¿Dónde escondo este país de mi alma
para que nadie más me lo golpee?
Gioconda Belli, poeta nicaragüense
Todo parece tan oscuro, sin lugar para la ilusión. Guerras sin fin aparente y una creciente tendencia además de líderes autoritarios que parecen convencidos en el mundo que nadie les puede detener. Junto a ello, se propaga un esfuerzo desmesurado desde el poder por conducir a los ciudadanos a la desesperanza. No estoy de acuerdo con que aceptemos eso.
He visto recientemente algunas imágenes de miles de encapuchados en Nicaragua. Son juramentados por todo lo alto, en plazas públicas y frente a autoridades, como supuestos “policías voluntarios” del régimen político al que sirven como matones.
Los medios de comunicación independientes reportan desde el exilio que otros son empleados públicos, cuyo trabajo y seguridad dependen de mostrar la fidelidad al partido. Y un tercer grupo es integrado por fanáticos rescatados de la vieja guardia del sandinismo, principalmente exmilitares cuyo propósito en la vida parece ser demostrar también su fidelidad.
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La juramentación se ha dado con una escenografía magnificada en varios departamentos. Y puede deducirse de la misma el interés común de proyectar una gran fortaleza del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Pero es lo contrario. Lo hacen cuando viven su mayor crisis política, a pesar de lo contradictorio que pueda resultar, porque tienen el control de todas las instituciones, incluyendo a la Policía y el Ejército en el bolsillo.
A pesar de eso, les ha costado que la dinastía Ortega Murillo sea aceptada. Recientemente, acaban de “constitucionalizar” su modelo en reformas a la Carta Magna, que son hechas para beneficio personal y son presentadas casi como actos divinos en las tarimas o desde los micrófonos de los medios oficialistas. “Hemos continuado con la juramentación de nuestros policías voluntarios en todo el país, cumpliendo con nuestro derecho de defender la sacrosanta paz”, dijo Rosario Murillo, la esposa y “copresidenta” de Daniel Ortega, por las mismas reformas constitucionales, el 17 de enero.
Agregó: “Sabemos que la paz es nuestro patrimonio, es nuestro legado, es nuestra victoria suprema y es nuestro derecho humano irrenunciable, y defendemos la paz con todo lo que nos hace hoy seres humanos extraordinarios, esa gran historia de lucha y de victorias del pueblo nicaragüense, nuestro pueblo heroico”.
Sin embargo, fueron ellos quienes masacraron al “pueblo”. Y estos nuevos “policías” se caracterizan más bien por sus actos violentos. Escuchar a los voceros del régimen, empezando por Murillo, te hace leer sus recurrentes contrasentidos. El concepto de “paz” es uno de ellos, porque dicen que la buscan y lo que hubo son asesinatos impunes en 2018, exilio, cárcel y la desintegración familiar causada por la persecución del Estado.
A la luz de sus actuaciones, sería más congruente que las huestes de Ortega se asumieran como los verdugos que son. Los paramilitares nicaragüenses representan a un Estado violento y además la ostentación del poder represivo de la pareja en el poder. Como era en el siglo pasado, con otras dictaduras también, ellos se sienten dueños de la vida y muerte. Por eso, la foto de estos grupos cubriendo sus rostros es un retrato sin pasamontañas de la tiranía de Nicaragua: amenazante y cruel como sus pares de Cuba y Venezuela.
En nuestras vivencias recientes, los nicaragüenses tenemos muchas imágenes y testimonios para hablar del horror compartido. Podemos fácilmente hacer una galería de la infamia. Menciono algunos crímenes: La muerte de Alvarito Conrado, el asesinato del bebé Teyler Lorío, el ataque a la parroquia Divina Misericordia, la masacre en Masaya y Carazo.
La lista puede incluir otros hechos violentos, sin duda, más allá de los asesinatos a menores, ataques armados a iglesias y civiles mencionados. Por ejemplo, a mí me sigue impactando casi siete años después el recuerdo del asesinato de una familia en el barrio Carlos Marx en Managua. Fueron quemados vivos, por negarse a colaborar con el régimen. Yo era uno de los editores de cierre del diario La Prensa aquel fin de semana, cuando llegó la noticia. Tocó rebajar cualquier tipo de sentimiento para poder reportar los hechos, escoger las fotografías… ¡tan fuertes!
Aquel crimen es inolvidable. Por eso, vale ser recordado en estas breves notas sobre el terror de Ortega y Murillo, pero también sobre la necesidad de recuperar la esperanza. Tampoco olvido cuando me encontraba en la redacción y publicaron la noticia de la impactante ejecución del periodista Ángel Gahona. Él se encontraba en Bluefields, en el caribe sur de Nicaragua, y le dispararon mientras transmitía en vivo las protestas de 2018. Ese doloroso episodio impactó a su familia y a un gremio que no se cansa de pedir justicia.
Después de tanta violencia a cuenta del Estado, la única pregunta que tenemos es si algún día veremos pagar a estos personajes por sus crímenes. Recientemente, en Argentina se abrió una puerta contra la impunidad que no sabemos hasta dónde llegará en el caso de los Ortega Murillo. Se giró una orden de captura internacional en su contra. Es saludable para la decencia humana que prosiga ese juicio. No debería ser que los “comandantes en jefe” de tanta tragedia no paguen por sus crímenes. Y los dictadores nicaragüenses han rebasado cualquier límite.
Todos sabemos que el respeto a la vida y a la dignidad del ser humano es esencial en cualquier sistema democrático. Pero en Nicaragua, eso no existe desde hace mucho tiempo. Todo se ha reducido a tinieblas y quieren apagar la luz a la esperanza. El único camino es la resistencia de los ciudadanos. Hágalo donde esté y como quiera, pero hágalo. No se deje vencer. En el caso de los periodistas y escritores, las letras son un refugio para seguir. El amor a la palabra lo motiva a uno a evitar el naufragio. Pero la gente siempre encontrará sus propias maneras. Cada quién sobrelleva a un país secuestrado como puede, lleno de heridas y traumas. Jamás olvidaré la frase de un amigo que quería impedir que me convirtiera en un exiliado, preso de la amargura después de la parte de dolor que me tocó vivir. “Si el régimen te quiere ver así—triste, cabizbajo—, tu mayor acto de rebeldía será que sonrías. ¡A vivir!, ¡esperanza, hombre!”.
ESCRIBE
Octavio Enríquez
Freelance. Periodista nicaragüense en el exilio. Escribo sobre mi país, derechos humanos y corrupción. Me gustan las historias y las investigaciones.