Al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo le llovieron condenas por su nueva escalada represiva contra opositores y disidentes del sandinismo. Uno de los sectores que se ha pronunciado son los grupos de izquierda, la ideología con la que se autodefinen los actuales mandatarios de Nicaragua. Quienes antes miraban al Frente Sandinista con ojos románticos se terminaron de desencantar. Con los arrestos a figuras históricas de la revolución, las izquierdas empiezan a superar un viejo dilema: el experimento revolucionario que encantó a comunistas y socialdemócratas por igual, se ha convertido en una dictadura tan abyecta como la de los Somoza.
Las pruebas del aislamiento del régimen han sido muchas en las últimas semanas. Desde intelectuales, políticos, activistas y funcionarios de gobiernos han dejado claro que el respeto por los derechos humanos es más importante que cualquier reconocimiento ideológico. Una de las últimas escenas que lo grafican tuvo lugar en Twitter, cuando el subsecretario del gobierno mexicano para Latinoamérica y el Caribe, Maximiliano Reyes Zúñiga, contestó un tuit de Juan Carlos Ortega, hijo de la pareja gobernante, en el que aseguró que “la cobardía es la aliada de la represión”.
Juan Carlos Ortega tachó al presidente Manuel López Obrador de cobarde y le pidió que se asumiera. Días antes, Obrador se había referido a la situación de Nicaragua: “Consideramos que se deben respetar las libertades y que no debe de haber represión en ninguna parte. Ni en Nicaragua, ni en Colombia, ni en ningún país del mundo se debe optar por la fuerza. Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho. Que sea el pueblo que de manera libre decida sobre las elecciones”, dijo en una conferencia de prensa el 25 de junio.
Recibe nuestro boletín semanal
Así se perfila la ruptura con una izquierda latinoamericana que mostraba timidez al condenar las acciones represivas del régimen de Ortega, pero que tras las recientes detenciones a opositores —que incluyen a tres exguerrilleros del sandinismo: Dora María Téllez, Hugo Torres y Víctor Hugo Tinoco— han alzado sus voces. “Algunos se resisten, pero poco a poco ya están comprendiendo, por eso se ha dado el fenómeno que hemos visto estos días”, explica Héctor Mairena, secretario de relaciones internacionales de la Unión Democrática Nicaragüense (Unamos).
Mairena radica en el exterior y ha tenido contacto con personas progresistas que les ha costado aceptar lo que pasa en Nicaragua. “Estos sectores de la izquierda se aferran, en efecto, a lo que ocurrió tras el triunfo (de la revolución), y de alguna manera el discurso de Ortega, desde el 2007, dice que esto es una segunda etapa de la revolución. Eso permeó en ellos”, agregó.
¿El fin del mito?
La Revolución Popular Sandinista encantó al mundo por su sorpresiva victoria, pero la ilusión duró muy poco. Intelectuales, periodistas, brigadistas y jóvenes de todo el planeta cruzaron los mares para llegar a esa Nicaragua tan violentamente dulce, como la llamó el escritor argentino Julio Cortázar, uno de esos intelectuales que arribó al país en los ochenta y dedicó una obra entera a la revolución.
Tras la huida de Anastasio Somoza Debayle en 1979, el último de la dictadura familiar somocista, los sandinistas se hicieron con el poder y recibieron apoyo de toda la izquierda sin distingo de fracciones. Desde comunistas y socialdemócratas; desde la izquierda noruega, hasta la del Cono Sur. “Y a pesar de que entre estas fracciones muchas no se llevaban, todas apoyaron al Frente en los 80”, explicó Jimmy Gómez, antropólogo e integrante de la Articulación de Movimientos Sociales, quien además ha formado parte de las caravanas que informaron en Europa sobre la represión del régimen.
Pero ahora, el régimen solo cuenta con el respaldo de unos pocos, en su mayoría de los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
Sin embargo, en muchos de esos lugares persiste una imagen lejana a la actual Nicaragua gobernada por Ortega, en la que se ha impuesto un estado policial y se encarcelan a críticos del gobierno por la noche. La raíz de esto, analiza Gómez, radica en que a partir de los 90 el país desaparece del radar de dichos movimientos progresistas. Es decir, hay una especie de vacío de información que impidió, hasta hace poco, conocer lo que pasaba.
“Hubo mucha desinformación. Quedó la imagen de Nicaragua en los años 80 y solo los comités internacionales que trabajaban en el país, relacionados con programas sociales, sabían lo que sucedía”, afirmó. De hecho, fueron estos sectores los primeros en cortar con el régimen, como las feministas o los grupos de la diversidad sexual.
“En abril, cuando se da el estallido, el Frente ya había abandonado sus postulados políticos y vuelve a buscar solidaridad internacional, por eso mucha de la propaganda está apegada a la revolución, a que hay un golpe de Estado”, detalló Gómez.
La narrativa de que las protestas de abril fueron un golpe de Estado todavía es usada por el régimen y algunos voceros internacionales. De hecho, bajo el discurso de impedir otro “golpe de Estado” son acusados liderazgos opositores detenidos por la Policía Nacional. El régimen invoca la Ley 1055, “Ley de defensa a los derechos del pueblo a la independencia, la soberanía y la autodeterminación para la paz”, una norma jurídica compuesta de dos artículos que tacha de traidores a cualquier nicaragüense que el gobierno acuse de “menoscabar” la soberanía nacional.
“La gente que apoya a Ortega todavía lo hace por el bloque de Cuba-Venezuela, no es por el valor de él mismo. Ese es el factor que lo salva frente a una izquierda más jurásica. No se puede proteger a un tipo que viola derechos humanos”, aseguró Gómez.
Para Mairena, lo que sucede es que la crisis desatada por el régimen de Nicaragua es de derechos humanos, “y la izquierda no puede ignorar eso”. “El respeto a los derechos humanos es fundamental, que no puede ser visto con un ojo y aplicarlo cuando son los adversarios. Si hay violaciones a los derechos humanos en Nicaragua tienen que ser condenadas, y si hay en Cuba tienen que ser condenadas”, comentó. “Se han ido convenciendo de que el régimen de Ortega tiene una naturaleza dictatorial y autoritaria”.
Las posturas contra Ortega y Murillo
Tras la encarcelación de más de 25 liderazgos opositores, Nicaragua volvió a estar en el mapa de la comunidad internacional. Las reacciones de todos los flancos no se han hecho esperar. El 1 de julio, unos 500 activistas e intelectuales de Estados Unidos firmaron una carta abierta dirigida al gobierno de Ortega y Murillo en la que condenan el giro autoritario.
“Estamos muy conscientes —y detestamos— la larga y vergonzosa historia de intervenciones del gobierno de Estados Unidos en Nicaragua y muchos otros países en América Latina. Sin embargo, los crímenes del gobierno de los Estados Unidos, pasados y presentes, no son la causa de, ni pueden justificar o excusar, los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen actual de Daniel Ortega y Rosario Murillo”, dice la misiva, firmada por personalidades como Margaret Randall —autora de “Las Hijas de Sandino” y “Las Hijas de Sandino Revisitadas”—, Noam Chomsky, y la escritora afroamericana Alice Walker.
En otra carta, más de 140 intelectuales de Latinoamérica condenaron la represión del régimen, incluidos la escritora Elena Poniatowska y el expresidente uruguayo José Mujica. De esta forma, la ruptura de lealtades hacia el gobierno de Nicaragua se acrecentó.
El documento cita que “Ortega es capaz de reprimir sin piedad a su pueblo, junto con el cual no supo, no quiso o no pudo construir calidad de vida, ni una institucionalidad democrática, transparente, que le permitiera realizar, en libertad, pacíficamente, su destino”, denunciaron los firmantes.
Podemos, partido español de izquierda, también expresó su preocupación por los recientes hechos ocurridos en Nicaragua. Algo inusual en una formación apegada al chavismo. “Desde Unidas Podemos estamos profundamente preocupadas por la grave crisis de derechos humanos que atraviesa Nicaragua desde 2018 y que se ha venido agudizando en las últimas semanas con la escalada de actos represivos que están provocando la supresión de los derechos y libertades fundamentales del pueblo de Nicaragua”, manifestó la diputada de izquierda Lucía Muñoz Dalda.
“La supuesta retórica antiimperialista no engaña a nadie, del proyecto sandinista no queda nada en el gobierno de Nicaragua. Desde aquí, toda nuestra solidaridad con las demandas populares nicaragüenses”, dijo por su parte Miguel Urbán Crespo, del Movimiento Anticapitalista y cofundador de Podemos.
El mito de la revolución sandinista, en la supuesta “segunda etapa” encabezada por los Ortega-Murillo, ha llegado a su fin. Lo que queda ante el mundo es una dictadura represiva.