Miguel Parajón vive cada vez más solo. En su casa del barrio María Auxiliadora, de Managua, camina entre los motores que repara y una pulpería que atiende cuando le da tiempo y cuando le da el cuerpo. Ya tiene 66 años de edad, y esta tarde de febrero bosteza de cansancio.
En una de las paredes de la sala cuelga una foto de su esposa, que murió a finales de 2017 de un cáncer en el esófago. Adelante está la motocicleta y un retrato ampliado de su hijo Jimmy, asesinado el 11 de mayo de 2018, durante las protestas contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Más abajo están dos fotos de su hijo menor, Yader, que fue condenado en un juicio político la noche de este primero de febrero. En la intimidad de su hogar, Miguel Parajón solo está acompañado de fotografías y recuerdos.
“Me le truncaron su sueño, su juventud y su futuro a mi muchacho”, dice Parajón sobre Yader, de 31 años de edad y quien era estudiante de cuarto año de Psicología en la Universidad Centroamericana (UCA) hasta 2018. “Lo echaron preso por pedir justicia por la muerte de su hermano (Jimmy)”.
Hasta antes de abril de 2018, Miguel Parajón dice que en su casa vivía el duelo de la muerte de su esposa con sus dos hijos. Entre todos hacían la comida mientras cada uno andaba en sus actividades: él con sus motores–bombas de agua y compresores–, Jimmy reparando motocicletas y Yader le ayudaba a atender la pulpería mientras iba a la universidad. “Pero a partir de que matan a Jimmy todo se fue desmoronando”, dice Miguel.
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En menos de cuatro años, Miguel ha tenido que enterrar a un hijo y ha visto, con impotencia, cómo torturan y condenan a su otro hijo. “Son cuatro años de angustias, de zozobra, de sufrimiento, desesperación”, dice Miguel, y agrega: “no hemos visto el sol claro desde que mataron a Jimmy”.
Miguel dice con dolor, pero con resignación, que uno de sus hijos (Jimmy) “ ya no va poder regresar de la tumba donde está” pero el otro (Yader) “algún día saldrá libre”.
Pedir justicia lo llevó a la cárcel
Según información recopilada por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) que encargó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para investigar las muertes de entre el 19 de abril y 30 de mayo de 2018, Jimmy recibió un disparo en el costado izquierdo del tórax, zona del corazón, cuando se encontraba a dos cuadras al oeste de los semáforos del barrio Miguel Gutiérrez. Información recibida por el GIEI indica que el disparo pudo haber sido efectuado por francotiradores apostados en la terraza de un hotel cercano. Jimmy fue trasladado primero a un puesto médico en la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), pero luego lo llevaron al hospital Vivian Pellas, donde falleció a las dos de la madrugada.
En la Upoli se realizó una misa de cuerpo presente el día de su muerte. Cientos de personas rodearon el ataúd que adornaron con flores, una bandera de Nicaragua y un zapato deportivo que Jimmy utilizaba el día que falleció. “Hay que seguir en la lucha, las calles son de nosotros, somos el pueblo que pide justicia”, dijo ese día su hermano, Yader.
Yader cumplió con su promesa. Participó en manifestaciones y piquetes que fueron reprimidos por la Policía. También se integró a las Madres de Abril, un colectivo de familiares de asesinados durante la crisis de 2018. Anduvo en una Caravana de Solidaridad Internacional con Nicaragua que se realizó en Sudamérica. Hasta que el 16 de abril de 2019, a pocos días de conmemorarse un año de la rebelión cívica, fue secuestrado a una cuadra de su casa.
“Me golpearon, me pusieron las botas sobre la cabeza y me coscorronearon por resistirme a la captura”, dijo a El Nuevo Diario el 22 de abril, cuando fue liberado tras pasar seis días detenido sin que le dieran ninguna explicación ni de su detención ni de su liberación. “Aquí nadie se rinde”, dijo Yader.
Desde entonces los asedios se hicieron más frecuentes. Incluso a Miguel, su padre, en ocasiones no lo dejaban salir de su casa. Por eso fue que a raíz de la pandemia, cuando el acoso de la Policía se calmó un poco, Yader se fue de su casa a vivir clandestino. Pasaron unos meses y pensaba que ya no era perseguido, hasta que el 4 de septiembre de 2021, cuando intentaba cruzar por el Guasaule, en la frontera entre Nicaragua y Honduras, fue secuestrado otra vez.
Temor de pedir libertad
Yader fue una de las 47 personas detenidas desde finales de mayo de 2021, como parte de una estrategia de Ortega y Murillo para destruir el proceso electoral y perpetuarse en el poder con unas elecciones que la comunidad internacional ha calificado como una “farsa”.
Este primero de febrero, Yader Parajón y Yaser Vado se convirtieron en los primeros en ser juzgados en maratónicos juicios de más de 11 horas, sin acceso a familiares ni periodistas, con los abogados incomunicados, rodeados de policías y efectuados en la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), mejor conocida como “El Chipote”, un centro de detención donde se denuncia que cometen torturas contra los reos. Aunque la Fiscalía ya los condenó desde el día que anunciaron la reactivación de los juicios contra los presos políticos que fueron calificados como “criminales y delincuentes”, se espera que este viernes 4 de febrero se conozca la sentencia de entre 5 y 15 años que pidió la Fiscalía por cometer “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional” y “propagación de noticias falsas”.
Miguel dice que a su hijo, Yader, lo ha visto cuatro veces en estos cinco meses que ha estado detenido. “Él (Yader) dice que está bien pero yo lo he visto demacrado”, dice Miguel. A Yader lo han encerrado en una celda de castigo, de dos metros de largo por dos de ancho, y lo interrogan de forma frecuente.
Miguel enseña las botellas de agua y los yogurts que a diario lleva a su hijo hasta “El Chipote”, en una zona aislada de Managua. Como no tiene vehículo, toma dos buses y una mototaxi para poder llegar al lugar. Al regreso, en ocasiones otros familiares de presos políticos le dan un aventón o se regresa a pie para tomar los buses para regresar a su casa. Los viajes diarios lo agotan, y es por eso que bosteza varias veces durante la entrevista. A veces, cuando se siente solo, se desespera pero trata de mantenerse fuerte porque siente que es el único familiar que puede estar pendiente de su hijo. Su mayor temor, sin embargo, es que en una de las llegadas a “El Chipote” los policías le digan: “usted también queda detenido” por pedir la libertad de su hijo.