El asalto de la curia de Matagalpa y la captura de monseñor Rolando Álvarez, perpetrada por la Policía la madrugada de este viernes, demuestra que los dictadores Ortega-Murillo entendieron que no van a poder quebrar al obispo únicamente con un cerco de antimotines. Hacerlo claudicar es tarea compleja. ¿Por qué lo digo? A la pareja presidencial no le faltan ganas de refundir al prelado en las celdas de El Chipote, pero sería un preso político muy pesado; una decisión límite que podría barrer el último hilo de la tuerca de la paciencia del pueblo católico de Nicaragua.
Los Ortega-Murillo son viscerales (en especial la vicepresidenta) pero no tan estúpidos. Ante lo sucedido esta madrugada, queda claro que la primera decisión no fue apresarlo, como propugnaba la propaganda. Impusieron un cerco policial para tantear. La respuesta de los creyentes, no creyentes, religiosos del mundo y la comunidad internacional los apabulló. De manera que la estrategia fue mantenerlo cautivo en la curia a la espera que monseñor Álvarez decidiera doblegarse, salir por su cuenta a entregarse y los dictadores, en un pretendido acto de benevolencia, le ofrecieran una salida por el aeropuerto o una frontera terrestre antes que El Chipote.
Pero la firmeza de monseñor Álvarez les dañó el cálculo. Al contrario, el obispo no se amilanó y siguió transmitiendo su evangelio humanista y crítico a través de las redes sociales. Homilías y oraciones que se propagaban poderosamente en un país aterrorizado y bajo censura, donde el repudio a los apellidos Ortega-Murillo se dice en voz baja en lugares íntimos, al igual que lo hacían los “disidentes de cocina” de los que habla Svetlana Aleksiévich en su libro El Fin del ‘Homo Sovieticus’. Por eso Rosario Murillo no aguantó más y ordenó extirparlo de la curia, para que cesen las “actividades desestabilizadoras y provocadoras” que ella le endilga al religioso… es decir las misas en Facebook Live que mantenían una voz indeseable para el silencio represor.
A pesar de que le cortaron el ingreso de los alimentos a la curia, los panes de la alacena de monseñor Álvarez se multiplicaron para las once personas que inicialmente lo acompañaban, en su mayoría sacerdotes… Aún así, el obispo se mantuvo en la residencia diocesana y, si de su tenacidad dependiera, él hubiese podido llegar hasta el próximo Viernes Santo en cautiverio. El desgaste, en lo físico y lo espiritual, parecía mellar más a la legión de antimotines alrededor de la curia. De modo que los dictadores dieron la orden de asaltar el inmueble y capturar al obispo rebelde. Variar la táctica.
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El paradero de monseñor Álvarez se desconoció por más de cuatro horas después del asalto. La Policía informó –y después la Arquidiócesis de Managua confirmó– que el obispo fue trasladado a su casa familiar en Managua, donde le impusieron “resguardo domiciliar”. En otras palabras casa por cárcel, mientras las autoridades fabrican, digo, hacen “indagaciones de ley”. Lo llamativo es que los sacerdotes que lo acompañaban sí fueron encerrados en El Chipote y él no.
Es simple y lo repito, la pareja presidencial nunca ha tenido el valor y la determinación total de meterlo en El Chipote. Aunque esta madrugada el pulso le debe haber temblado a la dupla de El Carmen, la estrategia es y ha sido seguir pujando por el destierro de monseñor Álvarez. Al trasladarlo a Managua, donde estará más controlado policialmente, no solo le quitan su eco en redes sociales, sino que generan más presión emocional para que él cambie la decisión dicha desde el púlpito de no irse de “su patria”.
Primero, y sobre todo, pesan los sacerdotes y colaboradores que ahora están recluidos en El Chipote. Segundo, su familia inmovilizada con el régimen de casa por cárcel impuesto en la capital. Y tercero, con el cardenal Leopoldo Brenes más cercano podría, me dicen fuentes eclesiásticas, tratar de convencer al obispo Álvarez para repensar la decisión de no seguir en Nicaragua, y conseguir de alguna forma que la persecución religiosa amaine. Otro obispo negociado.
Tras la detención de Álvarez, el secretario del Pontificio Consejo para América Latina, Rodrigo Guerra López, aseguró que el Papa Francisco “está súper enterado de todos los acontecimientos que ocurren en Nicaragua”. El comentario deja entrever que todavía no le han ordenado a monseñor Álvarez –como sí sucedió con el obispo Silvio Báez– que abandone el país. De lo contrario ya estuviera en Roma, pero por el momento es un teje y maneje que se hilvana a intramuros del Vaticano.
Lo más claro por ahora es que la dictadura Ortega-Murillo mantiene sobre su tablero represivo el destierro de monseñor Álvarez. La jugada inicial y más deseada, aunque eso no garantiza que los breakers se les disparen eventualmente y lo apresen. Al final son gobernantes sociópatas. Este obispo cercano a los feligreses resulta más incómodo en Nicaragua que en el exilio. Sería un preso político muy ruidoso. Lo aprendieron con monseñor Báez. Como dice el dicho: “de larguito más bonito”, porque así podrán desarticular las hondas y cercanas conexiones espirituales y cívicas de monseñor Álvarez con los matagalpinos y los nicaragüenses.
ESCRIBE
Wilfredo Miranda Aburto
Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.