Daniel Ortega y Rosario Murillo coronaron su reelección prácticamente aislados. Rodeados de solo tres jefes de Estado tildados de autoritarios, los mandatarios sandinistas representan un reto para toda la región, y sobre todo, para la comunidad internacional. El expresidente de Costa Rica (2014 – 2018) Luis Guillermo Solís, afirma que la existencia de la dictadura sandinista “marca un derrotero muy difícil” para Centroamérica.
Una dictadura más en el istmo era lo que menos necesitaba la región más complicada de América. En esta entrevista, el exmandatario costarricense reflexiona ante el aislamiento de Nicaragua y los efectos para su población. “Se está entrando en un periodo de desgaste al régimen, indicando que por mucho que tenga posibilidades de mantener bajo represión brutal a su pueblo, internacionalmente carece de la legitimidad, que también es un factor determinante para que un gobierno pueda funcionar”, aseguró a Divergentes.
Solís fue vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica y ha participado en dos misiones de observación electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA). Recientemente estuvo como Jefe de Misión para las elecciones generales de Honduras.
Usted fue presidente de un país y conoce los retos que conlleva estar al mando de una nación. ¿Cómo mira la situación de Nicaragua y la instalación de un nuevo mandato en el que la mayoría de los países de América y la Unión Europea rechazan la reelección de Ortega y Murillo?
El régimen de Daniel Ortega es una dictadura. No hay duda de ello por la forma en cómo se ha perpetuado en el poder, por lo tanto, miro la situación de Nicaragua con suma preocupación. Lo he dicho en múltiples oportunidades: Nicaragua es un país que merece un mejor destino y la forma en que el régimen de Daniel Ortega y de su co-presidenta, la señora Murillo, atentan contra los mejores deseos del pueblo de Nicaragua, cuya inmensa mayoría adversa al régimen. También inhibe la posibilidad de que éste pueda tener un futuro de más prosperidad y de más respeto a sus valores y principios humanitarios. La existencia de esa dictadura en Centroamérica es sumamente preocupante y creo que marca un derrotero muy difícil para la región en su conjunto.
Recibe nuestro boletín semanal
¿Puede un régimen como el de Ortega y Murillo gobernar con las presiones de la comunidad internacional?
Creo que el régimen cuenta con recursos que le permiten permanecer en el poder, utilizando la fuerza bruta como principal instrumento de control social. No hay en estos momentos, creo, ninguna razón para pensar que las Fuerzas Armadas, la Policía, los grupos paramilitares que apoyan al régimen de Ortega estén por moverse a un lugar diferente y apoyar a un sector de la oposición política, todo lo contrario. Lo que han hecho reiteradamente desde el año 2018 es plegarse a la voluntad del dictador. Y en ese sentido, sí se pueden mantener y por mucho tiempo. Yo creo que aquí lo que se plantea es la posibilidad de una acción internacional colectiva que desgaste a ese régimen y que en su momento pueda conducir a una salida pacífica, pero que modifique la naturaleza del gobierno nacional, y este se convierta en un Estado democrático.
El mismo día de la investidura de Ortega y Murillo, Estados Unidos y la Unión Europea sancionaron nuevamente a funcionarios y familiares del gobierno. ¿Qué efectos mira usted para el país este creciente aislamiento, a casi cuatro años de la crisis sociopolítica?
Más allá de lo simbólico, que es importante, creo que la principal consecuencia que tienen estas medidas es desgastar en un proceso gradual y progresivo. Se está entrando en un periodo de desgaste al régimen e indicando que por mucho que tenga posibilidades de mantener bajo represión brutal a su pueblo, internacionalmente carece de la legitimidad, que también es un factor determinante para que un gobierno pueda funcionar. Las posibilidades de este tipo de regímenes se constriñen mucho, terminan limitándose a estrechar lazos con los gobiernos de naturaleza parecida, que son los únicos que les avalan.
La República Popular China acaba de estrechar lazos con Nicaragua en un acto desesperado por buscar oxígeno y legitimidad. ¿Cómo mira usted esta medida en las relaciones internacionales del régimen?
Aquí hay que tomar un poco de distancia con respecto a la decisión de establecer relaciones con la República Popular de China, porque muchos países lo han hecho, países democráticos y no democráticos. Costa Rica fue el primero en Centroamérica en establecer relaciones con China desde el año 2009. Después han seguido Panamá, República Dominicana, El Salvador, etcétera. La decisión de establecer relaciones con la República Popular de China y romper con la República de China-Taiwán es una decisión soberana que un Estado puede tomar. No quisiera indicar que la relación con China es un indicador de desesperación, pero es cierto que la apertura de relaciones con China y la suspensión con Taiwán coincide con una coyuntura muy adversa para Nicaragua. Le abre un boquete de oxígeno en momentos en que todo el resto de la comunidad hemisférica está sacando al régimen por la violencia con que ha manejado a la oposición, especialmente en la fase preelectoral, cuando reprimió al punto de meter a todos los candidatos y cualquier liderazgo social a la cárcel. Yo creo que, en cierto sentido, hay que separar la decisión de la relación diplomática con respecto a la crisis política doméstica. Aunque no somos ingenuos, ¿verdad? ¿Por qué la decisión no se ha tomado hacía mucho tiempo y lo hicieron hasta ahora? Si lo hacen hasta ahora es por algo. Sin duda hay aquí una correlación que tampoco puede ser ignorada.
Usted ha sido jefe de misión de observación electoral. Recientemente lo fue de Honduras. A pesar que en Nicaragua no hubo misiones, más que la figura de acompañantes invitado por el régimen, ¿cuál ha sido su valoración del proceso y cómo los resultados afectarán al estrenado mandato de Ortega?
Tengo una experiencia muy limitada en esto de las observaciones electorales, pero una de las condiciones necesarias, absolutamente imprescindibles para que las elecciones discurren con normalidad, es que el sistema político funcione, que la oposición tenga la libertad de opinar, de movilizar, de convocar, de articular y de expresarse con libertad. Eso en Nicaragua no ocurrió. Como lo señalado anteriormente, el régimen se cuidó de meter a la cárcel a todos los candidatos o candidatas a los puestos de elección popular, persiguió a los liderazgos sociales, reprimió a los medios de comunicación, impidió que se movilizaran en el territorio. Lo que hizo fue una pantomima de elecciones, invitando como observadores a partidarios del régimen en países vecinos. Lo que tuvimos fue una farsa.
No voy a ponerme a defender aquí a procesos que terminan siendo también unas comedias en países que se dicen democráticos. Entiendo perfectamente que pueda haber países que se dicen integralmente democráticos y tienen elecciones malísimas, pero hay unos mínimos que son fundamentales para que un proceso se lleve con normalidad y esos mínimos en Nicaragua no existen. Hay una tradición de irrespeto a los procedimientos electorales que es bien conocida y de las cuales el régimen actual es un experto, porque se ha convertido en uno de los violadores mayores de esos procedimientos que no solamente tienen que ver con ya lo que indique, es decir, la represión a la oposición, sino también con el manejo de los órganos electorales, todos ellos controlados por el partido.
¿Cuál debería de ser la línea de ruta a seguir por parte de la comunidad internacional, que también atraviesa un enorme reto al lidiar con regímenes más autoritarios en la región?
Es una situación difícil para la democracia en general, no solamente en América Latina, sino también en otras partes del mundo. Los casos abundan y eso hace más difícil que haya una concertación internacional en torno al fortalecimiento de la democracia y el respeto a los derechos humanos, porque desgraciadamente muchos de estos regímenes ya no están guiados por la ideología, ya da lo mismo si son de izquierda, de derecha o de centro, sino que están informándose en torno a este concepto del populismo. Esto hace que la comunidad internacional tenga problemas en articular respuestas que sean aplicables a todos los casos, en todos los momentos. Sin duda, uno de los principales pasos a seguir es este proceso que usted ha señalado de creciente aislamiento internacional, es decir, de la construcción de una sensación internacional que les haga más difícil a estos regímenes. En el caso de Nicaragua es un recurso que todavía está a la mano y cuesta mucho, pero nos estamos acercando ya al número mágico de votos para la suspensión de Nicaragua de la OEA. Hay que continuar con ese proceso, porque el aislamiento del país del entorno hemisférico le vuelve muy difícil el acceso a fondos, como por ejemplo los que le pueden dar el Banco Interamericano de Desarrollo o el mismo Banco Centroamericano de Integración Económica, el BCIE.