La última cena en El Chipote y el primer amanecer en el destierro

DIVERGENTES revela nuevos detalles del proceso de destierro: antes de expulsar a los presos políticos, la dictadura Ortega-Murillo jamás le planteó a Estados Unidos la “deportación” y declaración de “apátridas”. En cambio, el régimen emitió expresamente pasaportes a los reos, que les fueron entregados al pie del avión en Managua. Cuando iban volando hacia Washington, los despojaron de su nacionalidad. ¿Qué pasa ahora con los pasaportes? Una crónica de la jornada de destierro, entre Nicaragua y Estados Unidos

Un grupo de nicaragüenses celebra la liberación de los presos políticos en Costa Rica. Foto: Carlos Herrera | Divergentes.

“Es mi primer amanecer”, tras 606 días de encierro en penumbra en la celda de aislamiento en El Chipote. Son las palabras de la excomandante guerrillera e historiadora Dora María Téllez. Su primer amanecer en el destierro ha sido espléndido, a pesar de todo. Un sol como pan recién horneado doraba el estanque frente al hotel de Dulle, Virginia, donde el gobierno de la administración de Joe Biden ha alojado a 222 presos políticos expulsados por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. La mítica Comandante Dos es conocida por su valor y arrojo en las luchas por la libertad de Nicaragua. Poco dada a expresar públicamente sus emociones, contempló la primera luz de la mañana, con gafas oscuras, desde su habitación, porque sus ojos aún resienten la luz de finales de invierno. Pero “quise llorar”, confiesa. 

El hotel Westin hoy es un lugar de reencuentros y lágrimas entre los expresos políticos y sus familiares, quienes han emprendido el viaje de urgencia a Virginia, tras enterarse del destierro. Aún predomina la incredulidad sobre lo ocurrido, tanto por la forma en la que se produjo el traslado, como por el decreto de destierro, poco después de que les emitieran pasaportes nuevos en Nicaragua. No dejan de abrazarse entre ellos, como un modo de comprobar que lo que está pasando es real. Les han quitado la patria, pero son libres. 

Mientras iban en el vuelo chárter facilitado por la Casa Blanca, la dictadura Ortega-Murillo les quitó la nacionalidad, pero ellos no lo supieron hasta que llegaron al hotel Westin, donde quienes tenían celulares les contaron los pormenores. Algunos se sacan de la bolsa el flamante pasaporte emitido por las autoridades nicaragüenses y entregado en el aeropuerto de Managua, con fecha de caducidad dentro de diez años. La duda que ahora tienen los 222 expresos políticos es si les sirve de algo, una vez que han sido declarados apátridas. “Lo sabremos hasta que lo usemos”, dice el excarcelado Irving Larios. 

Destierro
La exguerrillera Dora María Téllez conversa con Divergentes en Virginia. Foto: Miguel Andrés | Divergentes.

La tetra de la dictadura

Fuentes ligadas al régimen revelaron a DIVERGENTES que los Ortega-Murillo, al ofrecer la “liberación de los presos”, nunca le plantearon a Estados Unidos la “deportación” y el despojo de la nacionalidad. Efectivamente, prosigue la fuente, fue Rosario Murillo la que hizo el contacto con el Gobierno de Biden para entregar a los presos, algo que también fue confirmado por Daniel Ortega en su discurso del pasado jueves. 

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Murillo ofreció a los presos políticos a Estados Unidos y ordenó emitir 222 nuevos pasaportes, los cuales fueron entregados por autoridades migratorias, minutos antes de abordar el avión del destierro. Cuando el chárter despegó y salió del espacio aéreo nicaragüense, la justicia orteguista leyó un comunicado imponiendo “deportación” y, en seguida, la Asamblea Nacional se reunió de urgencia para reformar el artículo 21 de la Constitución Política, que despojó a los encarcelados de la nacionalidad nicaragüense. 

Fuentes estadounidenses también corroboraron esta versión: “Así es: nunca se comentó (nada) sobre deportación ni (sobre) quitar la ciudadanía”. 

A pesar de la treta del Gobierno Ortega-Murillo, Estados Unidos ha decidido otorgar a los 222 presos políticos los beneficios del Parole Humanitario, que les permite residir hasta un máximo de dos años en el país. Este viernes, también el Gobierno de España ofreció la nacionalidad a los hasta ahora reos políticos. 

Un camino incierto al aeropuerto

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El preso político Irving Larios en las afueras del hotel proporcionado por Estados Unidos. Foto: Miguel Andrés | Divergentes.

La última cena en la prisión de El Chipote fue un plato de gallopinto, crema y un trozo de maduro frito. “Eso es un lujo, porque solo nos daban gallopinto, puro arroz, sin nada”, relata Larios. Desde ese momento intuyeron que algo raro pasaba. Luego les entregaron ropa para que se cambiaran los uniformes, y el centinela de la noche no dio la habitual orden de “duérmanse que ya es tarde”. “Yo supe en ese momento que (nos íbamos en) avión, porque Ortega siempre nos ha querido fuera”, agrega por su parte Dora María Téllez. 

Los cerrojos de las celdas sonaron antes de amanecer. Sacaron a los presos políticos de sus celdas y los ordenaron en tres grandes grupos, en un mismo pabellón. Después los condujeron hasta los buses. “Cuando vi a Jaime Arellano (que estaba bajo casa por cárcel), me dije ‘que raro’; o nos llevan al juzgado o alguna actividad del gobierno”, continúa Larios. Las ventanas de los buses de traslado estaban selladas con retazos de tela azul, que dificultaban ver el trayecto. Sin embargo, cuando se enrumbaron sobre la Carretera Norte, empezaron a especular. 

“¿Nos llevan al Olof Palme (centro de convenciones del régimen?, no”, se preguntaba y respondía José Adán Aguerri, expresidente de la empresa privada. “¿A la Casa de los Pueblos?”, tampoco. “¿A los juzgados?”, no… entonces muchos presos políticos empezaron a sudar… Solo quedaban dos opciones: el aeropuerto o el sistema penitenciario La Modelo. El susto de todos fue de alivio cuando los buses entraron por el portón de la Fuerza Aérea que conecta con la pista del Aeropuerto Internacional de Managua.

Se iban, pero no sabían adónde. Un comisionado subió a los buses. Les entregó un papel en el que se pedía la firma de cada uno de los presos, bajo la aceptación de viajar a Estados Unidos. En ese momento, supieron que no volverían a ver El Chipote y La Modelo. Estuvieron casi hora y media en el bus, hasta que los bajaron a la pista donde estaban los funcionarios estadounidenses. Les entregaron sus nuevos pasaportes y, a medida que el chárter se iba llenando, el júbilo se contagió entre los encarcelados. “¿Cuál es la ruta? ¡Que se vaya el hijueputa!”, coreaban unos. Otros cantaban el himno nacional. Pero, de pronto, decidieron callarse mientras el avión no despegase. Aún se sentían al alcance de las garras de la dictadura. Ya en el aire, se sintió abordo una algarabía liberadora. Eran libres y, por poco tiempo más, nacionales nicaragüenses. 

“A mí nadie me quita ser nica”, me dice Irving Larios en el hotel de Virginia. Todos los presos políticos repiten lo mismo. Son conscientes de las dificultades legales que implica ser apátrida, pero, en este momento, el reencuentro con los seres queridos es lo más importante. Tiempo del “apapacho”, tiempo de reconfortar unos cuerpos lastrados por los malos tratos, algunos escuálidos, pero a la vez enérgicos. 

– ¿Cómo te sentís? –le pregunto a la activista política Violeta Granera.  

– Bien, ya pasó. Toca seguir adelante– responde con esa soltura y firmeza con la que gritaba en las protestas contra los Ortega-Murillo en Nicaragua. 

Adelante aún queda tiempo para definir lo que les espera. Algunas y algunos de las personas liberadas barajan opciones. Quedarse en Estados Unidos; aceptar la nacionalidad española; mudarse a otra nación más cercana; y por qué no, regresar pronto al que siempre ha sido su país. 


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