Murmullos. Al final del partido, en las gradas sólo había murmullos, caras desencajadas, algunas de ellas sostenidas sobre una mano, y miradas perdidas, como pidiendo explicaciones de lo que acababan de presenciar la noche de este martes 28 de noviembre.
La conclusión es simple: el Real Estelí necesita ganar el próximo partido, el 5 de diciembre, por un margen de al menos 4 goles de visita en el estadio de Alajuela, en Costa Rica. Es decir, aquí es donde se usa la frase trillada de que se “necesita más que un milagro” para no perder la final de la Copa Centroamericana ante la Liga Deportiva Alajuelense (LDA).
Pero antes, para entender la tristeza colectiva hay que explicar el motivo del entusiasmo previo. En un país con pocos logros deportivos, esta final significaba la primera a nivel internacional para un club nicaragüense.
Y un dato que avivó aún más los ánimos era la imbatibilidad del estadio Independencia en este torneo. El recién remozado campo, en los últimos meses, ha vivido las victorias contra varios históricos de la región: Olimpia, de Honduras, Saprissa, de Costa Rica, FAS, de El Salvador y el Club Atlético Independiente de La Chorrera (CAI), de Panamá. Ninguno de ellos, siquiera, le había podido marcar un gol en territorio nica.
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Un historial de mata-gigantes
La historia del pequeño equipo derrotando a los gigantes conmovió a gran parte de la afición futbolera del país. Tanto así que cuando se pusieron a la venta las entradas —la más económica costaba más de 50 dólares— se agotaron en cuestión de horas. En los mercados de varios departamentos, las camisetas rojiblancas de Juan Barrera o de Byron Bonilla, delanteros destacados del Estelí, se empezaron a colocar a la par de las de los equipos Inter Miami de Messi o las del Al-Nassr de Cristiano. Y los bares, como es natural, se disputaron las mejores promociones de cervezas para ver el encuentro, transmitido sólo por streaming en Nicaragua.
“Nunca había visto Estelí de esta manera”, me dijo un vendedor ambulante de camisetas del equipo, y me explicó: “El entusiasmo, la cantidad de gente, hoy ganamos a como sea”. Esto correspondía al color que desde la tarde de este martes pintó las calles de Estelí. Aunque no llevaran la camiseta del equipo, los estelianos ayer se vistieron de rojo.
Las mejores armas del Real Estelí
Horas antes de que comenzara el encuentro, en las filas para entrar al estadio Independencia se hablaba de la solidez defensiva de los centrales, de la experiencia de Barrera y de Josué Quijano, el capitán, y la de los jóvenes del equipo que ya son protagonistas también en la selección de Nicaragua.
Se hablaba de los regates de Byron Bonilla. “Y no te olvidés que nuestra mejor arma es el chavalo Harold Medina”, me dijo un señor que vestía una chaqueta roja y llevaba puesta una gorra del mismo color emblemático del Estelí. Medina es un joven mediocampista que, con sus pases filtrados, se ha ganado las críticas más generosas de la crónica deportiva nicaragüense. Y más importante aún, en Estelí, tienen en su bolsa los elogios de su propia afición.
Con este antecedente, la connotada Liga Deportiva Alajuelense, al otro lado de la cancha, lucía como un rival al que no se le tendría un temor especial. “Vamos, vamos equipo, que esta noche tenemos que ganar”, coreaba la barra Kamikaze, antes de iniciar el partido en el fondo sur del estadio.
Un coro que se extendía en todos los rincones del Independencia, excepto por una grada en el norte, donde cientos de fanáticos alajuelenses con los colores rojinegros, saltaron alentando a su equipo.
Errores y miedo
Cuando el árbitro pitó los tres silbatazos para que rodara la pelota, los jugadores del Estelí se movieron como impulsados por los cánticos del estadio Independencia. Los primeros toques de balón que hicieron en cancha contraria provocaron que de inmediato la barra cantara el “sí se puede”. Sin embargo, las ocasiones de peligro no llegaban.
Lo que sí llegaron, de pronto, fueron las dos razones que pueden explicar la debacle del equipo nicaragüense: los errores y el miedo. Juntos, sin importar cuál llegó primero que el otro. Lo cierto es que después de los dos primeros goles del equipo tico, iniciados por graves fallos defensivos, el miedo se apoderó del lugar.
No era un miedo al rival, como el que se puede sentir cuando uno se ve sobrepasado, sino más bien es ese miedo al fracaso, a la decepción, a pisar tierra, o en este caso, a poner los botines sobre el césped, y dejar de pensar en la posibilidad del campeonato.
Este miedo luego se vio en la mirada perdida de los fanáticos, de cómo se miraban entre ellos negando con la cabeza. Se vio en los centros que los jugadores lanzaban sin sentido al área, en los malos pases en la salida de balón, en los malos controles de los delanteros, en las conducciones que estuvieron demás, en los golpes fallidos frente al arco.
Y eso también se olió en las gradas: “no sabemos cómo entrarle (al Alajuelense)”, me dijo un fanático del Tren, que ya se empezaba a desesperar: “no sé por qué el técnico no puso a los dos argentinos (Fabián Monserrat y Abel Mendez) del equipo, porque si son extranjeros, deberían ser titulares”.
Pero minutos después se contradecía al querer “correr del equipo” a los dos colombianos (Arley Bonilla y Leyvin Balanta, este último expuesto por el técnico, Otoniel Olivas, al sacarlo del partido automáticamente después de cometer el último fallo) que iniciaron el partido, precisamente porque “hay nacionales que son mejores”.
Para cuando cayó el tercer y último gol, los jugadores locales dejaron de ser lo que se decía de ellos. Medina no “anda fino”, se dijo, mientras que para Byron Bonilla “simplemente no es su día”. Los colombianos fueron sustituidos y entraron los argentinos. A Barrera también lo mandaron al banquillo. Pero el Real Estelí, pese a que asediaba la portería rival, no logró ningún gol. La única pólvora que explotó fue la que los locales estallaron en el cielo, al inicio de cada tiempo, para estremecer el campo y crear la atmósfera de una batalla.
Pese a la derrota, fanaticada celebra al equipo
El árbitro finalizó el partido, y sería deshonesto decir que hubo un ambiente fúnebre en Estelí. Al final, el equipo nicaragüense fue aplaudido por casi todo el estadio, con los aficionados de pie. “Es un equipo que ya hizo historia al llegar hasta aquí (a la final)”, se escuchaba en las graderías. Otros, se empezaron a reír con el meme que ya circulaba en redes sociales: “la Sheyniss (Palacios, Miss Universo 2023) le hubiera anotado 8 goles a los ticos”.
La tristeza, no obstante, se percibía en el público. Y ahí fue cuando Fidel Moreno, todopoderoso operador de Daniel Ortega y Rosario Murillo y máximo dirigente del Real Estelí, desde el palco, comenzó a animar a su equipo.
Moreno gritó “¡Vamos! ¡Vamos!”, a los futbolistas que salían de los banquillos cabizbajos. El funcionario aplaudía con fuerzas, con la complicidad de sus acompañantes. En la dura derrota de la final, el hombre que con corruptelas mejoró su estadio y conformó el equipo más fuerte de Nicaragua, se aferró a sus jugadores.