Los últimos días en libertad del precandidato presidencial de la Unidad Nacional Azul y Blanco estuvieron cargados de incertidumbre. Sabía que en cualquier momento lo iban a arrestar, porque el régimen había sobrepasado todas las líneas rojas que su equipo de campaña trazó. Durante las últimas semanas ayunaba, leía la Biblia, salía a correr y se despedía sutilmente de su hija.“Voy a un lugar donde no me darán permiso de usar el celular”, le dijo Maradiaga en la última llamada.
Félix Maradiaga preparó a su familia para lo peor. La noche del siete de junio fue la última vez que habló con su esposa y su hija. Con un leve tono de despedida, el politólogo de 45 años recalcó lo que desde hace semanas era un tema de conversación recurrente entre los tres: existía la posibilidad de que la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo le hiciera “algo”, es decir, todo lo que en esa palabra pueda caber.
La comunicación entre la familia fue lúgubre. “Amor, mañana voy a un lugar donde creo que no me darán permiso para usar el celular. Pero quiero que sepás que te amo. Voy a estar atento a todos los mensajes que me mandés”, le dijo a su hija, con quien hablaba todas las noches a través de la aplicación FaceTime. “Estén preparadas por si algo ocurre”, le dijo a Berta Valle, su esposa, con quien lleva una relación de dos décadas.
Maradiaga colgó. Al día siguiente, llegó a la sede del Ministerio Público, en Managua, cuyas afueras estaban rodeadas de periodistas que buscaban una declaración del candidato de la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), acosado por el régimen desde las protestas de abril de 2018. Al salir tras varias horas de interrogatorio, ese “algo” se cumplió. La camioneta en la que iba fue detenida por la Policía Nacional.
Valle también sabía que en cualquier momento podía ocurrir una situación como esa. Hace tiempo había abandonado disuadirlo. “Esa gente está dispuesta a lo que sea, son sanguinarios”, le advirtió una vez. No había nadie que hiciera cambiar a Maradiaga de opinión.
Los temores se acrecentaron tras el encarcelamiento de dos precandidatos de oposición. Primero fue Cristiana Chamorro, retenida en su casa y acusada del supuesto delito de lavado de dinero. Luego fue Arturo Cruz, un académico con quien el régimen estrenó la “Ley de defensa a los derechos del pueblo”, por cometer “menoscabo a la soberanía”. Esa era una de las líneas rojas. La sombra oscura del autoritarismo más brutal de la dictadura se cernía entre aquellos que habían expresado públicamente su deseo de ser los candidatos para enfrentar a Ortega y Murillo en unas elecciones consideradas claves tras la crisis sociopolítica de 2018.
Desde aquella última llamada han pasado cuatro meses en los que ni Valle ni su hija han hablado con él. Incluso, la menor ha desarrollado patrones por asociación, y le preocupa que en cualquier momento también pierda la comunicación con su mamá. “Tuvimos que buscar ayuda, porque la situación emocional en un momento se había vuelto insostenible”, recalca Valle vía llamada telefónica desde Estados Unidos.
En enero de 2021, Maradiaga exteriorizó su intención de optar por una candidatura en lo que podría ser una jugada política riesgosa. Quien lo hiciera, asumía una serie de consecuencias imposibles de ignorar. El camino sería empinado, repleto de zancadillas, trampas, juego sucio y cárcel. Pero Maradiaga estaba dispuesto a intentarlo, tanto así que reunió a todo un equipo encargado de llevar a cabo la campaña. En palabras de Jonathan Duarte –la persona al mando de ese pequeño gabinete– estaba claro que no sería un plan fácil de ejecutar.
“Tenía Managua por cárcel, lo que hacía muy difícil hacer una campaña tradicional. Una gran parte del trabajo que empezamos fue por medios digitales, por Zoom, WhatsApp, todo clandestino”, agrega. El aspirante de la UNAB era una de las personas más vigiladas de Nicaragua. Durante más de un año una tropa policial lo seguía a todas partes con el fin de controlar, y en varias ocasiones, de restringir sus pasos. En algunos momentos huía de los brazos de sus custodios, demostrando una condición física destacable, producto de las artes marciales que practicó en su juventud: desde jiu-jitsu, hasta krav magá.
Ni acoso policial ni las pasadas acusaciones de terrorismo que el régimen le imputó en 2018 le hicieron abandonar sus aspiraciones. Si bien no podía salir de la capital, su grupo de campaña se movía por él a los lugares más recónditos del país. Reunían a simpatizantes en una casa clandestina y se enlazaban con el opositor a través de una computadora o un celular. Explicaba los pilares de su campaña virtualmente, en una clara desventaja con todo el aparato propagandístico que la pareja gobernante tiene a su disposición.
La carrera de Maradiaga siempre estuvo centrada en asuntos políticos. De 2002 a 2006 fue Secretario General del Ministerio de Defensa durante la presidencia de Enrique Bolaños. Posteriormente fundó y dirigió el Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas (Ieepp), un centro de pensamiento de referencia internacional. Durante las protestas de abril de 2018 apoyó el levantamiento de los estudiantes contra el régimen. En septiembre de ese año testificó ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Después fue acusado en Nicaragua por “crimen organizado y financiación al terrorismo”. Los ataques en su contra provocaron que tuviera que exiliarse durante casi un año, hasta que regresó al país en septiembre de 2019.
“Creo que esa era una de las cosas que volvía loco al régimen. Teníamos una red de personas muy fuertes que apoyaban a Félix”, cuenta Duarte, quien tras la detención de Maradiaga tuvo que salir del país.
En un contexto como ese, Maradiaga se tomaba muy en serio su papel de aspirante presidencial, tanto así que una de las últimas discusiones con su grupo de campaña consistió en pensar algunos nombres de su posible fórmula. Se barajaron varios, pero la represión con la que el régimen atacó a la oposición impidió seguir con dicha tarea. Previo a la cita con la Fiscalía también habló con su equipo de comunicación, a quienes les dijo que todo el plan iba a cesar en caso de que lo secuestraran. Y así fue.
Sus últimos días quería pasar en silencio. Realizaba prolongados ayunos, con el fin de acostumbrar a su estómago a posibles privaciones de comida cuando estuviera en prisión. Antes de aquel día, el precandidato grabó un video en caso de ser secuestrado. En él explicaba que estaba listo para todo lo que viniera.
Previo a la captura, la propaganda oficialista lo tachó de narcotraficante y delincuente. Las amenazas fueron siempre evidentes. “En todo momento transmitía fuerza al equipo, aunque las personas que lo conocemos y trabajamos con él sabíamos que internamente podría estar quebrantado, también sabíamos que no quería hacerlo evidente”, relata Josué Garay, jefe de comunicaciones del opositor.
Félix Maradiaga permanece encarcelado en la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ) desde el ocho de junio. El régimen lo acusa de “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional”. Hasta el momento solo ha tenido acceso a visitas en dos ocasiones. Se encuentra delgado, porque ha perdido 45 libras. Cuando su hermana lo vio por segunda vez durante un poco más de una hora, el pedido del opositor solo fue una Biblia. “Él quiere que se le respete su libertad religiosa”, sostuvo la familiar.