Wilfredo Miranda Aburto
19 de diciembre 2023

El pesebre del destierro y familias entre alambradas

Foto de archivo de EFE.

La llegada de diciembre –despuntando con los rezos y cánticos de La Purísima Concepción de María– me pareció desde pequeño una temporada mágica, la mejor de todas: Compartir, familia, regalos, abrazos, comida, arbolitos verdes, villancicos, reconciliación, ternura, la esperanza prometida por el Año Nuevo… Sin embargo, las navidades me resultan difíciles desde 2018; hoscas en cierto sentido. Los nicaragüenses llevamos seis navidades marcadas por la violencia política, el luto, los presos políticos, la persecución (de toda índole), el exilio, la crisis económica y ahora, al término de 2023, con una desintegración familiar superlativa, debido a la redirigida estrategia represiva de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo: la ruleta que gira en todas las fronteras de Nicaragua en contra de familiares de opositores.

La represión que se ejecuta desde Migración y Extranjería no es nueva. Empezaron quitando pasaportes, no renovando documentos e impidiendo la salida o ingreso al país a los considerados “golpistas”. Cuando básicamente ya no quedan “golpistas” en Nicaragua, ya que hemos sido exiliados y desterrados, la represión ha virado hacia los familiares o allegados de opositores. Con mucho énfasis en los últimos meses de 2023. Es un secreto a voces que a decenas de personas les han negado el ingreso al país en la víspera de Navidad. 

Hay quienes viven en el extranjero y sólo planeaban vacacionar en Nicaragua. O hay otros que salieron de viaje y de pronto, al intentar retornar a su hogar, se quedaron en el destierro. Le sucedió a Ana Salinas Maldonado, hermana de mi colega y amigo Carlos Salinas, periodista del diario El País. Ella salió por unas diligencias personales a México y, antes de abordar este 15 de diciembre, recibió una llamada del capitán Roger Varela, segundo jefe de la dirección de fronteras. El funcionario del régimen le comunicó que no podría regresar y básicamente culpó de ello a su hermano, autor de ‘Yo soy la mujer del comandante’, una biografía novelada y no autorizada de la “copresidenta” Rosario Murillo. Una clara represalia contra Carlos, pero en particular se trata de una herramienta perversa que más adelante explicaré. 

Nadie de los desterrados se atreve a denunciar públicamente por el terror a las represalias en contra de las familias que todavía (sobre)viven en Nicaragua. Viajar hacia nuestro país –para los que aún pueden– es una zozobra que inicia formalmente cuando se compra un boleto: “¿Me notificarán que no puedo ingresar? ¿Me regresarán de la frontera o del aeropuerto? ¿Me decomisarán mi pasaporte? ¿Me llevarán preso?”. Variables que tornan el viaje más común y silvestre en una odisea. 

Recibe nuestro boletín semanal

Esta dinámica represiva también tiene otra cara: miles de personas que –en estas navidades y en el resto del año en general– prefieren no salir de Nicaragua para no correr el riesgo de ser expulsados de su patria. Entonces se privan de congresos, capacitaciones, estudios, vacaciones, atenciones médicas especializadas, visitas familiares, entre otras actividades tan normales que terminan siendo arrebatadas por el totalitarismo Ortega-Murillo. Es medieval. 

La dictadura ha reforzado las alambradas que rodean a Nicaragua. Una cerca para todos, incluso para los mismos partidarios o cercanos al proyecto despótico y familiar de los Ortega-Murillo. Sin embargo, la saña redirigida a los familiares de opositores es sobre todo perversa. Busca en el fondo crear discordia familiar en todos los niveles. Que los familiares afectados (“que no se meten en política”) echen la culpa de esta inmovilización migratoria o destierro impuesto a quienes han decidido enfrentar a una dictadura que ha cometido crímenes de lesa humanidad. Sinceramente no creo que eso funcione a cabalidad, pero demuestra lo malévolo y la inquina sin fin de los Ortega-Murillo, incansables en su persecución. No sólo nos han quitado la patria y todo lo que implica, sino que ahora pretenden diluir el pegamento afectivo que nos mantiene unidos como familias en la distancia. Una cruzada hasta contra aquellas pequeñas cosas. Será en vano. 

Pero sí es cierto que la alambrada entre las familias y los desterrados es más tupida que nunca este año. Son muchos varapalos para los nicaragüenses y a veces, en mis últimos diciembres como desterrado, la Navidad me resulta difícil, hosca, solitaria… lejos y privado del abrazo de quienes uno ama y aprecia; un abrazo para sobrellevar el frío y la ventolera de esta época de lumbre y luces, muchas luces, que aún alientan. 

No es verdad que nos dé náuseas la Navidad, como canta Sabina y Serrat. Todavía nos “conmueve la madre, el niño, la mula y el buey”, a pesar que estallan bombas en la noche de paz, allí muy cerca de la Franja donde nació Jesús… mientras aquí, en el destierro, armaremos un pesebre colectivo desde el cual veremos, en lo más elevado del cielo, lo que los dictadores no podrán divisar en el búnker de El Carmen: la estrella de Belén que, tiritante, nos guía hacia la esperanza de un mundo menos cruel, con una Nicaragua libre, sin alambradas y sin terror. 

En medio de todo esto, feliz Navidad y buen Año Nuevo.

Seguimos en 2024. 

ESCRIBE

Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.