Ha sido la música uno de mis principales sostenes en el exilio. Música que reconforta, que abstrae, que duele, que hunde, que nos rescata, que nos esperanza. Canciones de todo tipo y toca, siempre, tener los oídos bien abiertos. Por eso esta mañana decembrina que Néstor (uno de mis compañeros de Divergentes y de viaje) nos envió una de las canciones del último disco de Digan Whisky, del Ché, me dispuse a escuchar, sin sospechar que a la tercera reproducción estaría deshecho y conmovido. Con las lágrimas asomadas.
Es la víspera de Navidad en San José; hace frío –y parafraseando a Roque Dalton– pero se vive… Yo sí creo saber qué tiene la música: el poder de remover lo hondo de nuestras emociones que, a través de todos estos años, hemos venido acomodando, como hemos podido, para poder seguir viviendo con la certeza de la casa arrebatada… “La Casa y el Laurel”, canta el Ché quien, sin atisbo de dudas, es uno de los mejores cantautores nicas de nuestra época, los nacidos después de los ochenta.
La canción plantea añoranza de lo que fue, de los amores que partieron (y que murieron, mi abuelo), de los muchachos que ya no están… de los míos, de los nuestros a quienes, otra Navidad, no vamos a abrazar. Eso es el frío. Un exilio cada vez más fragmentado, sobre todo en Costa Rica, desde donde centenares se han movilizado a otros países –en su mayoría a Estados Unidos y España–, a intentar descifrar mejores oportunidades económicas. Y se siguen yendo, otros se preparan para partir pronto, entre ellos personas a quienes amamos y queremos.
Y tampoco miles de exiliados podrán abrazar esta Navidad a quienes se quedaron allá, en la casa arrebatada, porque impera el terror de ser apresado en la frontera, de ser impedido de regresar a Nicaragua… Todo después de esa reforma a la Constitución Política y a la ley migratoria con la que Daniel Ortega y Rosario Murillo consolidaron su modelo totalitario. La instalación formal y jurídica de las alambradas alrededor de nuestro país. Y a esta altura ya no tiene sentido “lanzarse contra las alambradas”. Esas mismas alambradas que hieren las esperanzas en estas fechas de fiestas, apapachos y compartir, en una suerte de venganza sin empacho por parte de los dictadores.
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La música es una forma de sobrellevar el sufrimiento, o de retar al destino, como canta el Ché: “San José, no vas a verme llorar otra vez / Nunca jamás otra vez / Yo sé que mañana va a amanecer otra vez / en mi ventana voy a encontrarme como al principio / cantando esta canción junto a los míos”. Durante todos estos años, en especial de cara a los días que vienen, los inmediatos de 2025, con un mundo cada vez más enrevesado, y una dictadura familiar afincada de una forma superlativa en la casa arrebatada, he intentado averiguar, sondear en este sufrimiento que los exiliados –por debajo de las resiliencias y los antifaces– llevamos instalado.
Es como una marca indeleble que está allí, con la cual hemos aprendido a convivir, pero sobre todo a la que no le hemos permitido que nos avergüence o paralice, incluso en estos diciembres con frío, sin los míos, sin los nuestros… Cuando pienso en eso recuerdo las memorias de Viktor Frankl en ‘El Hombre en Busca de Sentido’, en específico en ese sino de sufrimiento y vida, este destino. La gran lección existencial del psicólogo en el campo de concentración es que “el sufrimiento, en cierto modo, deja de ser sufrimiento cuando encuentra un sentido”.
Y me atrevo a hablar en nombre de la mayoría de los exiliados que conozco: le hemos encontrado sentido al sufrimiento. Convertimos el sentido en uno práctico, de utilidad para ese fin común que perseguimos: la libertad para nuestra casa arrebatada. Ya sea desde el periodismo, el activismo, la política, la defensa de los derechos humanos, la religión; desde el campesinado, el empresariado (contado con pinzas) o el quehacer cotidiano en el exilio.
Lo anterior me hace recordar también a María Ressa, sobre lo que dice de las convicciones para enfrentarse a diario a una dictadura, de nuevo, este destino que cabalgamos: “no es algo con lo que uno se tropieza ni algo que alguien nos entrega. Lo construimos a través de todas y cada una de las decisiones que tomamos, de los compromisos por los que optamos”.
Y todo radica, regresando a Viktor Frankl, en que a pesar de todos los embates que hemos atravesado, la dictadura Ortega-Murillo nunca podrá machacar “el reducto íntimo de libertad”. Eso nunca se pierde. “Y precisamente esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido (…) la actitud con la que un hombre acepta su destino y el sufrimiento que este conlleva, la forma en que carga con su cruz, comporta la singular coyuntura –incluso en circunstancias muy adversas– de dotar de sentido profundo a su vida”. Y de allí nace, resalta el psicólogo en el campo de concentración, el valor, la dignidad y la generosidad.
Mi “reducto íntimo de libertad” ha encontrado en la música una herramienta muy útil para subir su propio volumen, seguir adelante. Por eso esta mañana decembrina y fría que escuché “La Casa y el Laurel”, después que Néstor la envió, me esperanzaron los primeros versos de la canción, a pesar de otra Navidad sin los míos, sin los nuestros: “Mamá, poné el arroz ya voy volviendo a la casa laurel / ya huele a tierra mojada”. Porque si de algo estoy profundamente convencido, es que para los exiliados y los desterrados el futuro es regresar, volver a casa… al igual que lo están haciendo (sé que con mucha incertidumbre aún) millares de exiliados y desplazados sirios durante esta misma víspera de Navidad, después de la caída de la dictadura asquerosa, caníbal y abyecta de al Asad. Aunque suene cliché, todas caen: ese es el aforismo ineludible de las dictaduras, no importa cuántos años demoren. Lo vital es la esperanza, esa que siempre ha estado allí, abrigada de música, navidades frías, sufrimiento y sentido…
Feliz Navidad y sentidas fiestas. ¡Salud!
Nos seguimos leyendo en enero.
ESCRIBE
Wilfredo Miranda Aburto
Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.