Observemos a Daniel Ortega y a Nayib Bukele moviéndose con destreza en el tablero de las reglas electorales, pero no para respetarlas, sino para ajustarlas a su favor. Con discursos populistas en mano, han moldeado su camino al poder, convirtiendo urnas y legalidad en simples trampolines para desmontar, poco a poco, los pilares de la democracia.
Aquí, en Centroamérica, esta receta ya es casi marca registrada: llegan desde los “márgenes” de la política, se presentan como los salvadores de los “olvidados”, prometen un cambio total y, una vez en el poder, enfrentan a las instituciones que les estorban. Cuando ganan fuerza, borran las líneas que separan los poderes del Estado, instalándose cómodamente mientras van minando la independencia de los poderes y la esencia democrática.
Ortega debilitó la democracia desde la oposición, tejiendo alianzas con actores políticos y económicos afines, eliminando a quienes le estorbaban. Prometió rescatar a los eternamente empobrecidos de Nicaragua y ofreció a las élites un trato especial: mantener el statu quo y engrosar sus dividendos, siempre y cuando aceptaran su concentración de poder y silencio ante la represión. Así, se erige un dictador sin necesidad de golpes de Estado.
Como Bukele, otros “nuevos liderazgos” de la región usan tiempo y discurso populista para seguir este guión. Centroamérica parece confirmar que cuando un populista llega al poder, la brújula ya apunta a la permanencia. Ya no necesitan militares ni golpes: ahora los autócratas llegan por elecciones, con las redes sociales como campo de batalla y hashtags en lugar de tanques. Así se ve el populismo en tiempos de algoritmos.
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Entonces, ¿por qué Centroamérica sigue siendo un terreno fértil para los autócratas? ¿Qué hace que la democracia retroceda una y otra vez en la región? Acompáñenme a explorar estas preguntas, con una mirada a nuestro pasado y nuestro presente.
Herencia histórica y golpes de estado. Centroamérica ha vivido una montaña rusa de golpes de Estado, al menos 22 entre 1900 y 2023, con El Salvador y Guatemala a la cabeza. Cada golpe ha impactado contra la democracia, debilitando instituciones y abriendo la puerta a dictaduras, como en Nicaragua. Según V-Dem Institute, desde 1972 hasta 2023, la democracia en Nicaragua, El Salvador y Honduras sigue siendo frágil, con el poder ejecutivo que expande sus fronteras, afectando la independencia de otros poderes. Costa Rica se salva, pero el resto de la región oscila entre autocracias electorales y cerradas, regresando al autoritarismo en cada crisis.
Transiciones democráticas con bases frágiles. En los noventa del siglo pasado, Centroamérica intentó construir una paz democrática, pero los pasos hacia la democracia ocurrieron en sociedades de posguerra, fragmentadas y empobrecidas, con una cohesión social débil y niveles altos de desconfianza, y Estados reducidos sin capacidad para responder a las demandas de una población cada vez más diversa. El crimen organizado se instaló en un contexto de inseguridad ciudadana y escasa respuesta estatal. Este contexto limitó severamente el alcance de las transiciones democráticas.
En Centroamérica, y Nicaragua en particular, hemos vivido el “veranito democrático” de los noventa del siglo pasado, sin lograr que las instituciones, los partidos y el Estado se democratizaran verdaderamente. Era un paisaje donde las oportunidades y la igualdad continuaban siendo meras promesas, y los valores democráticos no lograron enraizarse en los espacios públicos ni en los de representación. ¿Qué tanta democracia se ha vivido y ha calado en Centroamérica? Esto da para otro artículo.
Sobrevivencia versus democracia. El politólogo Ronald Inglehart ofrece un marco de análisis que nos permite sugerir que, en contextos de pobreza e inseguridad, las personas priorizan estabilidad económica y seguridad sobre valores democráticos: ¡hay que sobrevivir! En Centroamérica, la pobreza es un problema estructural: según CEPAL, excepto Costa Rica y en menor medida El Salvador desde 2013, la región ha tenido niveles de pobreza superiores al 50% de la población por más de 25 años. La migración, las remesas y la inseguridad ciudadana reflejan este contexto. Ante el abandono estatal, la ciudadanía se muestra menos crítica de líderes autoritarios que ofrecen respuestas rápidas, aunque insostenibles y castradoras de libertades.
La erosión de la democracia desde el interior. Levitsky y Ziblatt, en Cómo mueren las democracias, explican que hoy en día las democracias no suelen desplomarse con un golpe de Estado, como en los viejos tiempos centroamericanos. En cambio, se van desmoronando despacito, como una casa a la que nunca se le da mantenimiento: los líderes erosionan las instituciones desde dentro. Esto lo vemos en Nicaragua y El Salvador, donde V-Dem reporta un deterioro democrático constante mientras el autoritarismo avanza con la concentración de poderes, la supresión de derechos y la reelección indefinida. Latinobarómetro, por su lado, alerta que cada vez más centroamericanos dicen que “les da igual” vivir en democracia o bajo autoritarismo. Esta indiferencia es el terreno perfecto para que el populismo y el autoritarismo hagan su agosto, llenando el vacío de una democracia que, para muchos, ya no satisface las necesidades básicas.
Problemas estructurales y complicidad silenciosa, variables clave para la autocracia. Bukele ha enarbolado la bandera de la seguridad ciudadana, mientras Ortega ha hecho lo propio con la lucha contra la pobreza. Si bien el primero parece cumplir más que el segundo, en ambos casos han captado el apoyo popular en sociedades golpeadas por décadas de inseguridad y pobreza, donde la riqueza se concentra en manos de unos pocos. Este contexto ha dejado a una gran parte de la población excluida, vulnerable y lista para ser movilizada bajo discursos populistas que derivan en regímenes autoritarios.
Sí, los autócratas y sus estructuras tienen responsabilidad directa en el quiebre democrático, violaciones de derechos y la censura de voces críticas. Pero no están solos. Los actores económicos y políticos que, por acción u omisión, perpetúan la desigualdad, la pobreza y la concentración de poder, también son corresponsables. Mientras Centroamérica siga siendo una de las regiones más desiguales los autócratas encontrarán el campo fértil para su avance. Es urgente defender los derechos humanos y la democracia, pero no basta. Sin derechos económicos, igualdad de oportunidades, justicia social y muchos otros componentes, la democracia se vacía de sentido, convertida en un cascarón incapaz de responder a las necesidades de la ciudadanía.
ESCRIBE
Juan Carlos Gutiérrez Soto
Sociólogo y politólogo. Candidato a doctor en ciencia política por la Universidad de Salamanca. Experiencia en análisis político prospectivo y de actores sociopolíticos. Ha sido integrante de organizaciones opositoras: Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, Unidad Nacional Azul y Blanco, y Coalición Nacional, entre otros. Actualmente exiliado y es parte de los 315 nicaragüenses que la dictadura les ha suprimido la nacionalidad. Ha sido investigador y coordinador de programas en centros de investigación y organismos internacionales: PNUD, UNICEF, IPADE, FUNIDES, entre otros.