Han pasado ocho meses desde que Linda Núñez “se independizó” del lugar en el que vivía con otras mujeres nicas en Costa Rica. Por primera vez en sus casi tres años de exilio, tiene un espacio propio, donde se ha dedicado a reconstruir su vida poco a poco. Esta reconstrucción en su nuevo apartamento tiene algunos fragmentos de su antigua casa en Nicaragua —arrebatada por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo—, y piezas de su actual vida en Costa Rica.
Reconocer, aceptar y abrazar a su país de exilio ha sido una batalla librada con el tiempo. ¿Cómo se vive en Costa Rica cuando el corazón sigue en Nicaragua?
Entre los elementos de su antigua casa que Linda ha intentado recrear en su actual vivienda está su pequeño jardín. No es un jardín propiamente dicho, sino varias macetas con flores y plantas que riega cada mañana, luego de tomarse una taza de café.
“Es que me hace falta tierra”, bromea, pero no le faltan las ganas de sembrar, solo el espacio para poder hacerlo. Si bien parte de la motivación para improvisar su jardincito tenía que ver con una añoranza a su anterior hogar —un proyecto de 15 años, puntualiza—, Linda confiesa que la naturaleza le da vida. “Eso me oxigena”, sostiene.
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Una mañana que, en años anteriores, habría comenzado con la convivencia de su familia, hoy comienza sola, en compañía de sus flores y macetas.
Después de su ritual botánico, mira las noticias, tanto de Nicaragua como de Costa Rica. Explica que informarse sobre lo que acontece en Costa Rica es parte de los nuevos hábitos que ha adquirido. Un llamado de “polo a tierra” para reconocer su presente y el lugar donde se encuentra. “Pasé dos años sin saber lo que pasaba en Costa Rica, porque todo era Nicaragua”, aclara.
Cuando termina de alistarse, camina hacia su trabajo en el Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más. Podría tomar un bus, menciona, ya que son trece cuadras desde su casa. Esto equivale a un poco más de un kilómetro de caminata, porque ahora no todo de no estar en Nicaragua es malo. Ahora disfruta la libertad de caminar sin el temor de un posible arresto, con el que vivió durante los últimos meses que estuvo en el país.
A Linda le ha tocado restaurar mucho desde su exilio el 15 de enero de 2022, y ha tenido que atravesar múltiples cambios en su manera de vivir —como ajustar su vida a unos cuantos metros cuadrados—, pero su pasión por la educación, los derechos humanos y el trabajo con jóvenes no ha cambiado. Faltarán mil exilios más para que la dictadura le quite eso.
Sanar para construir la memoria
Una fila de nicaragüenses aguarda en el Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Más. Todos listos para relatar los horrores que vivieron bajo la dictadura Ortega-Murillo, antes de huir a Costa Rica. A Linda no le toca registrar sus testimonios, eso le toca al área de Documentación. La labor de ella es contactarlos después para el Programa de Educación y Memoria, su área de trabajo.
En dicho programa, Linda y sus compañeros intentan reconstruir la memoria de lo ocurrido desde el inicio de la crisis sociopolítica en 2018, no solo a través de los testimonios, sino también a través de la sanación. No se puede recordar algo si no se ha sanado. Aunque muchas personas, de diversos perfiles, han denunciado violaciones a los derechos humanos en el Colectivo, la mayoría de la población con la que Linda trabaja son jóvenes.
Estos cargan todavía su patria en su maleta, junto a las pocas pertenencias que pudieron llevar consigo. También cargan con el dolor que supone haber perdido sus proyectos de vida, y las dificultades de salir adelante en un nuevo país. Linda se encarga, a través de la educación, de que estos jóvenes vuelvan a sentir que pueden continuar con su vida.
“Cuando venimos a Costa Rica, los exiliados venimos sin proyecto de vida, porque fue destruido en Nicaragua. La educación ayuda a construir un proyecto de vida, ayuda a retomar la vida y continuarla. Eso lo hacemos a través de los talleres y el arte con enfoque psicosocial”, explica.
Como maestra de años, Linda enseña a estos jóvenes con diversas metodologías que les permitan expresar lo vivido: teatro, talleres, cátedras y cualquier otra actividad lúdica útil para los muchachos y muchachas.
Linda y su camino para que los jóvenes comiencen de nuevo
En esos espacios, Linda dice que ha conocido jóvenes maravillosos a los que la dictadura les ha quitado todo. Jóvenes que estudiaban una carrera, vivían con su familia y se recreaban con sus amigos; y que ahora viven en otro país, en donde les toca crear nuevamente toda una red de apoyo y sanar todo lo que sufrieron en Nicaragua, pero no saben cómo.
“Es como cuando te duele una muela. Te pones la mano en la quijada, te tomas una pastilla, te pones un algodón. No sabes qué hacer cuándo estás con ese dolor. Así somos las personas cuando tenemos el dolor del exilio. No sabemos cómo responder a la soledad y la nostalgia”, detalla.
“¿Y cómo ayudar a sanar a estos jóvenes tendría algo que ver con la construcción de la memoria? El objetivo es que no se cree una memoria de Nicaragua desde el odio y del rencor, porque la población se merece algo mejor”, sostiene.
Para construir la memoria es necesario identificar los duelos generados con la crisis y trabajarlos, para que cuando se mire al pasado, se analicen las situaciones que se pueden mejorar y no repetir la historia. Es decir, hacer todo lo que no se hizo con la dictadura de los Somozas, la guerra posrevolución y todos los eventos históricos del país que generaron penas y simplemente se ignoraron.
En otras palabras, el trabajo de Linda en el Colectivo y del resto de defensores va más allá de documentar violaciones a derechos humanos, brindar talleres o hacer análisis políticos. “Mi área lo que también quiere es aportar a la sanación para hacer una mejor sociedad, porque creo en la humanidad y creo en la solidaridad”, afirma.
Una vida entregada a la educación: “Chateles”
El primer acercamiento que tuvo Linda con la educación en jóvenes fue cuando estudiaba Sociología en la Universidad Centroamericana (UCA), ahora un centro confiscado por la dictadura. En esos años, alrededor de los años noventas, tenía que hacer un servicio comunitario y decidió crear un proyecto de reforzamiento escolar para niños y niñas en condiciones sociales vulnerables que trabajaban alrededor de la universidad.
Dicho proyecto se llamó “Chateles”, tenía una duración de seis meses y lo llevó a cabo con un grupo de jóvenes cristianos, amigos de ella, quienes sirvieron de profesores. Lo que Linda no sabía, es que aún siendo solo una estudiante, había creado el proyecto social de mayor renombre de la UCA y uno de los más longevos de la universidad, que cerró únicamente cuando la institución fue confiscada el 16 de agosto de 2023.
“En esa época, durante los años noventa y uno o noventa y dos, estaban surgiendo todos los bares que están frente a la universidad. Esto comenzó a proliferar un montón de niños trabajadores, estaban expuestos a los bares, al alcohol y a las drogas. Elaboré el proyecto para darle reforzamiento escolar a los niños y se lo presenté a mi grupo de amigos. Ellos aceptaron”, cuenta.
“Chateles”, que estaba pensado para ejecutarse solo un semestre, resultó en un gran éxito, pues reclutó hasta 60 niños y niñas que asistieron puntualmente a sus clases y que para sorpresa de todos, todavía querían continuar. La UCA le ofreció a Linda seguir con el proyecto otros seis meses más y terminó durando más de 20 años, aún después que ella se graduó y dejó de trabajar en la universidad.
El proyecto se incorporó al Voluntariado Social, dirigido por el Centro Pastoral de la UCA. Reclutó a decenas de estudiantes de la universidad, quienes fueron profesores de cientos de niños, niñas y adolescentes, que con el tiempo, pasaron de ser estudiantes a profesores y a universitarios del alma máter. Niños, niñas y adolescentes que tal vez nunca se imaginaron profesionalizarse.
“Mi realización personal ha sido ‘Chateles’. Fui súper feliz porque comenzamos con 60 niños y llegamos a tener 350 personas, entre niños recibiendo clases y jóvenes atendiendo. Logramos hacer un programa de becas con trabajadores de la UCA. Seguimos creciendo de acuerdo a la demanda. Al inicio eran niños que no habían estudiado la primaria y logramos que entraran hasta la universidad”, relata emocionada.
Mientras “Chateles” progresó rápidamente, también lo hizo el amor de Linda por el trabajo comunitario y los jóvenes. Después de su experiencia en el proyecto, se dio cuenta que quería dedicar su vida a cimentar un legado constructivo para las nuevas generaciones, en el que liderazgos horizontales y tolerantes prevalezcan.
“Lo que más orgullo me dio es que era un liderazgo en el que no necesitabas estar. Yo lo propuse, lo fundé, me fui y el proyecto siguió. Eso te demuestra que una no es imprescindible. Lo más bonito es que algo que vos creaste continúe sin vos y que pudiste generar las capacidades para que eso siguiera. Esa ha sido mi mayor meta: crear capacidades”, explica.
Para Linda, se trata de dejar las semillas en el camino y que éstas florezcan donde va pasando.
La necesidad de un intercambio cultural entre nicas y ticos
La tarde en San José es un poco fría con sus vientos frescos, o al menos así se siente para alguien que ha vivido toda su vida bajo el sol abrasador de Managua. Mientras un capitalino nicaragüense asegura que el clima está helado, los capitalinos ticos se quejan del calor que hace.
Las calles se llenan de bullicio, gente y carros, que salen en manada de sus oficinas para ir a sus casas una vez que la jornada terminó. Los buses van llenos de trabajadores y estudiantes. El tren hace tronar las vías y atraviesa la ciudad.
Linda vuelve a caminar las 13 cuadras que transitó en la mañana, acompañada de sus compañeros y con otros nicaragüenses que asistieron al Colectivo. Siempre intenta tener un espacio entre nicas, señala. Es una necesidad que existe en el exilio: buscar y encontrar a otros compatriotas.
Al decir eso, Linda levanta una bolsita. “Me acaban de traer tamales pisque y un queso que encargué. No es que vivimos llorando, pero sí vivimos añorando”, dice. Fue un día lleno de planificación. Ahora el calendario en su oficina está repleto de actividades, talleres y viajes que hará en el mes.
Aunque la mayoría del trabajo que hace en el Colectivo se centra en nicaragüenses, en los últimos años también se ha enfocado en otra necesidad: el intercambio entre personas nicas y ticas, ante el evidente hecho de la migración masiva de nicas y su estadía prolongada, pero también ante los discursos anti-migrantes.
El intercambio cultural y de diálogo tiene el objetivo de que ambos países se conozcan entre sí y conozcan sus historias. De acuerdo con Linda, aunque hay mucha población nicaragüense en Costa Rica, ambas poblaciones han sido separadas y excluidas una de la otra. “La frontera nos ha separado y la política nos ha separado”, expresa.
Con esto, la meta es que también se reconozca que las personas nicaragüenses aportan a Costa Rica, social, cultural y económicamente. “Pagamos impuestos, generamos consumo, trabajamos. Siempre nos sentimos como que nos están dando posada y nos sentimos arrimados. Eso vulnera nuestros derechos”, dice.
En esos encuentros, las personas nicaragüenses y costarricenses encuentran más similitudes que diferencias, y se reconocen más como hermanos de región, que adversarios políticos. Si bien han tenido avances al respecto, es difícil cuando existen políticos poco tolerantes.
Con estos nuevos retos a cuestas, Linda vuelve a su departamento, revisa sus flores, ve las noticias y prepara su cena.