Wilfredo Miranda Aburto
30 de agosto 2022

DIVERGENCIAS:

Los juegos del hambre de El Chipote

El expresidente del Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), Michael Healy, presentado este 30 de agosto. Foto: cortesía.

La cárcel de El Chipote ocupa un papel central en la distopía Ortega-Murillo: es la mazmorra en la que el totalitarismo se funde con la tortura. La pareja presidencial ha encontrado métodos más sutiles, aunque no menos dañinos, para quebrantar a los presos políticos. Uno de ellos es jugar con el hambre de estos opositores sumidos en celdas lúgubres, donde el aislamiento y el mínimo contacto humano son la norma. Ante las repetidas denuncias de familiares del mal estado físico y de salud de los reos desde hace más de un año, la alimentación ha sido una herramienta de castigo y propaganda.

Me explico: la presentación por primera vez de diez presos políticos este 30 de agosto ocurrió un día después de una conferencia de prensa en la que familiares denunciaron que las raciones de comidas en la cárcel fueron disminuidas “en extremos incompatibles con la vida”. Fuentes policiales indican que la política de hambre se impuso desde el pasado 19 de agosto, cuando fueron capturados los sacerdotes que acompañaban en la Curia de Matagalpa a monseñor Rolando Álvarez. Antes de eso, El Chipote mejoró notablemente la alimentación de los presos políticos presentados hoy. Les comenzaron a dar carne en casi todos los tiempos, pausando el gallo pinto con pocos frijoles… (o los chayotes cocidos que a algunos les dieron de cena de Navidad en 2021). La mejora alimenticia permitió que los reos ganaran peso.

Sin embargo, hay algo llamativo: los diez presos políticos exhibidos por la propaganda oficial –que insistía en el buen estado físico de ellos– son hombres corpulentos, como el campesino Medardo Mairena, Miguel Mora, Walter Gomez, Marcos Fletes, Pedro Vásquez, José Antonio Peraza, y Juan Sebastián Chamorro, quien no han dejado de hacer ejercicios en su celda. Es una movida similar a la ejecutada primeramente con el precandidato Félix Maradiaga: mostrar a personas a quienes la evidente baja de peso no los hace ver demacrados dada su contextura. En consecuencia, el régimen despliega la batería mediática para demeritar las denuncias de los familiares, que han incluido la publicación de retratos hablados que han movido el piso en El Carmen, la sede de la dictadura.

El objetivo es tratar de vender un régimen carcelario humanitario. Por eso presentaron a los líderes universitarios Max Jerez y Lesther Alemán, este último más repuesto corporalmente, pero aquejado por una migraña constante, hipertensión y un dolor de rodilla que no lo deja dormir. Lo que las fotos difundidas de la dictadura no dicen: los padecimientos de salud causados o agravados por los tratos crueles. Ortega y Murillo intentan aparentar humanismo cuando en sus manos murió, por no contar con atención médica oportuna, el general en retiro Hugo Torres.

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Este espejismo propagandístico busca menoscabar en especial las denuncias de los familiares de las presas políticas Dora María Téllez, Tamara Dávila, Suyen Barahona y Ana Margarita Vijil, con quienes Rosario Murillo se ha ensañado. No es en vano que hasta el día de hoy la dictadura no presenta a ninguna de ellas, como sí lo hace con los hombres más corpulentos. Será bien difícil maquillar la desnutrición de la grácil Ana Margarita, quien usa anteojos de niña para que se le sostengan sobre su nariz.

Los juegos del hambre de El Chipote
El líder campesino Medardo Mairena.

No presentaron tampoco a José Adán Aguerri, presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), a quien decidieron enviar a casa por cárcel ante su estado flaquetozo. Al que no pudieron fabricarle un mejor semblante fue al famélico empresario Michael Healy ante el silencio de la patronal que una vez dirigió.

Usar el hambre con fines de castigo y propagandísticos constituye un método de tortura; de “tortura blanca”, como explica un reportaje que publicaron mis colegas María Lilly Delgado y Tifani Roberts en DIVERGENTES y Huellas de Impunidad. El término de “tortura blanca” se utiliza cuando existen regímenes carcelarios de extremo aislamiento. El objetivo es que la persona pueda ser afectada en su salud mental por una ingesta nutricional deficiente; incluso llegar a perder su propia identidad. Es una modalidad de tortura relativamente moderna, ya utilizada por países como la extinta República Democrática Alemana (RDA), Irán, Estados Unidos, Venezuela o Cuba, entre otros, según organizaciones de derechos humanos.

Todavía no se conoce si, además del impulso por desacreditar las denuncias de los familiares de los presos políticos, esta presentación la motiva alguna presión internacional o negociación. Recientemente, la Cancillería del nuevo gobierno del colombiano Gustavo Petro reveló que se abstuvieron de votar en contra de los Ortega-Murillo en la sesión del 12 de agosto en la Organización de Estados Americanos (OEA) para “no hacer públicas gestiones internacionales que se estaban adelantando para obtener un resultado”. “La ventana de oportunidad para una acción humanitaria de envergadura”, afirman.

No se sabe si Petro, hombre de izquierda, mantiene algún tipo de negociación con la intransigencia y la crueldad Ortega-Murillo. Hasta ahora Bogotá es ambigua. Aunque sabemos que el estilo de Petro –similar al de Gabriel Boric en Chile– es tender puentes de entendimiento bajo el norte de los derechos humanos. Sea como sea, habrá que ver si pecan de ingenuos o si consiguen un alivio para los presos políticos de Nicaragua, sometidos a los juegos del hambre de El Chipote.

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.