Los cerrojos de las celdas en El Chipote y el Sistema Penitenciario sonaron al final de la madrugada de este jueves. Los carceleros los despertaron para prepararlos para el viaje. ¿Les habrán dicho hacia dónde los conducían? ¿Qué habrán pensado ellos que en otras ocasiones ya habían sido sacados de sus espacios de confinamiento con engaños para llevarlos a juicios políticos que concluyeron con condenas prefabricadas? No lo sé. Estoy ansioso por preguntarles. A esta hora vuelo desde Costa Rica —uno de los epicentros del exilio nicaragüense— hacia las afueras de Washington, en Virginia, donde un chárter facilitado por la Casa Blanca de Joe Biden trasladó más temprano a 222 presos políticos desde Managua, en un viaje hacia el destierro impuesto por la tiranía de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Aunque la posibilidad de una eventual “liberación” se barajaba desde días anteriores –sobre todo por la imposición de la inhabilitación de por vida para ocupar cargos públicos–, la alerta que saltó muy temprano en Managua resultó inesperada y difícil de creer de primas a primeras: los dictadores decidieron desterrar en un solo bloque a los presos políticos, en un movimiento que (aparentemente) los deja sin su mano más pesada para cualquier negociación.
La decisión de sacarlos de las mazmorras no la comunicó el régimen a los familiares de los presos políticos, en la habitual crueldad y tortura psicológica con que los han tratado. En cambio, fue el Departamento de Estado el que avisó a los parientes, mientras que fuentes estadounidenses lo hicieron a los medios de comunicación. Cuando empezamos a escribir los primeros despachos de esta jornada, el chárter con los presos políticos ya volaba hacia territorio estadounidense y la zozobra sobraba: ¿Van todos? ¿Dora María Téllez? ¿El obispo Rolando Álvarez? Preguntas surgidas ante los rumores de que se negaron a subirse al avión del destierro (al final solo se quedó monseñor, trasladado a la cárcel de La Modelo).
Más tarde con el destierro colectivo confirmado, el juez orteguista Octavio Rothschuh (premiado en 2018 con una magistratura por ser aplicador de condenas políticas) leyó un comunicado tan delirante como cavernario: que al ser los presos políticos “traidores a la patria”, ordenaban su deportación inmediata. Una aberración superlativa de una justicia podrida: ¿Cómo vas a deportar a un nacional de su propio país? Casi de inmediato, siguiendo la puesta en escena diseñada por los Ortega-Murillo, el Parlamento sandinista se reunió a reformar el artículo 21 de la Constitución Política que versa sobre la nacionalidad nicaragüense. Es decir que de manera retroactiva y retorcida aprobaron que los considerados “traidores a la patria” pierden el derecho a la nacionalidad. Una movida para justificar la acción de “deportación” antes ejecutada. La decisión de convertir en apátridas a los presos políticos es de suma gravedad por sus implicaciones prácticas, y porque viola el Derecho a la Nacionalidad, un principio universal consagrado en el artículo 20 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
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Sin embargo, ¿qué podemos esperar de una pareja gobernante que violó el derecho sagrado a la vida de 355 personas ejecutadas con disparos letales en las protestas de 2018? Se tratan de sociópatas barnizados de sangre. Al principio, fuentes de Estados Unidos manejaron la decisión del destierro como una “decisión unilateral” de los Ortega-Murillo. Pero más tarde el Secretario de Estado, Antony Blinken, agregó que también era fruto de una gestión diplomática de Washington que abre “las puertas al diálogo”. Que las sanciones económicas contra el régimen se mantienen, agregó el titular de la diplomacia norteamericana, sin ahondar en mayores detalles.
De modo que surge la pregunta: ¿qué se va a negociar o dialogar con la pareja presidencial, aparte de levantar o suavizar sanciones, que es el pedido fundamental de esta dupla dictatorial? En su discurso de esta tarde, Ortega dijo que el destierro de los presos políticos no respondía a una negociación con Washington y agregó, en tono magnánimo, que la iniciativa surgió de la vicepresidenta Murillo, quien en varias ocasiones ha torpedeado los puentes de entendimiento de la comunidad internacional.
No obstante, la expulsión de los reos puede tener dos objetivos inmediatos: imponer el destierro como nueva pena para sus delitos inventados, y “limpiar” el país de todos los que se oponen a su proyecto despótico. Parafraseando una de sus canciones de propaganda insignia: a “hablar miércoles (mierda) pero afuera”. Por el otro lado pretende que con la “liberación” la comunidad internacional deje de hablar de Nicaragua y sus desmanes se obvien porque “ya no hay” presos políticos.
En este momento es prematuro saberlo. Pero también el destierro combinado con la inhabilitación a cargos públicos contra los presos políticos —entre los que sobresalen todos los precandidatos presidenciales opositores— apunta a que los Ortega-Murillo podrían ofrecer una eventual elección con algunas condiciones, pero sin la participación de Cristiana Chamorro, Félix Maradiaga, Juan Sebastián Chamorro, Miguel Mora, Arturo Cruz, Medardo Mairena y Noel Vidaurre… Estados Unidos y la comunidad internacional deben leer bien estos movimientos, porque la pareja presidencial tiene maestría en montar tetras y farsas electorales.
Pero más allá de estas consideraciones políticas, el destierro de los 222 presos políticos es una bocanada de oxígeno y esperanza para sus familiares. Es un triunfo del reclamo humanitario sostenido por rescatarlos de las condiciones infrahumanas en las que se encontraban, sobre todo en El Chipote. Una vez más los Ortega-Murillo han perdido una colosal batalla moral, una que resultará determinante en el afán por conseguir un país en democracia.
La pareja presidencial, por más que insista en que son “traidores a la patria”, los destierre y les arrebate su nacionalidad nicaragüense, ha confirmado lo que siempre han negado: que estas 222 personas son presos políticos y no criminales. Y las familias de estos reos, y ellos mismos con su resiliencia que alienta, han ganado una partida memorable en la página del humanismo, la resistencia individual y colectiva. Hoy hay más luz en el túnel de los oprimidos que en el túnel de los verdugos.
La imposición de la categoría de apátridas es la demostración de una dictadura cruel hasta el final, que descompuestos hasta el tuétano de resentimiento, intenta herir el orgullo que ha movido a estos presos políticos y a un país entero desde 2018: ser nicaragüenses. Pero hoy, en el destierro, los encarcelados son más nicas que los Ortega-Murillo y su séquito reptante, quienes en su final no tendrán una bandera azul y blanca que los cobije genuinamente. Sólo el rojo y negro que consagraron desde hace mucho como el estandarte de la ignominia y el salvajismo.
Más tarde les contaré la experiencia de los presos políticos en el avión del destierro. Sigan la cobertura del equipo de DIVERGENTES.
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Wilfredo Miranda Aburto
Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.