De forma sorpresiva, Daniel Ortega irrumpió en cadena nacional y radial el pasado 27 de octubre. Estaba junto a su homólogo hondureño Juan Orlando Hernández para anunciar un tratado sobre límites fronterizos que data desde 1906. Esta fue una de las cuatro ocasiones que se dejó ver durante todo el corto período de campaña electoral que terminó este tres de noviembre, y conecta el domingo siete de noviembre con una elección inédita desde 1990: sin competencia real, que deja en bandeja la reelección del caudillo sandinista junto a su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo.
De las siete campañas electorales que el “eterno candidato” del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) ha protagonizado en su largo historial, la de 2021 ha sido la que más expone su desgaste y decadencia como político. En esta ocasión no llenó plazas, no se rozó con sus seguidores, no salió en su Mercedes Benz blindado a recorrer los barrios para chinear y besar niños en la frente; ni mucho menos, como en aquellos albores del noventa, montó a caballo para exhibir su músculo. Esta vez prefirió no salir de su casa o de circuitos controlados, en los que dio arengas amargas contra los opositores arrestados desde las tarimas enfloradas por su “copresidenta”. No solo porque la vejez lo ha vuelto un tirano de caminar lento, sino porque no necesita hacer campaña como tal, ya que en la boleta no tiene contendientes reales. Además, su rostro plaga el país a través de la propaganda.
Las apariciones del caudillo sandinista han sido solo cuatro y han sido televisadas en cadenas nacionales obligatorias. El 25 de octubre, Ortega salió de su casa por primera vez. Acudió a Plaza La Fe para entregar buses rusos a las cooperativas aliadas a su partido. No hubo presencia de miembros de la Juventud Sandinista o simpatizantes barriales, solo estuvieron representantes transportistas. Su aspecto físico decaído, desde una silla con la mirada retraída y un discurso que ha durado menos que en ocasiones anteriores, dejan entrever que la figura de aquel guerrillero sandinista es solo mito de la propaganda. En Managua, la capital, no hay carteles ni mantas alusivas a la figura de la pareja presidencial que hagan énfasis en la campaña electoral de 2021, sino que abundan las gigantografías de siempre de la pareja presidencial. Esos rótulos omnipresentes que hacen constar que ellos están en campaña permanente con recursos del Estado. Igual que sucede con los spots en los medios de comunicación oficialistas.
Ciudadanos consultados por DIVERGENTES desconocen si en realidad Ortega hizo campaña per sé. “Sé que se va a reelegir, pero ni siquiera disimula como antes cuando iba a visitar a la gente”, dijo un joven de un barrio de Managua que pide no ser identificado por temor a ser perseguido. Lo normal en Nicaragua.
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De todas las campañas electorales, esta se caracteriza por ser la de mayor “ausencia mediática”, según el politólogo Pedro Fonseca, aunque no le sorprende. “Ha sido una constante en su carrera política post 2006 y corresponde al hecho de que su imagen se basa precisamente en la figura de un comandante guerrillero histórico sandinista, que fue popular durante el siglo pasado y que, al día de hoy, esa imagen al ser inexistente, conviene más mantenerla como un mito que como parte de nuestra realidad cotidiana”, dijo.
Un candidato huraño del debate
Desde que Ortega regresó al poder en 2007, no se le ve en campaña política como un candidato tradicional. El eterno candidato sandinista ha sido esquivo de las entrevistas, periodistas y debates. En los últimos años sus apariciones están marcadas por un fuerte aparato policial, en ambientes controlados sin contacto con la población. O bien, desde su casa en El Carmen, encerrado, rodeado de plantas, panas con dulces o galletas y su círculo de poder más cercano. Con las cuatro apariciones que hizo, “él solamente está llenando un protocolo para que la gente crea que hay campaña electoral, pero realmente no la hay”, dijo el analista Óscar René Vargas.
A criterio de Fonseca, a Ortega “no le hace falta mostrarse públicamente”. Todo lo contrario, más bien puede perjudicar. “Aparecer en campaña le compromete por antonomasia a que existan competidores electorales con el mismo nivel de presencia pública y eso, como es evidente, contraviene su plan de ser candidato y mandatario único”, sostuvo el politólogo. “Ortega tiene bajo su control todos los poderes del Estado, incluyendo al órgano electoral y pasa todo el año haciendo proselitismo político a través de los medios de comunicación radiales, televisivos, redes sociales. Usa además las estructuras barriales y sociales mediante un culto a la personalidad”, sostiene Fonseca.
Pese a que la Ley 331, Ley Electoral, penaliza el proselitismo político como “delito”, la utilización de recursos, bienes y personal del Estado con fines partidarios o fines ajenos a su naturaleza pública fue una constante del FSLN en esta jornada, particularmente en la jornada de vacunación contra la Covid-19.
“No solo hay delito electoral, se trata de corrupción pura y dura que debería dar pie a un procesamiento judicial. En Nicaragua, la corrupción y la impunidad son dos males sociales que están muy normalizados, pero que, a la vez, son causa y consecuencia de nuestros grandes problemas estructurales”, detalló Fonseca.
Partidos comparsas pasan desapercibidos
En la otra acera, el complemento de esta campaña electoral sin competencia han sido los partidos comparsas. De los cinco partidos “zancudos”, tres realizaron un supuesto cierre de campaña: Partido Liberal Independiente (PLI), Partido Liberal Constitucionalista (PLC) y Partido Alianza por la República. DIVERGENTES contactó a los representantes de las otras agrupaciones colaboracionistas y solo el Partido Cristiano Nicaragüense declaró que definitivamente no realizarán actividad alguna “por razones de finanzas”. Pero al final, sí las tuvieron, todas pasaron desapercibidas.
Durante el período establecido de campaña electoral, las pocas actividades políticas realizadas reflejaron escenarios desérticos con las restricciones impuestas por el Consejo Supremo Electoral (CSE), que acortó el tiempo de campaña por la Covid-19. De hecho, no realizaron mítines políticos dirigidos a la población en general como tal, solo reuniones con personas allegadas a sus propias estructuras y las giras se realizaron a comunidades en municipios bastante lejanos al casco urbano de los departamentos.
Para el politólogo, estas agrupaciones son mal llamadas ‘partidos políticos’. “Son conscientes de que su rol es igual de falso que el proceso electoral mismo. Ninguna de estas agrupaciones tiene como fin legítimo derrotar a nadie, ni competir electoralmente, ni proponer agendas políticas o planes de gobierno”, afirmó Fonseca.
El analista Vargas aclaró que “ellos están siendo solamente acompañantes, ‘haciendo bulto’ como decimos”. A su juicio, estos espacios “son partidos hechos por Ortega para dar la imagen internacional de que hay partidos opositores, pero no hay”. Estas agrupaciones no representan a la ciudadanía, pues según Fonseca, no surgen del vox pópuli y no responden a la población, “únicamente a quién les financia: el régimen Ortega-Murillo”.