Wilfredo Miranda Aburto
8 de septiembre 2023

¿Por qué sigo haciendo periodismo?

Monumento a los Judíos de Europa asesinados en Berlín, Alemania. Foto de cortesía.

En un foro realizado por la Fundación Heinrich Böll en Berlín este siete de septiembre, la querida Ingrid Wehr me hizo una pregunta que desde hace meses ya me venía haciendo, en especial desde febrero de 2023 cuando la dictadura Ortega-Murillo me despojó de mi nacionalidad: ¿Por qué sigo haciendo periodismo? En serio, ¿por qué seguir haciendo periodismo cuando te quitan casi todo? Te quitan tu país, tu familia, tus amigos y hasta la posibilidad de no poder enterrar a mis abuelos; cuando te congelan tus cuentas, te declaran prófugo de la justicia, te difaman, te agreden, persiguen a tus padres; cuando te destierran y la gente que te acompaña de manera vital en el exilio se hastía y te empieza a abandonar… ¿Por qué? 

No he encontrado una respuesta sesuda ni muy profunda, pero sí he encontrado algo parecido a un cliché de respuesta que me resulta honesta y válida: tengo un compromiso como ciudadano de Nicaragua, pero sobre todo un compromiso con el oficio del periodismo. Creo que el periodismo no sólo es clave para la democracia en cualquier país, sino que para Nicaragua es indispensable para recuperar la democracia y luego reconstruirla.

La mayoría de los abusos y vejámenes perpetrados por los Ortega-Murillo –los mismos que el informe del Grupo de Experto de Naciones Unidas catalogó como crímenes de lesa humanidad– fueron iniciados a documentar por los reporteros desde que el régimen asesinó a más de 355 personas con disparos letales dirigidos a cabezas, cuellos y tórax de los manifestantes en 2018. Después de cinco años de larga y desgastante crisis sociopolítica, el periodismo no puede permitirse descanso aunque se sienta agotado. En este descenso –que por ahora parece sin fondo– al totalitarismo Ortega-Murillo, los reporteros debemos seguir documentando las violaciones a los derechos humanos, la corrupción, la crisis económica, el éxodo, y sobre todo seguir pergeñando la memoria histórica. Memoria que sirva en un futuro para el juzgamiento de los responsables de tanta vileza contra la humanidad. 

Hacer periodismo en un contexto de persecución y destierro es complicado. No puedo ofrecer una fórmula o un manual de “cómo hacer periodismo en el exilio”, pero sí puedo decir que cada día encontramos obstáculos nuevos y buscamos soluciones nuevas a diversas e insospechadas cuestiones logísticas y emocionales. Es extenuante porque parece que nada pasa, que nada se mueve, que todo empeora. Si bien es cierto que el periodismo trae muchas satisfacciones, también suele implicar el descuido de los más cercanos por ejercerlo a tope: familia, amigos, hijos, pareja, etcétera… Lo sé porque hablo con muchos colegas exiliados que saben que este compromiso (ojo, no quiero generalizar en este punto) a veces cobra esta factura muy cara. Un cobro que se suma a las vicisitudes intrínsecas del oficio en un contexto totalitario. Después de todos estos años he dejado de creer, como dijo Gabo, que el periodismo es el mejor oficio del mundo. El periodismo trae reflectores y también soledades. La soledad del periodismo es muy habitada: nunca estamos solos, siempre tenemos con quien abrazarnos, reconfortarnos y brindar, lo cual no evita que eventualmente, en el otro lado de la moneda, podamos perder y sacrificar a muchos fundamentales en este camino. 

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Muchos me han dicho que estoy loco por persistir en este oficio. Sin embargo, estoy convencido que hay demasiados locos y locas que vamos a seguir haciendo periodismo riguroso y de calidad para la ciudadanía, ya sea desde la clandestinidad en Nicaragua o desde el exilio. La primera vez que me exilié la palabra exilio era muy liviana para mí, pero hoy ya siento su peso sobre mis hombros. Sus primeras consecuencias ya se perfilan irreparables y conducen a otro estadio de resistencia. Una resistencia que ya hace mella entre muchos colegas a nivel económico y emocional. El panorama no es halagüeño y el reto tiene que ver cómo nos seguimos reinventando y generar más resiliencia –más cuero dicho de manera popular– ante los años venideros de más exilio que están asegurados por la dictadura. No podemos paralizarnos, mucho menos callarnos. 

Pese al desgaste, y el desánimo que podamos sentir en algunas ocasiones, creo que sigo haciendo periodismo por Nicaragua y porque estoy convencido que es un oficio digno y útil. Días antes del panel en la Fundación Heinrich Böll caminaba por las calles de Berlín. Viendo sus sentidos monumentos y memoriales contra la barbarie nazi, el holocausto, así como las cicatrices del muro derribado en 1989, palpé por primera vez en mi vida eso que se llama memoria histórica. Memoria para no olvidar y sobre todo para no repetir. Una construcción social compleja, demorada, dolorosa y necesaria que no me la puedo imaginar sin la fuerza inclaudicable de Julius Fucik al pie de la horca, sin la determinación de Clare Hollingworth o los aportes aún vigentes de Hannah Arendt. Me sobrecogí cuando bajé y me perdí en el silencio del “Monumento a los Judíos de Europa asesinados”, ubicado a pocos metros del búnker donde se suicidó Hitler, convertido desde hace mucho en un parqueo donde los alemanes llevan a sus perros a defecar… Se me resignificó este oficio pensando en todos los periodistas que ayudaron a construir con su ahínco esta memoria histórica insoslayable para las nuevas generaciones del mundo. Vuelvo a estar de acuerdo con Gabo: “Ser periodista es tener el privilegio de cambiar algo todos los días”. Y eso es lo que intentamos desde el exilio, aunque cobre factura y creamos que no ocurre nada. Es decir, intentar una Nicaragua libre con memoria, justicia, verdad y no repetición. Así como se siente en Alemania.   

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.