Enrique Sáenz
13 de noviembre 2023

Barrida en el aparato judicial: un síntoma de descomposición de la dictadura


Hablo de aparato judicial y no de Poder Judicial porque el único poder en Nicaragua lo detentan el dictador y la mafia que lo acompaña. Tampoco hablo de Corte Suprema de Justicia (CSJ) porque ese aparato no imparte justicia. Lo que imparte es injusticia e impunidad. 

La barrida de magistrados, funcionarios y jueces, desde la cabeza hasta la base, comenzando por Alba Luz Ramos, que ejercía la presidencia del aparato, también se extendió a distintos departamentos y municipios del país. La pregunta que se impone es: ¿Cuál es la razón? 

He escuchado y leído distintas versiones e interpretaciones. Algunos hablan de corrupción. ¿Ha sido por corrupción? Si fuera por corrupción, el Estado nicaragüense quedaría completamente desmantelado. Probablemente ni las alcaldías escaparían al desmantelamiento. 

¿Es por falta de lealtad? Absolutamente no. Durante todos estos años magistrados y funcionarios, a todo nivel, más bien han disputado quién lame mejor y más seguidamente las suelas de las botas del dictador. Ha sido el servilismo la llave para mantenerse en el cargo. Entonces, no es un problema de lealtad.

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¿Es por un tema de ineficiencia? Algunas de estas magistradas de arriba y de en medio llevan hasta 25 años en el cargo, es decir, bastante tiempo como para considerar que prescinden de ellas por razones de incompetencia. Pero, si así fuera, igual que con la corrupción, tendrían que salir de cabezas, brazos y piernas en todas las instituciones públicas. 

Entonces, ¿qué hay detrás? Lo resumo en una palabra: descomposición. El régimen ha acelerado su proceso de descomposición. 

¿Qué queremos decir con la palabra descomposición? En primer lugar, es indudable que durante un tiempo el orteguismo tuvo un respaldo social, probablemente no de la mayoría de la población, pero sí un respaldo significativo. Hoy por hoy ese respaldo se encuentra en el mínimo. Ni siquiera llega al 15%. 

Los cuentos del canal interoceánico, el satélite espacial, del puerto de aguas profundas, el algodón que brotaría en colores o la refinería “El supremo sueño de Bolívar”, que capturaron la ilusión de tantas mentes necesitadas, se evaporaron y dejaron una secuela de decepción ante las duras realidades del subempleo, carestía de la vida, falta de oportunidades. Se erosionó la base social que apoyaba a la dictadura.

La mayor segunda expresión de esta descomposición la estamos viendo precisamente en el aparato judicial. Desde hacía años de manera soterrada se desarrollaban pugnas internas, no por posiciones políticas o por impartir más y mejor justicia, o ser más decente. No. Las pugnas eran por el reparto interno que posibilitaba más o mejores tajadas. Y la patente la otorgaba el círculo del dictador.

La siguiente pregunta es: ¿Qué repercusiones tendrá esta crisis en el aparato judicial? 

Obviamente, sería un despropósito pensar que Ortega va a caer mañana. Sin embargo, podemos avizorar que se trata de un “punto de quiebre”. Fijémonos bien: es la primera vez a lo largo de estos 16 años que ocurre algo semejante.  Se han visto eliminaciones y destituciones, pero focalizadas; una por aquí, después otra por allá. Diversos estudios académicos y políticos sobre los procesos de cambio social han documentado que una de las evidencias de la descomposición de un régimen dictatorial es el surgimiento de fisuras en el bloque de poder. Y en el presente episodio estamos ante la emergencia de una fisura. Ahora tenemos que esperar que se repita en otras instituciones. 

¿Cuál es la otra expresión de descomposición que podemos identificar? Es la paranoia. También está documentado y estudiado que el ejercicio prolongado y omnímodo del poder termina degenerando en patologías y aún comportamientos demenciales. ¿Qué es paranoia? Según los textos “Es una afección mental en la cual una persona tiene un patrón de desconfianza y recelo de los demás en forma prolongada…Un trastorno que se caracteriza por la aparición de ideas fijas, obsesivas y absurdas basadas en hechos falsos o infundados. Normalmente afecta a personas ególatras con conductas marcadamente narcisistas que han enfrentado situaciones de gran frustración”.

Al final, Ortega ha terminado atrincherado y atrincherándose de manera enfermiza víctima de sus propios fantasmas.

Se atrinchera en su búnker de El Carmen. Una forma de atrincheramiento es expatriar, encarcelar, perseguir y confiscar, inventándose amenazas. Ahora el atrincheramiento se ha trasladado a sus propias filas. En la misma arremetida dispone el traslado de los registros públicos desde el aparato judicial a la Procuraduría. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no los puede controlar desde el aparato judicial? No es esa razón si los ha tenido bajo control todo este tiempo. Es la misma paranoia. Mientras más encierro, más seguridad. Pero al mismo tiempo más aislamiento y más descomposición. 

Vuelvo con la pregunta: ¿Significa que Ortega va a caer mañana? No, es un proceso que va, por así decirlo, a ritmo lento, por ahora. Que ese ritmo se acelere depende de distintos factores, algunos impredecibles. No obstante, no podemos quedarnos de brazos cruzados a que caiga el maná del cielo. 

Hay distintas acciones que podemos y debemos hacer desde la oposición. Para comenzar, tenemos que ponerle chile a la herida, porque está dejando tendalada de heridos. Tenemos que picar y repicar alrededor de este resquebrajamiento de uno de los aparatos represivos de la dictadura.

En segundo lugar, a desmedro de las posiciones extremistas. No podemos echar a todo el mundo en el mismo saco. Debemos hacer un aparte con quienes han encabezado en calidad de cómplices, encubridores o coautores de los desmanes, tropelías y crímenes de la dictadura. Separar a quienes han actuado como verdugos. Por otro lado, debemos colocar a la cantidad de funcionarios que, en distintos niveles, no han sido parte ni en la corrupción, ni en la represión.

Estamos ante un hecho que contribuye a la lucha por restablecer la democracia en nuestro país. La sensatez y la astucia aconsejan que debemos procurar cómo se repita en otros espacios públicos. Muy torpes seríamos si lo que hacemos es meter el miedo y empezar a atacar a “Raimundo y todo el mundo”, con decires de que aquí no va a quedar títere con cabeza, que aquí tenemos que hacer justicia con todos. Hay que hacer justicia, pero con quienes han cometido delitos. Pero con el resto de trabajadores del Estado estamos obligados a ser más condescendientes. ¿Qué hace una maestra si renuncia? ¿Qué hace el contador de un ministerio, o un médico, o una enfermera, o el secretario de un juzgado? Si renuncia, se queda sin trabajo. Y así en los distintos espacios del Estado. 

Debemos enviar un mensaje de justicia para quienes son responsables de delitos, ya sea de corrupción o de represión. Y un mensaje de condescendencia a los trabajadores públicos. Muchos de ellos también son víctimas. 

La dictadura llegó en su declive a un punto de quiebre. Nos corresponde a nosotros acelerar el deslizamiento hasta desembocar en un proceso de cambio democrático. Con inteligencia, generosidad y sensatez. 

ESCRIBE

Enrique Sáenz

Es licenciado en Derecho y licenciado en economía, y cuenta con estudios superiores en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, Caracas) y estudios superiores en Historia Latinoamericana (UNAN, Managua). Fue diputado de la Asamblea Nacional de Nicaragua (2007-2016) y gerente de proyecto para asuntos de cooperación y gobernabilidad en la Delegación de la Unión Europea para América Central en Managua. Se desempeñó también como Director Ejecutivo de la Fundación Siglo XXI (1996-1997) y Oficial Ejecutivo en la Representación del PNUD en Nicaragua, entre otros puestos en el gobierno de Nicaragua y organismos regionales.