Juan Diego Barberena

Juan-Diego Barberena
15 de agosto 2024

La UCA de mis recuerdos


“En una verdadera Universidad, el talento académico va acompañado de talante, de esa sabiduría que juzga y sabe cómo el conocimiento se sitúa en el mosaico de la vida o cómo aplicarlo éticamente para el bienestar humano”.
Xavier Gorostiaga S.J.

El 15 de agosto de 2023, la infame dictadura Ortega-Murillo que gobierna Nicaragua a punta de disparos, cárcel y persecución decretó la confiscación de la Universidad Centroamericana (UCA), a pesar que este acto jurídico está proscrito constitucionalmente. La UCA fue fundada en 1960 por la Compañía de Jesús. Fue la primera institución de educación superior fundada en Centroamérica por los jesuitas y se convirtió en el principal centro de pensamiento en Nicaragua. Nunca fue esta alma mater desafecta de los devenires políticos que ha vivido nuestro país en los últimos 64 años. 

Titulo este artículo tal y como la Facultad de Ciencias Jurídicas de la UCA —la mejor que  ha existido en la historia de Nicaragua— nombró a la conmemoración de los 50 años de vida académica de esta escuela en 2010, cuando reunió a centenares de graduados. Algunos, los más longevos obtuvieron el título de Doctor en Derecho, y quienes aún gozaban de mocedad jurídica, el título de Licenciatura. Confieso que aún no logro entender la razón por la cual los abogados en la Nicaragua de los 40, 50, 60 y 70 eran doctores. Ese magno evento reunió a los más fecundos juristas de la historia de Nicaragua: brillantes abogados litigantes, magistrados, jueces y connotados académicos. Eso era lo que la UCA producía: a los mejores para la sociedad nicaragüense que tanto lo necesitaba. 

Entré a la UCA a estudiar derecho en el año 2014. Eran años de mucha movilidad política y, en consecuencia, también jurídica, porque como dice el profesor Ferdinand Lasalle, “los problemas de derecho son ante todo problemas políticos, es decir, del poder”. El régimen orteguista acababa de aprobar una reforma parcial a la Constitución Política que le permitió concentrar todo el poder, legitimado únicamente por una alianza corporativa con el gran capital criollo que, dicho sea de paso, la dispuso constitucionalmente. Eran temas que me interesaban demasiado siendo un chavalo de 18 años y despertaban mi curiosidad jurídica, sumado a que siempre he sido un apasionado por el derecho público. 

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Estudié becado como más del 60% del alumnado de la UCA; seguramente, de otra manera, no hubiese podido estudiar en una universidad con esa calidad y rigurosidad académica. Llegué lleno de ilusiones a mi primer día de clases en uno de los primeros días de febrero hace más de 10 años. Viendo en retrospectiva, en esos años pensaba que hoy sería un abogado litigante dentro del anormal universo jurídico de los tribunales de Nicaragua que, desde entonces, estaban controlados por la dictadura. ¿Ingenuidad de joven? Seguramente. Hoy, sin embargo, la vida y los devenires políticos me han ubicado en otro lugar en donde los principios y valores humanistas y democráticos que eran la piedra angular de la formación ignaciana han sido fundamentales para mi desempeño. 

Durante mis cuatro años de pre-grado recibí las mejores cátedras de derecho de mi vida. No solo aprendí a interpretar e integrar el derecho y la ley, sino que también logré comprender el sentido epistemológico del derecho como ciencia que siempre para mí se ha resumido en una frase de hermogeniano, y que es la más brillante que se ha escrito en toda la historia jurídica: “Omne ius causa eminem constitum est”, es decir “la causa del derecho es el ser humano”; junto con otra del profesor Santi Romano: “Ubi societas ibis ius”, “Ahí donde hay sociedad hay derecho”. 

La UCA no solamente formaba con excelencia, sino también con inmediatez humana y con apuestas en los ideales y convicciones. En ese sentido no quiero dejar de contar una de mis tantas anécdotas en esta alma mater, y también para rendirle homenaje a una gran mujer, una mujer del derecho como fue la doctora Rosario Altamirano (q.e.p.d.), mi profesora de derecho procesal penal I. Corría julio de 2015. Habían iniciado los llamados miércoles de protesta frente al Consejo Supremo Electoral, el epicentro de los fraudes durante las elecciones en Nicaragua. Un compañero de clases y yo cursando el segundo año de la carrera fuimos al plantón, entre otras cosas exigiendo nuestro derecho a la movilización con Constitución en mano, todo dentro del marco del deber ser que en el mundo orteguista no existe. La protesta fue reprimida y mi amigo y yo no estuvimos exentos de los golpes. Llegamos a clase con la profesora Altamirano a las 12 del mediodía, y al vernos nos dijo: “Muchachos, no se preocupen si necesitan acompañamiento legal yo los asesoro sin cobrarles un centavo”. Un gesto de solidaridad, uno que poco se veía en aquellos años. 

Era en los auditorios de la UCA donde llegaban los juristas y cientistas sociales más conocidos y laureados del mundo a explicar los fenómenos y debates modernos de la ciencia, las perspectivas de cambio y los retos para una mejor sociedad, más humanista, más libre y más inclusiva. Por eso, la entrada principal de la UCA fue uno de los escenarios del inicio del estallido insurreccional contra la dictadura y en contra de las reformas neoliberales al sistema de seguridad social.

Y aunque la dictadura haya criminalizado la universidad e imputado supuestos actos terroristas por su rol histórico del lado de los que sufrían la represión y la barbarie estatal, la UCA está no solamente en nuestras reminiscencias vivas y vigorosas, sino también en quienes nos formamos para ser los mejores para Nicaragua… y eso la dictadura lo sabe: por los pabellones de la universidad pasaron hombres y mujeres claves en la historia no solo política, sino del conocimiento de un país escaso de ideas y producciones científicas. Eso lo saben Daniel Ortega y Rosario Murillo. Por eso infructuosamente se han intentado robar la historia de Nicaragua y matar a la inteligencia, porque únicamente tienen cabida en la enajenación de las universidades públicas que controlan, pero no en la inmensa mayoría del pueblo de Nicaragua. 

La dictadura caerá y tendrán que pagar por cada uno de sus crímenes, por los asesinatos, los robos y el intento frustrado de robarse la UCA que volverá a formar a los mejores para el mundo bajo la máxima ignaciana que la verdad nos hará libre, esa verdad convertida en principio de militancia que día a día debilita a la tiranía. 

Volveremos a Nicaragua, recuperaremos nuestro país y recuperaremos a la UCA que será, sin duda, un centro de reflexión y debate académico sobre el país que estaremos construyendo.

ESCRIBE

Juan-Diego Barberena

Abogado, Maestrante en Derechos Humanos. Miembro del Consejo Político de la Unidad Nacional Azul y Blanco, y directivo de la Concertación Democrática Nicaragüense, conocida como Monteverde.