Complices Divergentes
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Justino no quiere ser paramilitar y reza un exorcismo cuando lo juramenta Rosario Murillo

Rosario Murillo juramentó como paramilitares a 30 000 personas, en su mayoría trabajadores públicos, el pasado 26 de febrero. Fue el cierre de un ciclo de juras que suman una legión de 76 800 “policías voluntarios”. DIVERGENTES conversa con uno de esos empleados y describe los pormenores de un acto al que fue llevado contra su voluntad, pero que también revela un patrón clasista en el reclutamiento de estos paramilitares

Ilustración de Divergentes.

Justino no quiere estar allí y a esta hora, al caer la tarde, previo al inicio del acto partidario con Daniel Ortega y Rosario Murillo, el hambre, el cansancio y la insolación lo tienen desesperado. Sabe que no puede explotar, arrancarse el pasamontañas e irse de la plaza, porque eso podría implicar perder su trabajo como secretario de una institución gubernamental o acabar en prisión por desacato a “una orden de arriba”, la de jurar como paramilitar del régimen sandinista. El hombre busca sosiego rezando en voz baja una oración de exorcismo de Sor María Romero que se sabe de memoria. 

Aléjense de mi hogar, de mi familia, 
y de mi patria… Demonios infernales
Aquí reinan Dios y María Santísima.
En el nombre de Jesús y de María,
Ángeles, arcángeles, virtudes,
Potestades, principados, dominaciones,
Tronos, querubines y serafines
Ayúdenme a eliminar los espíritus malignos de esta casa,
familia y patria y que nunca más regresen, ni vuelvan a entrar.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Amén!

Una y otra vez reza, pero con más vehemencia cuando aparece en la tarima principal la pareja presidencial. Justino no se siente paramilitar y lo martilla la posibilidad que algún conocido o uno de sus hijos pequeños lo pueda reconocer en la televisión, durante la transmisión de la juramentación de 30 000 paramilitares en Managua. De pronto recapacita y el pasamontañas que lo agobia lo agradece, porque mantiene a salvo su identidad. Que lo asocien con los paramilitares, ese cuerpo armado paraestatal que en 2018 masacró, junto a la Policía, a más de 350 personas. Una legión de matones que fue legalizada en enero pasado cuando los Ortega-Murillo reformaron la Constitución Política y los incluyeron bajo el eufemismo de “policía voluntaria”. 

A partir de la legalización de los paramilitares, la Policía que dirige el comisionado general Francisco Díaz y consuegro de la pareja presidencial, inició a juramentar en diferentes plazas públicas del país a los paramilitares. Una puesta en escena grotesca, diseñada para infundir más terror a un país que sobrevive aterrorizado; que comenta el descontento con la dictadura en voz muy baja –como la oración de Justino en la plaza– o en las cocinas con los más cercanos, hablando en clave, al igual que lo hacían las familias rusas bajo el estalinismo. 

Justino fue convocado a la plaza el día anterior, el 25 de febrero. Lo citaron desde muy temprano a un punto específico, a las cinco de la mañana, donde un bus lo recogió. De hecho es una caravana de buses que se mueve por la capital y varios municipios del Pacífico, como Granada y Masaya, reclutando trabajadores del Estado, porque no es tarea fácil convocar a 30 000 personas para personificar la jura paramilitar más grande hecha hasta ahora, en la que la “copresidenta” Rosario Murillo fue la encargada de tomarles el juramento. La “cojefa suprema” del paramilitarismo. Para Justino fue “un falso juramento” porque repite –como repite la oración de exorcismo– que no se siente paramilitar.   

Alejense de mi hogar, de mi familia, 
y de mi patria… Demonios infernales

Este acto, realizado el 26 de febrero, fue el culmen de otros actos previos de juramentación en otros departamentos, donde otros miles de paramilitares fueron jurados. Dos millares en Estelí, otro millar en Madriz, por ejemplo. Un total de 76 800 “policías voluntarios” existen ahora. Sobrepasan con creces a los 28 400 oficiales activos de la institución policial. Ortega y Murillo han instaurado un Estado paramilitar, avalado por su Constitución Política confeccionada a la medida de su plan de sucesión dinástica. Pero Justino –insiste otra vez mientras hablo con él– en que no se siente paramilitar como otros que sí con los que compartió en la Plaza La Fe. 

“Había gente bien convencida de eso, de ser paramilitar. Yo los vi. Es gente que te puede causar daño… un daño serio”, me cuenta Justino bajo la condición de que no revele su identidad ni nada que pueda hacerlo ubicable. Tiene miedo. Justino explica que congregar a 30 000 personas para la jura fue difícil para el régimen, ya que los primeros paramilitares convocados fueron los empleados públicos quienes asistieron durante el año pasado a los campamentos militares. Es decir, a cursos de entrenamiento de corte militar para estar “listos para un eventual golpe de Estado”. 

Justino no quiere ser paramilitar y reza un exorcismo cuando lo juramenta Rosario Murillo
Foto del acto de juramentación de 30 mil paramilitares tomada de Presidencia. Divergentes | Tomada de El 19 Digital.

Los empleados públicos convocados a estos campamentos militares obligatorios son, en su mayoría, el funcionariado más bajo del escalafón de las instituciones: choferes, vigilantes, camilleros, conserjes… Un marcado tinte clasista en esta convocatoria sandinista, ya que funcionarios de nivel medio y alto no han sido llamados a jurar como paramilitares. En el caso de Justino, un secretario, nunca lo habían convocado para estas labores paramilitares, hasta el 25 de febrero, cuando recibió una llamada de un secretario político del Frente Sandinista que no conoce: “Que me presentara a las cinco de la mañana a un punto determinado con mi cédula en mano y la siguiente vestimenta: pantalón negro, zapatos negros y camiseta blanca”.

“El tema es que con los que llevaron a esos campamentos militares parece que no ajustaban las 30 000 personas, por eso nos llamaron a gente como nosotros, que nunca había sido convocada. Mira, de esos 30 000 en la plaza te puedo asegurar que más de la mitad no quiso estar allí. Había hasta ancianos con bastones. Fue muy triste. Otros lloraban y se desmayaban por el golpe de calor”, relata Justino

A él lo recogen temprano en el lugar acordado, porque no quiso que fuese en su casa. En el bus le ofrecen un desayuno discreto que Justino prefiere no tomar. Sabe ya con claridad a qué lo llevan a la plaza y eso lo derrumba. Cero apetito. Sólo piensa en sus hijos (“¿qué pueden decir si se dan cuenta que voy a jurar como paramilitar?”). Los trasladados han pasado toda la mañana en la caravana de buses recogiendo a otras personas. Pasado el mediodía, llegan al Polideportivo Alexis Argüello donde los reciben y les quitan su cédula de identidad para checar sus nombres en unas listas que manejan miembros de la Juventud Sandinistas y policías uniformados. No pueden llevar nada más y los conminan a apagar los celulares. Nada de fotos, mucho menos vídeos. 

  • Justino no quiere ser paramilitar y reza un exorcismo cuando lo juramenta Rosario Murillo
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Están un par de horas en el polideportivo, donde les ofrecen botellas de agua muy calientes porque están a la intemperie. A algunos les entregan camisetas blancas. Y los pasamontañas. Toca ponerlos sobre los rostros, ocultar la identidad, característica central del paramilitar. A eso de las tres de la tarde, con el sol de Managua tostando Plaza la Fe, los obligan a formarse. A practicar coreografía. “¡Firmes!”, les gritan. “¡Descansen!”. Ensayaron una docena de veces y los más aventajados fueron quienes asistieron a los campamentos militares. Justino –más que todo por la predisposición al asunto– es torpe con los ejercicios. Le cuesta cuadrarse, ponerse firme y, al ver los desmayos, llantos, más el hambre, el sol y el cansancio, es que se desespera. Se siente atrapado en la plaza pública. Cuánto le gustaría correr, fugarse, pero lo detiene el terror y el miedo a quedarse sin trabajo. Soporta y se le viene a la mente la oración de exorcismo de Sor María Romero, esa que, como buen creyente católico que es, se sabe de memoria. “Y es una oración que habla de la patria, fijate”, repara.  

En el nombre de Jesús y de María,
Ángeles, arcángeles, virtudes,
Potestades, principados, dominaciones,
Tronos, querubines y serafines
Ayúdenme a eliminar los espíritus malignos de esta casa,
familia y patria… 

“Sentí vergüenza, pena moral. Me sentía mal porque no quería estar allí”, cuenta Justino. Masculla la oración y baja la cabeza de indignación. Una y otra vez reza. Les permiten tomar agua y vuelven a formarlos. Cae la tarde y se oyen ya las sirenas de las patrullas policiales que escoltan los Mercedes Benz blindados: la pareja presidencial llega a la plaza. Justino no retiene nada del discurso de Ortega y Murillo. 

“Tomamos juramentos de la heroica policía voluntaria, guerrilleros de la paz, defensores de la paz”, lee Murillo la proclama que convierte a Justino en paramilitar, algo que no quiere ser. Él no sabe si levantó la mano para responder a la “copresidenta”. Sólo apretó los ojos y rezó, para sus adentros, con más fuerza… 

Aléjense de mi hogar, de mi familia, 
y de mi patria… Demonios infernales.

Acaba el acto y los organizadores los regresan a los buses. Justino, exhausto casi a medianoche, recupera el apetito. Se baja en una fritanga y pide una enchilada. Pero se da cuenta que no anda dinero ni tarjetas, sólo veinte pesos en la bolsa. Se disculpa y se dirige a un súper a comprar unos churritos y una botella con agua. Ya sólo quiere regresar a casa y dejar de rezar el exorcismo que rezaba Sor María Romero, que no sabe si lo protegió, pero sí le sirvió para no explotar en esa plaza. 


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