Reinventarse y sobrevivir: el éxito de tres exiliados nicaragüenses

Lo perdieron casi todo y empezaron de cero. Salieron de sus casas tras una persecución en su contra, con una mochila y poca ropa. Creyeron que regresarían pronto a sus barrios, pero la espera continúa. La necesidad que implica vivir en un país ajeno los obligó a reinventarse y, en el camino, a tener éxito

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Ilustración de Divergentes

Estas son las historias de tres exiliados nicaragüenses que huyeron de la dictadura del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo y que, a pesar de todo, cumplieron sus metas laborales y personales.

“Las Concheñas” que viajan por el mundo

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“Que no llegara más a la casa”. La pandemia de Covid-19 dio un vuelco a la vida de María René Velázquez, de 42 años. Recuerda muy bien esa tarde de marzo de 2020, cuando se encontraba trabajando como empleada de hogar en San José de Costa Rica, adonde se había exiliado casi un año antes, y su jefa de entonces le dijo que no llegara más a la casa. La familia de la jefa tenía miedo al virus que ella les podría contagiar por entrar y salir de la casa. María René regresó a su hogar, en San José, con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar con su vida, la de sus dos hijos y la de su madre, Sofía Velázquez, de 63 años, con quienes vivía. Pero en el fondo también estaba segura que no se iba a quedar con los brazos cruzados.

María René es originaria del municipio La Concepción, en el departamento de Masaya, Nicaragua, famosa por su apego a las tradiciones y donde gran parte de la población se dedica a la artesanía, la agricultura o, más concretamente, la floricultura. Es muy característica esta zona por preservar recetas culinarias que se transmiten de generación en generación y encapsulan la esencia del sabor nicaragüense. María René se las sabe todas porque su abuela se las enseñó a su mamá y a ella.

En medio de la pandemia, María René y Sofía, madre e hija, se pusieron a cocinar aquellas y terminaron vendiendo platillos típicos. En el barrio ya las conocían como “las concheñas” –por el gentilicio con el que se popularmente se llama a las personas nacidas en La Concepción–. Experimentaron, perfeccionaron todo lo que conocían. Así fue como nació “Variedades Las Concheñas”.

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“Empezamos a hacer buñuelos, enchiladas, tacos, hacíamos de todo un poco. Después de tres meses me integré al trabajo y seguimos cocinando los fines de semana, porque siempre era necesario tener un ingreso más”, narra María René desde San José, Costa Rica. Aquellos meses sin empleo le enseñaron que no podía descuidar ese nuevo ingreso que nació en medio de la necesidad. Con ambos, podía sacar adelante a su familia y costearse la vida en una de las capitales más caras de Latinoamérica. 

Recuerda que, para entonces, llevaba un año en ese nuevo país y a través de la comida sentía que seguía conectada con Nicaragua. María René huyó de Nicaragua con toda su familia el 18 de julio de 2018. Para entonces, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo había ordenado la “Operación Limpieza”, en los principales focos de protestas del país. Toda la familia de María René colaboró con el tranque ubicado en La Concepción (una de esas barricadas que levantó la población por todo el país como forma de protesta y de protección precaria ante la represión violenta de los policías y paramilitares del régimen). Sus tíos, quienes eran médicos, también asistieron a las decenas de manifestantes heridos por la represión de la dictadura. 

Cuando la represión contra la población aumentó, la familia de María René fue perseguida, ocasionando su exilio en Costa Rica, como parte de la primera oleada que huía de la violencia gubernamental. “El primer año que estuvimos aquí, yo lloraba todos los días porque añoraba regresar a mi casa. Yo quería mi barrio, yo quería mis amigos, yo quería a mis vecinos”, rememora la mujer vía llamada telefónica. 

Cinco años después, este episodio les sigue afectando. Su voz se quiebra, pero inmediatamente dice que no todo ha sido malo. “Variedades Las Concheñas” es un ejemplo de ello. “Nuestros productos han viajado por todo el mundo. Nos mandan fotos desde Alemania, México, Guatemala, Estados Unidos… de todas partes”, agrega. El éxito, para ellas, está en el sabor. Un sabor de casa, de abuela, de calidez. Está también en el uso de ingredientes tradicionales y de dosis adecuadas. “Todo lo medimos, nos encanta trabajar con medidas”, remarca con orgullo.

Además de los platillos, comenzaron a vender el cacao y los cereales en bolsas, listos para preparar. Pasaron de hacer siete kilos a las semana a producir hasta 45 o 50 kilos de productos secos, es decir, de cacao, cebada, cereales y pinolillo que empacan herméticamente y envían por todo el mundo. Ahora estos son el producto estrella. 

“No me puedo quejar. No todo ha sido malo, han habido muchas cosas buenas, hemos conocido gente muy buena que nos ha apoyado mucho”, dice. Una de ellas han sido otras colegas emprendedoras de la Red de Mujeres Pinoleras, una iniciativa radicada en San José que apoya a mujeres emprendedoras como María René a tener herramientas técnicas y emocionales para iniciar sus negocios. Dentro de esta colectiva hay otras mujeres que tienen sodas –comiderías en jerga costarricense– y cafés en los que exhiben los productos de Las Concheñas. 

“Ahora tenemos el privilegio de que nuestros productos han ido evolucionando, han tenido mejor calidad. Gracias a eso han viajado a otros países. A los clientes les gusta mucho la presentación de los productos secos y el sabor de los comestibles que llevamos a las ferias y mercados”, explica María René, quien sigue trabajando en hogares de familias costarricenses como asistente del hogar.

Sin embargo, la emprendedora resiente que su trámite de refugio se ha extendido demasiado. A cinco años de vivir en Costa Rica y de generar ingresos propios, su solicitud de asilo no ha sido aprobada. Según cifras de las mismas autoridades, desde abril de 2018 hasta finales de 2022, Costa Rica ha recibido 222,056 solicitudes de refugio, de las cuales, la gran mayoría (172,689) están pendientes de resolver. La espera para muchos nicaragüenses en dicho país parece interminable

Egresar es “resistencia”

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Para los jóvenes exiliados nicaragüenses como José Morales, de 25 años, concluir su carrera es sinónimo de éxito por el simple hecho de que en Nicaragua es algo impensable. Lo sabe estos días, en los que lee las noticias sobre el cierre de la Universidad Centroamericana (UCA), una de las principales universidades privadas del país, regentada por los jesuitas, que durante más de 60 años educó a decenas de generaciones de jóvenes. El cierre de la UCA, que desde el 18 de agosto pasó a llamarse Universidad Nacional Casimiro Sotelo, es la última acción de la dictadura contra la educación superior. También lo es contra los jóvenes universitarios que retaron a la dictadura y se organizaron contra el régimen sandinista. 

A pesar de que José no estudió ahí, sino en la Universidad de Ciencias Comerciales (UCC), el cierre le impacta y le confirma lo que supo cuando se exilió a Costa Rica, el 18 de julio de 2018: ser joven y estudiante en Nicaragua supone situarse en frente de la dictadura.

“Fue una gran alegría cuando recibí mi título de Publicidad. Creo que todo joven en Nicaragua tiene este reto de concluir la universidad, un sueño que a muchos les han arrebatado”, asegura a través de una llamada telefónica. En mayo de 2019, ya en Costa Rica, retomó sus estudios en la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología (Ulacit). Pasó los exámenes y le convalidaron diez clases. A pesar de que previo al salir de Nicaragua solo le faltaba un semestre, le tocó iniciar desde cero su proceso académico. 

Ahora, José trabaja en una empresa de publicidad en Costa Rica, la misma en la que inició a finales de 2022 como pasante. Ese año culminó sus estudios, por lo que recuerda muy bien ese instante de su graduación: “En el birrete puse la frase de ‘somos la voz de los sin voces’, aludiendo a monseñor (Óscar Arnulfo) Romero, quien también defendió la justicia social. Fue una forma de dedicar ese esfuerzo a todos los jóvenes que no pudieron en Nicaragua”, recuerda.

Sobrevivir en un nuevo país

Reinventarse y sobrevivir: el éxito de tres exiliados nicaragüenses

Snayder Suazo tenía todo lo que muchos jóvenes soñaban en Nicaragua: un carro recién comprado, un puesto de hamburguesas que empezaba a ganar fama y una banda musical llamada Huella Urbana que relucía en la escena artística de Chinandega, su ciudad natal. A sus 25 años los negocios eran lo suyo. Pero todo eso cambió el 18 de abril de 2018, cuando decidió unirse –como miles– a las protestas más grandes contra el régimen de Ortega y Murillo.

Junto a los movimientos estudiantiles, y a pesar de ser de Chinandega, coordinó acciones de resistencia en la Universidad Centroamericana (UCA) –expropiada por la dictadura el pasado 18 de agosto–. Algunas de estas acciones consistían en la realización de protestas a las afueras del recinto. Todo ello ocurrió en un momento en las universidades del país eran verdaderos bastiones de resistencia estudiantil. Ello provocó que el 19 de octubre de 2018 cayera preso. Previo a su detención, su casa fue rafagueada por paramilitares. Pasó más de cinco largos meses en prisión hasta ser liberado el 6 de abril de 2019. 

Después, siguió involucrado en los movimientos estudiantiles, pero en marzo de 2020 tuvo que exiliarse porque las detenciones contra opositores y el acoso de paramilitares no se detuvo. “Giraron de nuevo una orden de captura y pues ahí ya fue cuando anduvieron pegando las papeletas con mi cara que decían ‘Se busca golpista’. Las pegaron allá en Chinandega, en Managua”, recuerda. 

“Vine aquí (a San José) sin nada. Estuve un mes en una casa de acogida, luego tuve que empezar a trabajar en un lavadero de autos, he sido guardia de seguridad, hasta que un día unos familiares que están en Estados Unidos me prestaron dinero para adquirir una máquina de sublimación”, relata vía llamada telefónica.

Snayder inició desde cero con esa máquina. Gracias a ella cuenta con un negocio que, debido a su situación migratoria como solicitante de asilo, no ha podido regularizar. Sin embargo, ha sido su principal fuente de ingreso. “Lo hago en tela y en otros productos como tazas, gorras, artículos personales, bufandas, protectores de teléfono. Así que hay un mercado específico para eso, el cual pienso ampliar”, apunta con entusiasmo.

Ofrece sus productos en el Marketplace de Facebook, una plataforma en la que se ofertan miles de emprendimientos como los de él. El 90 % de sus clientes son costarricenses. “Después de haber llegado con las manos vacías, construir de nuevo mi marca me llena de orgullo”, asegura. Snayder no quiere terminar su plan de negocio ahí, desea abrir en un futuro una soda en la que pueda emplear a otras personas y generar ganancias a través de la comida. A fin de cuentas, lo suyo son las hamburguesas que hacían que muchos en Chinandega se chuparan los dedos.


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