Aunque mucha gente ha tenido presente, en todo momento, que el prometido retorno a Venezuela de Edmundo González Urrutia como presidente electo tenía un carácter referencial, y que no necesariamente estaba planteado que ocurriera nada relevante aquel 10 de enero, día en el cual asumió de nuevo el poder Nicolás Maduro, la sensación predominante en Venezuela, a comienzos de este 2025, es de duelo. Un duelo ciudadano enmascarado en las obligaciones cotidianas de cada quién.
A pesar de las promesas, la sensación de inminencia y el tono terminante usado por la oposición democrática venezolana, el tan esperado 10 de enero vino y se fue sin novedades: Nicolás Maduro juró como presidente en una ceremonia casi desprovista de invitados internacionales de relieve. Reconocido sin atenuantes, y de forma reiterada, como mandamás de la República por las Fuerzas Armadas. Por su general en jefe, Vladimir Padrino López, uno de los pilares del poder en la revolución bolivariana.
Las cosas no tenían porqué concretarse durante un día en particular, se afirma por estos días con frecuencia en conversaciones callejeras y familiares respecto a lo que sucedió en el país. Si María Corina Machado y Edmundo González están hablando con tanta insistencia en torno a la llegada de la fase final de esta trágica historia, la transición a la democracia no puede quedar tan lejos. Es muy probable que exista un plan articulado con elementos desconocidos.
Muchos activistas en las redes sociales coinciden: es fundamental en este tramo de la lucha no impacientarse, no perder el foco, y no perder la fe. La reflexión ya parece convención.
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Otros, sin embargo, analizan el problema desde el otro extremo de lo sucedido: si los seis meses transcurridos desde el 28 de julio para acá no le bastaron a la oposición venezolana para articular una estrategia política capaz de hacer valer el resultado electoral y la legalidad, e impedir que Maduro se juramentara de nuevo como presidente, la transición a la democracia puede que no esté tan cerca como se afirma.
Por lo demás, con el fallido anuncio respecto a la inminencia de su regreso para asumir como presidente el día 10, Edmundo González Urrutia incurre en lo que se ha constituido como uno de los errores de procedimiento de mayor tradición en la oposición venezolana en estos 25 años de enfrentamiento con el chavismo: hacer públicas grandes resoluciones políticas y administrativas sobre cosas que difícilmente se van a poder cumplir.
El porvenir y los pasos de Machado

La tristeza y la preocupación generalizada en torno al porvenir del país en las actuales circunstancias, hay que decirlo, no ha mellado en la popularidad –incluso en la fe– que parte importante del país le tiene, en particular, a María Corina Machado.
En el entorno político de la oposición venezolana estructurado en torno a la Plataforma Unitaria, hay, en general, desconocimiento en torno a los próximos pasos que pueda dar Machado, la indiscutible conductora de esta pugna. (Machado y su partido, Vente Venezuela, no forman parte de esta coalición, de la que han sido tradicionalmente muy críticos; aunque en este momento las relaciones están estabilizadas).
Desactivado el cónclave de la República Dominicana, Edmundo González regresará a Madrid. Dentro del país, es probable que la tensión entre el gobierno de Maduro y la oposición venezolana escale en los próximos meses, muy especialmente después de que Donald Trump asuma funciones como presidente de Estados Unidos.

María Corina Machado –y la gran mayoría del músculo político y civil que sigue en Venezuela– está negada a dejar pasar las implicaciones y contenidos del resultado electoral del pasado 28 de julio. Se jugará todas sus cartas en los próximos meses, con alta probabilidad haciendo equipo con Marco Rubio, el nuevo secretario de Estado en Washington, un halcón de origen cubano que tiene una dermis especialmente sensible con los nudos planteados en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y con quién Machado tiene una buena relación personal, y una amplia zona de coincidencias en temas políticos y económicos.
En el Palacio de Miraflores todos los esfuerzos están destinados a ofrecer a la nación una imagen de normalidad institucional, ejerciendo un control de la censura particularmente draconiano y sórdido, no visto en Venezuela en casi 70 años. La policía política sigue desplegada en las calles, preventivamente. Desde las alturas del poder se invoca el carácter invicto de la “Unión Cívico-Militar”.
Los chavistas siguen alerta

Los chavistas saben que las amenazas no han terminado. No se puede afirmar, siquiera, que lo peor ha pasado para ellos, pero respiran tranquilos, entretanto, seguros de estar al mando. Se aproximan más sanciones, y están decididos a resistir en el poder apoyándose en la proclama de un triunfo electoral en el cual casi nadie cree.
La recién aprobada Ley Simón Bolívar será la respuesta del oficialismo a la presión internacional. La indignación existente en torno al proceder de Nicolás Maduro y sus cómplices seguramente será apagada con más represión y asedio. Es probable que aumente el número de presos políticos.
Con la llegada de enero, se cumplen seis años de la –también– cuestionada juramentación anterior de Maduro como presidente, en enero 2019, que dio lugar a la irrupción de Juan Guaidó, entonces presidente de la Asamblea Nacional, como líder opositor, otro profeta que también anunció la cercanía del cambio político, y que entabló una encarnizada lucha contra Maduro, de la cual salió derrotado en 2022.
La manivela institucional giró completa, y los chavistas siguen empotrados en el poder político en Venezuela, por las buenas o por las malas, con protestas o sin ellas, mientras la ciudadanía se agota, se cierran los caminos y se densifica al volumen de la diáspora. La socorrida “polarización política” parece una preocupación de otra década. Hoy los venezolanos lo único que quieren es normalizar sus vidas.
Con sus 25 años en el poder en Venezuela, la revolución bolivariana ha transcurrido casi toda en una continua crisis política crónica con las fuerzas democráticas de la oposición, que ha tenido serias consecuencias sobre la gobernabilidad y la vida cotidiana en el país.
A sabiendas de que ya no queda mucho tiempo, la oposición trabaja para zanjar el asunto invocando la alternabilidad política y el cambio de poder republicano. El chavismo, entretanto, maniobra para imponer definitivamente su hegemonía en el país, atendiendo al viejo principio de profundizar el proceso revolucionario para estabilizarlo definitivamente.