Violeta Barrios de Chamorro, la presidenta de la paz y la reconciliación de Nicaragua, falleció la madrugada de este 14 de junio a los 95 años de edad, después de una larga enfermedad que la mantuvo en cama. La exjefa de Estado murió en San José, Costa Rica, luego de que el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo permitió que sus hijos —todos en el exilio y perseguidos por el régimen— la trasladaran a San José en octubre de 2023.
“Doña Violeta falleció en paz, rodeada del cariño y del amor de sus hijos y de las personas que le brindaron un cuidado extraordinario, y ahora se encuentra en la paz del Señor”, dice el comunicado difundido este sábado por sus hijos Pedro Joaquín, Claudia, Cristiana y Carlos Fernando, quienes han sido encarcelados, desterrados y desnacionalizados por los Ortega-Murillo.
Básicamente, “doña Violeta”, como la llamaba el pueblo de Nicaragua, murió en el exilio. En ese sentido, sus hijos informaron que sus “restos descansarán temporalmente en San José, Costa Rica, hasta que Nicaragua vuelva a ser República, y su legado patriótico pueda ser honrado en un país libre y democrático”.
En septiembre de 2018, la expresidenta sufrió un accidente cerebrovascular que la postró y permaneció en su residencia en Las Palmas, en Managua, “bajo el cuidado y el amor de su familia, acompañada por personal de salud especializado”. Sin embargo, con la persecución a sus hijos ella quedó casi sola, hasta que fue trasladada vía aérea a San José, donde estuvo a la par de Cristiana Carlos Fernando, quienes residen en Costa Rica.
Nueve de la mañana del 25 de abril de 1990
A las nueve de la mañana del 25 de abril de 1990, Violeta Barrios de Chamorro aún no se había vestido para asistir al acto en el que iba a recibir la banda presidencial. Se había levantado mucho antes, al amanecer. Mientras desayunaba té con pan, observó la casa desierta y eso la indujo a reflexionar en la importancia del momento: por primera vez en la historia convulsa de Nicaragua, una presidenta llegaba al poder por medio de los votos. Además lo recibiría de manos de una formación armada como el Frente Sandinista que, a su vez, lo había alcanzado por la fuerza 11 años antes.
Ahora ya tocaba elegir vestido. La decisión no era difícil. A pesar de que varios diseñadores, como Oscar de la Renta, le habían enviado algunos de regalo para la ocasión, ella se decantó por el blanco, de un estilo sencillo, enviado por una amiga, Aurorita Cárdenas. Era el color que utilizó en toda la campaña electoral. El color era también parte de su mensaje de paz. El pueblo nicaragüense lo recibió como agua de mayo, contra todas las previsiones de los sandinistas. El único adorno que le añadió fue una cruz negra que le había regalado su abuela.
Cuando llegó al Estadio Nacional para el traspaso de presidencia en el “Violemovil”, como llamaba al auto descapotado en el que se había desplazado durante la campaña, llena de accidentes y dificultades, incluida una fractura de rodilla, observó lo difícil que sería gobernar a un país casi partido por la mitad. Una parte del estadio estaba lleno de sandinistas, vestidos de rojo y negro, los colores del partido; la otra coreaba su nombre.
A pesar de las advertencias de su equipo, doña Violeta decidió recorrer la zona donde se agrupaban los sandinistas, quienes la abuchearon y le lanzaron hasta bolsas llenas de orín. Ella estaba dispuesta “a gobernar para todos”. Subió al estrado con el vestido manchado. Ahí se encontró con Daniel Ortega, quien le reclamó que los simpatizantes de ella le habían tirado piedras y palos. Con la naturalidad que tenía para salirse de las situaciones incómodas, ella le contestó: “Mirame a mí cómo estoy, con mi ropa manchada, así que estamos iguales”, relató la propia Violeta Barrios en una entrevista con el periodista Fabián Medina, en diciembre de 1996, a pocas semanas de entregar la presidencia a Arnoldo Alemán.
En 1990, Nicaragua se encontraba polarizada y armada hasta los dientes, en un conflicto bélico, con un bloqueo económico y comercial, una altísima inflación y una economía en quiebra y colapsada. Datos de cinco años antes reflejaban además un país que sumaba ya más de 400 mil desplazados por la guerra y el precario presupuesto nacional, calculado en unos 800 millones de dólares, consumía el conflicto bélico y sus consecuencias.
Más allá de lograr la transición pacífica, no exenta de sobresaltos e incidentes violentos, se granjeó muchas críticas por los pocos avances económicos y sociales. Sin embargo, ella dijo que el énfasis de su gestión fue “parar la guerra”. La expresidenta lo ejemplificaba en anécdotas como la de cuando el ministro de Economía llegaba con propuestas de impulso al desarrollo del país, pero de repente, estallaba una nueva huelga de algún sector de la población, y tenían que ponerse a solucionarla. Así recordó doña Violeta su período de gobierno entre 1990 y 1997: “como canguros, brincando de un lado a otro. ¡Qué horror, Dios mío!”.
Violeta murió en medio de una persecución que el régimen Ortega-Murillo intensificó en contra de la familia Chamorro en los últimos años. Dos de sus hijos, Cristiana y Pedro Joaquín, fueron apresados en 2021 por mostrar intenciones de postularse a la presidencia, hasta que finalmente fueron desterrados en febrero de 2023. Su otro hijo, Carlos Fernando, se exilió desde hace dos años. Los tres hijos de Violeta han sido desnacionalizados y confiscados. La dictadura también confiscó, en agosto de 2021, las instalaciones del diario La Prensa, del cual ella era socia y en algún momento estuvo al frente del periódico.
En junio de 2019, durante su primer exilio, su hijo, Carlos Fernando Chamorro, dijo a La Prensa que lo más duro de haber salido de Nicaragua era no poder estar junto a su madre, pues “ella está en una condición de salud delicada, reservada. Quisiera acompañarla (…) Y es muy doloroso esa ausencia, esa distancia”, dijo Chamorro. Al regresar al país, cinco meses después, el periodista dijo que iba a abrazar y besar a su madre. Sin embargo, menos de dos años después, Carlos Fernando se exilió nuevamente porque el régimen quería apresarlo.
Campechana
Su nombre de soltera era Violeta Barrios Torres. Nació en la ciudad de Rivas, en 1929. Su padre era el terrateniente Carlos Barrios Sacasa y su madre Amalia Torres. Era una niña de familia acomodada y criada en el campo, que le gustaba tocar un piano que su papá trajo desde Nueva York. Fue la segunda de siete hermanos del matrimonio Barrios Torres. Se relacionaba con sus hermanos y los amigos de ellos. Le gustaba pescar, montar a caballo en la finca Amayo, propiedad de su padre, que quedaba a pocos kilómetros de la ciudad de Rivas. Ahí arreaba ganado y nadaba. Una energía que le hizo ser una persona muy activa gran parte de su vida: “Yo recuerdo a mi madre jugando béisbol”, dijo el periodista Carlos Fernando Chamorro, en el perfil de la expresidenta que hizo la colega Jennifer Ortiz en el programa “Mi vida, mi historia”.
Según sus hijos, la palabra que mejor la definía era “campechana”. Esto quedó claro en la forma cariñosa y coloquial de hablar durante su campaña y mandato presidencial. Usaba frases como “mi alma”, “amor”, “papacito”, “hijito”, “mis muchachos”, entre otras expresiones con las que los nicaragüenses se sintieron rápidamente identificados.
Entregada a PJCH y a Nicaragua
Un parteaguas en la vida de Violeta Barrios fue su relación sentimental con Pedro Joaquín Chamorro, el periodista que conoció por medio de su hermano “Chale”, allá a finales de los años 40, cuando su papá había fallecido de cáncer de pulmón, mientras ella estudiaba en un colegio de Blackstone, Virginia, Estados Unidos.
Con Pedro Joaquín se conoció en la ceremonia de graduación de su hermano Maquín en el colegio Centroamérica. Como su madre, Amalia Torres, todavía guardaba el luto por el fallecimiento de su papá—por el que instaló un altar en su casa con una vela constantemente encendida— Violeta fue quien acompañó a su hermano en la entrega del diploma. En la fiesta de graduación, su hermano Chale le presentó a su íntimo amigo, Pedro Joaquín, con quien terminaría unos pocos años después, el 8 de diciembre de 1950.
El matrimonio duró 27 años, hasta que el entonces periodista y director del diario La Prensa fue asesinado a balazos, el 10 de enero de 1978. Pedro Joaquín Chamorro se había convertido en el “mártir de las libertades públicas”. Sin embargo, durante todo el tiempo en que estuvieron juntos, ella lo acompañó en la cárcel, el exilio y las incursiones de él en la política, entre otras aventuras.
Tuvieron cuatro hijos: Pedro Joaquín, Claudia Lucía, Cristiana y Carlos Fernando. Su yerno Edmundo Jarquín, esposo de Claudia Lucía, recuerda a su suegra como “hogareña”, pero con fuertes convicciones políticas. “Tenía su propio criterio, que no siempre coincidía con el de Pedro. Tenía su propia valoración de la política”, dijo Jarquín.
Aunque no tenía una firme vocación política, según confesó en su libro de memorias, Sueños del Corazón, su candidatura a la presidencia fue producto de las circunstancias de aquella época, “y que yo me entregué a ella para que Pedro y Nicaragua pudieran triunfar a través de mí”.
Al frente de La Prensa
Después del asesinato de su esposo, Violeta Barrios de Chamorro asumió la presidencia del diario La Prensa, el periódico más longevo y de mayor circulación en el país. Se abrió paso entre los demás miembros de la junta directiva hasta convertirse en su representante y vocera. No dudó en culpar a Somoza del asesinato de su esposo. Incluso, le envió una carta al entonces presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter. “El pueblo nicaragüense está todavía esperando y confiando en que demostrará un enfoque más coherente en la aplicación de su política de derechos humanos”, escribió en su despedida.
En plena “Ofensiva Final”— el operativo guerrillero que comandó el Frente Sandinista para derrocar a Anastasio Somoza Debayle— la guardia somocista bombardeó las instalaciones de La Prensa, el 10 de junio de 1979. El ataque fue con aviones y tanques de combates. No murió nadie en el operativo porque no lo hicieron en horas laborales. En ese momento, Violeta se encontraba en Costa Rica acompañando a su hija Claudia, quien estaba embarazada de su tercer hijo. Desde San José, la capital costarricense, ella escribió:
“La bestia (Anastasio Somoza Debayle) puede ya descansar feliz. Ha hecho realidad uno de sus sueños más queridos: gobierna Nicaragua sin verse molestado por las opiniones de la oposición”.
Violeta recordó que Pedro le decía que las campañas de La Prensa contra Somoza culminarían en su destrucción. Para ella, Somoza, en su búsqueda implacable de disidentes, se había vuelto un hombre “irracional, quizás demente”. Desde el primero de junio de 1979, el dictador restableció la censura y mandó a cerrar el periódico. “Estaba poseído por una necesidad desesperada de venganza y así, sin ningún remordimiento aparente, había girado los cañones de su odio contra el periódico”.
Días después del bombardeo a La Prensa, Violeta aceptó formar parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, un grupo de empresarios, políticos, guerrilleros sandinistas e intelectuales que se hizo cargo del país a raíz de la huida de Anastasio Somoza Debayle. El coordinador de esa junta fue Daniel Ortega.
Sin embargo, doña Violeta no tardó un año en renunciar a la Junta de Reconstrucción tras sus críticas ante la deriva autoritaria del sandinismo, que había expresado desde la dirección de La Prensa. Porque creía que “si no se frenaba a los sandinistas, se convertirían en un peligro para la libertad y la justicia”, dijo. Para ella, “La Prensa representaba nuestra última esperanza de oponernos a ellos (los sandinistas)”.
La “unión” de sus hijos
Durante la guerra de los años 80, a Violeta Barrios le tocó ser el punto de unión de sus hijos por las importantes diferencias políticas. Dos de ellos, Carlos Fernando y Claudia, eran sandinistas, mientras que otros dos, Cristiana y Pedro Joaquín, eran figuras de la oposición.
En aquella época, Carlos Fernando era el director de Barricada, el diario oficial sandinista, mientras que su hermana Cristiana era la directora del diario La Prensa, el periódico opositor. En tanto, Claudia era embajadora en España del gobierno sandinista, mientras Pedro Joaquín formaba parte de la Contra. “Mi mamá siempre ha sido un punto de unión, en la casa ha habido un lugar para todos (…) incluso en tiempos difíciles hasta nos protegíamos, si yo sabía que un hermano estaba en peligro le decía, lo mismo del otro lado”, dijo Cristiana en 2009.
La candidata
El dos de septiembre de 1989, a menos de seis meses de las elecciones presidenciales del 25 de febrero de 1990, Violeta Barrios de Chamorro fue elegida como candidata a la presidencia de la Unión Nacional Opositora (UNO), una coalición de partidos de diferentes ideologías e intereses socioeconómicos. La integraban representantes del sector agrícola, empresarial y proletario. Lo único que los unía era el rechazo al sandinismo.
Violeta se impuso frente a otros tres candidatos: Emilio Álvarez Montalván, un reconocido oftalmólogo y político; Enrique Bolaños, quien en ese momento era presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), quien llegaría posteriormente a la presidencia, entre 2001 y 2007, y Virgilio Godoy, presidente del Partido Liberal Independiente (PLI), quien fue su compañero de fórmula.
A pesar de que meses antes, las encuestas preveían que el Frente Sandinista arrasaría en las elecciones, ya que aún gozaba de altos niveles de popularidad, la realidad fue que Barrios de Chamorro acabó alcanzando el 54% de los votos frente al 41% de Daniel Ortega. Fue un hito histórico, primera mujer electa como gobernante por medio de un proceso de un votaciones en la historia del continente americano.
Al día siguiente de las elecciones, el caudillo sandinista sorprendió, en parte, a todo el país, al pronunciar un discurso en el que se comprometía a “respetar y acatar el mandato popular emanado por la votación en estas elecciones”.
Ortega llegó con un hijo de doña Violeta, Carlos Fernando, a la casa familiar en el barrio de Las Palmas. Cuando entró, en la parte delantera del jardín, Ortega se detuvo a ver las flores. “Se trata de algo práctico”, le dijo la nueva presidenta: “Me sirven para ahorrarme tener que comprar las flores que llevo a la tumba de Pedro todas las semanas”.
Una vez dentro, doña Violeta recordó cómo Ortega rompió en llanto. Ella lo abrazó y le dijo: “Mi muchacho, no pasa nada”, mientras lo invitó a sentarse en una silla mecedora . Ahí miró su “evidente melancolía”, distante a la pose de estrella de rock que él había adoptado durante la campaña electoral. “Al parecer, el golpe de la derrota inesperado le había hecho pasar muchas noches en vela”, escribe Chamorro en su libro de memorias. “No era sino una sombra de sí mismo. Dio la impresión de que había desaparecido ya el fulgor del joven revolucionario que hacía menos de una década había ascendido al poder”.
Sin embargo, esa pequeña reunión con Daniel Ortega le sirvió a ella para conocer sobre “su doblez y ambigüedad”. Poco después de ese encuentro, alentó a sus simpatizantes a “gobernar desde abajo”. En esos tres meses antes de entregar el poder, el Frente Sandinista emprendió uno de los capítulos más vergonzosos de su historia: ejecutó un saqueo de las instituciones estatales y apropiación de cientos de empresas y propiedades por montos que ascienden a más de 2,000 millones de dólares. Cristiana Chamorro, la hija de doña Violeta, quien dirigía La Prensa en ese momento, calificó este vandalismo como “piñata sandinista” en las publicaciones en el periódico.
Tres años después del encuentro en su casa con Ortega, fue doña Violeta la que lloraría, pero en un contexto muy diferente. En una acto, celebrado en el hotel Olof Palme, la presidenta anunció que retiraría a Humberto Ortega, hermano de Daniel, de la jefatura del Ejército. Se trataba de una decisión arriesgada y valiente. Al final del encuentro, se vio rodeada e increpada por los hermanos Ortega que le acusaban de creerse la dueña de Nicaragua.
“Si no hubieran estado dos ministros que me defendieron en ese momento, creo que me hubieran pegado duro”, dijo para un documental del programa “Esta Semana”. Sin poder reprimir las lágrimas, doña Violeta reunió a sus ministros y les dijo que renunciaba a la presidencia. Pero todos ellos insistieron en que se quedara “por la patria”. Ella misma reveló que no había llorado tanto, ni siquiera en el asesinato de Pedro Joaquín, porque quería darles fuerzas a sus hijos y familiares. “Lloré mucho en el baño y cuarto, sola”.
Daniel Ortega, años después, destacó que lo más positivo de la gestión de Chamorro fue la reconciliación y la despolarización del país. “¿Quién sabe qué hubiera pasado aquí si el presidente hubiese sido otro de los que se mencionaban como candidatos a la presidencia y se la disputaron a doña Violeta en la UNO?
Enfermedades
En un reportaje de la revista Magazine, escrito por Amalia del Cid, cuenta Claudia Lucía, hija de Violeta Barrios, que los primeros signos de alzheimer empezaron cuando la expresidenta tenía 71 años de edad. Es decir, en 2001, tan solo unos cinco años después de dejar la presidencia. Le recetaron un medicamento que es probable que le ralentizara la enfermedad unos años. Pero, en 2007, le confirmaron el diagnóstico.
Sin embargo, a finales de 2018 sufrió una trombosis que no tuvo que ver con el alzheimer. Luego un accidente cerebrovascular. No podía caminar, no hablaba y estaba empezando a tener problemas para tragar. La madrugada de este 14 de junio falleció en Costa Rica, y Violeta no tenía pretensiones de ser recordada por algo en especial. Porque “eso está en el corazón del que escribe la historia”, dejó dicho.