro de 222 presos políticos hacia Washington D.C., Estados Unidos.

Abogar por la autonomía universitaria, exigir justicia por los estudiantes asesinados en las protestas de 2018 y demandar democracia para el país, le costó más de mil días en la cárcel, luego de ser condenado a 12 años de prisión por el cargo inventado de tráfico ilegal de drogas. 

Aún después de varios años de encierro, Cerna sigue siendo meticuloso. Sabe cuántos días estuvo en la cárcel y cuántos días tiene de estar en libertad. Sabe que lo declararon apátrida mucho antes de su destierro, que la medianoche del 8 de febrero de 2023 dejó su celda, El Infiernillo, y que 36 horas después de llegar a suelo estadounidense, decidió tomar su propio rumbo.

En cuanto llegó al país de su destierro, también supo cuáles eran sus prioridades: atender su salud, agravada por el encarcelamiento y las torturas de sus custodios; retomar sus estudios, interrumpidos por la dictadura; y regular su estado migratorio, en ese momento inexistente. 

Sus razones para saber todo lo anterior son claras: “Yo ya sabía que iba a salir libre”, dice con seguridad. “No sabía cuándo, ni cómo, pero yo le dije a mi mamá que se preparara porque la iban a llamar para avisarle que ya estaba libre”, relata. Y así fue, aunque no de la manera en que esperaba.

Desde que llegó hasta la actualidad ha sido un año de cambios, aprendizajes y retos. Un año de reencuentros, libertad y adaptación. “Estaba en una cajita de concreto y me tiraron a una selva de concreto con más de 300 millones de habitantes, que tienen otro idioma, otra cultura y otra manera de ver la vida”, dice. Estados Unidos era el último país que tenía en su mente como un lugar de destierro.

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Solo un día y medio después de estar en su nuevo país siendo evaluado, examinado e inspeccionado por las autoridades médicas y migratorias estadounidenses, agarró su mochila casi vacía —su única pertenencia— y se fue. No quería volver a estar retenido, mucho menos por una lista de vacunas que le hacía falta aplicarse. “Solo pensé: vengo de estar en una caja y me quieren meter en otra caja más grande”, repite. 

Él vuelve a hacer las cuentas y estima que desde que fue excarcelado y desterrado a Estados Unidos, hasta esta conversación con DIVERGENTES, han pasado exactamente 301 días. “Siempre repito que la persona que solían conocer se quedó en El Infiernillo. Ahí quedó porque le tocó un proceso de metamorfosis y transformación”, expresa.

Si bien el confinamiento al que lo sometió la dictadura Ortega Murillo lo cambió en muchos aspectos, su esencia sigue siendo la misma. La dictadura no pudo quitarle lo más importante para él: su fe en Dios, el amor por su familia y la terquedad para continuar en la vida. 

“Hoy puedo decir que me hice cargo de mis documentos legales para permanecer en el país, que van desde un permiso de trabajo, un número de seguro social y una licencia de conducir”, dice.

“También puedo decidir que ya no soy apátrida”, señala con orgullo uno de sus últimos logros. Obtuvo la nacionalidad española dos días después de su cumpleaños número 28, el 25 de julio de 2023.

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Desnacionalización,
el castigo político del régimen

Los más jóvenes de los privados de conciencia; activistas políticos, estudiantiles y sociales, no fueron inmunes a esta medida. A diferencia de otros grupos, la gran mayoría de ellos estudiaban sus carreras universitarias o las finalizaban. 

Cuando hicieron pública su desnacionalización el 9 de febrero de 2023, Cerna ni siquiera estaba seguro de lo que significaba ser “apátrida”. Se le vino a la mente la única persona que conocía con esa condición, Albert Einstein. La confusión lo embargó.

“Cuando me dijeron que era apátrida, titubee sobre el término. La única persona que se me ocurrió era alguien famoso que nada tenía que ver conmigo. El único que conozco que fue apátrida fue Albert Einstein. ¿Cómo yo me voy a comparar con una persona de perfil tan alto?”, manifiesta.

No era para menos. La apatridia era un castigo político que tenía muchos años de no verse en la región, y está catalogado como un crimen de lesa humanidad. Cuando dicha sanción fue sacada a la luz nuevamente por el régimen, el desconcierto fue la reacción generalizada.

Aquel 9 de febrero de 2023 posiblemente no fue el destierro lo que dejó más sorprendida a la población y a la comunidad internacional, sino la creación de una ley que declara la pérdida de la ciudadanía nicaragüense y dejaba en una muerte civil a más de 200 personas en ese momento.

Como añadidura a la ley de desnacionalización y traición a la patria, también se pagaría con los bienes de las personas desnacionalizadas y los de su familia, algo que aunque no está en la ley, el régimen aplica en la práctica.

Ante esto, Cerna dice que por suerte “no tiene ni un peso partido a la mitad”. Lo que tiene después del despojo de su nacionalidad es el cariño a su país y la esperanza de que todo va a mejorar. “Yo soy matagalpino y nicaragüense por gracia de Dios. No es un papel el que me va a quitar el amor sobre ese pedacito de tierra que me vio nacer”, sostiene.

Como muestra de su sentido de pertenencia al país, siempre usa el broche de una bandera nicaragüense en el chaleco de su actual trabajo, donde forma parte de un servicio de catering. Agarra el brochecito azul y blanco, lo muestra a la cámara y sonríe en esta entrevista a larga distancia.

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Secuelas físicas,
una manifestación de la violencia política

A casi tres mil kilómetros de distancia de Cerna, en una tierra más helada y distante, se encuentra la activista estudiantil Samantha Jirón. Apasionada por las ciencias políticas y la comunicación, y marcada por un sentido fuerte de justicia, ella fue la presa política mujer más joven que mantuvo la dictadura hasta el 9 de febrero de 2023.

Como muchos, fue capturada en el año de la farsa electoral, el año en que por cuarta vez consecutiva Daniel Ortega se autodeclaró presidente de Nicaragua, con todos sus competidores electorales encerrados en la cárcel o exiliados. 

Al igual que otros activistas estudiantiles desterrados, la salud post encierro de Jirón es todo un tema que atender. Con dificultad, debido a una severa tos que la arremete, cuenta que se está recuperando de una cirugía inesperada. Su ovario izquierdo se torció y necesitó ser intervenida quirúrgicamente de manera inmediata.

“Así, de la nada se torció”, dice sencillamente. La torsión de su ovario ocurrió en octubre de 2023, tan solo unos meses después que su pareja y también expreso político desterrado, Kevin Solís, sufriera, “de la nada”, una parálisis facial. 

Sin embargo, no se trata de una coincidencia. Jirón sabe cuál es el origen de todos sus males: las secuelas de estar en las mazmorras del régimen, privados de atención médica y cualquier otra necesidad humanitaria que requirieron en ese momento.

Ella, que siempre siempre ha tenido buena salud y pocos problemas médicos, su último año en Estados Unidos estuvo plagado de afecciones, malestares y desasosiegos.

“Se trata totalmente de secuelas y soy testigo de eso”, asevera. “He presentado muchos problemas de salud, estando presa y también después de mi encarcelamiento”, cuenta. Son las manifestaciones de daños físicos, emocionales y mentales de ser privada de libertad injustamente por más de un año.

La primera secuela que notó es su incapacidad de estar en espacios cerrados, aunque se trate de un carro o un autobús. “Se me baja la presión, el azúcar, me pongo pálida y siento que me voy a desvanecer”, relata.

Extrañada por sus reacciones, acudió a un médico para averiguar si la razón era un problema de presión arterial, pero el doctor le dijo que todo es una reacción emocional al experimentar nuevamente un encierro.

“Yo esto nunca lo había pasado antes de estar presa. Nunca había tenido esos problemas médicos”, afirma. Para disminuir esas constantes molestias, utiliza una pulsera especial que regula su presión. Aunque los ataques de ansiedad no los deja de tener, con ese dispositivo al menos los puede controlar.

Por la protección especial que tiene Jirón con el parole humanitario —que igualmente tienen el resto de los 222 desterrados—, posee un seguro llamado Medical que está disponible únicamente para el estado donde vive, California. Así que su cirugía y tratamiento postoperatorio, el cual anduvo por los 89 000 dólares, no fue costeada por ella. “Aquí enfermarte es lo peor que te puede pasar”, afirma.

Aún en medio de los problemas, cuenta entre risas que cuando su novio, Solís, sufrió la parálisis facial que implicó más de 20 000 dólares en gastos, estaban bromeando sobre huir del país, si el seguro no pagaba la factura del hospital.

La joven estudiante dice algo que todas las demás personas desterradas repiten sin parar: “que nos hayan enviado a Estados Unidos no nos resuelve la vida”, sostiene. 

“Muchos dicen que nos la pusieron fácil por haber venido aquí, pero no es así”, enfatiza. Debido a sus constantes problemas médicos y para recuperar su salud, Jirón decidió renunciar a su trabajo en la empresa donde laboraba. 

En ese lugar muchas de sus responsabilidades implicaban realizar un esfuerzo físico. Además, como en cualquier otro lugar del país norteamericano, si no tenía al menos un año laborando, no tenía derecho a indemnización por sus días de descanso y recuperación.

“Tenemos poco tiempo de trabajar (mi pareja y yo). En estas empresas no te dan un permiso para la recuperación total, no al menos en esta empresa. Un trabajo no vale la pena para que deteriorés tu salud”, agrega.

Cuenta que el mes en que Solís sufrió la parálisis, no pudo trabajar durante varias semanas y por tanto, ni siquiera recibió la mitad de su salario. Su seguro solamente cubre los gastos médicos, más no indemniza los días de trabajo perdidos. 

Solo el espacio donde ella vive cuesta 1800 dólares y ni siquiera es un apartamento. Es un estudio sin cuartos, ni divisiones. Únicamente tiene un pequeño baño y un lavado que simula la cocina. Basta con una pequeña mirada alrededor para lograr ver todo el espacio.

Desterrada y ahora extranjera en otro país, son elementos que se entrecruzan para dificultar la búsqueda de un trabajo que le permita costear un lugar mejor. “Es muy difícil obtener un trabajo aquí, aunque seas profesional. No es como que soy periodista y voy a trabajar en un medio de comunicación aquí. Los trabajos para nosotros son diferentes”, recalca. “Nosotros”, es decir, los desterrados.

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2023 fue un año inusual
para los desterrados

En medio de la conversación, Jirón tose nuevamente. Un recordatorio que su salud sigue delicada. Hace un par de conjeturas sobre su tos. Puede ser porque es la época fría del año y todo mundo suele resfriarse en estas fechas, pero también puede ser una neumonía porque se le ha prolongado demasiado. 

La joven define su último año como “inusual”. “No esperas vivir lo que me ha tocado a mí y a los 221 presos políticos excarcelados”, explica. Por un lado, es el año de su libertad, después de mucho tiempo encerrada. Y por otro, es un año complejo por todos los desafíos que significa haber llegado a Estados Unidos como desterrada.

Como tantos, no tenía ninguna familia, ni nadie que la recibiera cuando llegó. Eso significó adaptarse en ese nuevo contexto únicamente con la compañía de su pareja. La distancia que la separa a ella y a sus seres queridos se siente mucho más, que cuando estaba encarcelada en Nicaragua.

“He pasado momentos de depresión muy fuertes lejos de mi familia. Eso se suma a los problemas emocionales, a los traumas que traigo de la cárcel y la incertidumbre de lo que pasará conmigo y mi futuro. Ha sido un año muy difícil”, expresa la activista, ahora de 24 años.

Sobre todo su futuro y la incertidumbre que la acompaña, es un tema que ocupa su mente la mayor parte del tiempo. A pesar que fue una de las primeras desterradas en aplicar al proceso para obtener la ciudadanía ofrecida por el Gobierno de España, todavía no recibe respuesta de su solicitud. No es la única. Otro grupo grande de excarcelados siguen a la espera, aclara.

“No me han dicho cuándo va a estar mi pasaporte (español). Siempre estoy mandando correos para saber cómo va mi trámite. Es difícil y desgastante estar a la espera durante todos estos meses. Acá no es fácil mantener un apartamento y estar en estas condiciones”, manifiesta.

Uno de sus objetivos es mudarse a España con su pareja en cuanto obtenga su pasaporte. Solís lo obtuvo el 4 de diciembre del año pasado. Mientras tanto, tendrá que aguardar su nueva nacionalidad que representa también una esperanza, en la gélida bahía de San Francisco.

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Destierro significó
la separación de familias

A tan solo un par de kilómetros más adelante, una joven enciende su computadora. Apenas acomoda su cámara, es notable la herida que Mildred Rayo tiene en su labio superior, evidencia del reciente accidente que tuvo en su patineta eléctrica.

Explica que chocó con otra persona que también manejaba una patineta y cayó de bruces contra el piso. El resultado fue una cortada en los labios y un golpe en los dientes frontales. Sin embargo, más allá de su aparatoso accidente, sonríe y se encuentra animada para hablar.

Su sentido del humor y su optimismo por la vida pueden ocultar fácilmente todo lo que vivió en sus últimos cuatro meses en Nicaragua: la detención arbitraria por el Ejército de la dictadura, el abuso al momento de hacerle un chequeo y el destierro inesperado.

Dice que cada vez que cuenta su historia a sus compañeras de trabajo en el hotel donde es recepcionista, le dicen que parece sacada de un guión de cine. Represión, encarcelamiento, destierro y apatridia.

“Cuando me preguntan cómo terminé aquí y les explico todo lo que pasa en Nicaragua, siempre me dicen ‘no te lo puede creer, es como una película’. A pesar de que creemos que está divulgada la situación, no lo está”, indica Rayo.

Para ella, su destierro se trata de altibajos. Momentos de éxitos y logros, y de tristeza e inquietud. “Han habido momentos de mucha frustración, especialmente los primeros meses. Fue duro porque yo no me miraba saliendo de Nicaragua y obligadamente estar acá es difícil. Todo es burocrático y lento. No hay manera de ubicarnos más pronto”, dice molesta.

A diferencia de la mayoría de los desterrados, ella no optó por una de las ciudadanías ofrecidas por más de cinco países latinoamericanos y España, sino que decidió solicitar asilo político en Estados Unidos. Una vez culminado el proceso, procederá a atender el tema de su nacionalidad.

La razón: no quiere alejarse más de su familia. Pues, obtener una ciudadanía de los países voluntarios significa irse de Estados Unidos eventualmente. Eso es algo que ella en definitiva no quiere porque sería marcar más distancia entre ella y sus seres queridos. De hecho, cuando llegó al país, una de las primeras personas en recibirla fue su hermana mayor, quien reside en Miami y con quien vivió en los meses siguientes.

Por el contrario, quiere echar raíces en el país norteamericano y con una estabilidad económica asegurada, pretende traer a sus padres para que su familia vuelva a estar reunida. 

“A veces me he sentido muy sola sin mi familia. Después del accidente me pregunté ¿ahora quién me va a cuidar? Es la costumbre. Uno puede tener 30 años y decir ‘quiero que mi mamá me haga una sopita’. Hay un soporte emocional y ha sido duro sin eso”, dice lagrimeando.

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En realidad, Rayo nunca quiso irse del país en donde nació y se crió, ni siquiera a pesar de toda la persecución y hostigamiento que vivió por ser activista estudiantil y miembro de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia.

Aunque no alcanzó a saber de cuánto sería la pena a la que iba a ser condenada por su repentino destierro, sólo días antes había sido declarada culpable por supuesta “conspiración para el menoscabo de la integridad nacional”. 

Incluso aunque la hubiesen liberado en Nicaragua por un milagro del destino, Rayo tampoco hubiese optado por huir. Así era su terquedad por quedarse en su país natal. La dictadura Ortega-Murillo le quitó ese único deseo.

A pesar de haber sido enviada lejos en total desconocimiento y en contra de su voluntad, ahora abraza su libertad con claras metas enfrente. 

“Fue difícil al inicio, pero dije aunque estuviera frustrada, no iba a dejar que esto me bote. Yo voy a volver a mi familia y voy a dar lo mejor de mi vida para volverlos a ver. Los primeros meses fueron duros”, expresa.

“Había días en que me quedaba sola en la casa y me ponía a llorar viendo fotos. Es una manera de desahogarme y un sentimiento difícil de olvidar, pero he aprendido a convivir con él. Más de algún día me echo mi lloradita y sigo para adelante”, continúa.

Una de sus metas ya la cumplió, declara con honra: conseguir un buen lugar de trabajo. El espacio de trabajo es probablemente uno de los mayores retos que enfrentan todas las personas desterradas por la exigencia física que requiere la mayoría de puestos, y por los pocos beneficios laborales que pueden obtener, además de su salario.

Al menos en el lugar donde trabaja Rayo, siente que es valorada y puede crecer dentro de él. Dice que gracias a su carisma y a su buen ánimo —además de sus conocimientos en el inglés— logró conseguir su puesto, pero planea continuar y no solo quedarse ahí.

“Creo que todos podemos avanzar si no tenemos miedo a preguntar. No tengo miedo de pedir ayuda si la necesito. Por ejemplo, yo ni sabía para dónde agarrar con lo del accidente. Tuve que llamar a mi jefe y me dio indicaciones”, cuenta.

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Independizarse,
el mayor reto para los estudiantes desterrados

Rayo ya no vive con su hermana. Logró mudarse y rentar un apartamento unos meses después en San Francisco, California, junto con su novio, Hilfrem Saborío, y el activista político Max Jeréz. Ellos dos también fueron desterrados con los 222. Saborío nunca ejerció ningún activismo y fue detenido por el Ejército del régimen al mismo tiempo que Rayo, en las vísperas de las elecciones municipales de 2022. 

Rayo señala que el hecho de haber sido capaces de rentar un apartamento se trata de un privilegio porque a la fecha, muchos de los desterrados no han logrado independizarse de las personas que los acogieron el 9 de febrero de 2023. 

“Aquí para rentar debés de tener un historial de crédito, pruebas de que podés pagar la mensualidad y nosotros tenemos una hoja en blanco. Sé que muchos de los 222 no lo han conseguido. Sé que rentar fue un privilegio”, reflexiona.

La mayoría de los desterrados han creado redes entre ellos para apoyarse, emocional y económicamente, para compartir gastos, experiencias y su propia lucha que iniciaron en Nicaragua. 

En sus tiempos libres se reúnen los excarcelados que viven cerca, y en el caso de su novio, Hilfrem y el novio de Samantha Jirón, Kevin Solís, se reúnen para jugar fútbol y pasar tiempo de ocio. Mientras que los que viven lejos, se hacen llamadas y mensajes para mantenerse al día.

“Hay una muchacha con la que estuve presa con la que sigo en contacto. Estamos a una hora de diferencia. De hecho, sigo hablando con todas las muchachas. Las redes que hicimos son difíciles de cortar. Es un vínculo más allá de lo que puede creer”, sostiene Rayo.

Además, lo que los une es la continuidad del activismo, que lejos de ser detenido por el destierro, fue impulsado. Cuando se les pregunta a todos ellos cuáles son sus demandas, todos tienen una respuesta clara: la libertad de los presos políticos.

“Sin lugar a dudas, la libertad para todas las personas encarceladas, la democracia para Nicaragua y la justicia para todas las víctimas, que son nuestras familias también y la gente que sigue dentro. Ellos están con el país por cárcel. Muchos no pueden salir, porque les quitan la nacionalidad”, denuncia Rayo.

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La necesidad de
liderazgos efectivos

De nuevo al este de Estados Unidos, John Cerna es severo y crítico con muchos de los liderazgos que han ejercido diversos grupos opositores. “Si estas personas no son capaces de confrontarse y decir lo que piensan, no son liderazgos efectivos”, dice.

Aunque trabaja en un servicio de catering, con muchas responsabilidades y “un horario de locos”, aclara que siempre está pendiente de lo que sucede en Nicaragua, denuncia a través de sus redes y ayuda a todas las personas nicaragüenses que llegan a Estados Unidos, ya sea con información o contactos que puedan ser útiles.

La autonomía universitaria, su constante demanda, sigue siendo una de sus principales denuncias. No solo es porque la dictadura interrumpió en dos ocasiones la oportunidad de terminar sus carreras. La primera vez por su expulsión de la Universidad de Ingeniería y la segunda por su arresto frente a su última alma máter, la antigua Universidad Centroamericana.

Su denuncia no solo es por su propia experiencia, sino también porque muchos de sus amigos y familiares han sido afectados por la cancelación de las personerías jurídicas de las universidades privadas, la confiscación de los recintos y la imposición de la propaganda orteguista en estas instituciones robadas.

Sus demandas también están enfocadas en las más de 90 personas detenidas por motivos políticos hasta la actualidad. “Yo viví eso y sé las cosas que viven sus madres, porque las someten a todo tipo de humillaciones”, expresa el exreo político, también conocido como El Tigrillo, su apodo conseguido cuando formó parte del movimiento scout. 

“Las amistades que he hecho están muertas, presas o exiliadas. El activismo es algo que he guardado conmigo, no solo en estos cinco años. Siempre he insistido en la educación, ya que mi mamá es educadora. El civismo define el proceder de una sociedad”, añade.

John Cerna es frentero. No dice las cosas a las espaldas de nadie y deja clara sus ideas en los espacios en los que está. No obstante, es tranquilo y sereno. Con un 2023 lleno de cambios, cuenta el progreso de sus objetivos. Después de una cirugía en su hombro y un seguimiento médico a todos sus padecimientos (los que tenía antes de su encarcelamiento y los que surgieron después), dice que ha mejorado mucho.

Todavía le cuesta adaptarse a la luz y utiliza lentes, pero por lo demás, el ejercicio y el deporte han sido sus aliados. No solo por su bienestar físico, también mental. También le cuesta estar en aglomeraciones y grupos grandes de personas, pues es difícil pasar de estar sometido a la total soledad a estar en constante compañía.

Con mucha alegría, señala que logró abrazar a “sus mujeres maravillas”: su mamá y sus dos hermanas. Dice que pronto estará con sus hijos. “El futuro para los valientes. Es una oportunidad”, afirma.

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Viene un futuro lleno
de esperanza

Entre las demandas de Samantha Jirón también está la libertad de las personas detenidas injustamente por el régimen, más no la restitución de su nacionalidad nicaragüense; al menos, no por el momento.

“Yo puedo demandar mi nacionalidad, pero no hay condiciones seguras para un retorno a Nicaragua. No hay condiciones económicas, ni un futuro para nosotros los jóvenes debido al cierre de todos los espacios de pensamiento. Incluso el profesor Freddy Quezada, que fue mi maestro, fue capturado y trasladado a La Modelo”, manifiesta Jirón.

“Con la dictadura no se puede dialogar. No entiende palabras. La dictadura solo es al trompón y a la patada. Es lo que siempre conoce”, expresa la joven activista. Desde Monteverde, un espacio para que los diferentes grupos de oposición converjan, Jirón mantiene la agenda universitaria como prioridad. 

Jirón planea seguir estudiando Comunicación y Ciencias Políticas, las carreras que estaba cursando en Nicaragua. “Me encanta el periodismo y escribir. Voy a continuar estudiando la carrera. Quizá me especialice en temas políticos, económicos y sociales, que es lo que siempre me ha gustado”, señala.

Tiene como destino España porque como futura ciudadana tendría la oportunidad de inscribirse en alguna universidad pública de ese país, no tendría barreras en el idioma y podría echar raíces en Europa.

Por su parte, Mildred Rayos planea acreditar sus notas universitarias en Estados Unidos y sacar su título de arquitecta. Si bien terminó la carrera en Nicaragua, justo cuando se tramitaba su título universitario, sufrió la detención arbitraria. Sus metas son tales, que si tiene que invertir dinero para ver su título, lo hará, dice con determinación.

“No me importa. No me maté cinco o seis años para sacar mi título y ni siquiera tener mi título de bachiller”, expresa. 

Siempre con el objetivo de prepararse académicamente, John Cerna no se rendirá en terminar sus estudios. No importa que haya un destierro de por medio. Actualmente se encuentra inscrito en la Universidad Rafael Landívar (URL), una universidad jesuita que ofreció la continuación de estudios a estudiantes de la Universidad Centroamericana (UCA) después de su confiscación.

En modalidad virtual, Cerna pretende retomar la carrera de Ingeniería Civil, que ya había intentado estudiar, pero que la dictadura se lo impidió. Además, le emociona poder estudiar en una institución jesuita en la que podrá continuar con el lema “en todo amar y servir”, lo que tanto lo inspiró de la antigua UCA.

Un futuro lleno de planes, aspiraciones, luchas y sueños rodea a estos muchachos. Son el atisbo de esperanza que la dictadura con ningún castigo político pudo eliminar, ni tampoco lo conseguirán. “El futuro es para los valientes”, dice nuevamente el “Tigrillo”.