Editorial | Una banda presidencial salpicada de sangre

Ortega va a auto juramentarse bajo el aplauso prefabricado para el momento culmen, cuando por cuarta vez consecutiva se coloque la banda presidencial, después de haber comandado crímenes de lesa humanidad en 2018 y apresado a todo aquel que critique su autocracia. La novedad problemática es que esta nueva banda presidencial, que también abraza a Murillo, los delata, simulen lo que simulen, porque esa banda salpicada de sangre inocente que continúa impune parece más el delantal de un matarife.

Rosario Murillo y Daniel Ortega en su toma de posesión de 2017. Archivo de Divergentes.

Antes de 2018, fuentes del Frente Sandinista apuntaban que para el diez de enero de 2022, la sucesión familiar quedaría consolidada en Nicaragua en la toma de posesión. Aunque no estaban seguros si el comandante Daniel Ortega iba a dar un leve paso hacia atrás para permitir que su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, asumiera la presidencia, lo que sí temían era que el poder de la primera dama sería irrevocable, del mismo modo que zanjara que ella era la heredera indiscutible, sin lugar para otros aspirantes de vieja guardia o poca monta. Al margen de esas intrigas palaciegas entre los súbditos de El Carmen, lo cierto es que la pareja presidencial apostaba por una continuación dinástica “en calma”: con las instituciones dilapidadas y en la bolsa, con el empresariado en su redil, con una retórica precavida para no perturbar la relación con Estados Unidos y la iglesia, mientras callaba a los críticos y fraguaba fraudes electorales sin mucho ruido. Ese era más o menos el plan. Sin embargo, el panorama se les resquebrajó a partir del 18 de abril, y todavía no han podido recomponerlo con el pegamento de la represión. 

Las inéditas protestas sociales de 2018 fueron el mayor desafío que Ortega y Murillo han tenido desde su retorno al poder. Han sido el traspié más grave para sus planes de perpetuación en el poder y hasta ahora, diez de enero de 2022, no han podido superarlo. Por eso ni lo que vislumbraban las fuentes sandinistas ni lo que proyectaba la pareja presidencial ha podido ser a cabalidad: La sancionada Rosario Murillo quizás nunca pueda cumplir su sueño dorado de ser presidenta, y por eso ahora tiene que conformarse con ser “co-presidenta”. Mientras que la continuidad “en calma” en el trono ha sido torpedeada por el aislamiento internacional y la ilegitimidad en la que el nuevo período Ortega-Murillo cae desde este lunes. 

La pareja presidencial dilapidó sus planes y futuro desde que ordenó disparar a matar, el nefando “vamos con todo”, contra la rebelión cívica en 2018. Cegados de poder y amurallados en El Carmen, creyeron que la violencia apagaría el descontento. Si bien desarticularon las calles gracias a los fusiles policiales y paramilitares, en el peor derramamiento de sangre desde la posguerra, al mismo tiempo destrozaron al país económica y socialmente. La debacle es generalizada. Para muestra un botón: millares de compatriotas que toman el peligroso camino hacia Estados Unidos a través de México, en busca de esperanzas que en Nicaragua no encuentran o han perdido por completo. 

En tanto, el abanico represivo en el país es cada vez más abyecto. En El Chipote, donde están encerrados los principales líderes de oposición, las torturas son perennes. Esta cárcel es el reflejo más diáfano de cómo los Ortega-Murillo dependen de la represión para mantenerse en el poder. En esas celdas están encerrados varios precandidatos presidenciales que apostaban a la elección de noviembre pasado para disputar el poder cívicamente. Sin embargo, ni porque en El Carmen tienen el control remoto de todo el Estado y sus dependencias, en especial del Poder Electoral, quisieron arriesgarse a una elección transparente y competitiva. Sabiéndose derrotados de antemano, prefirieron encarcelar y liquidar el proceso. 

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Es la misma tónica desde la masacre de 2018. Los sociópatas no pueden dialogar ni consensuar, lo suyo es la violencia pura y dura. Un medio eficiente a corto plazo, pero que, como muchas otras historias autoritarias, no procura buen fin. La pareja presidencial ha cruzado todas las líneas rojas y la desvergüenza sobra, dado que mantenerse en el poder, aunque no sea con los planes previos a 2018, es lo primordial. Se quedan porque se quedan. Es una decisión que han tomado por encima de todo, en franco desafío a la comunidad internacional. Tratarán de tensar hasta dónde sea posible, confiados en el ejemplo de supervivencia política de La Habana y Caracas en detrimento de la ciudadanía, mientras aprovechan los bandazos de los países críticos, y buscan resquicios en fondos internacionales para mantener aceitada la ingeniería represiva. 

No obstante, esta tarde, cuando Ortega y Murillo lleguen a la vieja Plaza de la Revolución (desde hace mucho tiempo una plaza con un significado mancillado), es innegable que estarán solos frente al mundo que los mira con desdén. Al final, ni Argentina ni México enviarán delegaciones de alto nivel. Será una toma de posesión sin jefes de Estados. Estará por verse si sus incondicionales, Cuba, Venezuela y Bolivia, los acompañarán en persona. Los patriarcas de El Carmen saben, aunque disimulan, que los gallinazos comienzan a meterse por sus balcones. 

Aunque no debemos menospreciar la capacidad de fingir demencia y fabricar entelequias televisadas de los Ortega-Murillo. En esta ocasión, el acercamiento con Pekín podría ser el paliativo para el rampante aislamiento internacional, aunque por ahora la caja china sigue acorazada. Ortega va a auto juramentarse bajo el aplauso prefabricado para el momento culmen, cuando por cuarta vez consecutiva se coloque la banda presidencial azul y blanco, después de haber comandado crímenes de lesa humanidad en 2018 y apresado a todo aquel que critique su autocracia. La novedad problemática es que esta nueva banda presidencial, que también abraza a Murillo, los delata, simulen lo que simulen, (ya sea el victimismo del “intento de golpe de Estado” o el “imperio yanki”), porque esa banda salpicada de sangre inocente que continúa impune parece más el delantal de un matarife. 

*Después de publicado este editorial, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunció que su representante de negocios en Managua sería su enviado a la toma de posesión de Ortega y Murillo.

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