El centro de salud Silvia Ferrufino, ubicado en el Distrito Seis de Managua, está algo vacío. Aunque el Gobierno anunció una nueva jornada de vacunación a partir del pasado lunes 25 de octubre, la ciudadanía no asistió como en los primeros días. En esta unidad no había filas de hasta cinco cuadras, nadie madrugó para tener uno de los primeros cupos, y el tiempo de espera para inyectarse no fue superior a las dos horas. El motivo: el rechazo de los nicaragüenses a inocularse con la Sputnik Light, la vacuna rusa de una sola dosis que no está aprobada, todavía, por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la que entre los más jóvenes se conoce poca información.
“Unos amigos me dijeron que no se la iban a poner porque no podrían viajar. Otros porque supuestamente es mala. Yo vine aquí porque no tengo tiempo ni billete para ir hasta Honduras a ponerme las otras vacunas”, comentó uno de los jóvenes que llegó al centro de salud poco antes de las nueve de la mañana.
En los últimos días niños, jóvenes y adultos nicaragüenses provenientes de diferentes departamentos del país, han acudido de forma masiva a Honduras para llegar a los centros de vacunación del Puente Internacional El Guasaule y El Espino. Caminando, cruzando el río en llantas y hasta montando a caballo, los nacionales buscan los fármacos Pfizer y Moderna en un país que pide como requisito la cédula de identificación.
El muchacho de 18 años que no pudo ir a Honduras por falta de tiempo, decidió asistir hasta viernes para evitar aglomeraciones. Cuando llegó al centro no encontró fila. Lo hicieron pasar directamente a una sillas ubicadas debajo de ocho toldos. Antes de sentarse, una enfermera le explicó que debía caminar hacia una mesa para que le hicieran firmar una carta. Ahí mismo le entregaron su tarjeta de vacunación.
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La carta fue rellenada con su nombre, número de cédula, dirección y su firma. Era una constancia legal en la que aceptaba que se estaba vacunando voluntariamente y eximía de cualquier responsabilidad al Gobierno Ortega-Murillo y al Ministerio de Salud (Minsa).
Aunque la carta señalaba que al firmar el joven estaba de acuerdo con toda la información brindada por el personal de salud sobre el tipo de vacuna que iba a recibir, lo cierto es que ni a él ni a las 150 personas que llegaron mientras él estuvo, les explicaron los detalles de la vacuna y posibles efectos secundarios. Todos firmaron sin conocer, por ejemplo, que la vacuna es de una sola dosis o que no está aceptada por la OMS.
Una vez firmada la carta, el muchacho se sentó en las sillas que estaban debajo de los toldos. A diferencia de aquellas primeras jornadas de vacunación, esta vez había muchos espacios vacíos. Una enfermera iba ubicando uno a uno a las personas que iban llegando (en dos horas se sumaron 25 más).
—¿Usted está embarazada? —preguntó la enfermera a una joven que recién había llegado.
— No, no. Es panza normal esta — respondió la joven un poco apenada.
El Centro de Salud habilitó otro espacio para padres de familia que llegaron con sus hijos para ponerles las vacunas cubanas Abdala y Soberana 02, las cuales no están aprobadas por la OMS y cuyo uso en niños de dos años hasta adolescentes de 17, fue cuestionado por la Asociación Médica del Exilio de Nicaragua (AMEN).
“El Gobierno de Nicaragua está ofreciendo a los padres de familia de Nicaragua las vacunas cubanas, las cuales aún están en fase experimental para poblaciones adultas, careciendo de ensayos científicos adecuados para los niños”, denunció la organización.
Aunque la información que existe sobre estas vacunas es limitada, Carmen López, madre de una niña de ocho años y habitante del Anexo Walter Ferretti, indicó que confiaba en las autoridades del Minsa y el Gobierno.
“No creo que nos manden a ponerle a nuestros hijos cualquier cosa”, respondió.
Entre las nueve de la mañana y las once, la cantidad de niños y adolescentes que llegaron a vacunarse fue mayor a la de los jóvenes y adultos que asistieron al Silvia Ferrufino. Aunque había relativo orden, el distanciamiento social fue nulo en todo momento. Nadie se encargó de hacer un espacio entre los asientos, y tampoco había alcohol gel en las mesas.
—¿Tu edad? —le preguntó otra vez la enfermera a una adolescente que llegó con su hermano.
—Tengo 17 años —respondió la muchacha, quien segundos después arrugó la cara en señal de desaprobación porque irremediablemente le tocaría vacunarse con la Abdala y no con la Sputnik Light.
“Yo no quiero esa, yo quiero de la que te van a poner a vos”, le comentó a su hermano, quien guardó silencio frente a la enfermera. No estaba en sus manos solicitar otra vacuna para su familiar.
Según la información divulgada por el Ministerio de Salud, hasta la fecha se han aplicado 110,844 vacunas Soberana; y 75,688 vacuna Abdala, en niños mayores a dos años y menores de 17. En el caso de la población de 18 años a 29 años, se han vacunado a 147,759 con la vacuna Sputnik Light.
De largas filas a espacios vacíos
Además de enfermeras, enfermeros y doctores, la atención a las personas que llegaron a vacunarse al Silvia Ferrufino, también estuvo a cargo de algunos miembros del Consejo de Poder Ciudadano (CPC), una estructura política del Gobierno que opera en los barrios y las comunidades del país. Estaban atentos a quienes tomaban fotos o videos, y aunque no lo prohibieron, se hablaban entre sí para que todos estuvieran pendientes.
Entre las nueve y las once de la mañana llegaron alrededor de 150 jóvenes y adultos. Una cifra inferior si la comparamos con el número de personas que asistió hace dos semanas a este mismo sitio. Uno de los enfermeros consultados por DIVERGENTES indicó que en esas primeras jornadas diariamente atendieron a más de 1,000 personas. “No había momentos para descansar”, refirió.
La escena de este viernes fue completamente distinta a la que recordó el enfermero. Aunque habían pocas personas esperando, el proceso fue lento, tanto así que el personal de salud que llenaba las cartas de responsabilidad y tarjetas de vacunación, pasaron chateando en sus celulares y hasta aprovecharon para dormir unos minutos.
Solo el abandono de un ciudadano, que no quiso firmar la carta de responsabilidad, fue lo que inmutó al personal de salud. Una de las enfermeras pidió al guardia de seguridad que no lo dejara salir, pero era demasiado tarde. El hombre, de unos 40 años, dejó el centro de salud y también se llevó su tarjeta de vacunación.
Cerca de las once de la mañana, una doctora de lentes, con voz chillona, llamó a las personas que estaban en la primera fila y los hizo pasar a un cuarto donde había otras sillas. Uno a uno llamaron para poner la Sputnik Light. El muchacho de 18 años estaba un poco nervioso.
Antes de aplicar la inyección les quitaron las cartas de responsabilidad a todos los que la habían firmado. No ofrecieron ninguna explicación. La doctora que puso la vacuna explicó, hasta ese momento, que una dosis de la Sputnik Light era suficiente para la inmunización.
Luego de la aplicación de la vacuna solicitaron a las personas que se quedaran sentadas un minuto. Acto seguido eran retiradas por la otra puerta del salón con su cartilla y el pinchazo en el brazo.
“Pensé que iba a ser más rápido, pero no es lo mismo que ir a Honduras. Ojalá sirva esta vacuna”, dijo el joven de 18 años antes de abandonar el centro de salud Silvia Ferrufino.