Daniel Ortega conoce muy bien La Guadalupana, la casa de Cristiana Chamorro localizada en el kilómetro 11 de la Carretera Sur, sobre una loma que proporciona una vista diáfana de Managua y el lago Xolotlán, donde la precandidata presidencial opositora más popular, según las encuestas, es prisionera del régimen sandinista desde el dos de junio de 2021. En 1990, en el albor de la presidencia de doña Violeta Barrios de Chamorro, el actual mandatario llegó a esta quinta en su Jeep Wrangler Renegado color negro a negociar con el fallecido Antonio Lacayo la tensa transición a la paz del país, en ese momento asediada por las asonadas del Frente Nacional de los Trabajadores (FNT).
Ortega siempre fue recibido por Lacayo, ministro de la Presidencia de doña Violeta, para discutir en un entorno más íntimo los entresijos de una paz que era constantemente amenazada por las violentas huelgas del FNT que, en el fondo, el mismo comandante derrotado en la elección del noventa alentaba. En sus memorias, Lacayo relata que el seis de julio de 1990 el país estaba paralizado por el sindicato sandinista que reclamaba asuntos salariales y exigía “un cogobierno integral”, es decir un gobierno compartido.
La intermediación de los ministros del gobierno de doña Violeta fue torpedeada por una turba sandinista en las oficinas del Banco Central esa misma tarde, pero Lacayo mantuvo su plan y propuso una reunión de “tres tres”, con Ortega encabezando la delegación sandinista. No hubo acuerdo, porque “Daniel alegaba inviabilidad del programa económico” del nuevo gobierno. “En un intento de Daniel de ponerme a prueba, me preguntó si me atrevía a ir al día siguiente, domingo, a un encuentro con la asamblea del FNT (…) para dar el punto de vista del gobierno. Acepté de inmediato y él se sorprendió”, relata Lacayo en sus memorias. “Mañana te llamo a tu casa”, le dijo Ortega al ministro presidencial.
“Daniel no llamó”… llamó al final de la tarde para comunicarle a Lacayo “que quería hablar personalmente con él” para discutir sobre el tema del FNT. “Venite a La Guadalupana”, propuso Lacayo. Ortega se apareció a las once de la noche. Era la primera vez que llegaba a la casa, y Lacayo lo recibió con su esposa, la hoy presa política Cristiana Chamorro, quien este cinco de febrero cumple 68 años con su hogar convertido en una celda.
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Ortega se sentó en la misma sala en la que el comisionado mayor Luis Pérez Olivas, de la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), se plantó el pasado dos de junio para dirigir la detención de Cristiana Chamorro y el allanamiento de La Guadalupana. A diferencia de Olivas, que no quiso ni beber un café durante el asalto de la casa, Ortega devoró la noche del domingo ocho de julio de 1990 unas galletas danesas de una lata que alguien le había regalado al matrimonio Lacayo-Chamorro.
“Ortega dijo que las bases del Frente Sandinista estaban traumatizadas por la derrota (…), temen perder el empleo y las conquistas revolucionarias. Me llevó un documento del FNT. Al leerlo le aseguré que de los diez puntos, seis se aceptaban de inmediato; los otros cuatro los vería con ministros del área económica y laboral para responder antes del medio día del lunes”, narra Lacayo. “Después de una hora, y justo cuando nos despedimos, me preguntó si yo pensaba bajar a Managua más tarde. Era medianoche. Le contesté que no. Ortega respondió: es mejor no salir a estas horas. Abordó su jeep y se marchó seguido de otros jeeps”. En La Guadalupana quedó, esa noche, un ambiente enrarecido. “Según supe después, Daniel se había pasado el domingo planificando y organizando la nueva asonada y, de mi casa había salido a soliviantar barrios de Managua que pasaron en vigilia”, plasmó Lacayo en sus memorias.
Aislada en La Guadalupana
Cristiana Chamorro está bajo un régimen de casa por cárcel. Está totalmente incomunicada, sin acceso a televisión o comunicaciones. Fuentes policiales relataron a DIVERGENTES que la precandidata presidencial deambula por las dos salas principales de su casa. En las afueras de la vivienda la escolta policial de la Dirección de Operaciones Especiales es permanente.
Para llegar a La Guadalupana hay que subir una decena de metros por una loma asfaltada, bañada por la sombra de palmeras y árboles de teca. A cada lado se van alzando esculturas hechas con rifles AK-47 que doña Violeta quemó y enterró como símbolo de la paz alcanzada en los noventa. Esos rifles oxidados y vueltos artes no habían tenido tan cerca otros fusiles como los que cargan los oficiales que montan guardia en casa de Cristiana Chamorro. Un contrapunto simbólico de la paz y la convivencia que la represión de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, han estropeado desde 2018 con ejecuciones extrajudiciales, persecución, la imposición de cárcel y exilio a todos sus opositores, periodistas y defensores de derechos humanos.
Nadie de quienes acompañaron a Ortega en estas reuniones en los noventa para negociar la paz, ya sea en La Guadalupana y en otros sitios como la presidencia y el Olof Palme, quisieron hablar para este artículo por temor a represalias. Esta casa no solo fue clave para buscar solución a las asonadas sandinistas, sino que desde la derrota del sandinismo en 1990 fue un espacio para instalar los pilares de la transición hacia la democracia.
De hecho, fue el General de Ejército Humberto Ortega quien propuso que algunas reuniones del “equipo de transición” –auspiciado como mediador por el expresidente estadounidense Jimmy Carter– se llevaran a cabo “en lugares más privados, como en alguna casa particular”. Antonio Lacayo lo interpretó como una “manera de evitar la presencia de periodistas y terceras personas que fueran a dificultar el acercamiento de las posiciones”.
Pilares de la paz
Como General de Ejército, Humberto Ortega logró tender puentes con el Gobierno de doña Violeta, de acuerdo a las memorias de Lacayo. Los puentes se tendieron en varias ocasiones en La Guadalupana. “Lo importante para mí fue constatar que Humberto Ortega aceptaba la derrota del Frente Sandinista y daba por un hecho que nosotros seríamos el nuevo gobierno de Nicaragua”, escribió Lacayo, quien en noviembre de 2015 falleció en un accidente aéreo.
Actualmente, Humberto Ortega ha vertido críticas sobre el régimen que su hermano encabeza. Incluso, en julio de 2021, un mes después del arresto de Cristiana Chamorro, el general retirado abogó en la cadena de noticias CNN por la liberación de los presos políticos.
“Si queremos contribuir a la paz deben ser, a través de una medida política que la tiene en sus manos el presidente, para que sean puestos en libertad (…) Estoy claro que (los detenidos) no son terroristas, no han atentado contra la estabilidad de este país. Simplemente son opositores que tienen sus puntos de vista como los tengo yo. Yo he criticado con toda firmeza y respeto al actual gobierno, y no por eso voy a ser catalogado ahora de terrorista o traidor a la patria”, declaró Humberto Ortega.
En agosto, tras la declaración del general en CNN que causó revuelo, en un discurso público, el presidente Ortega lanzó una crítica a su hermano sin mencionarlo. El mandatario hizo referencia a una amenaza que en la década de los ochenta, Humberto Ortega lanzó contra “los burgueses”. “Y así, con chifletas, lo llamó ‘traidor’ y ‘vendepatria’. Le recordó que aquellas frases ‘que alimentan el terrorismo’ quedaron grabadas para la historia”, reportó el medio Artículo 66.
La intransigencia de Ortega va más allá de los suyos. Actualmente, la justicia bajo su dictado realiza juicios contra los 47 presos políticos capturados a partir de junio de 2021, cuando liquidó las elecciones de noviembre pasado. Por ahora, Cristiana Chamorro no tiene fecha de juicio y pasará su cumpleaños 68 en soledad, atrapada por las paredes de La Guadalupana, con el recuerdo de su marido Antonio Lacayo en cuyas memorias dejó una reflexión que hoy, en Nicaragua, resulta premonitoria: “Me quedó la impresión que Daniel nunca valoró la paz. Lo más importante para él parecía ser el mantener su liderazgo sobre la maquinaria sandinista. No importaba que esto fuese a costa de la estabilidad nacional”.