Wilfredo Miranda Aburto
16 de febrero 2023

Mi último quesillo como nica: una dictadura radical y vengativa contra los exiliados

Sandinistas salieron a las calles para celebrar la expulsión del país de 222 connacionales críticos del Gobierno y acusados de “traición a la patria”. Foto de EFE.

Horas antes de que la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo me despojara de mi nacionalidad este martes 15 de febrero, me comí un quesillo en Miami. Regresaba de Washington de la cobertura del destierro de 222 presos políticos para seguirla en esta ciudad que hoy acoge a muchos de ellos, y me resulta inevitable, desde que estoy exiliado, no disfrutar de comida nicaragüense en esta ciudad. Las paradas son obligatorias en estas fritangas miamenses porque en Costa Rica, donde estoy refugiado, la cuchara patria no es tan agraciada. No hay día en el exilio que no extrañe los fogones y el sabor de mi tierra; quizá sea una de las cosas más duras: echar de menos nuestra gastronomía –música y poesía– que presumo donde voy. Por eso me resulta una casualidad providencial que mi última comida en el exilio como nica haya sido un quesillo Güiligüiste… Devorado en bolsa amarrada para reafirmar que ninguna dictadura ni sus esperpentos legales me pueden arrancar mi orgullosa nicaraguanidad.  

La última decisión de la pareja presidencial de acusar a 94 personas de “traición a la patria” y declararnos apátridas (lo que conlleva a la confiscación de nuestras propiedades en Nicaragua, en una reedición de La Piñata) emana de la venganza y del odio. Este nuevo zarpazo no tiene lógica política si se toma en cuenta que ocurre después que los Ortega-Murillo desterraron a los presos políticos, en “un gesto unilateral” que despejaba de cierta forma el camino a un diálogo con la comunidad internacional, específicamente con Estados Unidos. 

Sin embargo, el arrebato de nuestra nacionalidad envía un mensaje de radicalización total y desespero. Un cálculo ideado en el hígado de los gobernantes, motivado por el fracaso que supuso para ellos la “liberación” (ojo con las comillas) de los presos políticos. Los Ortega-Murillo previeron que al desterrar a los reos se iban a librar del reclamo internacional de tenerlos encerrados, pero el obispo Rolando Álvarez frustró sus planes al no abordar el avión del destierro. A pesar de entregar a 222 personas, la figura de monseñor recuerda que aún no sólo hay una treintena de presos políticos, sino que quedan seis millones de nicaragüenses a los que liberar del yugo dictatorial. 

Aunque cada vez quedan menos simpatizantes sandinistas que asumen la narrativa del “intento de golpe de Estado” y “traición a la patria”, ellos no entienden la estrategia de liberar a los presos políticos que la pareja presidencial les enseñó a odiar con el argumento que son “criminales”. El golpe moral de verlos desterrados pero en libertad en Estados Unidos fue terrible para estas bases sandinistas; una derrota al ver los felices reencuentros entre los encarcelados y sus familiares. Recuperar las voces de 222 personas que estuvieron silenciadas en prisión. El tiro les salió por la culata. 

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Mi último quesillo como nica: una dictadura radical y vengativa contra los exiliados
Tienda de quesillos en Miami. Foto: Wilfredo Miranda | Nicaragua.

Por eso Ortega y Murillo convocaron a una marcha tras el destierro de los reos que fue revestida de un triunfalismo pírrico. El régimen fue incapaz de darles certezas a las bases sandinistas en un momento de turbulencia sociopolítica, en el que hasta ellos no vislumbran esperanzas de mejoría para Nicaragua, en especial a nivel de vida. El estridente fracaso de la “operación destierro” ha intentado ser matizado con el despojo de nuestras nacionalidades y confiscación de bienes. 

Los 94 nicaragüenses declarados apátridas son, en su mayoría, los que estamos exiliados en Costa Rica y en menor medida en otros países, aparte de otras personas aún en Nicaragua. Pero el factor común es que todos, desde que los Ortega-Murillo llenaron las prisiones de presos políticos e instalaron un régimen de terror, no hemos callado. Defensores de derechos humanos, líderes religiosos, feministas, activistas, opositores y periodistas… cada uno, desde sus aceras, han roto el silencio y denunciado incansablemente la barbarie Ortega-Murillo estos últimos años, ante la falta de voces. 

Esta venganza es de una vileza insospechada: después de perseguirnos y acosarnos, los dictadores siempre encuentran una forma de imponer récords de salvajismo político y humano; escenarios inéditos en la historia de Nicaragua que ni los Somoza, por ejemplo, cometieron al despojar a los exiliados de sus bienes. En su perversidad siempre encuentran la forma de hacer daño… Traidor a la patria son quienes destierran, no los desterrados. 

Si el exilio ya era duro, ahora como apátrida implica varias dificultades, sobre todo jurídicas y recuperar el derecho universal a poseer una nacionalidad. Hasta la publicación de este artículo ningún país latinoamericano nos ha abierto las puertas formalmente, pero me supongo que eso vendrá en los próximos días, en especial el de aquellos gobiernos con un compromiso genuino con los derechos humanos, incluso de aquellos que están más allá de la región. Sin embargo, irónicamente, el despojo de nuestra nacionalidad nos hizo sentirnos más nicas. Como canta Luis Enrique, seguiremos marcados por tres franjas: dos azules y una blanca. Seguiremos reivindicando y defendiendo de la miseria, la crueldad y del odio Ortega-Murillo a nuestro país. 

Lejos de quebrarnos el orgullo patrio, los dictadores nos han revitalizado el compromiso en el exilio, alimentado por la esperanza de que, tarde o temprano, vamos a volver a comer quesillo, y otros platillos anhelados, en nuestra Nicaragua. 

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.