Doña Esperanza dice que su corazón está dividido en tres países: Costa Rica, Guatemala y Estados Unidos, donde sus cuatro hijos se vieron obligados a emigrar, porque su nación ya no es segura ni estable para ellos. Después de compartir en familia casi toda la vida, en 2022 ese núcleo se rompió. Esta abuela de 69 años le tocó pasar las fiestas de Navidad y Año Nuevo en soledad. Su único refugio y fortaleza, expresa, ha sido su fe en Cristo. “Pasé una Navidad triste, sin la compañía y el abrazo de ellos”, dice nostálgica.
En realidad, Esperanza no vive sola. En su casa habitan cinco nietos, dos de ellos mayores de edad, que, aunque le muestran afecto, no llenan el vacío que dejaron sus cuatro hijos, tres varones y una mujer. No se puede contener, y al poco tiempo de la comunicación se rompe a llorar. Su cabeza se llena de recuerdos y de momento se rehúsa a aceptar que ninguno de sus hijos están ya con ella.
María, la mayor de sus cuatro hijos, con 39 años, siempre fue una mujer “trabajadora”, dice Esperanza con aplomo. No le tenía vergüenza a nada. Sin embargo, no contaba con un trabajo estable. Era vendedora ambulante de chinelas para damas.
Siendo madre soltera de dos hijos, en el 2012 María tomó la decisión de emigrar a Guatemala para mejorar las condiciones económicas de ella y sus hijos, quienes ya alcanzaron la mayoría de edad y hacen compañía a su abuela en un barrio de Managua.
Recibe nuestro boletín semanal
“Ese fue mi primer golpe, ver salir a mi hija a otro país”, manifiesta Esperanza, quien a los dos años siguientes también sufrió la pérdida de su esposo, con quien convivió más de 30 años. “Eso también fue duro para mí, porque él siempre me hacía compañía y estaba al pendiente de mí”, recuerda.
Pero el pasado 2022, asegura, ha sido el más sombrío y doloroso para ella. En su mente aún le retumba aquella llamada que recibió a mediados de ese año de su hijo menor Juan, en la que le anunciaba que debía huir a Costa Rica por la persecución gubernamental. Lo que más le duele a Esperanza, dice, es no haber recibido de su hijo un beso, un abrazo o un simple adiós de despedida.
La pesadilla de esta madre nicaragüense continuó en noviembre del mismo año, cuando sus dos únicos hijos que aún estaban en el país, Pedro y David, tomaron la decisión de emigrar a Estados Unidos. “Yo no quería que mis hijos se fueran, me duele que estén tan largo”, asegura Esperanza.
Por muchos años, Pedro y David, de 33 y 38 años respectivamente, trabajaron en el país como meseros en un restaurante, pero en el 2022 se quedaron sin vacante. Esta necesidad de un empleo los empujó a buscar mejoría en otro país. En el caso del mayor se fue con su esposa y dos hijos, mientras el otro dejó en Nicaragua a sus tres hijos al cuidado de su abuela Esperanza.
“Mi hijo menor ni siquiera puede entrar a Nicaragua, yo creo que, aunque me muera, él (no) podría venir a despedirme”, se quiebra nuevamente Esperanza.
La difícil tarea de las abuelas
En otro escenario, Ruth despidió a su hija Verónica en febrero de 2022 y asumió el reto de cuidar a sus tres nietos de 10, 5 y 3 años. Los planes eran que Verónica, junto a su esposo que migró en diciembre de 2021, trabajara en Estados Unidos para cubrir las necesidades de sus hijos, de su casa y pudiera ayudarle a su mamá.
El día a día de Ruth era muy agitado, pues su mañana comenzaba con alistar a dos de sus nietos para ir a la escuela, para luego quedar con el cuido del más pequeño y a la misma vez, con los quehaceres del hogar.
El trabajo era muy ajetreado para la ciudadana de 56 años, quien trataba de cumplir con todas sus tareas de la casa y dar el cuidado necesario a sus nietos. Sin embargo, los pequeños resintieron la ausencia de sus padres y no aguantaron la separación, situación con la que ya no pudo lidiar la mujer de la tercera edad.
“El motivo principal para regresarnos a Nicaragua fue por nuestros tres hijos, porque ellos han pasado por un sinnúmero de situaciones en las que lamentablemente han dejado cicatrices en su corazón, cicatrices emocionales, por no adaptarse a otra persona que no sea su mamá ni su papá”, comenta Verónica, quien regresó al país 10 meses después de haber partido hacia Estados Unidos de forma irregular.
La mujer comenta que antes de partir al país norteamericano, su esposo se dedicaba a trabajar como taxista, mientras ella se encargaba de cuidar a los tres menores de edad. Sin embargo, las necesidades del hogar y el anhelo de progresar los había motivado a tomar la decisión de emigrar.
Aunque Verónica y su esposo tenían muchos planes por realizar, reconoce que no podían seguir afectando a sus hijos con la separación. “Ahora que estamos en Nicaragua los planes son luchar. Lo primordial es apegarnos más a Cristo y salir adelante como todo nicaragüense”.
Al igual que estas familias, miles de nicaragüenses finalizaron el 2022 con los miembros del hogar incompletos, en un año marcado por una migración masiva, principalmente hacia el norte. Según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés), en todo el 2022 las autoridades detuvieron a un total de 217,091 migrantes nicaragüenses.
Costa Rica es otro de los destinos de los migrantes nicaragüenses. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, informó, el pasado 15 de diciembre, que hasta octubre del pasado año las autoridades costarricenses recibieron más de 70,000 nuevas solicitudes de refugio de nicaragüenses, lo que confirma el impacto de la represión gubernamental en las familias.
Padres de familias, jóvenes, profesionales, incluso niños, dejaron el país sin la certeza de saber cuándo volverán.