Cuando un nicaragüense cruza la frontera rumbo al exilio, no solo se marcha una persona, sino también años de estudios y formación que representaron una inversión significativa de recursos para el país. Con la maleta cargada de miedos y esperanzas, Rubén partió hacia Costa Rica en junio de 2018, cuando la represión de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo alcanzaba su punto más violento. Acababa de ocurrir la masacre del Día de las Madres y el inicio de la Operación Limpieza, desplegada por policías y paramilitares.
“Nunca imaginé que me iría tan joven. Me costó aceptar que no podía quedarme, pero era más peligroso permanecer que partir”, recuerda.
Su madre lo advirtió con tono premonitorio: “Si te quedás, vas a ser un mártir, y los mártires están llenando los cementerios”. Esas palabras le dieron el impulso para salir.
Rubén tenía apenas 18 años y estudiaba ingeniería industrial. “Estaba lleno de sueños y metas”, dice con nostalgia. Sin embargo, en abril de ese año, Nicaragua entró en la crisis sociopolítica más profunda de su historia reciente. Su universidad cerró sus puertas y la persecución gubernamental convirtió el miedo en una constante.
“Nos persiguieron, nos acosaron, nos amenazaron”, relata. Recibió advertencias de muerte y vio cómo su futuro se desmoronaba en cuestión de semanas.
Según un estudio del centro de pensamiento Diálogo Interamericano, desde el estallido de la crisis en 2018, cerca de 900 000 nicaragüenses han abandonado el país, una cifra que representa casi el 11% de la población total.
Buena parte de esta migración está compuesta por jóvenes profesionales, técnicos y estudiantes que no pudieron desarrollar su potencial en Nicaragua. Este fenómeno, conocido como fuga de cerebros, supone una pérdida estructural de capital humano calificado.
Un economista consultado, que pidió anonimato por temor a represalias, explica:
“La fuga de cerebros ocurre cuando el costo de quedarse supera el beneficio de hacerlo. En Nicaragua, la inseguridad, la crisis económica y la falta de oportunidades han hecho que el costo de permanecer en el país sea demasiado alto”.
Juan Sebastián Chamorro, economista y exreo político desterrado, subraya que aunque la migración de jóvenes profesionales puede traducirse en un aumento de las remesas, no es una estrategia viable para el desarrollo económico del país.
“Es pan para hoy y hambre para mañana. Nicaragua está perdiendo su capital humano y volviéndose cada vez más dependiente de las remesas. El problema es que estos profesionales, formados con recursos nacionales, ahora trabajan en el extranjero en empleos que muchas veces no corresponden con su preparación”, advierte.
Rubén es un ejemplo de esa realidad. Intentó retomar sus estudios en la Universidad de Costa Rica (UCR), pero la falta de estatus legal y la imposibilidad de convalidar materias frustraron su intento. “Las universidades en Nicaragua habían sido suspendidas, así que no podía demostrar mis estudios”, lamenta.
Logró avanzar de manera virtual a través de la Universidad Centroamericana (UCA), hasta que el régimen confiscó la institución. Gracias al respaldo de universidades jesuitas en Guatemala y El Salvador, pudo continuar su formación.
Para sobrevivir, trabajó como traductor, encuestador, actor secundario en una película costarricense y en atención al cliente en un call center. “Irónicamente, pude cumplir mi sueño de incursionar en la actuación, algo que deseaba desde Nicaragua”, cuenta.
Costa Rica, principal destino
Entre 2018 y 2023, Costa Rica recibió el 48.85% de la migración nicaragüense, seguido por Estados Unidos (33.51%) y España (5.96%), según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Rubén recuerda el momento que marcó su decisión de huir: la marcha del Día de las Madres, el 30 de mayo de 2018.
“Era la última protesta en la que participé. Iba con un familiar y unos amigos, solo llevábamos banderas. De pronto, un joven en una moto cayó muerto tras recibir un disparo en la frente. Esa escena me marcó para siempre”, relata.
Recibió amenazas directas de muerte tras ser señalado como “líder estudiantil”. Su familia lo engañó para sacarlo del país: le dijeron que serían solo unas vacaciones. “Hoy agradezco lo que hicieron por mí. En ese momento, pensaba que irme era traicionar mis ideales”, confiesa.
Movilidad Segura: la alternativa migratoria suspendida por Donald Trump
Carolina, licenciada en Farmacia, también emigró a Costa Rica en 2018. A pesar de encontrar trabajo en un área distinta a su formación, el salario mínimo de 500 dólares mensuales no le permitía cubrir los altos costos de vida.
Tras seis años de lucha, en 2024 logró trasladarse a Estados Unidos a través del programa Movilidad Segura, una iniciativa que facilita el reasentamiento legal de nicaragüenses, venezolanos y ecuatorianos en Estados Unidos y España.
Esta iniciativa está actualmente suspendida desde enero de 2025 por disposición del presidente Donald Trump, como parte de sus políticas antimigratorias. La Agencia de la Organización de Naciones Unidas (Acnur) detalló que hasta diciembre de 2024, 117 000 personas aplicaron al programa desde Colombia, Costa Rica, Ecuador y Guatemala.
“Aquí en Costa Rica, la economía no ofrece muchas opciones para avanzar. Aplicar al programa cambió mi vida”, comenta.
Rubén fue uno de los últimos beneficiarios del programa, logró mudarse a EE. UU. a finales de diciembre de 2024. Ahora, busca sostenerse en el país norteamericano en medio de un creciente ambiente poco favorable para los migrantes, sin importar si estos son aprobados como refugiados.
Bono demográfico desperdiciado
Nicaragua atraviesa un período clave de bono demográfico, un concepto económico que se refiere al crecimiento sostenido de la población en edad productiva. Este fenómeno brinda una oportunidad histórica para el desarrollo, siempre que se invierta en educación y empleo.
El economista Adolfo Acevedo ya lo advertía en 2010: “Si Nicaragua no invierte en educación ahora, será demasiado tarde”.
Los planes de desarrollo recomendaban destinar al menos el 7% del PIB a educación pública, pero en los últimos cinco años el gasto del régimen Ortega-Murillo no superó el 5%. Como resultado, el país enfrenta un rezago educativo alarmante en cobertura y calidad.
La gran incógnita para los migrantes es si algún día podrán regresar. Con la represión aún vigente y un panorama incierto, muchos no contemplan un retorno inmediato.
Rubén, sin embargo, mantiene la esperanza: “Sí, regresar es un sueño. Quiero volver y aportar al crecimiento de mi país con lo que he aprendido afuera”.
Este texto forma parte de la serie Contar el Exilio, producida en colaboración con DW Akademie, el Instituto de Prensa y Libertad de Expresión -IPLEX- y la Red Latinoamericana de Periodismo en el Exilio -RELPEX-; Forma porte del proyecto Space For Freedom en el marco de la iniciativa Hannah Arendt financiada por el Ministerio de Relaciones Exteriores.