Complices Divergentes
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Una travesía, la muerte de un hermano y el segundo intento de llegar a Estados Unidos

La migración masiva hacia Estados Unidos ha dejado cifras nunca antes conocidas para los nicaragüenses: 497 216 han llegado al país norteamericano desde la crisis de 2018, mientras 166 han muerto en el camino sólo en 2024. Las principales causas son los accidentes de tránsito, asfixia, ahogamiento, infartos, o por haber caído en manos de redes criminales. Esta es la historia de un joven nicaragüense que llegó a Estados Unidos después de intentarlo dos veces. La primera vez, su hermano cayó fulminado de un derrame cerebral, mientras caminaban por la frontera sur de México

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Ilustración por Divergentes

El hermano de Josué:

Tengo casi un año viviendo en Estados Unidos. Es mi primera Navidad. Llegué en enero de 2024. Había pasado más de un año desde que ocurrió la tragedia: mi hermano Josué– seudónimo para proteger su identidad–, murió en la frontera sur de México el 15 de octubre de 2022, en un lugar que ni sé cómo se llama,  porque yo entré en shock y todavía no lo he podido superar. 

A los pocos meses que regresé a Nicaragua quise intentar de nuevo irme para Estados Unidos. Esta vez, a través del parole humanitario. Un amigo conoció mi historia y me solicitó. Me aceptaron y llegué a Miami, donde ahora trabajo reparando techos y me reencontré con unos familiares que llegaron desde hace tres años de forma irregular.

Decidí irme a Estados Unidos por varias razones. En primer lugar, mi salario en mi trabajo en Nicaragua no me ajustaba para hacerme cargo de todos los gastos de la casa, en la que vivían mis padres y mis dos sobrinos, hijos de mi hermano fallecido. Cuando él estaba vivo, entre los dos nos hacíamos cargo de los gastos del hogar, porque él era padre soltero. 

Luego de que Josué murió, mis padres están al cuidado de los dos niños, de 10 y 12 años, y yo asumo todos los gastos de la casa, porque mis viejos ya no trabajan. 

Todavía estoy pagando el préstamo de 7 mil dólares que hice para poder repatriar el cuerpo de Josué. Varios familiares me prestaron el dinero, pero yo les prometí regresarlos y eso es lo que sigo haciendo. 

La mayor razón de irme a Estados Unidos fue que no podía seguir viviendo en Nicaragua, porque todo me recordaba a mi hermano. Hacía horas extras en el trabajo por necesidad económica, pero también para tener la mente distraída. No podía ver películas, ni leer un libro, porque siempre recordaba ese día trágico, en el que murió en mis brazos. Lo miraba a él cuando miraba a mis padres o a mis sobrinos tristes en la casa. No pude soportar más y decidí marcharme de donde no tuviera que estar reviviendo, a cada momento, los detalles de aquel día. 

La decisión de ir a Estados Unidos

Estados Unidos
Presidente Donald Trump ha establecido una dura política en contra de la migración irregular a Estados Unidos. Divergentes | Archivo.

La primera vez que decidimos ir a Estados Unidos, con Josué planificamos el viaje en tan sólo dos semanas. Ambos renunciamos al trabajo que teníamos. Mi hermano trabajaba como operario en una ferretería, donde ganaba un salario de menos de 400 dólares, mientras que yo trabajaba en una fábrica de insecticidas donde ganaba un poco más de 500 dólares. Arreglamos todo en un poco más de un mes, y partimos en un bus el 15 de septiembre de 2022, con 2000 dólares en la bolsa entre los dos. 

Nos fuimos por la situación económica del país. Pero también por la política: mi hermano y yo participamos en las protestas de 2018, y él sufrió un atentado: dos hombres en un moto le dispararon cuando lo vieron afuera de nuestra casa. Siempre creímos que esos matones eran del Frente Sandinista, porque nosotros recibimos bastantes amenazas de simpatizantes sandinistas en el barrio y en redes sociales. Creo que si nos hubiéramos quedado en Nicaragua, en este momento que ha aumentado la represión, ya estuviéramos en la cárcel. 

El viaje inició cuando los nicaragüenses estaban huyendo masivamente a Estados Unidos. Tomamos un bus en el Siete Sur, de Managua, de esos que les llamaban excursiones, con destino hacia Guatemala. Ahí nos bajamos para cruzar la frontera con México por veredas. 

Unos agentes del Instituto Nacional de Migración de México (Inami) nos capturaron poco después y nos mantuvieron encerrados en celdas durante cuatro días. Teníamos miedo de ser deportados. En ese lugar había haitianos, venezolanos y cubanos que estaban siendo deportados. 

A Josué y a mí nos trasladaron a la frontera guatemalteca. Ahí permanecimos, en un albergue, una semana más, mientras hacíamos el presupuesto con el poco dinero que nos quedaba para retomar la travesía a Estados Unidos. Nuestros familiares en Miami nos prometieron trabajo fijo y una casa. Todo estaba listo, y ahora sé que es verdad porque eso mismo encontré cuando llegué.

El caso es que logramos cruzar nuevamente, por montañas escarpadas, la frontera de Guatemala. Caminamos y caminamos, con la desesperación de llegar a un lugar que parecía que nunca llegaríamos. No quisimos tomar un bus porque seríamos detectados rápidamente por Migración o por la Policía mexicana. Ninguno de los dos conocía el lugar o tenía noción de dónde dirigirnos. No teníamos para pagar un coyote y ni siquiera a un baqueano que nos ayudara. 

Lo que queríamos evitar era que las autoridades mexicanas nos capturaran y nos deportaran. Pero también sabíamos que había peligro de caer en las garras del crimen organizado de la frontera mexicana que tienen el control de las rutas clandestinas. 

La apuesta a una caravana migrante a Estados Unidos

Teníamos una esperanza: encontrarnos con una caravana migrante para sumarnos y llegar a Estados Unidos. Teníamos tres días de caminar. Íbamos cansados. Sólo comíamos pan y tomábamos jugos. Mi hermano no mostraba síntomas de estar más débil de lo normal. Tampoco se quejaba de alguna molestia física particular. De hecho, Josué estaba más preocupado por mí, porque me había contagiado de Covid-19 al inicio del viaje y quedé con algunas molestias: cansancio, debilidad, dolores de cabeza y huesos. 

Caminábamos por sendas desconocidas. Llevábamos a cuestas unas mochilas con ropa y artículos de aseo personal. De pronto, Josué se desplomó, no reaccionaba. Yo lloraba y gritaba pidiendo auxilio en una carretera desolada. Su cuerpo estaba a orillas. En eso se acercó un vehículo, y el conductor se ofreció llevarlo al hospital más cercano. 

Cuando llegamos era demasiado tarde. Después de 30 días de haber salido de Managua, mi hermano, Josué, sufrió un derrame cerebral, seguido de un paro cardiorrespiratorio. El doctor que nos atendió me dijo que el cansancio y la carga de estrés de mi hermano durante la travesía le provocaron la muerte fulminante. 

Un millón de nicaragüenses han migrado desde 2018

Según estadísticas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), al menos 935,065 nicaragüenses han salido del país desde que estalló la crisis política en 2018 hasta junio de 2023. Mientras, el centro de pensamiento Diálogo Interamericano, con sede en Washington, estimó que entre enero y junio de 2024 han migrado 155,619 nicaragüenses, y esta cifra podría duplicarse al finalizar el año. 

Por lo tanto, hasta finales de 2024, la cifra de migrantes nicaragüenses fácilmente supera el millón de personas que tuvieron que salir del país desde la crisis de 2018. Donde más han llegado los nicaragüenses es Estados Unidos (497 216), seguido por Costa Rica (221 171). 

Sin embargo, la ruta hacia Estados Unidos a través de México es la que supone más peligros, debido a la presencia de criminales y narcos. En lo que va de 2024 han fallecido al menos 166 nicaragüenses, mientras iban a hacia Estados Unidos o se encontraban en ese país.

Texas Nicaraguan Community (TNC), una organización que ofrece asistencia a migrantes nicaragüenses en Estados Unidos, contabilizó 150 decesos en 2022, el año que falleció Josué

En ninguna de estas estadísticas, de organizaciones civiles, – y tampoco el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo hace públicos datos sobre migrantes–, se encuentra el caso de Josué. Su historia es una más de un gran subregistro, pero que muestra que los nicaragüenses continúan muriendo en el camino hacia Estados Unidos. 

Mi primera Navidad 

Me fui de Nicaragua, pero la escena de la muerte de mi hermano en la frontera sur de México no la puedo borrar de mi mente. Sigo pensando en él, mucho más en estas fechas de Navidad y Año Nuevo, cuando hablo con mis padres o con mis sobrinos a través de una videollamada. 

Calculo el tiempo a partir de ese día. Es decir, hace más de dos años desde que murió Josué; mi segundo cumpleaños sin él, porque cumplo en noviembre, por ejemplo. Los días de la Madre o del Padre siempre lo tenemos presente. 

Me lamento porque si hubiera existido el parole, que se anunció el 5 de enero de 2023, –menos de tres meses después de la tragedia– mi hermano, tal vez, estaría vivo, porque no habríamos hecho esa travesía en la que murió. Hubiera llegado a Estados Unidos sin ningún problema, como llegué yo. Aquí estuviera, trabajando conmigo. Pero no pasó, simplemente no fue. 


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