Desde su captura el 29 de noviembre de 2023 hasta su juicio este 24 de enero, todo el proceso político en contra del excatedrático universitario Freddy Quezada ha sido arbitrario y absurdo jurídicamente, como la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo que él nunca dejó de denunciar con agudeza y mordacidad en sus redes sociales, razón por la que hoy es un preso político.
El filósofo fue sacado de su celda –que su familia intuye es en el penitenciario La Modelo, porque su paradero nunca ha sido especificado por las autoridades– y lo pusieron frente a una computadora. Al otro lado de la pantalla, en una videollamada, un juez orteguista –o una jueza porque tampoco se sabe– le leyó el cargo de “incitación al odio”. Fue declarado culpable en una sola sesión.
El profesor Quezada no tuvo un defensor que lo defendiera de verdad, porque le asignaron uno de oficio, es decir, dispuesto por el mismo Poder Judicial que lo condena. El abogado de oficio le informó a su familia que el acusado “admitió su culpa”.
Algo que a Adriana Quezada, hija del filósofo y sociólogo, le cuesta creer. “Eso dice el abogado, pero a nuestro criterio, si mi papá asumió la culpa es porque debe estar desesperado por las condiciones en la que debe estar”, me dice Adriana, quien reside en Panamá. El excatedrático de la UNAN-Managua fue apresado un día después que en sus redes sociales criticó al régimen por mostrar en La Modelo al obispo Rolando Álvarez, preso político desterrado a Roma junto a otros 18 religiosos católicos el pasado 14 de enero.
Recibe nuestro boletín semanal
La desaparición forzada del profesor
Desde su captura, ejecutada de manera conjunta por civiles y policías en su casa de habitación en Managua, el profesor Quezada ha estado técnicamente en “desaparición forzada por ocultamiento de paradero”, según la Unidad de Defensa Jurídica (UDJ).
Ni la Policía Nacional, el Ministerio de Gobernación, ni la Defensoría Pública le han dicho a la familia del profesor Quezada dónde lo tienen secuestrado. 86 días de desaparición forzada, hasta la publicación de este artículo. Mucho menos les han autorizado visitas a la familia. No han podido verlo.
La esposa del filósofo –es decir su madre, cuenta Adriana a DIVERGENTES– ha preguntado en reiteradas ocasiones a esas instituciones del régimen el paradero y solicitado acceso a una visita, pero no obtiene respuesta. Se estrella contra una pared de indiferencia, de “zozobra”, que para la UDJ constituye otro tipo de tortura para los seres queridos de los presos políticos.
“A mi mamá ni siquiera la dejaron pasar de la aguja de La Modelo, ni la dejaron sumarse al juicio vía Zoom. Intuimos que a mi papá lo tienen en La Modelo, porque el defensor de oficio nos dijo que lo tienen en la ‘penitenciaría’. Todos estos meses han sido de idas y venidas, de no saber nada… Nos preocupa mucho porque él es diábetico. Si bien no es un diábetico dependiente aún de la insulina, controla el azúcar con una dieta rigurosa. Al estar en esta situación, no creemos que vaya a recibir cuidados adecuados”, dice Adriana.
Sin número de expediente
La zozobra de la familia del profesor Quezada se extiende más allá de su estado de salud. Ni el abogado de oficio, ni las autoridades judiciales, les brindan el número de caso judicial para poder cambiar la defensa al preso político.
“No hay número de caso y mi mamá se reunió con el abogado y él le dijo que ni siquiera conoce o había visto a mi papá… toda la información es muy general, muy vaga, muy vacía. Solo sabemos que en un mes o más, le leerán su condena”, lamenta Adriana.
El caso del filósofo y profesor Quezada ilustra a cabalidad los nuevos patrones represivos del régimen Ortega-Murillo contra los más de 120 presos políticos que mantiene cautivos.
“Durante los últimos seis meses hemos identificado los siguientes patrones represivos en las detenciones arbitrarias perpetradas por el Estado de Nicaragua: allanamientos ilegales, desapariciones forzadas en contra las personas consideradas opositoras o críticas a la política partidaria estatal. También la realización de juicios a través de videollamadas, la actuación coordinada entre el Sistema Penitenciario y policías en los interrogatorios, hasta las críticas condiciones carcelarias que incluyen plagas de jelepates”, resume la UDJ.
La incierta situación del profesor Quezada motivó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a emitir el pasado 27 de diciembre de 2023 la “Resolución 82/2023”, mediante la cual le otorgaron medidas cautelares, “tras considerar que se encuentra en una situación de gravedad y urgencia de riesgo de daño irreparable a sus derechos en Nicaragua”.
“Anarquista, insurrecto e inconforme”
Freddy Quezada, antes que filósofo y sociólogo, era descrito por sus cercanos como un “anarquista, insurrecto, crítico irreductible, e inconforme con las injusticias”.
Principios éticos lo han llevado a la cárcel en varias ocasiones durante su vida, como preso político: primero la Guardia Nacional de Somoza lo apresó muchas veces por ser un dirigente estudiantil de la UNAN-Managua, cuando participaba en las campañas Navidad sin Presos Políticos en los años setenta. En 1979, cuando fue liberado por la Guardia Nacional, salió con la falange de los dedos del pie derecho destruida.
Después en los ochenta: a pesar de ser sandinista, pronto criticó a los comandantes de la Revolución Sandinista. Se consideraba un marxista radical, casi anarco. En 2018, fue despedido como catedrático de la UNAN-Managua por sus posturas firmes contra la represión y la pareja dictatorial Ortega-Murillo. Usó las redes sociales, en especial su cuenta de X (antes Twitter), para criticar con agudeza y mordacidad al régimen actual. Trinos virales que salían de la cuenta de El Uliteo.
No tener un libro, la peor tortura para Freddy Quezada
Una de sus últimas publicaciones decía: “La dictadura tuvo presas a 222 personas que luego se vio obligada a excarcelar y expatriar. Todas han contado su experiencia y las escenificaciones que sufrieron. ¿Cómo cree, ahora, esa dictadura cabeza de zorro que alguien le creerá esa «mise à scene» del obispo Rolando Álvarez?”. Tuits que escribía desde su casa, en Managua, a pesar de la represión desenfrenada de los Ortega-Murillo.
Dos dictaduras lo han perseguido y encerrado, más no quebrado su afán de libertad.
En la actualidad, es un filósofo de 65 años que no sabe callar ni dejar de cuestionar ni de informarse. Por eso es preso político y su hija, a sabiendas de eso, le angustia que el profesor Freddy Quezada no tenga acceso a un libro en la celda.
“Esto es el mundo al revés, porque personas que sí cometen delitos de verdad, es decir los presos comunes, sí tienen todos esos beneficios. Sus familias saben dónde están. Pero a mi papá, que ha sido toda la vida un catedrático y ahora un preso político, no le permiten nada de nada. Ni un libro y eso, estoy segura, es lo que más le debe doler a mi papá…. porque él toda la vida ha tenido al lado un libro para leer, porque él es un filósofo, un catedrático, un lector”, critica Adriana desde Panamá.