Divergentes
8 de febrero 2023

Cuando no teníamos miedo

Una ciudadana ve en su casa de habitación un discurso de Daniel Ortega en Managua. Foto de EFE.

A causa del estado de terror y persecución contra las voces críticas impuesto por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, muchos ciudadanos autocensuran sus opiniones. En ese sentido, en DIVERGENTES hemos decidido apadrinar algunos artículos de opinión que pasan por un estricto filtro, que inicia desde conocer plenamente al autor, hasta el cumplimiento de nuestras pautas editoriales, las cuales aplicamos a todos los colaboradoras y colaboradores de Divergencias. El  objetivo es fomentar el debate público en un momento de oscurantismo en Nicaragua, sin poner en riesgo a las personas que se atreven a alzar su voz sin revelar su identidad. 

La historia de Nicaragua ha sido muy accidentada, hemos sobrevivido a todas las vicisitudes imaginables: guerras civiles, terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, en fin. Sin embargo, nunca la sombra del miedo se había asentado en la sociedad de una forma tan absoluta y omnipresente como en la actualidad. El miedo, como fenómeno político, es siniestro y se ha instalado a todas sus anchas.

Al principio solo temían algunos líderes destacados de la oposición, después temía todo el activismo de oposición, ahora tememos todos. Teme la estudiante de ser expulsada de la universidad porque participó en las marchas; teme el funcionario público que no sabe si mañana será despedido o caerá preso; ya no vale de nada ser un “incondicional” o que haya participado en la cruel represión. Nadie está exento de tener miedo. Teme la ministra, el magistrado, la jueza, el fiscal, el secretario, la directora, el conserje, la recepcionista, la del CPC, el de la Juventud Sandinista (JS), el policía… “Si echaron preso al comisionado general, al asesor de la magistrada, al alcalde, imagínense lo que me puede pasar a mí”, razonan con objetividad.

Pero no siempre fue así, no siempre nos ha invadido el miedo. ¿Te acordás cuando no teníamos miedo? Cuando daba orgullo y no miedo portar la bandera azul y blanco de la patria, cuando podías tramitar tu pasaporte y pasar por los puestos de migración sin la angustia de estar en la lista de los que tienen el país por cárcel. O cuando trabajabas para el gobierno sin importar si eras o no del partido, o cuando te integrabas a la tertulia de los viernes en donde la política era el tema dominante, sin temor a que el tipo de al lado te “bombeara” (acusara), y te despidieran, o en el peor de los casos, te llevaran preso o presa, ni Dios lo quiera. ¿Te acordás cuando no tenías miedo a renunciar, cuando podías cambiarte de trabajo sin miedo a que te pongan en la lista negra?

¿Te acordás cuando no daba miedo tener redes sociales, cuando el WhatsApp no era delito y podías mandar o recibir cualquier crítica sin tener que borrar los mensajes a cada hora? ¿Te acordás cuando no te preocupaba tener familia o amigos del otro partido o de la otra corriente política, sin temer a represalias por decir lo que uno piensa? ¿Te acordás cuando había periódicos, estaciones de radio o programas de televisión de todos los colores políticos, desde muy temprano criticando sin parar a la “clase política”? Cuando no daba miedo que el vecino se diera cuenta de que ponías la radio opositora, cuando hablabas por teléfono sin tapujos, sin pensar si tu teléfono está intervenido; cuando los sacerdotes no eran perseguidos o enjuiciados por demandar libertad y democracia en sus homilías.  

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¿Te acordás cuando nadie te saludaba diciendo: ‘sabés quién cayó preso o sabés quién se fue del país’? Y lo peor de todo, ¿te acordás cuando no le metías miedo a tus hijos? Cuando jamás les decías que no hay que hablar cosas comprometedoras, que no hay que criticar al gobierno, ni la represión policial, que tengan mucho cuidado con lo que dicen y con lo que hacen, porque es muy peligroso, que midan sus palabras.

El miedo nos frena y hasta nos paraliza, porque es angustia, desconfianza, es impotencia ante el peligro y la crueldad. Ha pasado el tiempo y ya tenemos en Nicaragua una generación del miedo, los adolescentes de entre 14 y 18 años son parte de esa generación del miedo. ¡Cuánto daño se les ha causado! Pero, los mayores sabemos que no siempre fue así, que no fue hace tanto tiempo que vivíamos sin miedo, que no fue hace tanto tiempo que apreciamos y disfrutábamos la libertad y la democracia.

Ojalá que pronto, juntos, como sociedad, logremos cambiar las cosas; que en la Nicaragua próxima el miedo sea solo un mal recuerdo y que volvamos a respetar las creencias religiosas, que el pluralismo vuelva a ser un valor, no un “delito”; que la Policía proteja y no criminalice injustamente… que tengamos elecciones verdaderamente libres y justas, gobiernos legítimos, alcaldías y legisladores representativos, que la institucionalidad sea inviolable, que rescatemos la República de nuestros hijos y nietos. En suma, que construyamos un país en donde reine la esperanza y no el miedo.

ESCRIBE

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